Las sombrías predicciones sobre la gripe aviar han animado el mercado del miedo. Los gobiernos compraron millones de tratamientos del único antiviral que se ha mostrado eficaz contra el virus en pruebas in vitro. Pero eso no implica que lo sea en vivo y menos contra la amenaza real de una pandemia humana, causada por una mutación y una cepa fácilmente transmisible de persona a persona. Este antiviral tampoco inmuniza. En el escenario más optimista sólo tendría un efecto paliativo aplicado en las primeras horas de la enfermedad, pero su administración masiva haría que el virus se volviese rápidamente resistente a dicho fármaco.
Mientras algunos laboratorios aumentaban sus ventas en un 279% gracias a estos encargos, los políticos curaban en salud su imagen “haciendo todo lo que estaba a su alcance” con insuperable rapidez de reflejos.
Entre tanto los laboratorios refuerzan su propio marketing de imagen y hasta hicieron una demostración de su producto-estrella, publicando en Internet la secuencia completa del genoma del virus de la gripe de 1918. Los extremistas de todas las ideologías están sinceramente agradecidos con este gesto, que les ahorra mucho tiempo y esfuerzo. Ahora ya cuentan en la Red con un plano detallado de un virus temible.
Aquel patógeno de la gripe de 1918 mató entre 20 y 100 millones de humanos. El que se da por inminente ahora nadie sabe a cuántos matará. Las estimaciones que se han hecho públicas varían entre los 7,5 y 75 millones, avanzados por distintos portavoces de la OMS y la ONU, y los 180 a 360 millones calculados por los epidemiólogos consultados por National Geographic. En realidad nadie sabe nada. Lo único seguro es que pronto habrá una pandemia de gripe mortífera, como sucedió en 1918 y, con menor virulencia, en 1957 y en 1968. Hubo tres en el siglo XX y ya llevamos 40 años desde la última, por lo cual sería extraño que la próxima no apareciera en muy breve espacio de tiempo.
En estos casos, la primera víctima suele ser la verdad. Entre las informaciones “defectuosas”, medias verdades y ocultamientos detectados en las declaraciones de los políticos, autoridades sanitarias, científicos y comunicadores, destacan algunas muy significativas.
• Le aseguran que aún no se ha producido ningún contagio entre personas. Sin embargo, hay claras evidencias de que así ha ocurrido al menos en cuatro casos vietnamitas (un enfermero, un médico, un campesino probablemente contagiado por sus hermanas y un comerciante a quien su hermano pudo transmitir la enfermedad); en uno tailandés (de una niña enferma a su madre y tía que la cuidaban); y en un niño chino contagiado por su padre. Lo que no hubo fue “confirmación” oficial de esta vía de transmisión “por falta de información”. Al final sólo se fijan en la conciencia colectiva los mensajes con que se bombardea los destinatarios hasta el hartazgo, con el objetivo estratégico de fabricar una opinión “a la carta”. Este modus operandi permite garantizar la imposición del pensamiento único a la sociedad –la verdad oficial-, manteniendo una ilusión de “libertad de información”, tan inocua como exclusivamente formal. Estamos ante el mecanismo de censura más perfecto de la historia.
• Le han dicho que una vez aparecido el patógeno mutante la industria tardará pocos meses en desarrollar una vacuna. Pero no es verdad. Los científicos no saben cuánto les llevará este desarrollo, ¡si es que lo consiguen! (porque no es seguro). A esto debe sumarse la enorme capacidad de mutación del virus, que restaría eficacia a la vacuna y obligaría a desarrollar una nueva cada año. Si fuese tan fácil obtenerla, ¿por qué no se ha pasado hasta ahora de simples intentos experimentales cuando se dispone de afectados humanos desde 1997?
• Aunque siempre se menciona el virus H5N1, esta denominación de uno de los subtipos del virus (al menos se han identificado 15) encubre numerosas cepas, lo que complica el desarrollo de vacunas y tratamientos eficaces.
• Otra enorme dificultad añadida para desarrollar una prevención eficaz es que el virus aviar contagiado a humanos arroja falsos negativos en los análisis de laboratorio y parece hábil de “esconderse”. Esto supone no detectar a muchas personas infectadas y dejar sin control a enfermos portadores del virus que se podrían convertir en focos de contagio entre la población.
