miércoles, 30 de noviembre de 2011

Mary Resurrection: El fantasma del cementerio

Chicago es, para cualquiera, simplemente una ciudad de Estados Unidos; sin embargo, desde hace años una leyenda se hace presente en cualquier charla esotérica o en las calles abandonadas cercanas al cementerio Resurrección: se trata ni más ni menos que de el fantasma de “María Resurrección”, una joven que en el año 1930 murió en un accidente de tráfico en la Av. Archer, muy cercana al cementerio que hoy en día es conocido por su propio nombre.

El fantasma de María Resurrección es tan famoso como Chicago misma, debido quizás a la docena de testigos que afirman haber visto a Mary por las inmediaciones del cementerio. Una de las primeras historias sobre el espectro de la joven fue contada por el propio cuidador de este cementerio.

Arthur Bonelly tenía para ese entonces 67 años y cuidaba el cementerio de la Av. Archer desde hacía veinte. Una noche decide dar un paseo por el lugar cuando de pronto sintió ruidos cerca de la tumba de Mary Resurrection. Al llegar al lugar encontró la tumba de la joven totalmente revuelta y el cajón a un costado de la misma. En ese mismo momento llamó a las autoridades del cementerio para denunciar el hecho y volver a enterrar el cajón, pero nadie lo atendía.

Pasó la noche y Arthur decidió hacer el trabajo solo, logrando después de varias horas terminar con el nuevo entierro. A la mañana siguiente habló por fin con las autoridades del cementerio, quienes deciden desenterrar nuevamente el cajón para corroborar que estaba todo bien. Cuando lo hace descubren que los restos de Mary no estaban. Después de algunos meses de investigación cesó la búsqueda sin éxito.

Pero Arthur Bonelly permaneció internado en el un centro psiquiátrico durante un tiempo. Los enfermeros del lugar cuentan que había perdido casi por completo la capacidad de habla pero que, sin embargo pasaba el tiempo jugando solo, pero con alguien al que él llamaba “Mary”.

Otra de las historias que nos llegan de manos de los lugareños es la del taxista de la Av. Archer, quien en 1979 paseaba por las calles de la misma cuando de repente lo frena una joven vestida de gala que se encontraba en la puerta de un salón de bodas. El taxista la levanta y decide llevarla a donde ella quiera sin cobrarle nada. A partir de allí la joven le indica al taxista que siga camino por Archer y unos minutos más tarde le pide al taxista que pare el automóvil. Justo en ese momento el taxi estaciona frente al cementerio Archer: cuando el conductor se dirige a la joven para saludarla, ésta desparece sin explicación alguna.

Hoy en día puedes visitar el cementerio de la Av. Archer y conocer la tumba de Mary Resurrection. Eso si, recuerda que sus restos pasean por las calles aledañas el cementerio…como dice el dicho popular: “el que avisa, no traiciona”.

martes, 29 de noviembre de 2011

La leyenda de Verónica: Oráculo del espejo

La leyenda de Verónica es una de las leyendas urbanas más populares en el mundo. Existen muchísimas variantes de su historia, pero todas parten de un punto común: el miedo a los espíritus. Su origen se remonta a la década de los setenta, y, a pesar de no existir Internet, se difundió por todo el mundo.

Algunos cuentan que Verónica fue una joven que desafió a los espíritus “jugando” a la Ouija, lo que provocó que una silla le golpeara mortalmente la cabeza; otros dicen que fue unas tijeras; también existe la versión de que un espíritu la empujó contra un espejo...

Independientemente de cómo fuera su muerte, la joven queda atrapada en una dimensión entre la vida y la muerte, y a la mínima invocación aparece de forma violenta. Muchos utilizan espejos, tijeras, biblias o velas para solicitar su presencia. La intención, en la mayoría de las ocasiones, es para conocer la fecha exacta de la muerte del convocante, aunque también hay otras motivaciones para llamarla.

El ritual más popular es el del espejo. Preferentemente a medianoche, se colocan tres velas frente a un espejo, unas tijeras abiertas y se pronuncia tres veces el nombre de Verónica. A continuación, se exhala vaho en el espejo y ahí se verá reflejada la fecha de tu muerte. También dicen que ella se aparece y te arrastra al Infierno, o bien te dice ella personalmente cuándo vas morir...

Por supuesto, la leyenda de Verónica ha sido muchas veces llevada a prueba por intrépidos jóvenes ávidos de saber si es cierto que el espíritu de la joven se aparece. Los hay que afirman que muchos de los desaparecidos y desaparecidas del mundo son esos aventureros del “más allá” que tuvieron la mala fortuna de ser atrapados por este maligno espíritu.

Algunos expertos dicen que en realidad no es una leyenda urbana, sino una variante de la Ouija, un método de invocar a los espíritus. De ahí que muchos lo denominen “El oráculo de Verónica”, cuya historia difiere mucho del sinfín de leyendas que existen en torno a este nombre. Lo único que está claro es que tiene algo que ver con el Más Allá. No se debe jugar con lo que no se conoce, es la lectura que se saca en claro del nombre de Verónica.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Kuchisake-onna: La mujer con la boca cortada

Si la mitología japonesa es rica en leyendas y seres extraños, la ciudad de Tokio se podría considerar como fuente y origen de muchas de ellas. Quien visita este lugar puede encontrar numerosas historias y leyendas urbanas que hacen referencia al folclore típico de la zona. Narraciones que muchas veces han perdurado en el tiempo con el único fin de asustar a niños y turistas. Narraciones, por otro lado, que no dejan de producir escalofríos a todo aquel que las escucha.

Es el caso de Kuchisake-onna la mujer con la boca cortada, una aterradora leyenda que a día de hoy sigue generando pánico entre los jóvenes de la ciudad.

Cuenta la leyenda que hace muchos años una bellísima mujer contrajo matrimonio con un destacado y respetable samurái. Al parecer la mujer era tan hermosa como promiscua, y es que además de contar con numerosos pretendientes que la seguían cortejando a pesar de su matrimonio, ella misma sucumbía a los placeres de la carne con muchos de ellos.

Su marido que al principio desconocía las prácticas extramatrimoniales de su joven esposa se enteró un día de todos los episodios de adulterio que había cometido. Según cuenta la leyenda, el samurái entro en un estado de cólera increíble y se dirigió hacia su mujer cortándole la boca de lado a lado mientras le gritaba “¿Crees que eres hermosa?”. Una vez hubo terminado de rajar completamente la boca de la joven terminó la faena diciéndole “¿Quién pensará que eres hermosa ahora?” cabe destacar que la mujer con la boca cortada falleció dejando a su marido con la eterna culpa de su muerte.

Se dice que a partir de ese momento la mujer regresó al mundo terrenal convertida en un yokai (espíritu demoníaco) y que vagaba por las calles de Tokio buscando venganza entre todo aquel hombre al que se encontrara. La leyenda asegura que es posible encontrar a este espíritu andando por las calles de la ciudad con una mascarilla quirúrgica en la boca (algo que no sorprende teniendo en cuenta las costumbres sanitarias de los japoneses).

Cuando el espíritu se cruza con algún joven simplemente se detiene frente a él y le pregunta “¿Soy hermosa?”. Si dices que sí la mujer se arrancará la máscara y te preguntará “¿Y ahora?”, en ese momento sus víctimas gritarán despavoridas y esta las asesinará cortándoles la cabeza al interpretar en sus alaridos un claro no. Si la segunda vez que pregunta la respuesta es sí dará exactamente igual, ya que el espíritu reaccionará realizando el mismo corte en su víctima para que experimente su dolor.

Como se puede ver es bastante difícil escapar de la ira de este espectro. Aunque es cierto que la leyenda cuenta que existen ciertas formas de evitar su venganza. Si la persona asediada da una contestación lo suficientemente ambigua para que Kuchisake-onna se quede pensativa pensando en el significado de la respuesta, seguramente tendrá tiempo de escapar y correr lo suficiente para huir de sus tijeras. También se dice que si ante la primera pregunta la victima responde un educado “lo siento, tengo mucha prisa” el espectro la dejará marchar haciendo uso de los buenos modales de la cultura japonesa.

viernes, 25 de noviembre de 2011

La leyenda de Gara y Jonay

Cuenta la leyenda que en la Gomera existían, entonces, siete chorros de los que emanaba agua mágica y cuyo origen nadie conocía. Estos siete chorros, aparte de regalar virtudes a quienes de ellos bebían, podían revelar, al mirar en sus aguas, si el amor estaba por llegar. Si el agua era clara, el amor se hallaba en camino, pero si se enturbiaba, poco o nada debía esperarse.

Ocurrió un año que, aproximándose ya las fiestas de Beñesmén un grupo de jóvenes gomeras casaderas acudieron a los conocidos como Chorros de Epina, para juntar agua de cada uno de ellos en un pequeño estanque, y mirarse luego en él. Entre ellas se encontraba Gara, princesa de Agulo, que esperaba ansiosa el momento de descubrir lo que le deparaba el destino, Entre risas, se acercó y reflejó su bello rostro sobre el mágico elemento. Al principio le devolvió una imagen tranquila y perfecta, pero luego, ante su sorpresa, surgieron sombras y la silueta comenzó a agitarse, apareciendo, de pronto, en medio de todo, un sol abrasador que borró todo movimiento....

