miércoles, 9 de diciembre de 2009

La NASA y la Luna: Conspiración espacial

El 1 de octubre de 1958 fue fundada la National Aeronautics and Space Administration (NASA). En la década de los cincuenta los Estados Unidos desplegaban dos programas espaciales independientes, el Explorer, desarrollado por el Ejército, y el Vanguard, dependiente de la Marina. El interés de los militares por el espacio no era una cuestión que tuviera nada que ver con el avance de la ciencia. La potencialidad de los satélites en misiones de reconocimiento y comunicación se unía al desarrollo de cohetes propulsores cada vez más eficientes que, de paso, podían ser empleados como mísiles intercontinentales. Si a eso le unimos la posibilidad de emplazar armamento nuclear en órbita a la Tierra, no resultará difícil comprender que para las fuerzas armadas estadounidenses el espacio era un objetivo estratégico de primer orden. Por todo ello la NASA, a pesar de la imagen pública "amigable" que tradicionalmente ha divulgado, fue desde su principio una de las agencias gubernamentales americanas en las que el sigilo ha estado más presente, desde la simple ocultación de datos al público, hasta la organización de operaciones clandestinas con los más variados objetivos.

De hecho, la propia acta fundacional de la NASA ya recoge en uno de sus artículos que cualquier información sería susceptible de ser ocultada si así lo demandasen los intereses de la seguridad nacional. Esto no se refería solamente a cuestiones que tuvieran que ver directamente con la defensa, sino que incluía otro campo tenido muy en cuenta durante aquella época: la posibilidad de encontrar pruebas que demostrasen la existencia de vida inteligente de origen extraterrestre.

Así, entre el desarrollo de modelos secretos, que seguramente originaron algunos supuestos avistamientos ovni, y la realización de experimentos sobre telepatía con astronautas en órbita, se inició uno de los planes de investigación secreta más fascinantes de la historia, que culminaría con la conquista de la Luna, un acontecimiento detrás del que hay mucho más de lo que cuentan las enciclopedias.

Fraude cósmico

La reciente publicación en los Estados Unidos de varios libros y vídeos al respecto ha puesto de actualidad una curiosa teoría conspirativa según la cual la conquista de nuestro satélite, el mayor hito de la historia de la exploración espacial, bien pudo ser un refinado engaño organizado y dirigido por la NASA. Para algunos autores, los astronautas norteamericanos -o al menos los del Apolo XI- nunca posaron sus pies sobre la superficie lunar, aportando una colección de pruebas que, si bien en la mayoría de los casos son circunstanciales, en su conjunto conforman una inquietante duda.

En principio, y analizando la coyuntura de la época, tampoco debiera extrañarnos demasiado que el gobierno norteamericano recurriese a una farsa de semejante calibre. Recordemos que toda esta turbia historia tuvo lugar durante el momento más tenso de la Guerra Fría y que, hasta aquel momento, el programa espacial soviético se había confirmado como mucho más eficaz que su equivalente estadounidense. No solo se trataba de una mera cuestión de prestigio; llegar a la Luna, a cualquier precio, era una necesidad militar, si se quería evitar que la Unión Soviética, consciente de su primacía tecnológica, fuera ganando terreno e influencia en la política internacional de la época. Estos y otros planteamientos similares habrían motivado la creación del ASP (Apollo Simulation Program), que culminaría con el alunizaje ficticio del Apollo XI en el desierto de Nevada, tal vez en algún rincón de la célebre Área 51.

¿Descabellado? Es posible, pero existen algunos detalles que cuando menos levantan la sombra de una duda razonable. El primero de ellos, y el más evidente, se puede observar en las fotos que el módulo aparece posado sobre la superficie de la Luna. Según nos cuentan, y tal como atestiguan las conocidas fotografías de la huella de Armstrong, el suelo de nuestro satélite está cubierto por una considerable capa de polvo fino. Sin embargo, no existe ninguna diferencia entre el terreno que hay bajo el módulo y el circundante. Ni un cráter, ni polvo adherido a las patas del aparato. Las pequeñas irregularidades del suelo que rodea a la nave espacial continúan uniformemente bajo ésta, como si en vez de haber alunizado violentamente utilizando sus potentes retrocohetes para amortiguar el choque, hubiera sido depositada allí suavemente por una grúa.