• Se ha afirmado que para mutar, dando lugar a una variedad transmisible de persona a persona, el virus de la gripe aviar debe coincidir con el de la gripe humana y combinarse con éste en un organismo infectado por los dos microbios. Pero es falso. El patógeno podría mutar a una variante contagiosa entre humanos sin necesidad de coincidir con ningún otro virus. El estudio genético de la gripe de 1918 indica que mutó saltando de las aves al hombre sin ayuda de ninguna cepa humana existente. Además, las vías de recombinación genética entre microbios son muy variadas y se han multiplicado gracias a la biotecnología.
• Los expertos han afirmado que hoy existe mayor seguridad por los medios sanitarios disponibles, olvidando los factores que agravan nuestra situación respecto al pasado: concentración de la población en grandes urbes, mucha mayor movilidad de personas y mercancías, aparición en los últimos años de graves infecciones con altos índices de mortalidad para las que no existe cura ni vacunas, etc.
• Aunque las autoridades afirmen que el virus no se contagia por comer carne de ave o huevos, esta posibilidad no puede excluirse, como reconoció la Agencia Europea para la Seguridad Alimentaria, aunque debió luego rebajar mucho su declaración debido a la presión del sector avícola. En Asia hay personas que enfermaron después de comer pollos infectados.
Para formarnos un cuadro de la situación actual y del futuro que nos espera resumimos a continuación algunos hechos documentados que permitirán al lector hacerse una idea de los riesgos sanitarios que le acechan.
• En las últimas décadas han aparecido centenares de enfermedades nuevas para muchas de las cuales no existe tratamiento, cura o vacuna, ni la posibilidad de control. Entre éstas destacan algunas muy graves: fiebres hemorrágicas como el Ebola (77% de mortalidad), víricas como el síndrome del hantavirus pulmonar (50% de mortalidad en EE. UU), numerosas neumonías atípicas como el SARS o la producida por la legionella pneumoniae, hepatitis C (cáncer de hígado y trastornos hepáticos), nuevas cepas de cólera epidémico, nuevo virus de la viruela del mono (mortal en humanos).
• Otras enfermedades infecciosas conocidas se han extendido a nuevas áreas geográficas (el cólera a América del Sur, la fiebre amarilla a Kenia, etc). El cambio climático, el turismo y el comercio favorecen la extensión a zonas del planeta en las cuales eran desconocidas.
• La resistencia a los antibióticos de muchos patógenos ha aumentado enormemente y convierte en muy graves enfermedades que hasta ahora se combatían con éxito. Entre los más resistentes figuran el enterococo (infecciones de tejidos blandos y aparato urinario); estafilococo (infecciones de piel, osteomielitis, envenenamiento de alimentos y otros trastornos); estreptococo (infecciones de garganta, oído medio, piel, heridas y gangrena); neumococo (aparato respiratorio).
En buena medida este aumento de la resistencia que amenaza devolvernos a la era anterior a los antibióticos se debe al uso masivo de los antimicrobianos en dosis subterapéuticas. Esto se hace para favorecer la rentabilidad de la cría intensiva en esas granjas tan seguras, relucientes e informatizadas, donde se hacinan, convertidos en sacos vivientes, sometidos a tormento permanente, en perpetuo estrés e inflados de antibióticos y hormonas esos mismos pollos, terneras y cerdos que le muestran en la televisión para que vea la excelencia del producto que cada día consumen usted y su familia. No es casual que se hable de productores de pollos o bovinos o porcinos y no de criadores. Estamos ante un modelo industrial y se replican animales en serie que inician sus existencias en una cinta transportadora y van pasando por distintas secciones que les hinchan a base de química. ¿Puede ser un alimento saludable esa carne torturada y atiborrada para conseguir el engorde más rápido posible?
Cuando alguien se atreve a desafiar la conspiración de silencio que impone una discreción “políticamente correcta”, el coro del sistema le descalifica por “alarmista” o “catastrofista”. Pero conviene recordar que los virus emergentes no son una amenaza, sino una realidad documentada y operativa ahora mismo. Otra cosa es que el silencio informativo que sigue a cada brote haga olvidar a la sociedad la existencia de las graves enfermedades que causan estos patógenos.
