Nuestra atención se posa en una columna de Nueva Delhi. A los pies de la Torre de la Victoria, imponente y majestuosa con sus 70 metros de altura, se hallan los restos de Qutb Minar y una mezquita que data de finales del XIII y pasa por ser el primer templo islámico erigido en territorio indio.
Es en el patio de la mezquita donde se encuentra nuestra columna. De unos siete metros y con un peso superior al de cinco toneladas, no parece demasiada cosa para la notoriedad alcanzada en el competitivo mundo de la arqueología. ¿Será su edad, más de 1600 años, lo que explique tal suceso?
Al fin y al cabo, ¿qué son 1600 años con los buenos milenios que portan a su espalda las pirámides de Egipto? La edad de la columna por sí sola no es motivo de admiración. Pero lo que causa verdadero asombro y notable perplejidad es una característica que no ha pasado desapercibida a ojos de los investigadores.
La columna es de hierro… y no se oxida. Se mantiene impecable, no como esos cuchillos de todo a cien en cuya hoja se lee Acero Inoxidable, y a los dos meses una inquietante sombra anaranjada empieza a cubrir su ya nunca más sonrisa “Profiden”. La columna no, la columna es otra cosa. Y claro, después de rascarnos la cabeza, nos preguntamos: ¿pero una aleación de la que resulte un acero inoxidable no era invento de nuestra época?
¿Cómo es que en la India del siglo V se tenía conocimiento de tal técnica? ¿Eran los herreros de allí discípulos aventajados del cojo Hefesto? Estas preguntas están en el candelero y, de manera incisiva, trascienden el mero caso de una columna aislada para desembocar en uno de los enigmas más fascinantes del universo del misterio.
Nos referimos a las tecnologías del pasado. Tendemos a ver la historia de una manera lineal, evolutiva y acumulativa. ¿Y si tal concepción fuese errónea? ¿Y si en el pasado distintas civilizaciones hubiesen llegado a conocimientos luego perdidos y que sólo de forma ardua y costosa nuestra cultura ha recuperado?
Es absolutamente cierto que la tecnociencia es un rasgo determinante e idiosincrático de nuestras sociedades. La revolución científica, primero, y la económica, después, coadyuvadas por una ulterior revolución industrial en parte dependiente de aquellas dos, acabaron dando lugar a una sociedad tecnológica, única en la historia por lo que sabemos.
Sin embargo, eso no quiere decir que, por otros caminos, las culturas del pasado no llegaron a unos conocimientos de los que nosotros solamente tuvimos noticia a través del desarrollo tecnológico. Unos conocimientos asociados a unas técnicas que permitirían la construcción, por ejemplo, de las pirámides. ¿O es que hay necesidad de recurrir a inteligencia extraterrestre cada vez que no comprendemos un hecho insólito de nuestra historia?
Es en el patio de la mezquita donde se encuentra nuestra columna. De unos siete metros y con un peso superior al de cinco toneladas, no parece demasiada cosa para la notoriedad alcanzada en el competitivo mundo de la arqueología. ¿Será su edad, más de 1600 años, lo que explique tal suceso?
Al fin y al cabo, ¿qué son 1600 años con los buenos milenios que portan a su espalda las pirámides de Egipto? La edad de la columna por sí sola no es motivo de admiración. Pero lo que causa verdadero asombro y notable perplejidad es una característica que no ha pasado desapercibida a ojos de los investigadores.
La columna es de hierro… y no se oxida. Se mantiene impecable, no como esos cuchillos de todo a cien en cuya hoja se lee Acero Inoxidable, y a los dos meses una inquietante sombra anaranjada empieza a cubrir su ya nunca más sonrisa “Profiden”. La columna no, la columna es otra cosa. Y claro, después de rascarnos la cabeza, nos preguntamos: ¿pero una aleación de la que resulte un acero inoxidable no era invento de nuestra época?
¿Cómo es que en la India del siglo V se tenía conocimiento de tal técnica? ¿Eran los herreros de allí discípulos aventajados del cojo Hefesto? Estas preguntas están en el candelero y, de manera incisiva, trascienden el mero caso de una columna aislada para desembocar en uno de los enigmas más fascinantes del universo del misterio.
Nos referimos a las tecnologías del pasado. Tendemos a ver la historia de una manera lineal, evolutiva y acumulativa. ¿Y si tal concepción fuese errónea? ¿Y si en el pasado distintas civilizaciones hubiesen llegado a conocimientos luego perdidos y que sólo de forma ardua y costosa nuestra cultura ha recuperado?
Es absolutamente cierto que la tecnociencia es un rasgo determinante e idiosincrático de nuestras sociedades. La revolución científica, primero, y la económica, después, coadyuvadas por una ulterior revolución industrial en parte dependiente de aquellas dos, acabaron dando lugar a una sociedad tecnológica, única en la historia por lo que sabemos.
Sin embargo, eso no quiere decir que, por otros caminos, las culturas del pasado no llegaron a unos conocimientos de los que nosotros solamente tuvimos noticia a través del desarrollo tecnológico. Unos conocimientos asociados a unas técnicas que permitirían la construcción, por ejemplo, de las pirámides. ¿O es que hay necesidad de recurrir a inteligencia extraterrestre cada vez que no comprendemos un hecho insólito de nuestra historia?
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