Gerián, el sabio del lugar y encargado de interpretar los símbolos mágicos, hizo a la dulce Gara una advertencia:
-Lo que ha de suceder ocurrirá. Huye del fuego, Gara, o el fuego habrá de consumirte”.

Gara guardó silencio, intentando ocultar sus temores y no dándole importancia, pero el extraño presagio corrió de boca en boca, llegando a todos los que la conocía...

Ya en las vísperas de las fiestas de Beñesmén, llegaron de Tenerife, la isla vecina, los Menceyes, acompañados por familiares y otros nobles. Entre ellos se encontraba el Mencey de Adeje, que venía con su hijo Jonay, joven fuerte y diestro en cualquier competición. Desde el primer momento en que lo vio, Gara no pudo dejar de observarlo, y en cuanto sus miradas se encontraron, el amor los atrapó sin remedio.

Poco después, y aún en fiestas, como era costumbre, su compromiso se hizo público. Pero he aquí que en cuanto se empezó a propagar la feliz noticia, El Teide, también conocido como Echeyde (infierno), majestuoso volcán tinerfeño, empezó a escupir lava y fuego por su cráter, con tanta fuerza que, incluso desde la Gomera, el espectáculo era aterrador. Entonces recordaron el presagio dado a la inocente Gara y aquel comenzó a tomar forma:
Gara, princesa de Agulo, el lugar del agua; Jonay, puro fuego, procedente de la Isla del Infierno...”

Aquel amor era, pues, imposible. Grandes males amenazaban a aquellas gentes si los jóvenes amantes no se separaban. No cabía opción y las propias familias de ambos se encargaron del resto. Rota la unión, el volcán recuperó la calma, y concluidas las fiestas, regresaron a Tenerife los vecinos tinerfeños... Más uno se fue con el alma vacía y el pecho quebrado...
Cuentan que Jonay, desesperado, se lanzó al mar en medio de la noche, para nadar hasta la playa de su amada. Dos vejigas de animal infladas atadas en la cintura le ayudaban a flotar cuando las fuerzas se le agotaban. Larga fue la travesía y ya con las primeras luces del alba llegó a su destino. Furtivamente fue en busca de su amada, y, al encontrarse, se abrazaron apasionadamente. Pasados unos momentos, decidieron escapar por los bosques gomeros y en conocido como “El Cedro”, se entregaron a la pasión y al amor.

Pero el padre de Gara, enterado de la huida de su hija, no tardó en salir furioso en su busca. Reunió un numeroso grupo de hombres y no tardaron en encontrarlos. Los hallaron fundidos, amándose, y cuando los jóvenes se percataron de su presencia, buscaron lo que creyeron la única salida posible..... Una implacable vara de cedro afilada, colocada entre ellos, uniendo sus corazones, fue su aliado mortal.

Mirándose a los ojos, prometiéndose amor eterno, se apretaron el uno contra el otro, traspasándose y dejándolos unidos para siempre.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La papisa Juana: Secretos en la iglesia

Corre el año 857 y los ciudadanos de Roma ovacionan al Papa Juan VIII mientras este desfila en procesión desde la basílica de San Pedro hasta su residencia, hasta el palacio Laterano. Al pasar por un estrecho callejón, el Papa tropieza y cae. Todos acuden a socorrerle pero he aquí la sorpresa: el Santo Padre resulta ser una mujer que se ha puesto de parto y que, allí mismo, va a traer al mundo a su hijo.

Horrorizados, escandalizados y furiosos, los seguidores, devotos hasta la obsesión, rodean a la indefensa parturienta, la atrapan, la llevan fuera de la ciudad y, allí, la apedrean hasta matarla.

Esta es una leyenda que aun no ha podido ser verificada, pero que sí que fue muy popular durante el siglo XIII y posteriores. Si nos vamos hasta sus orígenes, encontramos la historia de Juana, hija de unos misioneros que vivían en Mainz, Alemania, allá por el año 818.

Se cuenta que Juana se enamoró siendo muy joven, sólo tenía 12 años, de un monje y para seguirlo se hizo pasar por hombre e ingresó en el mismo monasterio que su amado. Haciéndose llamar Juan Anglicus, oraba de día y amaba de noche.

Pero fueron descubiertos y ambos tuvieron que escapar. En algún punto del camino, el objeto de deseo de Juana se evaporó y ella continuó sola hacia Roma con su atuendo masculino. Allí trabajó como maestro y destacó notablemente en la sociedad romana de la época. Reconocido su talento y elocuencia natural por los mismos cardenales, al morir el Papa León IV en 855, Juan, que así la conocían, fue elegida como su sucesor. Así, llegó a ser conocida como Juan VIII.

Pero quedó embarazada de su sirviente más personal y esto la llevó al desastre. Tras el parto público y tan desgraciado final, se nombró un nuevo Papa, Benedicto III. Además, se le puso a éste como fecha de su nombramiento el año 855, y así se borró de un plumazo la existencia de Juana en el Papado. Años después, hubo otro Papa Juan, pero no se le puso Juan IX, sino Juan VIII.

Aunque existen referencias históricas, eso si, nada concluyentes, y se han encontrado vestigios de su posible existencia en estatuas y otras obras de arte, lo cierto es que los historiadores no se ponen de acuerdo. Por ejemplo, durante más de dos siglos hubo en la Catedral de Siena, Italia, una estatua llamada “Papa Juan VIII, una mujer inglesa”, y que estaba situado entre los bustos de distintos Papas. Y allí estuvo hasta que el también Papa Clemente VIII lo renombró como “Papa Zacarías”.

martes, 22 de noviembre de 2011

Ponce de León y la Fuente de la Eterna Juventud: Busqueda obsesionada por la inmortalidad

Juan Ponce de León aún no había cumplido 40 años cuando escuchó hablar por primera vez a los indios del Caribe acerca de una isla, llamada Bímini, en cuyas tierras brotaba un maravilloso manantial que convertía a los viejos en jóvenes. Las historias sobre una fuente con tal propiedad no eran nuevas, circulaban por Europa ya desde tiempos de Herodoto, pero para el hidalgo escucharlas en boca de los indígenas americanos supuso una confirmación de su autenticidad. A fin de cuentas, la mayoría de las leyendas sobre esa fuente la situaban en el Oriente, que era precisamente a donde creía haber llegado Cristóbal Colón. Una sola idea obsesionará a Ponce de León desde aquel momento: encontrar la Fuente de la Eterna Juventud.

Ponce de León había nacido aproximadamente en 1470, en la ciudad de Valladolid. Hidalgo bastado y pobre, no le quedó mejor opción que embarcar en busca de fortuna rumbo a América, a donde llegó en 1502, formando parte de la flota del gobernador Nicolás de Ovando. Tras participar en la dominación de la Española (Santo Domingo) y conquistar la isla de San Juan (actual Puerto Rico), obtuvo el poder económico y el prestigio suficientes como para consagrarse a su obsesión.

En 1512 consigue el permiso del rey para buscar la isla de Bímini y su fuente. La expedición parte en febrero de 1513 con tres navíos y avista tierra el 3 de marzo. Ponce cree en un principio haber llegado a Bímini, a la que rebautiza como Florida, hasta darse cuenta finalmente de que no ha descubierto una isla sino una península perteneciente a un territorio más amplio. Para entonces ya no quedará río, arroyo, manantial o pantano de todo Florida en el que no se haya bañado, sin experimentar nunca los efectos milagrosos que vaticinaba la leyenda. En febrero de 1514, la expedición regresa desilusionada a San Juan.

A pesar del fracaso, Ponce seguía convencido de que la isla de Bímini se encontraba en algún lugar del mar Caribe. Vuelve a España, y en la corte insiste acerca de esa fuente de la juventud, consiguiendo que el rey lo nombre Adelantado de Bímini y Florida. En 1515 parte de Sevilla con tres naves, que se disgregan más llegar a San Juan. El adelantado no puede mantenerlas bajo sus órdenes: su prestigio, muy debilitado ya por las burlas de los que le acusaban de perseguir quimeras, se ha desvaneció por completo debido a un error durante una escaramuza contra los indios que causó varias bajas en su flota.

En 1521, tras unos años de pleitos, procesos y desgracias personales, Ponce vuelve a partir en busca de la mítica fuente. Toma tierra con su gente y construye un poblado, pero este es atacado por los nativos. Muchos de sus hombres mueren y él mismo recibe una herida de flecha que, a pesar de permitirle regresar vivo a Cuba, al final le acabará causando la muerte. Cuando esto sucede tiene apenas 51 años.

Puede que lo más llamativo de la historia de Ponce de León sea su edad. En la época de su primera expedición tiene aproximadamente 43 años, los cuales parecen pocos como para obsesionarse de tal manera por rejuvenecer. Cierto que el desgaste de los habitantes del siglo XVI era mayor que el de los del XXI, pero incluso entonces 43 constituían sin duda una edad aún lejos de la senectud. De hecho, desde el punto de vista de un anciano, con esos años se es todavía joven. Por cierto, ¿y si este fuera el punto de vista de los informadores indígenas de Ponce? Soñemos: ¿y si la Fuente de la Eterna Juventud existía de verdad y se contaba entre las decenas y decenas de manantiales, ríos y pantanos en los que se bañó, sólo que él no se dio cuenta porque aún era joven?