Nuestra cultura no quiere ver más allá de la televisión ni oír nada más allá del teléfono móvil. Ante todo desea que impere un optimismo expansivo que estimule el consumo y garantice la salud del mercado, más importante que la salud pública para quienes gestionan la aldea global. Así están las cosas.
Mientras algunos laboratorios aumentaban sus ventas en un 279% gracias a estos encargos, los políticos curaban en salud su imagen “haciendo todo lo que estaba a su alcance” con insuperable rapidez de reflejos.
Entre tanto los laboratorios refuerzan su propio marketing de imagen y hasta hicieron una demostración de su producto-estrella, publicando en Internet la secuencia completa del genoma del virus de la gripe de 1918. Los extremistas de todas las ideologías están sinceramente agradecidos con este gesto, que les ahorra mucho tiempo y esfuerzo. Ahora ya cuentan en la Red con un plano detallado de un virus temible.
Aquel patógeno de la gripe de 1918 mató entre 20 y 100 millones de humanos. El que se da por inminente ahora nadie sabe a cuántos matará. Las estimaciones que se han hecho públicas varían entre los 7,5 y 75 millones, avanzados por distintos portavoces de la OMS y la ONU, y los 180 a 360 millones calculados por los epidemiólogos consultados por National Geographic. En realidad nadie sabe nada. Lo único seguro es que pronto habrá una pandemia de gripe mortífera, como sucedió en 1918 y, con menor virulencia, en 1957 y en 1968. Hubo tres en el siglo XX y ya llevamos 40 años desde la última, por lo cual sería extraño que la próxima no apareciera en muy breve espacio de tiempo.
En estos casos, la primera víctima suele ser la verdad. Entre las informaciones “defectuosas”, medias verdades y ocultamientos detectados en las declaraciones de los políticos, autoridades sanitarias, científicos y comunicadores, destacan algunas muy significativas.
• Le aseguran que aún no se ha producido ningún contagio entre personas. Sin embargo, hay claras evidencias de que así ha ocurrido al menos en cuatro casos vietnamitas (un enfermero, un médico, un campesino probablemente contagiado por sus hermanas y un comerciante a quien su hermano pudo transmitir la enfermedad); en uno tailandés (de una niña enferma a su madre y tía que la cuidaban); y en un niño chino contagiado por su padre. Lo que no hubo fue “confirmación” oficial de esta vía de transmisión “por falta de información”. Al final sólo se fijan en la conciencia colectiva los mensajes con que se bombardea los destinatarios hasta el hartazgo, con el objetivo estratégico de fabricar una opinión “a la carta”. Este modus operandi permite garantizar la imposición del pensamiento único a la sociedad –la verdad oficial-, manteniendo una ilusión de “libertad de información”, tan inocua como exclusivamente formal. Estamos ante el mecanismo de censura más perfecto de la historia.
• Le han dicho que una vez aparecido el patógeno mutante la industria tardará pocos meses en desarrollar una vacuna. Pero no es verdad. Los científicos no saben cuánto les llevará este desarrollo, ¡si es que lo consiguen! (porque no es seguro). A esto debe sumarse la enorme capacidad de mutación del virus, que restaría eficacia a la vacuna y obligaría a desarrollar una nueva cada año. Si fuese tan fácil obtenerla, ¿por qué no se ha pasado hasta ahora de simples intentos experimentales cuando se dispone de afectados humanos desde 1997?
• Aunque siempre se menciona el virus H5N1, esta denominación de uno de los subtipos del virus (al menos se han identificado 15) encubre numerosas cepas, lo que complica el desarrollo de vacunas y tratamientos eficaces.
• Otra enorme dificultad añadida para desarrollar una prevención eficaz es que el virus aviar contagiado a humanos arroja falsos negativos en los análisis de laboratorio y parece hábil de “esconderse”. Esto supone no detectar a muchas personas infectadas y dejar sin control a enfermos portadores del virus que se podrían convertir en focos de contagio entre la población.
