Lizzie Borden se hizo tan famosa en Massachusetts que compusieron incluso una cancioncilla con su “hazaña”.
“Lizzie Borden cogió un hacha y le dio cuarenta hachazos a su madre.
Cuando vio lo que había hecho, le dio cuarenta y uno a su padre”.
Lizbeth Borden, a quien conocían cariñosamente por el seudónimo de Lizzie, era una mujer de cuarenta años que vivía junto a su padre y hermana. Cuando la madre de Lizzie murió, su padre Andrew Borden contrajo matrimonio con Abby Durfree. Ambas hermanas odiaban profundamente a ésta mujer, hasta el punto de intentar no cruzarse con ella por la casa.
El padre era un hombre tacaño y trataba a sus hijas, sobre todo a Lizzie, como si fuese una niña pequeña. No consentía que hablará con extraños y tampoco que saliese sola por las calles.
El 4 de agosto de 1892, sobre las 11 de la mañana, Lizzie atemorizada descubre el cadáver de su padre. Éste se encontraba tumbado en el sofá del salón con la cabeza totalmente desfigurada, tenía once hachazos en el cráneo. Rápidamente llama la atención de la criada para mostrarle tal crueldad. Según cuenta la criada escuchó gritar a Lizzie desde abajo: “¡Bridget, rápido, baja! ¡Padre está muerto! ¡Alguien ha entrado y lo ha matado! Deben haberlo hecho mientras yo estaba en el establo”…
Al momento llamaron al médico forense y avisaron a la madrastra que se encontraba en sus aposentos. Pero la encontraron de rodillas en el suelo con 21 hachazos en la cabeza. Los indicios del cuerpo (estaba frío y con la sangre coagulada) daban a entender que llevaba muerta unas horas antes que Andrew Borden, el padre de Lizzie.
Cuando llegó la policía buscaron por la casa para encontrar pistas. Y hallaron en el sótano cuatro hachas y una azada. La azada estaba recién cubierta de cenizas, algo curioso.
Todo hacía sospechar de Lizzie, su carácter, que fuese la primera en descubrir el cadáver, el poco trato para su padre y el odio hacia su madrastra y sobre todo, que no tenía una coartada muy definida. El 11 de agosto fue detenida, aunque ella siempre mantuvo su inocencia en el caso.
Massachusetts se conmovió por completo con el asesinato y con Lizzie. Muchos creían en su inocencia y la prensa la describió como una heroína y mártir a la vez. Se convirtió en un ídolo para las masas del pueblo y su juicio fue uno de los acontecimientos más grandes en los medios de comunicación de aquella época.
Lizzie era la única persona que podía haber matado a sus padres, y 21 componentes del jurado lo creían así. Todas las pruebas apuntaban en su contra.
Incluso reconoció su escarceo amoroso durante años con una hermosa joven, Nancy O’Neill. Y una versión aseguraba que el padre descubrió tal relación de su hija con otra mujer, y Lizzie lo asesinó para seguir viéndose con su amada.
Gracias al pueblo se salvó de la pena de muerte y quedó en libertad. Durante los años restantes Lizzie vendió la propiedad de su padre y se compró una mansión más grande, en donde vivió sus últimos años.
Jamás se averiguó que ocurrió aquel día en la casa de los Borden. Y seguramente jamás se sabrá.
Lizzie fuese culpable o no, convivió con la etiqueta de asesina toda su vida. Además su familia la abandonó dejándola completamente sola.
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