Paradojas aparte, lo cierto es que Ponce de León consumió los últimos 8 años de su vida en busca de una leyenda. Sin embargo, a pesar de que para sus contemporáneos fue un ingenuo que arruinó su vida por creer en las historias de los indios, su nombre pasó a la Historia como el del primer occidental en descubrir y explorar Florida.

lunes, 21 de noviembre de 2011

La leyenda de Sweeney Todd: Un oscuro barbero a quien nadie conocía realmente

Es curioso que haya misterios o leyendas en la Historia que sólo se hacen conocidos cuando son llevados al cine. De la mano de Tim Burton, y con la genial interpretación de Johnny Depp ahora nos llega al cine una nueva adaptación de Sweeney Todd. Sí, pero, ¿cuál es su verdadera historia? ¿Dónde comenzó su leyenda? ¿Fue un personaje real o ficticio?

Cuenta la leyenda que existió en Londres un oscuro barbero a quien nadie conocía realmente. Oculto en las sempiternas brumas de la Londres del siglo XIX, Benjamín Barker llegó al puerto de la ciudad inglesa tran quince años arrestado por un crimen que no cometió. “No hay otro lugar como Londres para ocultarse“, pensaba, mientras sus pasos se encaminaban al encuentro de su antigua amada esposa Lucy, íntimo y secreto deseo del juez que lo encarceló en extrañas circunstancias, y de su hija Johanna. Pero su dolor y su tragedia no quedaron enterrados con aquellos quince años de penurias presidiarias, pues Lucy, su amada Lucy, se había suicidado poco después de ser apresado, mientras su hija, su niña Johanna, se encontraba bajo la custodia de aquel terrible juez.

Como si de un gótico Conde de Montecristo se tratara, Benjamín Barker, ahora Sweeney Todd, perjeñó su venganza. La rudeza de aquellos años falto de libertad y el dolor de una muerte tan cercana no hizo sino alimentar los odios contra quienes le habían destrozado la vida. Y así, resuelto a que la justicia no fuera de Dios, sino de su propia mano, alquiló la vivienda donde había compartido sus años más felices con su esposa fallecida y su hija, ahora en manos de una ruda mujer, dueña de una pastelería.

Entre engaños y timos, el enloquecido Sweeney Todd ultima su cruel y sangrienta venganza. Instala una barbería, y desde allí comienza su particular carnicería...

Al menos, ésta es la historia que nos venden en la película de Tim Burton. Pero, ¿es cierta? Realmente de aquella historia de este siniestro personaje no se tiene ninguna constancia fehaciente. Tan sólo aquellas primeras referencias que se hicieron a su figura en el año 1846 en la revista "The people´s periodical" en un relato titulado "The String of Pearls: A Romance" en que ya se mencionaba a un personaje de corte parecido. A partir de aquella primera alocución la leyenda de Sweeney Todd no hizo sino engordar. Pero de todas las teorías e historias que se contaron durante dos siglos, y de las que tan habituados están en su tierra natal, el Reino Unido, siempre se podía sacar un hecho común: siempre se trataba de un barbero, siempre usaba una navaja de afeitar para matar y que su cómplice, la dueña de la pastelería que le alquiló el local, se quedaba con sus víctimas, las cuales desaparecían misteriosamente.

Fueron ingredientes suficientes para que la historia se volviera truculenta. Versiones ha habido y habrá, mientras exista la imaginación humana, muchas más de las que de momento ya se han llevado al cine. Porque se ha especulado con el destino final de las víctimas, aunque según la teoría más apoyada es que éstas acababan como ingredientes de los famosos y sabrosos pasteles de carne de la cómplice de Sweeney Todd.

También se especula con el final de aquel barbero loco, pues según algunos, que incluso se atreven a poner fecha a su final, dicen que Sweeney Todd finalmente fue arrestado en el Old Bailey, juzgado y ahorcado en enero del año 1802 en la localidad de Tyburn, pero tampoco hay documento oficial que confirme aquella detención y juicio. Otro dicen que una vez fue descubierto logró huir a Escocia y que actualmente se encuentra enterrado en el cementerio local de Forres.

¿Quién sabe? Una leyenda más, como otras tantas muchas que existen en Inglaterra, Escocia o Gales, países tan aficionados a los misterios. Una cosa sí me atrevería a afirmar. Probablemente, ahora la calle Fleet se incluya en uno de esos fantasmagóricos recorridos turísticos que se hacen por los lugares de Londres donde se han producido los crímenes conocidos.

viernes, 18 de noviembre de 2011

El Golem: Un ser animado fabricado a partir de materia inanimada

El Golem es un ser artificial modelado en barro y animado mágicamente por una palabra secreta perteneciente al ámbito de la Cábala. La leyenda por excelencia acerca del Golem lo relaciona con el rabino Yehuda Löw ben Becalel, que vivió en Praga a mediados del siglo XVI.

Yehuda Löw era el hombre más sabio de todo el barrio judío de Praga. Como buen rabino conocía a la perfección el Talmud; pero dominaba también la Cábala, las Matemáticas y la Astronomía. Según cuenta la leyenda, poseía además grandes conocimientos mágicos, motivo por el cual el emperador Rodolfo II le apreciaba mucho.

Un día, tal vez para probar los límites de su propio poder, el rabino Löw creó un servidor golem. Lo moldeó en arcilla con esmero, y, para darle vida, introdujo en su boca un trozo de pergamino con el nombre secreto de Dios grabado. En ese momento el Golem abrió los ojos y movió lentamente sus extremidades.

El pétreo ser creado por el rabino tenía una fuerza inigualable, pero no poseía la capacidad de hablar y se comportaba más como un autómata que como un ser vivo. No comía, bebía ni dormía, pero realizaba duras tareas sin cansarse y obedecía todas las órdenes de su creador. Si alguien le hubiese preguntado al rabino Löw si el Golem tenía alma, tras meditar largo rato, habría respondido inquieto que probablemente no.

Antes de cada sabbat, día de descanso obligado para los judíos, el rabino quitaba al Golem el pergamino de la boca, devolviéndole a su inmovilidad original, estado que no abandonaba hasta que se realizaba la operación inversa.

Pero un día el rabino Löw olvidó extraer el pergamino de boca del Golem antes de dirigirse a la sinagoga para oficiar el sabbat. Cuando ya se disponía a iniciar la ceremonia, aparecieron varios de sus vecinos, aterrorizados porque el Golem había enfurecido y destrozaba todo lo que caía en sus manos.

Yehuda Löw corrió a través de los estrechos callejones de la judería en dirección a su casa. Al llegar encontró todas sus pertenencias tiradas por el suelo: su mesa de trabajo estaba partida por la mitad, y las estanterías volcadas; preciosos recipientes de cristal habían sido rotos en mil pedazos y los antiquísimos libros de su biblioteca carecían ahora de la mayor parte de sus hojas… El desorden del interior de la casa resultaba pavoroso, pero lo peor aguardaba al rabino en el patio de atrás. Sobre la hierba yacían muertos sus queridos animales, todos asesinados por el Golem, que todavía estaba allí y en aquel momento se disponía a arrancar uno de los árboles del patio.

El rabino Löw se acercó al Golem y le miró fijamente a los ojos. La criatura quedó inmóvil, como hipnotizada por la fuerte mirada del rabino, momento que este aprovechó para extraer el pergamino mágico de la boca de la criatura. El Golem cayó entonces al suelo, convertido otra vez en una inerte estatua de arcilla.

Nunca más volvió el rabino a animar la figura de arcilla. Según la leyenda, esta fue guardada en el desván de la sinagoga Viejo-Nueva de Praga. Y allí sigue todavía, y puede ser devuelto a la vida de nuevo si es necesario.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Annie Mae Patterson: La Bruja Blanca de Rose Hall

El desafortunado John Palmer conoció a Annie Mae Patterson en 1820. Poco podía imaginar que tras casarse con ella, convirtiéndola en la señora de Rose Hall, su joven esposa le acuchillaría hasta matarlo. A John Palmer le sucedieron otros dos maridos; el segundo fue envenenado, el tercero, estrangulado. Siguiendo las órdenes de Annie, algunos esclavos sacaron los cadáveres a través de secretos pasadizos subterráneos y los enterraron bajo la arena blanca de la playa. La dama achacó las tres muertes a la fiebre amarilla, sin que tal coincidencia extrañase al resto de terratenientes de Montego Bay. Tal vez no sospecharon nada, o tal vez prefirieron no hacer preguntas cuya respuesta sabían incómoda.

Dentro de su plantación de Rose Hall, Annie Palmer tenía poder absoluto, y lo utilizaba de forma arbitraria, cruel y sangrienta. En la mazmorra situada en los sótanos de la mansión torturaba a los esclavos indisciplinados con total impunidad. Cuando sentía la llamada de la carne, bajaba hasta los barracones en que vivían sus esclavos a escoger un compañero de alcoba. En cuanto se cansaba de él, el pobre diablo era ejecutado sin contemplaciones.

