lunes, 24 de octubre de 2011

La leyenda de Ys: Una ciudad bretona mitológica engullida por el océano

Las leyendas de la Bretaña francesa hablan de un rey noble y poderoso: Gradlon el Grande, monarca de Cornualles, fiel amigo de San Gwennole y afortunado poseedor de un caballo mágico capaz de galopar sobre el agua. El ciclo legendario que protagoniza culmina con el hundimiento de su capital bajo las olas.

Gradlon reinaba ―cuenta la leyenda― desde una ciudad magnífica llamada Ys, una inmensa villa de calzadas empedradas, soberbios muros y suntuosos palacios, rica en el comercio y el cultivo de las artes, a la cual un enorme dique protegía de las mareas altas, que de otra manera la sepultarían bajo el agua. Durante la pleamar los barcos entraban y salían de su puerto a través de una inmensa puerta de bronce, cuya llave de plata el rey portaba siempre al cuello colgada de una cadena.

Gradlon tenía una hija llamada Dahut que había nacido en alta mar, a bordo de la nave capitana del rey cuando este regresaba victorioso de guerrear contra lejanos países del norte. Su madre, la hermosa reina Malgven había fallecido durante el parto.

Dahut era una criatura extraña cuyo comportamiento hacía sufrir al rey. Por el día frecuentaba la soledad de los altos acantilados, en donde permanecía durante horas mirando ensimismada al horizonte; y por la noche llevaba una existencia disoluta en desenfrenadas fiestas regadas con vino, veladas hechas de olvido y negación que hacían murmurar a los súbditos de Ys. San Gwennole se había quejado amargamente al rey en diversas ocasiones, y le había advertido, empleando su más solemne tono profético, que Dahut causaría la ruina de Ys.

Un día llegó a la ciudad un extraño caballero, de piel pálida y los ojos azul oscuro, que se incorporó al grupillo de licenciosos cortesanos que compartían las bacanales de Dahut y terminó por conquistarla, obteniendo de ella la devoción más absoluta.

Durante una noche de vino y excesos, el caballero le susurró al oído:
―Si me amas como dices deberás demostrarme que es cierto.
―Dime los que deseas y te lo concederé. ―Respondió la doncella.
― ¡Quiero la llave de esa puerta que impide al mar coger lo que es suyo!

Dahut accedió. Entró en el dormitorio del rey y se acercó sigilosamente al lecho en el que este dormía, vestido aún con su manto púrpura, con el pelo blanco flotando sobre la almohada y la llave reposando sobre su pecho. Con mucho cuidado, le quitó la cadena de la que pendía la llave y abandonó la habitación.

Cuando se la entregó a su amado, este salió corriendo calle abajo dando grandes brincos. Al poco, la gran puerta de bronce estaba abierta y el mar irrumpía rugiendo en la ciudad mientras sus calles se sumían en el caos.
Un criado despertó al rey:
― ¡Señor! ¡Rápido, a los caballos! ¡La ciudad está perdida! ¡Han liberado al mar de sus cadenas!

Gradlon llegó a las caballerizas a tiempo de montar en su mágico corcel Morbarch y salir al galope a través de las calles de Ys. Por el camino, encuentra a su hija, y, sin detenerse, la sube a la grupa del caballo. El agua les alcanza, pero Morbarch, tras elevarse en un ágil salto, comienza a trepar por las olas. Al poco avanzan ya sobre el mar abierto en dirección a tierra firme, cada vez más cerca de ella. Sin embargo, es demasiado peso para el corcel y sus patas comienzan a hundirse en el agua. El rey oye entonces una voz tronar a sus espaldas:
―Arroja al mar a la criatura maldita que se aferra a tus hombros.

En ese momento, Dahut resbala de la grupa del caballo y se hunde en el agua con un alarido. La leyenda dice que la muchacha se convirtió en sirena, y desde entonces ha sido vista por los pescadores “peinando sus cabellos rubios como el oro al sol de mediodía, en la orilla del agua”, mientras canta de forma lastimera.

Gradlon logró llegar a tierra, y estableció una nueva capital para su reino en la localidad de Quimper, en donde una estatua ecuestre colocada entre dos torres de la catedral todavía lo recuerda, pero los poetas no nos cuentan nada sobre esta parte de su reinado.

Existe una tradición poco conocida según la cual algunas noches se oye el salvaje galopar de Morbarch en los valles de alrededor; y también otra, mucho más célebre, que afirma que desde los barcos que navegan por la bahía de Douarnenez se escucha en ocasiones, atenuado por el agua, el lúgubre repicar de las campanas de Ys.

De leyenda de Ys hay ligeras variantes según la versión. El nombre de la ciudad aparece en ocasiones como Is o Ker-is, y mientras que para algunos debe su existencia a un capricho de Dahut al que Gradlon no supo negarse, para otros su fundación procede de una época mucho anterior en la cual el nivel del mar estaba más bajo.

Asimismo, varía el papel del amante de Dahut (llamada también Ahes). Unas veces es un mero comparsa de la princesa, sin que tenga nada que ver en la apertura de las puertas de bronce (en ocasiones accidental, incluso); otras se le describe con rasgos que insinúan una naturaleza demoníaca, lo que junto a una mayor presencia de San Gwennole convierten la historia en una fabula religiosa al estilo de Sodoma y Gomorra. Nosotros hemos considerado que su auténtico mensaje trata acerca de la imposibilidad de derrotar siempre a las fuerzas de la Naturaleza. En la leyenda, tanto Ys como, a su manera, Dahut pertenecen al mar, y al final ambas regresan a él.

Las leyendas sobre la sumersión de ciudades están presentes en todos los países de herencia celta. Gales e Irlanda cuentan con historias bastante similares localizadas, respectivamente, en la bahía de Cardigan y en Lough Neagh. En ambos casos la causante de la catástrofe es una mujer que después se convierte en sirena, aunque aquí se trata del desbordamiento de un pozo y no de la apertura de un dique. El reino perdido de Lyonesse, situado supuestamente en el extremo de Cornwall (Inglaterra), sí es tragado también por el mar, y de él escapa en el último momento el caballero Trevilian perseguido por las olas, al igual que Gradlon.

Y, por supuesto, fuera ya del ámbito céltico, la leyenda de Ys recuerda a la de la Atlántida, hundida por los dioses, cuenta Platón, como castigo a la soberbia de sus habitantes.

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