• Se ha afirmado que para mutar, dando lugar a una variedad transmisible de persona a persona, el virus de la gripe aviar debe coincidir con el de la gripe humana y combinarse con éste en un organismo infectado por los dos microbios. Pero es falso. El patógeno podría mutar a una variante contagiosa entre humanos sin necesidad de coincidir con ningún otro virus. El estudio genético de la gripe de 1918 indica que mutó saltando de las aves al hombre sin ayuda de ninguna cepa humana existente. Además, las vías de recombinación genética entre microbios son muy variadas y se han multiplicado gracias a la biotecnología.
• Los expertos han afirmado que hoy existe mayor seguridad por los medios sanitarios disponibles, olvidando los factores que agravan nuestra situación respecto al pasado: concentración de la población en grandes urbes, mucha mayor movilidad de personas y mercancías, aparición en los últimos años de graves infecciones con altos índices de mortalidad para las que no existe cura ni vacunas, etc.
• Aunque las autoridades afirmen que el virus no se contagia por comer carne de ave o huevos, esta posibilidad no puede excluirse, como reconoció la Agencia Europea para la Seguridad Alimentaria, aunque debió luego rebajar mucho su declaración debido a la presión del sector avícola. En Asia hay personas que enfermaron después de comer pollos infectados.
Para formarnos un cuadro de la situación actual y del futuro que nos espera resumimos a continuación algunos hechos documentados que permitirán al lector hacerse una idea de los riesgos sanitarios que le acechan.
• En las últimas décadas han aparecido centenares de enfermedades nuevas para muchas de las cuales no existe tratamiento, cura o vacuna, ni la posibilidad de control. Entre éstas destacan algunas muy graves: fiebres hemorrágicas como el Ebola (77% de mortalidad), víricas como el síndrome del hantavirus pulmonar (50% de mortalidad en EE. UU), numerosas neumonías atípicas como el SARS o la producida por la legionella pneumoniae, hepatitis C (cáncer de hígado y trastornos hepáticos), nuevas cepas de cólera epidémico, nuevo virus de la viruela del mono (mortal en humanos).
• Otras enfermedades infecciosas conocidas se han extendido a nuevas áreas geográficas (el cólera a América del Sur, la fiebre amarilla a Kenia, etc). El cambio climático, el turismo y el comercio favorecen la extensión a zonas del planeta en las cuales eran desconocidas.
• La resistencia a los antibióticos de muchos patógenos ha aumentado enormemente y convierte en muy graves enfermedades que hasta ahora se combatían con éxito. Entre los más resistentes figuran el enterococo (infecciones de tejidos blandos y aparato urinario); estafilococo (infecciones de piel, osteomielitis, envenenamiento de alimentos y otros trastornos); estreptococo (infecciones de garganta, oído medio, piel, heridas y gangrena); neumococo (aparato respiratorio).
En buena medida este aumento de la resistencia que amenaza devolvernos a la era anterior a los antibióticos se debe al uso masivo de los antimicrobianos en dosis subterapéuticas. Esto se hace para favorecer la rentabilidad de la cría intensiva en esas granjas tan seguras, relucientes e informatizadas, donde se hacinan, convertidos en sacos vivientes, sometidos a tormento permanente, en perpetuo estrés e inflados de antibióticos y hormonas esos mismos pollos, terneras y cerdos que le muestran en la televisión para que vea la excelencia del producto que cada día consumen usted y su familia. No es casual que se hable de productores de pollos o bovinos o porcinos y no de criadores. Estamos ante un modelo industrial y se replican animales en serie que inician sus existencias en una cinta transportadora y van pasando por distintas secciones que les hinchan a base de química. ¿Puede ser un alimento saludable esa carne torturada y atiborrada para conseguir el engorde más rápido posible?
Cuando alguien se atreve a desafiar la conspiración de silencio que impone una discreción “políticamente correcta”, el coro del sistema le descalifica por “alarmista” o “catastrofista”. Pero conviene recordar que los virus emergentes no son una amenaza, sino una realidad documentada y operativa ahora mismo. Otra cosa es que el silencio informativo que sigue a cada brote haga olvidar a la sociedad la existencia de las graves enfermedades que causan estos patógenos.
Nuestra cultura no quiere ver más allá de la televisión ni oír nada más allá del teléfono móvil. Ante todo desea que impere un optimismo expansivo que estimule el consumo y garantice la salud del mercado, más importante que la salud pública para quienes gestionan la aldea global. Así están las cosas.
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