A pesar de todo, pocos intentaban escapar de Rose Hall: grandes cepos escondidos a lo largo del perímetro de la plantación disuadían a los hipotéticos prófugos; y algunas noches las propia Annie salía a caballo a perseguir a los que no cumplían el toque de queda. Las presas de la amazona eran encadenadas, marcadas a fuego y devueltas a su barracón.

La plantación de Rose Hall comprendía más de 300 km², y contaba con 2000 esclavos. Todas las plantaciones coloniales jamaicanas consistían en vastos territorios dominados por una gran mansión construida de tal manera que resultase visible desde muchos kilómetros a la redonda. El propietario de la plantación era como un señor feudal, y la mansión, su castillo. La jerarquía separaba a una mayoría explotada de la minoría explotadora, dando lugar a sistema social sostenido por el miedo, algo que Annie Palmer sabía cultivar muy bien.

Annie infundía en los esclavos un temor que iba mucho más allá de lo físico; podía infligir un daño peor que la laceración del látigo y el dolor punzante del cuchillo. Annie Palmer, la refinada señorita blanca, había aprendido en Haití los secretos del vudú, convirtiéndose en una poderosa hechicera. Utilizaba su magia contra todo aquel que se interpusiera en su camino, bien fuese una rival en amores o algún vecino molesto, y cuentan que llegó a sacrificar niños para usar sus huesos en rituales. Ningún bokor, mambo u hougan igualaba en poder a Annie Palmer.

Aunque el reino del terror que había establecido en Rose Hall parecía invulnerable, se avecinaban cambios importantes que iban a afectar a la base de la sociedad colonial jamaicana. El parlamento británico votó a favor de abolir la esclavitud. Los terratenientes de Jamaica retrasaron todo lo que pudieron la aplicación de las nuevas leyes, pero esto generó una gran tensión con la población negra que en 1830 estalló en violentas revueltas a lo largo de toda la isla.

La rebelión llegó también a Rose Hall. Al fin la ira fue más fuerte que el miedo: una partida de insurrectos entró en la mansión, subió las grandes escaleras e irrumpió en la habitación de Annie Palmer. Tras matar a la Bruja Blanca, desfiguraron su cadáver y lo arrojaron por la ventana. Un vecino enterró sus restos en una tumba sin señalar, en tres de cuyos lados alguien colocó tres cruces para contener el poder de la hechicera. El cuarto lado quedaba libre, de tal forma que su espíritu podría salir a vagar por la Tierra cuando desease.

Así termina la leyenda de Annie Palmer, de quien en realidad apenas se sabe si existió. Sin embargo, el trasfondo histórico de la narración es completamente verídico, y su protagonista, la Bruja Blanca, ha pasado a ser un personaje básico del folklore jamaicano. En 1931 H. G. Lisser escribió una novela sobre la leyenda titulada The White Witch of Rose Hall, que serviría al grupo de rock ocultista Coven como inspiración para un vibrante tema del mismo nombre.

En la actualidad la mansión de Rose Hall está abierta a los visitantes, y es una auténtica joya histórica, una de las pocas residencias de los propietarios de plantaciones conservada, ya que la mayor parte de las 700 que había ardieron durante las revueltas de los esclavos. Se mantiene casi como cuando la Bruja Blanca vivía en ella. Cuentan que durante los trabajos de restauración aparecieron manchas de sangre en las paredes de una habitación, precisamente aquella en la cual Annie Palmer habría acuchillado a su primer marido.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Salomón: El rey más sabio de la Tierra

Dice la leyenda que el rey Salomón fue el monarca más sabio y justo de la historia. Hijo del rey David, su presencia no sólo se limita a la Biblia Cristiana, también es nombrado en la Tora Judía, el Corán y la leyenda Áurea –libro medieval que contiene leyendas, mitos e historias-. Su sello, el hexagrama, también conocido como “la estrella de David”, es la piedra angular del Judaísmo, símbolo del Hagia Sophia (sabiduría divina) que reinó durante cuarenta años en Israel.

Desde pequeño, Salomón mostró indicios de inteligencia sobrehumana. Consciente de ello, su padre, el Rey David, le enseñó el lenguaje de los pájaros o también llamado el idioma natural, que le dotó de una extraordinaria comprensión de las leyes del universo, favoreciendo su innata sabiduría y concepto de justicia.

Su curiosidad fue tal, que empezó a indagar en los misterios de lo sobrenatural, con un especial interés en la magia de la alquimia: la transmutación de los metales, el elixir de la vida eterna… Fueron temas que interesaron profundamente al que fuera el tercer y último rey de Israel. Escribió cientos de libros al respecto, destacando el desaparecido “manuscrito secreto de Salomón” que contiene hechizos, invocaciones, fórmulas, talismanes, etc.; que aún hoy es el texto más buscado por todos los estudiosos de las artes esotéricas.

Durante su reinado, Salomón construyó en torno así un mito inquebrantable al paso de los años, alentado, en gran medida, por la creencia de que Dios le regaló el sello anular que refleja el orden cósmico y concede el Hagia Sophia. De esta forma, realizó acciones extraordinarias que perpetuaron su nombre como, por ejemplo, la famosa decisión salomónica (o juicio salomónico) donde dos madres reclamaban un mismo niño: el monarca ordenó que el motivo de disputa fuera partido por la mitad, a lo que la progenitora reaccionó renunciando a él; el rey determinó que ésta era su verdadera madre, devolviéndole su hijo y castigando a la estafadora.

Pero sería la construcción del templo de Salomón lo que incitó a muchos sabios a indagar y profundizar en el mito del rey. Construida por fenicios en un lugar que se creía el centro de la Tierra, medía 30 metros, tenía un altar para los sacrificios y un suntuoso salón para el Arca de la Alianza. Todos los que oraban en el templo decían sentirse en contacto con Dios.

Su inauguración fue en el 968 A.c., y fue demolido por el rey Nabuconodosor en el 586 A.c., provocando la desaparición del Arca de la Alianza. La estructura del templo ha inspirado construcciones posteriores, sobre todo, las francesas del siglo XIII, las catedrales góticas y el Escorial en Madrid. ¿Por qué este especial interés? Los planos del templo fueron entregados por un profeta, de la mano de Dios, al rey David. Isaac Newton pasó noches en vela investigando sobre la que él consideró una estructura arquitectónica perfecta.

Actualmente, se conoce su ubicación y sobre ella reposa la mezquita de Omar, la Kubart- as- Sachra, dificultando las investigaciones para desvelar sus misterios. No obstante, todos los que la han visitado cuentan que se percibe una tranquilidad divina, como si el mismísimo rey Salomón velara por la ciudad a la que tanto amó y por la que entregó su vida.

martes, 15 de noviembre de 2011

Vereticus: El monarca de los licántropos

San Patricio que venció a los druidas y llevó el cristianismo a Irlanda. Los relatos hagiográficos, como el del monje Jocelyn u otros, lo presentan como implacable y vengativo demiurgo de milagros más propios de la magia de un nigromante que de un siervo de Dios. El santo podía obligar a la tierra a abrirse para tragar a sus opositores, transformar los fértiles cultivos de los paganos en una ciénaga o maldecir a los hostiles a la fe de Cristo con el estigma de la licantropía.

En el noruego Speculum Regale, de 1250, se narra cómo San Patricio convierte a un grupo de irlandeses en hombres-lobo:
“Cuando Patricio predicaba el cristianismo en aquella tierra, había entre la gente de allí un grupo particularmente hostil a él. Y aquellos hombres trataron de injuriarle de muchas maneras. Y cuando les predicó el cristianismo, como hacía con otros hombres, y vino a encontrarse con ellos mientras estaban celebrando su asamblea, entonces acordaron recibirlo aullando como si fuesen lobos. Pero cuando él vio que su mensaje no tendría demasiado éxito con esta gente, se enfadó y rogó a Dios que se vengara en ellos con un castigo tal que les hiciese recordar su desobediencia para siempre. Y un castigo muy apropiado y maravilloso ha caído desde entonces sobre sus descendientes: se dice que todos los hombres que provienen de aquellos son lobos durante un cierto periodo de tiempo, y corren por los bosques y consiguen su comida como lobos; y son más hábiles en esto por tener humano raciocinio, por su astucia, y devoran tanto a seres humanos como a otros animales. Y se dice que algunos se transforman así cada siete años, y son humanos durante el intervalo. Y otros son lobos durante siete años seguidos y nunca más regresan a tal condición.”

Sabine Baring-Gould afirma en El libro de los hombres-lobo (1865) que el santo también convirtió en licántropo a un rey de Gales llamado Vereticus. Se trata de una simple referencia sin más información acerca de las circunstancias que habrían rodeado a este hecho. Sin embargo, podemos imaginar que la historia transcurriría de forma similar al caso anterior: Vereticus, fiel a los antiguos dioses, se opone con firmeza a aceptar las prédicas de San Patricio, quien descarga entonces su cólera sobre él a través de la maldición. Supondremos que el antiguo rey se dedica desde entonces a vengarse de los cristianos aprovechando su nueva condición de hombre-lobo.

