El padre Pío, que nació el 25 de mayo de 1887 y murió a los 81 años, el 23 de septiembre de 1968; fue un monje capuchino que desconcertó (y aún hoy desconcierta) a la ciencia y aunque sus prodigios son explicados por la moderna Parapsicología, fue uno de los pocos que reunió tantas facultades juntas.
Poseía los estigmas de Cristo, alcanzó niveles de fiebre desconocidos, lograba la invisibilidad, tenía premoniciones, hacia bilocación (encontrarse en dos lugares a la vez), además de despedir lo que se conoce como “olor a santidad”.
Todo comenzó cuando este monje tenía 31 años y se encontraba en el convento capuchino de Santa María de las Mercedes, ubicado en la provincia italiana de Foggia, en un pueblito de 15.000 habitantes, llamado San Giovanni Rotondo.
La mañana del 20 de septiembre de 1918, este joven monje, como lo hacía a diario se encontraba orando, hincado frente a la imagen de Cristo crucificado; pero ese es un día muy especial, ya que Pío ha logrado una concentración y una comunión con la imagen de su Señor muy superior a la habitual y el momento parece detenido en el tiempo.
Tiempo después contaría que en ese momento se sentía en otro lugar, donde nada existía, sino él y Cristo. Solo una gran luz, una gran aureola circunda el crucifijo; y de allí parten cinco rayos que atraviesan las palmas de las manos, el costado y los pies del monje.
Se acaba de producir la estigmatización, donde un mortal recibe las marcas de la crucifixión de Jesús.
Pío con un desgarrador grito, donde se mezcla el dolor con el gozo, cae desmayado; y así lo encuentran los demás monjes que acuden presurosos al lugar, donde observan el prodigio y con emoción y asombro, se hincan junto a él y comienzan a rezar.
De allí en más se desató una polémica encendida, entre creyentes y ateos, que el tiempo y la permanencia de los estigmas fueron eliminando.
El ministro provincial de Foggia, padre Pietro da Ischitella redacta un pormenorizado informe que envía al Vaticano.
Llama también al Dr. Luigi Romanelli para que examine al padre Pío y le dé su opinión personal, para eliminar la hipótesis de autoflagelación o engaño.
Poseía los estigmas de Cristo, alcanzó niveles de fiebre desconocidos, lograba la invisibilidad, tenía premoniciones, hacia bilocación (encontrarse en dos lugares a la vez), además de despedir lo que se conoce como “olor a santidad”.
Todo comenzó cuando este monje tenía 31 años y se encontraba en el convento capuchino de Santa María de las Mercedes, ubicado en la provincia italiana de Foggia, en un pueblito de 15.000 habitantes, llamado San Giovanni Rotondo.
La mañana del 20 de septiembre de 1918, este joven monje, como lo hacía a diario se encontraba orando, hincado frente a la imagen de Cristo crucificado; pero ese es un día muy especial, ya que Pío ha logrado una concentración y una comunión con la imagen de su Señor muy superior a la habitual y el momento parece detenido en el tiempo.
Tiempo después contaría que en ese momento se sentía en otro lugar, donde nada existía, sino él y Cristo. Solo una gran luz, una gran aureola circunda el crucifijo; y de allí parten cinco rayos que atraviesan las palmas de las manos, el costado y los pies del monje.
Se acaba de producir la estigmatización, donde un mortal recibe las marcas de la crucifixión de Jesús.
Pío con un desgarrador grito, donde se mezcla el dolor con el gozo, cae desmayado; y así lo encuentran los demás monjes que acuden presurosos al lugar, donde observan el prodigio y con emoción y asombro, se hincan junto a él y comienzan a rezar.
De allí en más se desató una polémica encendida, entre creyentes y ateos, que el tiempo y la permanencia de los estigmas fueron eliminando.
El ministro provincial de Foggia, padre Pietro da Ischitella redacta un pormenorizado informe que envía al Vaticano.
Llama también al Dr. Luigi Romanelli para que examine al padre Pío y le dé su opinión personal, para eliminar la hipótesis de autoflagelación o engaño.
LA OPINIÓN DEL MÉDICO
El Dr. Romanelli después de un año y medio de visitas y reconocimientos al monje, escribió el siguiente informe:
“Las lesiones que el padre Pío de Pietrelcina presenta en las manos, están cubiertas de una tenue membrana de color rojo oscuro. Ningún punto sangrante, ningún edema, ninguna reacción inflamatoria en los tejidos.”
Y continúa: “Tengo la convicción y también la certeza. de que las heridas no son superficiales. Ejerciendo presión con mis dedos y apretando entre ellos el espesor de la mano, en correspondencia con sus lesiones, tengo la impresión exacta del vacío entre mis dedos”.
“No he podido comprobar si oprimiendo fuertemente los dedos, éstos, a través de la membrana, se hubiesen unido, pues este experimento, tanto como la fuerte presión, provoca intenso dolor en el paciente”.
