miércoles, 17 de junio de 2009

Egiptología: Conceptos generales

La unión del Alto y el Bajo Egipto bajo un mismo gobernante, poco antes de 3200 a.C., fue un acontecimiento decisivo para la historia egipcia. Aunque la identidad del faraón no está confirmada, en varias listas de soberanos aparece el nombre de Menes. Debido a la carencia de archivos escritos, son igualmente confusas las ideas primitivas de los antiguos egipcios. Sin embargo, los primeros textos tallados en cámaras funerarias reales, alrededor de 2500 a.C., no dejan dudas en cuanto a que ya existía un antiquísimo sistema de creencias.

Durante siglos Egipto estuvo casi totalmente aislado de otros antiguos centros de civilización del oeste de Asia. Rodeado de desiertos casi infranqueables, el valle del Nilo se hallaba a salvo de cualquier tipo de invasores con excepción de los más decididos. Dicho aislamiento permitió que el extraordinario panteón de los antiguos egipcios se desarrollara prácticamente sin sufrir los embates de creencias ajenas.

Tal vez los aspectos más extraordinarios del panteón egipcio fueran, desde los inicios mismos de la historia registrada, su tamaño y su diversidad. Cada uno de los cuarenta y dos distritos en que se dividía el país poseía su propia deidad. Dado que hasta la ciudad más pequeña tenía un templo para su dios, es imposible calcular la cantidad de deidades que adoraban. Una diferencia fundamental entre la mitología de los antiguos griegos y la de los egipcios (así como la de los mesopotámicos) radica en que los habitantes de Egipto no atribuyeron a sus dioses una morada especial, como el monte Olimpo del norte de Grecia. Existe una referencia a una isla en la que en una ocasión se reunieron varias deidades para resolver el conflicto entre Horus y Set. Pero parece que el sitio se eligió porque estaba «en el medio» del país. Por regla general, las diosas y los dioses egipcios residían en los distritos donde originalmente se habían asentado. Su propiedad de un sitio era reconocida siglo tras siglo.

Algo más sorprendente que la abrumadora cantidad de dioses egipcios es la variedad de formas que adoptan. En lugar de pensar a sus dioses en función exclusivamente humana, como hicieron la mayoría de los pueblos de la antigüedad, los egipcios se mostraron dispuestos a ver la divinidad en todas las cosas vivas e incluso en objetos inanimados.

Los antiguos egipcios veían el mundo como una unidad viviente, y todo lo que ésta contenía -hombres, dioses y animales- compartía su existencia. En este mundo imperaban las fuerzas del desarrollo y la descomposición, del nacimiento y la muerte, que dominaron la mentalidad egipcia. Sin duda, esa fascinación por influencias ineludibles se inspiró en las difíciles condiciones del desierto circundante, en el desbordamiento anual del Nilo y en la preponderancia del ciclo agrícola. Los dos últimos se celebraban en el culto a Osiris.

Quizá no sea sorprendente que Osiris -una de las deidades principales que adoptó forma humana- se ocupara de la supervivencia después de la muerte. Tal vez llegó a Egipto desde el extranjero, pero se «egiptizó» hasta tal extremo que parece un dios realmente autóctono. Dios de Zedu, ciudad del delta del Nilo, su adoración estaba muy difundida, lo que sugiere que su culto introdujo en la religión egipcia un elemento que estaba ausente en los cultos a otras deidades. Probablemente fue su capacidad de ofrecer a cada individuo el acceso a la vida futura. Ciertamente, se representa a Osiris vendado como una momia, y el conflicto con su maligno hermano Set se centra en el destino del individuo después de la muerte. En el Libro de los muertos de los antiguos egipcios, Osiris es juez de las almas y regente del mundo de los muertos.

Después de la decadencia de Egipto como Estado, los misterios de Osiris se extendieron por otras tierras mediterráneas. De todos modos, Isis, esposa de Osiris, alcanzó mayor popularidad fuera de Egipto. En tiempos de Julio César (asesinado en 44 a.C.), Isis contaba con templo y con altar en la colina Capitolina de Roma.

En el Antiguo Imperio (2613-2160 a.C.) se creía que, al morir, el faraón se convertía en Osiris y que su sucesor era hijo de Horus o de Ra, dios del sol. Como suele ocurrir con las deidades egipcias, a menudo Horus y Ra eran indiscernibles, sobre todo si Horus llevaba el disco solar.

En el Imperio Nuevo (1567-1069 a.C.) se creía que el faraón era hijo de Amón, a la sazón dios ascendente. En los relieves de los grandes templos de Luxor se ve que Amón adoptaba la forma de faraón reinante y se unía con su reina para dar lugar al nacimiento del nuevo faraón. Para evitar rivalidades entre Amón, con cabeza de carnero, y Ra, ambos dioses se asimilaron bajo la forma de una deidad compuesta: Amón-Ra. Los magníficos monumentos de Luxor y Karnak se erigieron en honor de Amón-Ra y se pagaron con los tributos obtenidos en las campañas faraónicas de Canaán, Siria y el norte de Sudán.