Considerándolo desde esa perspectiva de resistente pagano, pienso que Vereticus resulta un personaje con muchas posibilidades. Podría haber servido de inspiración a un novelista capaz de coger los relatos folklóricos sobre hombres-lobo y crear con ellos un personaje perdurable, tal y como hizo Bram Stoker con Drácula. Y en San Patricio tendría a un antagonista de nivel, un Van Helsing complejo, capaz de comenzar sus Confesiones escribiendo: “Soy el pecador Patricio. El más rústico, el menor de los cristianos y, para muchos, la persona más despreciable…”.

lunes, 14 de noviembre de 2011

La leyenda del acueducto de Segovia: El plazo pactado del diablo

Antes de que se construyera el acueducto los segovianos tenían que recorrer un largo trecho para llevar agua a sus casas. Este tedioso trabajo debía ser realizado más de una vez al día, por lo que, además de resultar sumamente cansado, robaba un tiempo precioso que podía ser dedicado a otros menesteres.

Cuenta la leyenda que en una ocasión, una muchacha que acarreaba un gran cántaro de agua hacia su casa exclamó con fastidio: “Daría cualquier cosa porque el agua llegase sola a las puertas de la ciudad y así no tener que volver nunca a recorrer este camino”.

Nada más pronunciar estas palabras, escuchó a su espalda una voz melodiosa que le preguntaba si de verdad estaría dispuesta a dar cualquier cosa a cambio de no tener que volver a realizar aquella labor. Al escuchar esta pregunta la joven se dio la vuelta sumamente sorprendida, ya que habría jurado que el camino estaba desierto y nadie la seguía. Pero no, allí estaba, salido de no se sabe bien donde, un elegante señor de edad indefinida, poseedor de un fino bigote y una extraña perilla puntiaguda.

La muchacha, una vez repuesta de su impresión inicial, respondió que sí, efectivamente daría lo que fuese, pero por desgracia era pobre y no tenía nada que dar. El desconocido replicó que aunque ella no lo supiera poseía algo precioso y de incalculable valor: su alma. ¿Estaría de acuerdo aquella amable jovencita en darle su alma a cambio de que él hiciera que el agua llegase hasta cerca de su casa? La muchacha, que era un poco descreída, respondió que, puesto que el alma no le servía para nada, se la entregaría encantada. Pero como la sonrisa socarrona de aquel personaje comenzaba a inquietarla, decidió añadir una condición que estimó imposible de cumplir, y que consistía en que para que el trato se cumpliera el agua tendría ya que desembocar cerca de su casa antes de que el gallo cantase a la mañana siguiente. El caballero accedió, y tras estrechar la mano de la joven, desapareció. O, a decir verdad, se desvaneció en el aire.

La muchacha cogió el cántaro de agua y continuó su camino, dudando de si lo que acababa de sucederle había sido una fantasía o había sucedido en realidad. Durante el resto del día intentó no pensar más en ello, pues, real o no, la conversación que había tenido con aquel señor se le antojaba completamente absurda.

De noche, mientras dormía en su cama, se desató una terrible tormenta que le hizo despertarse aterrorizada. Salió a la calle, esperando encontrar allí a sus vecinos, desvelados como ella por aquellos excepcionales truenos y relámpagos. Pero no había nadie. Todas las puertas estaban cerradas y ninguna luz iluminaba las ventanas. El resto de la ciudad dormía como presa de un encantamiento.

Más allá de la ciudad, en dirección al lejano manantial de agua, un resplandor iluminaba el cielo. La muchacha se dirigió hacia allí, y al llegar a la última casa pudo ver en el pequeño valle que separaba la loma sobre la que se asentaba la ciudad de la siguiente colina a aquel extraño con el que había hablado la mañana anterior. Estaba envuelto en llamas, y volaba a una velocidad asombrosa de un sitio a otro moviendo unos grandes bloques de piedra que apilaba formando lo que parecían ser los pilares de una gran estructura. La muchacha comprendió con horror que aquel hombre era el Diablo, y estaba construyendo un conducto que llevaría el agua hasta Segovia.

Algunos dicen que entonces la muchacha rezó arrepentida rogando a Dios que le ayudara a conservar su alma, y que los poderes celestiales escucharon su plegaria e hicieron que aquel día amaneciera más temprano, de tal manera que el Diablo no pudo terminar su obra antes del plazo pactado.

Pero otros afirman que fue la astucia de la joven la que salvó su alma, pues al ver que el Diablo estaba a punto de acabar regresó corriendo a casa, encendió una vela y se dirigió con ella al gallinero de sus vecinos. Al acercar la vela a una de sus ventanas, el gallo despertó y, como pensó que estaba amaneciendo, comenzó a cantar con todas sus fuerzas.

El Diablo escuchó sorprendido el canto del gallo. Estaba seguro de que aún faltaba mucho para el amanecer, y, por poco, no había terminado el acueducto que había decidido construir. Apenas le faltaba una piedra. Sin embargo, los términos del contrato estaban claros, así que, resignado, se marchó con las manos vacías de vuelta al Infierno. Atrás dejó un magnífico acueducto que cientos de años después aún sigue en pie.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Las siete ciudades de Cibola: Unas ciudades legendarias llenas de riquezas

Para los conquistadores América era la tierra de las maravillas. Todo parecía posible en aquel nuevo mundo descubierto por Cristóbal Colón: ríos tan anchos que parecían conducir a las puertas del paraíso, selvas exuberantes que escondían a bestias fantásticas, hombres que vivían semidesnudos pero se adornaban con ricas piezas de oro, grandes y sofisticados imperios… Así cuando en 1530 llegan rumores a la Nueva España sobre la existencia de un magnífico reino llamado Cíbola a tan solo 40 días de viaje hacia el norte, los castellanos se ponen en marcha sin dudar, dispuestos a adentrarse otra vez por tierras desconocidas.

El gobernador de la Nueva España, Nuño de Guzmán, organizó en menos de un año un contingente de más de 400 castellanos y 20000 indios, destinados, en teoría, a conquistar Cíbola. El pequeño ejército vagó por las regiones de Sinaloa y Culiacán sin encontrar ninguna de las siete ciudades (la menor de ellas tan magnífica como Tenochtitlán) que supuestamente formaban aquel reino maravilloso. Ni rastro de sus calles de plata, sus casas empedradas con turquesas y esmeraldas, o sus templos altos como torres. Nuño tuvo que conformarse con fundar la localidad de San Miguel de Culiacán antes de regresar a Nueva España.

Pero la historia de Cíbola apenas había comenzado. En 1536, cuando sus siete ciudades ya casi habían sido olvidadas, llegan a Nueva España Alvar Núñez Cabeza de Vaca y sus compañeros: Alonso del Castillo Maldonado, Andrés Dorantes y su esclavo Estebanico, según las crónicas “negro alárabe de Azamor (localidad de la costa atlántica de Marruecos)”. Ocho años antes habían participado en la nefasta expedición de Pánfilo de Narváez a la Florida, de la cual eran los únicos supervivientes. Durante ocho años habían caminado a pie desde Florida hasta Nueva España, a través de la selva y el desierto, conviviendo con distintas tribus de indios y ganándose el pan a base de realizar curaciones milagrosas. Regresaban de su alucinante odisea harapientos y miserables, pero con una gran noticia: en su peregrinar se habían enterado de que al norte existía un país muy rico que no podía ser otro que el mítico Cíbola.

El virrey Antonio de Hurtado prefirió ser cauto. Encargó el asunto a Francisco Vázquez de Coronado, buen amigo y hombre con fama de cabal, quien a su vez decidió enviar antes una avanzadilla que le informase de las características del terreno, las posibilidades de aprovisionamiento y la veracidad de los rumores acerca de aquel territorio. El responsable de aquella misión sería el monje franciscano fray Marcos de Niza.

En 1539, fray Marcos parte de San Miguel de Culiacán acompañado de otro fraile, un nutrido grupo de indios y, por disposición del Virrey, el intrépido Esteban, el esclavo de Dorantes, como supuesto guía.

La primera parte del viaje no puede ser más esperanzadora para fray Marcos. Cada vez encuentra poblaciones más ricas, lo que le confirma que va por buen camino. Sus habitantes repiten lo que el ya conoce acerca de Cíbola, pero aportando datos más precisos. Según le cuentan, en Cíbola visten con camisas de algodón largas, ceñidas con cintas de turquesas y cubiertas por buenas mantas. Más allá de aquel reino habría otros, como Marata, Acus o Tonteac, cuya gente llevaría puestas unas ropas de la misma tela que el hábito del monje. El franciscano recibe además los mensajes de Esteban, a quien ha enviado por delante, y que le apremia asegurando que cada vez están más cerca de Cíbola.

Ya sólo le falta atravesar un pequeño desierto, y fray Marcos decide descansar unos días en un pequeño pueblo antes de la jornada definitiva. Nada más salir de allí encuentra a uno de los indios que iban con Esteban, cubierto de sudor y muy afligido. Le cuenta que al llegar a las cercanías de la primera ciudad de Cíbola, el señor de la misma les prohibió muy enojado entrar en ella, prohibición que fue trasgredida por Esteban. El indio vio cómo Esteban salía de la ciudad perseguido por la gente de ella, y como le mataban a parte de los que iban con él. Sin embargo, desconocía la suerte final corrida por Estebanico.