No es ésta la única sorpresa que nos deparará un atento estudio de las fotografías y filmaciones del programa Apollo. Como señala el fotógrafo David Percy, una de las más elementales reglas de la fotografía es que las superficies planas son siempre iluminadas uniformemente por el Sol. Sin embargo, cualquiera puede comprobar que en muchas de las fotografías los astronautas y el módulo lunar se muestran en un área intensamente alumbrada, mientras los alrededores permanecen en penumbra, lo que solo podría haber sucedido si éstas se hubieran tomado de noche utilizando focos, y no en pleno día lunar, como cuenta la versión oficial. Las sombras que proyectan algunos objetos, que en vez de ir en paralelo -como correspondería a una iluminación solar- se extiende en trayectorias divergentes, también indican que las fotos fueron tomadas en la Tierra, utilizando la noche de algún remoto paraje desértico o bien un plató enorme para simular un alunizaje de guardarropía.

No obstante, es perfectamente posible que los americanos fueran a la Luna y aún así se vieran obligados a falsificar las fotos; especialmente si lo que descubrieron allí no era algo que pudieran divulgar a la opinión pública.

Contacto en la Luna

Cuando de conspiraciones se trata, las cosas nunca son lo que parecen a primera vista, y un fraude como el de las fotos lunares puede ser solamente la punta del iceberg de una operación de encubrimiento mucho mayor. Desde aquel histórico 20 de julio de 1969 en que el hombre puso por primera vez su pie en la Luna, las historias de un supuesto encuentro con seres extraterrestres han corrido como un reguero de pólvora por todo el planeta. Todo tiene su origen en un extraño fallo provocado por una "cámara sobrecalentada" que mantuvo interrumpidas a lo largo de dos minutos las imágenes y sonido de la NASA -no sin unos segundos de margen para poder cortar la emisión en caso de que sucediera algún imprevisto- servía al mundo. Sin embargo, radioaficionados de todo el planeta seguían las transmisiones a través de sus propios equipos de VHF y muchos de ellos atestiguan haber sido testigos de esta comunicación:

Armstrong: ¿Qué era eso? ¿Qué demonios era eso? ¡Eso es lo único que quiero saber!
Houston (Christopher Craft): ¿Qué pasa ahí?… Control de la misión llamando a Apolo XI...
¿Aldrin?: ¡Esas cosas son inmensas, señor! ¡Enormes! ¡Oh Dios! ¡No vais a creerme! ¡Os digo que hay otra nave espacial ahí fuera... posada en la cara exterior del borde del cráter! ¡Están en la Luna, mirándonos!

La conversación continúa con Armstrong y Aldrin descubriendo como unos seres que han descendido de lo que parece ser otra nave espacial les contemplan con curiosidad e incluso se dedican a observar sus instrumentos. Ante esta situación, Houston ordena a los astronautas que tomen todas las fotografías que puedan y actúen como si nada estuviera sucediendo, porque van a reanudar la transmisión al público.

El asunto era grave. A pesar del desmentido oficial, y la consideración como falsificaciones de todas las grabaciones de aficionados que recogían el diálogo, la NASA era consciente de que una información "potencialmente perturbadora" había escapado aquella noche a su control. Algo que se juraron que no volvería a suceder. Para evitarlo, en misiones posteriores se estableció un código de emergencias para que lo utilizasen los astronautas en casos como el anterior. Este código -cuyo nombre en clave era KILO- fue utilizado en una conversación que tuvo lugar durante la misión del Apollo XVII:

Módulo lunar: ¡Hey! Puedo ver un punto brillante allí abajo, en el lugar de aterrizaje, deben haber quitado esa cosa resplandeciente que lo cubre todo.
Houston: Roger. Interesante. Mucho... Pasa a KILO. KILO.
M L: ¡Hey! Ahora es de color gris, y el número uno se está alargando.
H: Roger. Lo hemos cogido y copiamos que está allá abajo. Pasa a KILO. KILO en este asunto.
M L: Cambiando el modo a HM. La grabadora apagada. Perded un poco las comunicaciones ahí, ¿eh? OK, está BRAVO. BRAVO. Seleccionar OMNI. ¡Hey!, nunca creeríais esto. Estoy justo sobre el borde de Orientale, Miro hacia abajo y puedo volver la luz resplandeciente de nuevo.
H: Roger. Comprendido.
M L: Justo al final del cerro.
H: Hay alguna posibilidad de...
M L: Está al este de Orientale.
H: ¿No supondrás que se trata de un Vostok?...

Esta última frase es especialmente significativa. Vostok es el nombre de una serie de satélites rusos que fueron lanzados a principios de los sesenta. Por la fecha y porque estas naves jamás abandonaron la órbita terrestre, es imposible que una de ellas se encontrara en la Luna, por lo que debe tratarse de un nombre en código para designar otra cosa, probablemente una nave extraterrestre.

Ruinas selenitas

Pero, de haber sido así las cosas, los tripulantes del programa Apollo no se habrían encontrado ni más ni menos que con aquello que habían ido a buscar. En las fotografías de la superficie lunar tomadas por diversos vuelos, tanto rusos como norteamericanos, se puede apreciar la existencia de extrañas estructuras que por su forma y organización sugieren un origen artificial. Titánicas torres, formaciones rectangulares que semejan ruinas de ciudades, y extrañas cúpulas semitransparentes, forman un conjunto que de ser de origen alienígena tendría una considerable antigüedad, a juzgar por los evidentes signos de deterioro que muestran debido al impacto de los meteoritos.

Quizá la más renombrada de estas formaciones sean los monolitos de más de doscientos metros de alto que el astrónomo William Blair descubrió en las fotografías tomadas por una de las sondas del programa Lunar Orbiter, en 1967. Estos objetos, justificados por la NASA como "efectos ópticos", tenían además la particularidad de estar repartidos por la superficie lunar siguiendo un patrón regular.

En este entorno se puede comprender casos tan curiosos como el de la foto AS-32-4822. Esta imagen de la superficie de lunar, tomada durante el vuelo Apollo X, fue inexplicablemente descatalogada de los archivos de la NASA aunque, afortunadamente, puede ser libremente contemplada en Internet gracias a la labor de investigadores no oficiales, como la Enterprise Misión, grupo liderado por el divulgador científico Richard Hoagland, quien se ha convertido en una de las voces más firmes en denunciar las manipulaciones de la agencia espacial. La foto muestra un paraje de geografía lunar en que aparecen peculiaridades tan notables como una enorme plaza de planta perfectamente cuadrada, junto a la que se puede observar una enorme estructura regular y, al otro lado de un risco de curiosa forma, un entramado de líneas rectas que recuerdan el trazado de las calles de una ciudad.

Testimonios claves de la ocultación de la NASA

Alan Davis nació en Illinois el 13 de diciembre de 1934, se licenció en Ingeniería Electrónica por la Universidad de Hawai y más tarde se diplomó también en Ciencias Empresariales. Comenzó a trabajar en la NASA en 1959, justo un año después de su creación. Fue ingeniero de telecomunicaciones del proyecto Apollo y estuvo en la plantilla de la agencia aeroespacial hasta 1973. Después se encargo de la dirección de varias estaciones de radar y a principios de los noventa fue director de ITT en España.

Su testimonio es sin duda alguna excepcional, ya que su trabajo en el proyecto Apollo consistía en recibir las señales de radio de las naves, que llegaban a su puesto en la isla de Antigua, en el Caribe, y rebotarlas después hasta el control central en Houston. Él, por tanto, era el primero en recibir las comunicaciones de los astronautas y era testigo directo de todo cuanto acontecía en los primeros viajes espaciales.

