Cuando sus miradas se cruzaron, Elsie Cameron cayó rendida al amor de Norman Thorne. Con sólo 22 años, sus problemas depresivos le habían llevado a una vida ermitaña. Era poco atractiva para los hombres y además su carácter la hacía difícil de llevar, pero aquel invierno de 1920 la mirada de Norman la había enamorado.
Aquel joven de sólo 18 años, que sólo vivía para cuidar de sus gallinas en su granja, era sencillo y tímido. Jamás había estado con ninguna mujer y Elsie era su oportunidad de conocer los placeres carnales. Sí, porque sólo eso significaba ella para él. El deseo. La lujuria. Ella le ofrecía la oportunidad de un buen rato de sexo de vez en cuando, pero Elsie quería algo más. Con el tiempo apareció el fuerte carácter de la chica y aquella relación tan aparentemente sencilla y superficial poco a poco se fue complicando. Ella le pidió que se casaran, pero Norman no quería abandonar ni su granja ni sus gallinas. Aquel era su mundo, y si estaban tan bien no veía por qué habían de cambiar.
Desesperada, Elsie empezó a inventar historias y a forzar la situación presionando al chico. En una carta, ella le contó que estaba embarazada. No era cierto, por supuesto, pero la chica pensaba que aquello sería suficiente para que se casaran. En un pueblo como aquel y a principios de los años 20 nadie permitiría que Norman no se casara con ella estando embarazada. Sin embargo, la contestación del joven una vez más fue devastadora para ella. Le confesó que mantenía relaciones también con Elizabeth Coldicott, de quien se declaraba enamorado. El triángulo amoroso se completaba, mientras un triste destino se abatía sobre los protagonistas.
Desesperada por la posibilidad de perder un matrimonio que ella pensaba sería su única oportunidad de salir adelante, Elsie le perdonó sus infidelidades a Norman y le dijo que se iría a la granja a vivir con él hasta que llegara el momento de que él accediera a casarse con ella. Norman calló, pero en su rostro se dibujó el rictus de la ansiedad. Presionado por la arrolladora personalidad de Elsie, el pusilánime Norman calló.
El 5 de diciembre de 1924, Elsie Cameron cogió el tren en dirección a la granja avícola de Norman Thorne. Nunca más se supo de ella. Cuando el chico fue interrogado por la policía local, declaró que la había estado esperando pero que nunca había aparecido. Se buscó a Elsie por todos lados, se pensó que había sido secuestrada en el trayecto hasta la granja. El 8 de diciembre, el capitán A. Pearse, médium, hizo un dibujo en un folio estando en trance en el que se veía el rostro de la joven mecanógrafa. El médium indicó que la chica había sido asesinada. Poco después, un vecino declaró que había visto llegar a la joven a la granja aquel día 5 de diciembre.
Puesto el caso en manos de los más experimentados investigadores de Scotland Yard, volvieron a interrogar a Norman ante las nuevas pruebas. Sin inmutarse, el joven cambió su versión y dijo que sí, efectivamente, Elsie había llegado a su granja dispuesta a quedarse a vivir allí. Sin embargo, él la rechazó. Salió un momento, pero cuando volvió la encontró colgada de una viga. Se había suicidado, indicó, fríamente. Cuando le preguntaron por el cadáver, Norman Thorne dijo que nadie le creería lo ocurrido así que decidió que lo mejor era enterrarla cristianamente y callar lo sucedido. Sin embargo, la troceó, dejando solamente intacta la cabeza que guardó en una caja de galletas. Luego, todos los pedazos los enterró bajo su granja, entre el estrepitoso escándalo de las gallinas que corrían nerviosas.
La versión cayó por su propio peso. Cuando desenterraron los trozos y recompusieron el cuerpo, los forenses dictaminaron que ninguna cuerda había rodeado su cuello, y que la inflamación que presentaba en la garganta se había hecho con unas manos. Cuando tomaron pruebas de la viga donde supuestamente se había colgado, observaron que la misma tenía polvo acumulado desde hacía meses, por lo que era imposible que allí se hubiera anudado ninguna cuerda.
Tres meses después del asesinato, Norman Thorne fue juzgado. Era el 4 de marzo de 1925. La resolución fue rápida: el jurado lo declaró culpable del asesinato de Elsie Cameron. Apenas un mes después, Norman Thorne fue ejecutado.
Este crimen al que la prensa bautizó como “el asesinato de la granja avícola” se hizo famoso en su época en Londres, y sobre todo, en Sussex de donde eran los protagonistas de esta historia. De todo aquel truculento crimen queda el recuerdo de que en su última cena, Norman Thorne pidió para comer... gallina.