Para desazón del fraile, a los dos días encuentran ensangrentados y agotados a otros dos indios del mismo grupo, quienes le confirman la muerte de Esteban. El buen fraile se ve obligado entonces a dar la vuelta, pero ya que está tan cerca de la ansiada Cíbola no quiere marchar sin echar antes un vistazo a la ciudad. Sube a un cerro cercano y mira hacia el otro lado. Allí está la mítica Cíbola, y lo que ve no desmerece a lo que durante tantos días había soñado: calles brillantes, magníficas casas de varios pisos; una ciudad mayor y mejor que cualquiera de las descubiertas hasta entonces en el Nuevo Mundo. Y esa no es sino la menor de las siete ciudades. El fraile clava una cruz en el cerro, tomando posesión simbólica de aquella tierra en nombre del virrey y de su majestad el emperador, y emprende el camino de regreso.

Tras conocer su informe, Antonio de Mendoza encarga a Vázquez de Coronado la conquista del reino de Cíbola. La expedición, que contará con trescientos españoles y ochocientos indios de Nueva España, parte en 1540 al mando de Coronado y con la guía de fray Marcos de Niza.

Pero la empresa de Coronado no empieza bien. El maestre de campo muere en una escaramuza, y al poco se encuentran con unos exploradores enviados por el virrey que se habían adentrado 200 leguas al norte sin encontrar nada digno de mención. Fray Marcos, que ha visto la ciudad con sus propios ojos, logra tranquilizar a los demás con una elocuente descripción de las maravillas que les aguardan.

Tras días de trayecto sin más novedad que el creciente escepticismo de Coronado y sus hombres, la expedición llega a la base del cerro desde el cual el fraile divisó Cíbola. Ansiosos suben la loma, imaginando las casas de piedra, las calles de plata, la inmensa ciudad más magnífica que la mismísima Tenochtitlán… Pero al llegar arriba y mirar al otro lado no ven nada, apenas una aldea polvorienta de rústicas casas de adobe en la cual les esperan 200 indios armados. Esto supone un tremendo jarro de agua fría para toda la expedición, y para fray Marcos en particular, que recibe las maldiciones de todos sin ser capaz de entender qué ha pasado.

A pesar del desánimo, la expedición de Coronado continuará su viaje, adentrándose cada vez más en el corazón de lo que algún día será Estados Unidos. Descubren el río Colorado y su cañón. Y, buscando una nueva ciudad maravillosa, Quivira, traspasan el río Arkansas y se convierten en los primeros europeos en ver las inmensas manadas de bisontes. Pero al final sólo les aguarda otra aldea mísera. En 1542 regresan a Nueva España con una sensación de absoluto fracaso. Fray Marcos de Niza moriría en 1558, debilitado las penurias pasadas durante la expedición y vencido por la tristeza.

Cronistas posteriores alimentaron el mito de “Las siete ciudades de Cíbola” uniéndolo a una vieja leyenda hispánica, según la cual, tras la conquista árabe de la península, siete obispos lusitanos huyeron a través del Atlántico hasta llegar a una isla llamada Antilia, Cada uno de ellos fundaría una ciudad, por lo cual su isla también se conocería a partir de entonces como la “isla de las Siete Ciudades”. A pesar de las posibles conexiones entre las dos historias, los que participaron directamente en la búsqueda de Cíbola nunca mencionaron en sus relaciones esta vieja leyenda.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Las dos muertes de don Enrique de Villena: La leyenda nigromántica

Imposible separar la realidad del mito en la vida de Enrique de Villena. Perteneciente a una de las familias más nobles de Castilla en el siglo XV, nació para ser caballero pero prefirió consagrarse al estudio de las letras y las ciencias. En las primeras destacó por su calidad como traductor y poeta, en las segundas por su pasión hacia la astrología, la alquimia y las ciencias ocultas. De sus conocimientos sobre estas materias da cuenta en tratados acerca del mal de ojo y la alquimia, obras que en su mayor parte ardieron en la hoguera. A ellas sobrevivió su fama de brujo, que lo convertiría en personaje muy apreciado por dramaturgos de siglos posteriores.

Cuenta una de las leyendas acerca de su figura que al final de sus días, sintiéndose mayor y débil, decidió buscar un modo de vencer a la muerte. Tras consultar varios volúmenes de su biblioteca, libros arcanos de sabiduría prohibida, creyó hallar un método alquímico por el cual podría regresar a la vida una vez fallecido. La única objeción consistía en que él sólo no podría ponerlo en práctica, necesitaba un colaborador.

Así pues, cuando le pareció que su hora estaba cerca, condujo a su fiel criado al laboratorio que tenía en los sótanos de su casa toledana y allí le explico qué debería hacer cuando su señor muriese: Ante todo, no avisar a nadie. Ni amigos, ni familiares, ni mucho menos sacerdotes. Tras asegurarse de que estaba muerto, debía bajar el cadáver a aquel cuarto y, sobre la mesa del laboratorio, trocearlo en fragmentos más pequeños que una onza. Después introduciría todos los pedazos en un matraz que allí había (el cual contenía un elixir especial que había descubierto), transportaría el matraz a la cuadra y lo enterraría en lo más profundo del un montón de estiércol de caballo. Era también de vital importancia que durante los nueve meses siguientes ocultase la ausencia de su señor. Para ello tendría que vedar el acceso a la casa a cualquier visitante, y además disfrazarse del marqués de Villena y pasear todos los días por las calles de Toledo durante unas horas, tal y como él acostumbraba.

Murió don Enrique a los pocos días, y el criado cumplió sus instrucciones con suma diligencia. Lo más difícil para él iba a ser suplantar a su amo, pues no se parecían en nada. Cuando llegó la hora del paseo matutino de su señor, se envolvió en su capa más suntuosa, se caló hasta los ojos su sombrero y salió a la calle, temiendo a cada paso que alguien descubriese el fraude. Sin embargo, nadie percibió la diferencia; comprobó con sorpresa que todas las personas con las que se cruzaba caminaban distraídas sin prestarle demasiada atención. Bastaba responder a sus vagos saludos con una inclinación de cabeza y continuar la marcha tranquilamente.

Pasaron las semanas, y el criado fue adquiriendo más destreza en fingirse don Enrique de Villena. Pero un día cometió un error que sería su perdición. Mientras paseaba por una plaza apareció un sacerdote portando el viático. Todos los presentes se arrodillaron respetuosamente ante su paso, tal y como era costumbre en la época; todos menos el criado de don Enrique, demasiado concentrado en taparse con la capa como para darse cuenta de su falta de decoro. El resto de viandantes advirtió con incredulidad su comportamiento, y hubo uno que se acercó indignado a él y le quitó el sombrero de un manotazo. Quedó entonces a descubierto su auténtica identidad, ante la sorpresa general. Temiendo los presentes que aquella suplantación estuviese motivada por algún acto delictivo, condujeron al pobre criado a presencia del Santo Oficio.

En los sótanos de la Inquisición, rodeado de máquinas de tortura, el criado intentó mantenerse firme en su silencio, pero las amenazas del inquisidor terminaron por hacer que contase el plan de su amo. Tras escuchar esta confesión, los miembros del Santo Oficio se dirigieron a casa de don Enrique, entraron en las cuadras y sacaron de entre el estiércol el matraz. Entonces pudieron comprobar con horror que dentro de él se estaba formando una especie de embrión de forma vagamente humana. El inquisidor, implacable, ordenó su destrucción. Mientras pisoteaban aquella extraña masa de carne, escucharon un terrible grito que salía de su interior.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

El Diablo y San Dunstan: El origen de la herradura de la suerte

Al Demonio le gusta incordiar a los santos, es un hecho sabido. Disfruta sembrando sus vidas de desagradables sorpresas sobrenaturales para observar después la confusión en sus rostros, buscando cualquier signo de debilidad. Pero a veces sus venerables víctimas le salen demasiado beligerantes, y, dejando a un lado la proverbial resignación cristiana, le plantan cara dispuestas a hacerle pagar ojo por ojo, diente por diente e insulto por insulto. Y entonces el mortificador es mortificado.

San Dunstan es célebre por la cómica contundencia con la que trató al Demonio en dos ocasiones. Vivió en Inglaterra durante el siglo X y ejerció de consejero para varios reyes, participando también de forma muy activa en la vida religiosa de su país. Llegó a ser arzobispo de Canterbury, pero antes vivió en el monasterio de Glastonbury, del cual fue abad. Allí disponía de una pequeña fragua en la que solía trabajar durante sus ratos libres fabricando cálices y otros objetos para ser utilizados en la abadía. Por ello es considerado el patrón de los orfebres.