Según sus declaraciones, en el primer viaje tripulado no ocurrió solamente lo que vimos por televisión. Armstrong avisó por el circuito interno de comunicación de que "sentía cómo alguien se estaba fijando en él y en su compañero; no veía a nadie, pero estaba convencido de que no estaban solos". Desde la Tierra no se le dio mayor importancia al tema, y en todo momento pensaron que los astronautas estaban siendo presa de extraños pensamientos debido al insólito lugar en el que se encontraban.

Pero más tarde ocurrió algo que dejó helados a los miembros del control de Houston: "Los astronautas relataron que ante sus ojos habían aparecido ruinas de una construcción hecha por seres inteligentes". En la entrevista, el propio Alan Davis incluso las describe, ya que él mismo afirmó haber visto las imágenes. Según sus palabras "allí no había un solo muro, sino varios, y por su morfología era completamente imposible que se tratara de un capricho de la Geología. Los bloques de piedras estaban muy erosionados, pero estaba claro que aquello era artificial. En alguna de las paredes, a algo más de un metro de altura, había agujeros que recordaban a lo que hoy son nuestras modernas ventanas; también había otro tipo de huecos que estaban cerca del suelo, como si fueran puertas. La NASA investigó a fondo aquellas ruinas pero no fueron capaces de precisar su antigüedad. Sin embargo la conclusión a la que llegaron fue clara, una civilización desconocida tuvo hace miles de años una base sobre la Luna, incluso es posible que estuvieran allí antes del nacimiento de la raza humana".

Según comento Alan Davis, la NASA ya tenía constancia, mediante otro tipo de pruebas, de la evidencia de visitas extraterrestres y de la existencia de vida fuera del Sistema Solar, antes de la aparición de las ruinas sobre nuestro satélite. Él mismo afirma que está "convencido de la existencia de visitas de otras civilizaciones, desde hace miles de años, a nuestro planeta".

La pregunta que surge siguiendo el hilo de esta declaración es prácticamente obligada. Si la NASA tiene esta información, cuya importancia cambiaría por completo la comprensión de nuestra Historia, ¿por qué no la revela? Para Davis la respuesta es sencilla: "Aunque la NASA se creó para la exploración del espacio exterior y en un principio estuvo compuesta exclusivamente por civiles, los militares controlan en secreto la agencia desde muy poco tiempo después de su creación. Por encima de la investigación científica se encuentran los intereses militares y los de la seguridad nacional de EE.UU., y no sé por qué restringen sistemáticamente cualquier información que lleve a la opinión pública a pensar que existen otras civilizaciones que vienen a la Tierra".

Las valientes declaraciones del profesor Davis no son algo que podamos considerar usual y la valoración de lo que expresó ante las cámaras no se puede realizar en pocos minutos. Pero sus declaraciones no son las únicas expresadas por técnicos de la NASA que apuntan a que hubo mucho más de lo que salió en televisión aquel mes de julio de 1969. Un antiguo jefe de comunicaciones de la agencia, Maurice Chatelain, también comentó hace varios años que "todos los vuelos Apollo y Gemini fueron seguidos a distancia -y a veces de cerca- por vehículos de origen extraterrestre. Cada vez que esto ocurría, los astronautas informaban al control de la misión, que inmediatamente les ordenaba silencio absoluto". Hay, por tanto, demasiadas coincidencias en las afirmaciones de varios científicos de la agencia, como para suponer que el asunto no es más que un simple fraude.

Aunque si existe un miembro de la NASA que ha destacado por acusar a la agencia de fraude y engaño, éste ha sido sin lugar a dudas el astronauta Edgar Mitchell, miembro de la tripulación del Apollo XIV, el cual comentó lo siguiente en una rueda de prensa ofrecida hace unos años: "Estoy convencido de que los gobiernos de todo el mundo saben que se están produciendo visitas de extraterrestres, pero tienen un motivo fundamental para negarlo: el miedo".

La lista de testimonios de empleados de la NASA que aseguran haber visto evidencias de vida extraterrestre cerca de la Luna es mucho mayor, pero su enumeración no nos llevaría a una conclusión tajante acerca de lo que todavía nos queda por descubrir acerca de nuestro satélite. Por tanto, el misterio continua.

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