“No obstante haber tenido éxito en el experimento lo repetí varias veces por la tarde y lo volví después a realizar durante el curso de la mañana siguiente y debo confesar que hice siempre la misma comprobación. Por su parte, las lesiones de los pies presentan idénticas características que las de las manos, pero el espesor del pie me impidió hacer un experimento tan concienzudo como el que realicé en las manos del padre Pío”.
“En cuanto a la herida del costado, presenta un corte limpio, de siete a ocho centímetros de longitud, con cortaduras en los tejidos blandos, de profundidad no apreciable y muy sangrante. La sangre tiene características arteriales y los bordes de la herida indican claramente que dicha cortadura no es superficial. Los tejidos que circundan todas las lesiones no presentan reacción inflamatoria alguna y éstas resultan dolorosas ante la ligera presión”.
Y finaliza el médico su informe: ”He visitado durante cinco veces al padre Pío en un intervalo de casi dieciséis meses y no he hallado, sin embargo, ninguna señal clínica que autorice a clasificar las heridas”.
Pero a pesar del informe del Dr. Luigi Romanelli, hubo investigadores que aseguraron que las extrañas llagas eran el resultado de un estado morboso y que el propio paciente las había provocado y luego mantenido artificialmente.
Recién en 1962 (después de 44 años de tener Pío los estigmas), la ciencia occidental se declaró incompetente para pronunciarse sobre el origen de las lesiones y lo que es más importante, la falta de explicación ante el hecho de que las llagas jamás se hayan infectado, agravado o cicatrizado; permaneciendo siempre iguales.
Pero no solo las llagas son sorprendentes en la vida de Pío de Pietrelcina. A lo largo de su vida, tuvo accesos de fiebre que superaron los 48º C.
En la historia de la medicina se conocen rarísimos casos de enfermos que han llegado casi a los 44º C y han sobrevivido, pero nunca se han superado estas marcas (por lo menos en los registros occidentales).
Otra cosa rara en la vida del monje fue su característico “olor a santidad” (mezcla del perfume de rosas y violetas), que despedía en vida; al igual que otros místicos como Santa Rita de Cassia, San Juan de Copertino, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús y María Rosa Ferrón; mientras que de algunos se desprende el olor a santidad después de muertos, como los casos de Sor Eustaquia, Santo Domingo, San Gandolfo y San Alonso, solo por citar algunos.
Estar en dos lugares distintos (y en algunos casos muy distantes en sí) es denominado por la Parapsicología como Bilocación.
Muchos santos tuvieron el poder de la bilocación, por ejemplo San Francisco de Asís mientras estaba en su convento de Italia, se les apareció a algunos frailes que se encontraban orando en Arlés (Francia). San Antonio de Padua, a la vez de encontrarse en su ciudad (Padua) también fue visto en Lisboa y es muy conocido es caso de San Juan Bosco (Don Bosco) que se encontraba al mismo tiempo en Turín y Barcelona.
Pío de Pietrelcina, también realizaba bilocación. Don Orione, en ocasión de tener una audiencia con el Papa Pío XI le contó a éste haber visto la presencia de Pío en una localidad muy distante de Santa María de las Mercedes, mientras el monje se encontraba rezando en el convento de Foggia (según se estableció fehacientemente).
También entre los dones que se le atribuyen a Pío se cuenta la posibilidad de tornarse invisible, facultad que la Iglesia Católica ha aceptado en muy pocos santos, entre ellos San Vicente de Paul, San Luciano y San Vicente Ferrer.
En cierta ocasión en que se encontraba en Santa María, una delegación de escépticos quiso burlarse del monje y pidió hablar con él. Los monjes les indicaron que Pío se encontraba en la sacristía, pero allí no lo encontraron y cuando ya se estaban por retirar, se materializó delante del grupo.
-Lo hemos estado buscando, padre (alcanzó a balbucear aterrorizado el que encabezaba el grupo).
-Pero señores, yo he estado aquí mismo todo el tiempo. Ustedes han pasado delante mío varias veces, pero aparentemente no me han visto. (les replicó el religioso. con su acostumbrada bondad y comprensión).
Además de las notables facultades enunciadas, Pío de Pietrelcina podía leer el pensamiento de quienes iban a consultarlo o simplemente verlo con la esperanza de curar sus enfermedades, lo que muchas veces ocurrió.
También poseía la facultad de la precognición, comprobado esto públicamente cuando anunció el fallecimiento del Papa Pío XII antes de conocerse oficialmente el deceso por los voceros del Vaticano.
La vida de Pío de Pietrelcina estuvo jalonada de prodigios, curaciones y muestras de un misticismo supremo.
La Santa Sede a estudiado con la metodología más rigurosa su vida y sus hechos a fin de canonizarlo e incluirlo en la nómina de los mortales que más cerca de la perfección se han encontrado.
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