Un día, mientras estaba trabajando en su fragua, el Diablo se le apareció bajo la forma de una hermosa muchacha y trató de tentarle. Como el futuro santo permanecía indiferente a sus provocaciones, el Diablo recuperó su forma habitual. Al verlo, Dunstan cogió unas tenazas que tenía calentando al fuego y con ellas agarró al Demonio por la nariz. Dicen que sus gritos se pudieron oír en treinta kilómetros a la redonda. Cuando logró zafarse, salió de allí corriendo con el rabo entre las piernas. Debido a esta leyenda, a San Dunstan se le suele representar con sus tenazas en la mano.

A pesar de su humillante derrota, el Diablo regresó tiempo después a la fragua de Dunstan disfrazado de viajero y con un caballo al que le faltaba la herradura de una pata. Le pidió amablemente que herrara la pata del caballo. El santo acudió solícito con una herradura, un martillo y unos clavos, pero al agacharse para levantar la pata del animal, pudo ver que el forastero tenía pezuñas en lugar de pies. Esta prueba le bastó para darse cuenta de quién era aquel impostor, y, antes de que este reaccionase, le cogió una pierna y clavó en su pezuña la herradura destinada inicialmente al caballo. Lo hizo con tan mala saña que al poco el diablo estaba llorando de dolor y suplicando que se la quitase. Dunstan accedió, pero antes le hizo prometer que nunca volvería a entrar en un lugar en el cual hubiese una herradura. Según la leyenda, hasta ahora el Diablo ha cumplido siempre su promesa.

martes, 8 de noviembre de 2011

La leyenda de Maricuchilla: La joven condenada a limpiar la sangre

Antes de convertirse en el espectro en pena conocido bajo el nombre de Maricuchilla, María era ya una joven misteriosa y bella como la Luna. Todos los jóvenes de Oviedo deseaban su compañía, pero ella se mostraba siempre fría y desdeñosa, y los rechazaba con una actitud que en muchas ocasiones llegaba a la crueldad. En el fondo de su corazón, María se regocijaba con malsano placer al observar el sufrimiento de sus pretendientes.

Un día llegó a la ciudad un ermitaño, famélico y desaliñado, que se instaló en una cabaña de las afueras. Se trataba de un hombre santo que pasaba sus días rezando al Señor y vivía de las limosnas que los buenos samaritanos depositaban en su sombrero los domingos por la mañana, cuando todo el mundo acudía a la catedral.

En una de estas ocasiones, sucedió que María se fijó en él y le pareció que debajo de aquella barba desgreñada y aquellos andrajos se escondía un hombre apuesto. Durante los días siguientes, dio muchas vueltas a esta idea, y soñó largamente con la que según ella debía de ser la auténtica apariencia del ermitaño, de tal manera que al final acabó por enamorarse de él.

Decidida a que fuese suyo, María acudió a su cabaña e intentó seducirlo. Al principio, el ermitaño la rechazó con una sonrisa benevolente, pero después se limitó a ignorarla y continuar rezando. En jornadas sucesivas María lo volvió a intentar, sin obtener nada, a pesar de que había puesto en práctica todas las artimañas que conocía (y otras que ella misma había discurrido).

Por primera vez, la altiva María probaba las hieles del desamor, para descubrir tan solo que no soportaba que la desdeñasen.

En aquel momento podía haberse dado por vencida, pero, en lugar de eso, prefirió hacer algo que lamentaría por toda la eternidad: solicitó la ayuda de una bruja cuya habilidad para conseguir cosas mediante la magia había hecho famosa en toda la comarca.

En el lóbrego sótano de su casa, delante de María, la bruja invocó al Diablo, quien se presentó sin demora y prometió a la joven que intervendría para hacer que el ermitaño cayese rendido a sus pies. Por supuesto, ella tendría que pagar un precio a cambio. Debía coger la cuchilla que en aquel momento le tendía y con ella sacrificar a un niño de su propia familia en una gruta cercana a la choza del ermitaño. María dudó, pero algo maligno la llamaba desde el interior de aquella hoja de metal. Como en un sueño, vio su mano alargarse y cogerla.

A la noche siguiente sacó a su hermano pequeño de la cuna, lo apretó entre sus brazos y salió sigilosamente de casa. Bajo la luz de la Luna, cruzó la ciudad hasta llegar a las afueras, en donde no tardó en encontrar la cueva que el Diablo le había indicado. Con la mano derecha sujetó al bebe por las piernas, mientras con la izquierda extraía la cuchilla del bolsillo de su falda. La fría hoja de metal saludó con júbilo a la Luna.

Cuando su hermano dejó de moverse, María recobró la razón. Miró entonces con horror su frío cuerpecillo y la sangre que manchaba las rocas de la cueva, en una cantidad tal que parecía inverosímil, y comprendió la magnitud del crimen que acababa de cometer. Desesperada, corrió a buscar la ayuda del ermitaño, quien comenzó a rezar con devoción preguntándole al Señor cuál era su voluntad. Por fin éste le contestó: María quedaba condenada a permanecer en aquella cueva, limpiando la sangre de las piedras con su cuchilla, durante el resto de sus días mortales y aún después, hasta que consiguiese limpiarla por completo.

Pero tanta es la sangre y tan profundamente ha calado en las rocas, que es imposible que María complete nunca su tarea. De hecho, algunos dicen que todavía hoy, en determinadas fechas se la puede ver arrodillada, con el rostro desfigurado por la desesperación y la ropa convertida en jirones; apenas una sombra llorosa que raspa las piedras de la gruta con su brillante cuchilla.

lunes, 7 de noviembre de 2011

La maldición de Tutankamon: La maldición más terrible conocida por el mundo

La idea de profanar una tumba y el cadáver enterrado en ella suscita los más terribles presagios de mala suerte y muertes. Es algo que subyace en nuestra conciencia social y que nos empuja a buscar explicaciones irracionales en sucesos que difícilmente pueden entenderse. Aquel 26 de noviembre de 1922 se desató la maldición más terrible conocida por el mundo: la maldición de Tutankamon.

La leyenda lo ha acompañado durante más de 3.000 año, oculto entre las arenas del Valle de los Reyes; la maldición implacable persiguió durante años a quienes en su día se atrevieron a profanar su tumba, y su historia se convirtió en un relato que conjura romanticismo, intrigas, luchas, misterios y un rosario de víctimas relacionadas con el descubrimiento de la tumba de Tutankamon. Elementos suficientes todos ellos para haber creado el mayor mito del siglo XX.

Tutankamon vivió en una época convulsa, de tensiones sociales y políticas en Egipto. A las puertas de su reino estaban los hititas dispuestos a invadir el país, e internamente, el gobierno se resquebrajaba.

Amenofis III fue un faraón que había asegurado el país gracias a una política diplomática excelente, y consiguió llevar la prosperidad a todos sus territorios. Sin embargo, su hijo, Akenathon, un fanático adorador del círculo solar, decidió cerrar los templos de Tebas, donde se recogía toda la espiritualidad del pasado y presente de Egipto, y crear una nueva ciudad, Tell Al-Amarna, donde se erigiría la nueva capitalidad. Dividió así al país, y todas las altas esferas de su gobierno consideraron un ultraje su actuación.

En ese ambiente de tensiones sociales creció el joven Tut, de quien su pasado está lleno de oscuros nubarrones, pues no se conoce de él ni su pasado ni el origen de su sangre. En el año 1.333 a.C. Tut llegó a ser rey, pero ante su juventud (se estima que reinó con tan sólo 8 años), fueron Ay, su asesor, y Horemheb, su general, quienes lo dirigían y tomaban las decisiones por él. A su mayoría de edad, con apenas 18 años, Tutankamon murió en circunstancias desconocida. Ay le sucedería en el trono imperial, y a su muerte, sería Horemheb quien reinaría. ¿Intrigas palaciegas, quizás?

Nunca se sabrá, pero lo que sí es cierto es que Tutankamon no pasó de ser un faraón de segunda fila sin apenas importancia en la Historia de Egipto, como lo demuestra su tumba, mucho menor a las de Seti I o a la tumba de Ramsés II.

Siendo así, ¿dónde estriba la grandeza de este faraón? ¿Por qué se ha convertido entonces en el faraón más conocido en el mundo entero?
Su caótico reinado; su misteriosa muerte; los más de 3.000 años que su tumba permaneció perdida y olvidada en el desierto; y su descubrimiento comenzaron a formar parte de una leyenda popular propia de novelas, en una época en la que Egipto aún estaba bajo el protectorado de Inglaterra, y en que todo lo relacionado con el mundo de la egiptología era noticia y pasión de muchos capitales ingleses. Lo que un principio se había convertido en un orgullo para el país, acabó convirtiéndose en una necesidad de misterio y romanticismo que se vio refrendada por las muertes que poco a poco comenzaron a suceder desde aquel mes de noviembre de 1922.

Aquel 26 de noviembre, a las puertas de la tumba se encontraron Howard Carter, su descubridor, Lord Carnarvon, su mecenas, lady Evelyn Herbert, hija de Carnarvon, Arthur Callender, su ayudante, y hasta 20 personas más, entre ayudantes, científicos y altas personalidades.