Se creía que la armonía del universo dependía del bienestar del faraón. En teoría, cumplía las funciones de sumo sacerdote de la nación egipcia, si bien por razones prácticas delegaba el cargo y las obligaciones en sacerdotes de alto rango.

En el Antiguo Egipto, lo mismo que en Mesopotamia, estaba muy arraigada la creencia según la cual antes de que se creara el mundo existían fuerzas caóticas. En el acto de la creación esas potentes fuerzas fueron desterradas a los límites del mundo, pero siguieron inmiscuyéndose en la sociedad de dioses y hombres. De esta forma, los sacerdotes ayudaban diariamente a los dioses a sustentar la estructura del orden universal mediante la realización de ritos religiosos.

Durante el período del Imperio Medio (2040-1652 a.C.), en el gran templo de Ra, en Tebas, se celebraba una ceremonia para ayudar al dios del sol en su lucha diaria con la serpiente Apofis o Apep. Los sacerdotes tebanos de Ra sostenían que Apofis atacaba al dios del sol después del crepúsculo y que la batalla que se desencadenaba duraba toda la noche.

El ritual que los sacerdotes celebraban incluía la destrucción de una imagen mágica. Se escribía el nombre de Apofis en una efigie en cera de una serpiente o un cocodrilo, que luego era insultada y destrozada mientras el sumo sacerdote recitaba un hechizo. La magia (hike) se consideraba un arma eficaz contra los enemigos de los dioses y del faraón. De todas maneras, el hostigamiento diario que soportaba Ra palidece ante el terror que desencadenaba Tiamat, espíritu del mal de la religión mesopotámica.

Mientras Egipto fue independiente y el faraón gobernó en sociedad con los sacerdotes, prácticamente no se modificaron las viejas usanzas de la religión autóctona. El único caso de controversia religiosa profunda se produjo con las reformas del faraón Akenatón. Alrededor de 1367 a.C., este gobernante abandonó el centro de culto de Amón-Ra en Tebas y estableció la nueva capital en Tell al-Amarna. Prohibió el culto de Amón-Ra y se consagró exclusivamente a la veneración de su propio dios, Atón, el disco solar, deidad creadora única que presidía todo el mundo.

Empero, a la muerte de Akenatón, la nueva capital fue abandonada y su sucesor, Tutankamón, devolvió la corte a Tebas y la devoción a Amón-Ra. La reacción ante la reforma de Akenatón fue tan profunda que se arrasaron sus templos y se eliminaron su nombre y el de su dios. Actualmente sobreviven pocas pruebas acerca de las intenciones reales del reformador.

Cualesquiera que fuesen los objetivos de Akenatón en Tell al-Amarna, la consecuencia principal de los cambios que introdujo fue el debilitamiento del poderío egipcio. Cuando el país se recuperó de los trastornos religiosos, los ejércitos hititas ya habían arrebatado a Egipto el control de Siria. Aunque aún faltaban seis siglos para la independencia egipcia, ya estaba cumplido su período de poder en el extranjero. Canaán y Sinaí fueron gradualmente abandonados y Egipto se vio amenazado por potencias superiores a la propia. En seguida las dinastías extranjeras alternaron con las nativas hasta que los macedonios, a las órdenes de Alejandro el Grande, conquistaron Egipto en 332 a.C.

Nunca más un monarca egipcio ocupó el trono de Egipto y comenzó el socavamiento de los valores tradicionales. Aunque la dinastía macedónica de los Tolomeo (305-30 a.C.) trató con respeto a los dioses egipcios, había tocado a su término la antigua relación entre el gobernante y los dioses.

Después de que en 30 a.C. los romanos se anexaran Egipto como provincia, se abandonó toda apariencia de continuidad con el pasado. La vieja religión se debilitó y a lo largo de los dos siglos siguientes fue reemplazada por otra: el cristianismo.

Las acciones de los dioses egipcios se olvidaron salvo en lo que se refiere a acontecimientos legendarios relacionados con los sitios en los que antaño se alzaron sus templos. Sin embargo, las antiguas habilidades del embalsamador fueron más perdurables. San Antonio (hacia 251-356 d.C.) estaba tan preocupado por el empleo cristiano de semejante práctica que expresó su deseo de tener un entierro corriente. Volvió deliberadamente la espalda a las tradicionales costumbres egipcias de enterramiento y dijo: «El día de la resurrección recibiré mi cuerpo incorruptible de manos de Cristo». Evidentemente los tiempos de Osiris habían fenecido.

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