Cuando, tras quitar el sello, Carter asomó la cabeza, a su espalda, Lord Carnarvon le preguntó lo que veía...
“Cosas maravillosas“, dijo Howard Carter, respondiendo a la pregunta de Lord Carnarvon por lo que veía en su interior. Y acto seguido acabó por romper el sello de la entrada y deslizándose cámara adentro buscó aquel fabuloso tesoro escondido entre las arenas y las piedras del Valle de los Reyes durante más de 3.000 años.

Nada más entrar pudo observar que la tumba ya había sido profanada anteriormente; sin embargo, extrañamente, los ladrones nada parecían haberse llevado. Tras aquella segunda puerta la luz de sus antorchas iluminaron el mayor tesoro que ningún arqueólogo pudiera imaginar antes: figuras de animales, estatuas, joyas, oro. El silencio se hizo aún más sepulcral; todos los invitados a la apertura quedaron absortos ante semejante belleza. Carter se dio cuenta inmediatamente de que había cambiado la Historia para siempre, que su descubrimiento había sido el más importante de toda la historia de la Egiptología hasta ese momento, y probablemente en muchos años más. Y aún les faltaba por visitar la cámara mortuoria.

La tumba tenía cuatro cámaras; en la tercera de ellas estaba la Sala del Tesoro en la que una colosal estatua de Anubis guardaba y protegía el cofre donde se guardaban los órganos de Tutankamon. La última era la cámara mortuoria, y al fin, Carter pudo constatar que los sellos estaban intactos. Las consecuencias fueron inmediatas: la momia aún estaba dentro, y, desde ese momento, los ojos del mundo se volvieron hacia aquella expedición a la que se seguía con una mezcla de expectación, emoción pero también temor.

Las primeras muertes no tardaron en llegar. Apenas siete semanas después de haber abierto la cámara mortuoria, lord Carnarvon, el mecenas de la expedición y mejor amigo de Howard Carter, murió por una neumonía. O al menos eso es lo que figura en su certificado de defunción, pues algunos científicos aseguran que fue por una septicemia, producto de una infección en una herida que se hizo y que desembocó en aquella neumonía fatal el 5 de abril de 1923.

En un país como Egipto, tan espiritual, donde el hogar eterno es el lugar donde moran los ka o almas de los muertos, aquello fue la primera señal de que una maldición se había lanzado sobre aquel descubrimiento. Máxime cuando, supuestamente, cuentan que aquel mismo día de abril de 1923, las luces de todo El Cairo se apagaron, y el fiel perro de Lord Carnarvon, a miles de kilómetros de distancia, en su Inglaterra natal, cayera muerto en aquel mismo instante en que su amo había muerto.

Sin embargo, aquella muerte no había sido la primera. Durante meses Howard Carter había estado excavando toda aquella zona en busca de una misteriosa tumba y de un desconocido faraón que podría estar enterrado por allí. Ansiaba encontrar a Tutankamon, pero hasta entonces la búsqueda había sido en vano. Dicen que cierto día Carter se presentó con un canario, y que cuando le preguntaron, aclaró que era para que le trajera suerte. A los pocos días de estar el canario en el campamento, sus ayudantes lo avisaron de que habían desenterrado lo que parecían unos escalones que bajaban a algún sitio. La habían encontrado. A fin de cuentas, parecía que aquel pájaro sí les había traído suerte. Pues bien, el mismo día en que Carter abrió la cámara mortuoria, una cobra, considerada el animal sagrado asociado a los faraones, atacó al canario y lo mató. Los trabajadores egipcios empezaron a murmurar que era el espíritu de Tutankamon encarnado en aquel animal.

Seis meses después de la muerte de Lord Carnarvon, falleció su hermano Aubrey tras ser operado, aparentemente sin importancia. Arthur Mace, el ayudante personal de Carter murió al poco de una pleuresía. En 1926 lo hizo el egiptólogo francés que había asistido a la apertura, Georges Bendi, al caerse en las escaleras visitando la tumba. Otro de los visitantes diplomático, un príncipe egipcio, murió tiroteado. Un compañero del francés, el egiptólogo egipcio James Breasted lo hizo de una infección; George J. Gould, norteamericano, se resfrió en la tumba y murió poco después. Richard Bethel, secretario personal de Carter, lo encontraron muerto de un infarto, y poco después, fue su padre, el que se suicidó tirándose por una ventana, y así hasta una veintena de extrañas muertes.

¿La maldición? ¿pura casualidad? ha habido tumbas en las que se han encontrado tablillas grabadas con una maldición, costumbre que tenían desde que estas tumbas eran saqueadas, como medio para ahuyentar a los ladrones. Sin embargo, Howard Carter siempre mantuvo que nunca encontraron una tablilla así.

Ha habido científicos que adujeron que todo se debió a la inhalación de gases, pero siempre se suelen tomar las medidas necesarias sabiendo que una tumba cerrada durante tantos años expulsa al exterior en su momento de la apertura infinidad de bacterias. Generalmente, suelen dejar la tumba abierta dos días, para que se airee, antes de entrar.

De todos modos, lo cierto es que no hay nada lógico que induzca a pensar que hay una maldición y el mejor ejemplo de ellos es Carter, el más implicado, a quien no ocurrió nada. Pero como decíamos en nuestro primer artículo sobre la maldición de Tutankamon, subyace en la mentalidad social que a quienes profanan una tumba, siempre debe sucederles algo.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Robert Johnson: El bluesman favorito del Diablo

En los cruces de caminos, aseguran algunos estadounidenses, el Demonio instala su mercadillo de destrezas musicales, y por el módico precio de un alma (tu alma) te enseña a hacer llorar a tu guitarra hasta que sangre fuego.

Si deseas dominar un instrumento, espera a que se haga de noche y busca un polvoriento cruce de caminos. El hombre vestido de negro acudirá sin demasiada demora. Tú solo entrégale tu guitarra (o tu banjo, o tu violín, eso da igual, pues el Diablo adora toda la música excepto la que sale por las puertas de las iglesias). Cuando te la devuelva, tus manos se moverán por el mástil con la misma agilidad que una araña en su tela.

Robert Johnson hizo el truque, cuentan, y se convirtió en el músico de blues más grande de su tiempo; aunque el pacto sólo duró seis años, tras los cuales el Diablo, acreedor inflexible, vino a reclamar su deuda.

Robert Leroy Johnson nació el 8 de mayo de 1911 en una pequeña localidad situada en el Delta del Mississipi. Nunca llegó a conocer a su padre, un aparcero llamado Noah Jonhnson del cual su madre, Julie Ann Majors, no le habló hasta que cumplió 7 años. En cambió, en ese tiempo tuvo dos padrastros distintos. Siguiendo al primero, Charles Dodds, se mudarían a Memphis. Con el segundo regresarían a Robinsonville.

El joven Robert abandonó pronto sus estudios para ayudar a su madre y a sus hermanos en las labores del campo y en el duro trabajo de las plantaciones, aunque sus principales intereses se decantaban ya hacia la música. A los nueve años empezó a jugar con la armónica y la guitarra, convirtiéndose en el discípulo preferido de dos héroes locales del blues: Willie Brown y Son House, quienes pronto se dieron cuenta de que aquel muchacho podía llegar a ser bueno, a pesar de que todavía le faltaba mucho camino por recorrer.

En 1931 abandonó Robinsonville de forma inesperada y un tanto misteriosa. Cuando regresó, apenas un año después, cantaba y tocaba la guitarra con un estilo único, deslumbrante e innovador. “Ha vendido su alma al Diablo para tocar así”, cuentan que exclamó su antiguo mentor House al escucharle, haciendo involuntariamente una pequeña aportación a la luciferina leyenda del músico.

En realidad, Robert había estado en una localidad cercana, perfeccionando su técnica junto a otro bluesman reputado de la zona, Tommy Johnson; pero en seguida se difundió el rumor de que había vendido el alma al Diablo a cambio de su recién adquirida habilidad.

Nunca intentó desmentir la leyenda, y esta se vio acrecentada por las referencias al Maligno presentes en algunas de sus letras, especialmente en “Me and the Devil Blues” y “Hellhound On My Trail”. Aunque a nivel popular estas canciones (y “Crossroad Blues”) se suelen interpretar de una forma literal, casi como piezas de una historia, tratan más bien acerca de la angustia de sentirse perseguido por el infortunio y del mal que habita en todo ser humano.

Robert Johnson expresaba sus angustias y preocupaciones a través de la música. Su infancia había sido dura; a los 19 años había muerto su primera mujer mientras daba a luz, llevándose a su hijo con ella; y, años después, según creen los críticos, la impotencia lo persiguió como un hechizo maligno, algo que puede rastrearse en sus letras.

Tampoco tuvo demasiado tiempo para disfrutar de su talento. El 16 de agosto de 1938, “el poeta del blues”, “el Rimbaud del Delta”, como lo llamó el historiador Gilbert Chase, moría en circunstancias poco claras, al parecer envenenado por un marido celoso.

Unos años antes, en 1936 y en 1937, había participado en sendas grabaciones, gracias a las cuales quedaron para la posteridad un buen puñado de temas que lo convertirían en músico influyente aun décadas después de su muerte.

Eric Clapton, por ejemplo, grabó en 2004 un disco completo versionando sus canciones, aunque el resultado no fue bien recibido por la crítica. Faltaba magia.