Se tiene la casi certeza de que el primer ser humano que construyó una pirámide en Egipto fue el legendario Imhotep, el ingeniero más grande de su época, muy superior a Dédalo, autor del laberinto de Creta donde sería encerrado el Toro de Minos. Este Dédalo -personaje que muy bien pudieron copiar los griegos de Imhotep- inventó un robot que lanzaba rocas desde un acantilado a los barcos que se aproximaban demasiado, además de idear unas alas recubiertas de cera que condujeron a la muerte a su hijo Icaro. Esta primera víctima de la aviación, ¿simbolizaba acaso a la ignorante humanidad que no estaba aún en condiciones de utilizar los aparatos fabricados por sus maestros?
También se ha querido identificar a Imhotep con Prometeo, personaje de quien nos ocuparemos más adelante. En esta ocasión se dedicará la atención a este hombre que construyó en tiempos del faraón la primera pirámide escalonada, en la región sagrada de Saqqarah.
Hubo mucho interés en localizar su tumba
Imhotep dominó el campo de la física y de la magia y debió conocer las propiedades de las pirámides, entre las que se contaba la de conservar la materia orgánica en perfecto estado durante tiempo indefinido. ¿Aprendió este secreto de alguien o lo trajo a Egipto de su país de origen? ¿Fue por aquellos tiempos que los antiguos egipcios comenzaron a pensar en la resurrección, en el más allá y en la reencarnación?
Al faraón Djoser debió interesarle la explicación que le dio Imhotep sobre la posibilidad de resucitar algún día. Por esta razón le prestó todo su apoyo para que construyese una pirámide apta para momificar su cuerpo el día de su muerte. Al llegar este momento, Imhotep se ocupó de poner en condiciones el cuerpo del faraón. Pero debió olvidar un pequeño detalle: los ladrones de tumbas, que estaban esperando el momento de introducirse hasta el interior de la pirámide y apoderarse de los tesoros que acompañaron a Djoser en su última morada.
¿Se molestó Imhotep en extremo al enterarse de que la pirámide había sido saqueada y se juró a sí mismo utilizar la pirámide sólo con fines momificadores, para conducir más tarde la momia a su tumba definitiva? ¿Sabía perfectamente lo que iba a suceder y, por esta razón, pensó en lo bueno que sería buscar para su persona un lugar inasequible, de tal manera que no fueran a localizarlo los amantes de lo ajeno? ¿Regresó a su patria el día que sintió aproximarse la hora de su muerte?
En general, los egiptólogos no han tomado en cuenta estas posibilidades. Pero hubo uno, el británico Walter Bryon Emery, que llegó a una conclusión después de estudiar largo tiempo la región de Saqqarah: la llave que conduciría al conocimiento del mundo egipcio antiguo ha de encontrarse por fuerza en esta zona. Y dentro de la zona de Saqqarah, el lugar más importante debe ser la tumba de Imhotep.
Este arqueólogo había llegado ya al convencimiento de que la región ocultaba otro enigma más. No comprendía cómo no han aparecido huellas de civilización en el Egipto anterior al año 5000 antes de Cristo y, de pronto, el pueblo que los historiadores consideraban en estado aún primitivo comenzó a construir edificios, a esculpir estatuas, a fabricar piezas de arte, a utilizar la escritura, a practicar la medicina y a demostrar que poseía increíbles conocimientos científicos. ¿Fue gracias a maestros como Toth e Imhotep que Egipto se convirtió casi de un día para otro en un pueblo supercivilizado, que nos sigue maravillando?. No había más remedio que hallar la tumba de Imhotep. Sólo así podría aclararse el enigma.
La misteriosa muerte de dos arqueólogos
El 5 de octubre de 1964, Walter Bryon Emery inició la tarea. Suponía que, puesto que la tumba de Imhotep no había sido hallada, podía suponer que jamás fue saqueada por los ladrones y que este hombre genial supo tomar precauciones antes de su muerte. Sin embargo, Emery estaba convencido de que Imhotep construyó su propio mausoleo, aunque no pensó jamás utilizarlo, y que tenía que ser diferente de la enorme pirámide escalonada construida para el faraón Djoser.
Descubrir la tumba significaría alcanzar un completo conocimiento del antiguo Egipto. Pero ¿dónde iniciar las excavaciones, si carecía de información? El día 10 de diciembre descubrió a diez metros de profundidad el pozo de excavación de una tumba de la dinastía de Djoser, frente a una red de corredores que se interrumpían bruscamente. Sólo halló el inglés en aquel lugar unas momias de ibis, el ave sagrada del Nilo. Siguió Emery buscando algún tiempo más, sin obtener resultados.
El jueves 11 de marzo de 1971, derrotado ante tantos fracasos, víctima del desaliento más completo, Walter Bryon Emery murió en el hospital británico de El Cairo. Algunos colegas declararon que era una víctima más de la maldición faraónica, que a nadie perdona, y relacionaron su muerte con la del eminente arqueólogo egipcio Zakaria Ghoneim, acaecida unos años antes, quien también sintió un enorme interés por la región de Saqqarah.
Había iniciado el profesor Ghoneim la exploración de una pirámide cercana a la de Djoser, que no terminó de construirse, por causas que se ignoran. Los arqueólogos habían buscado sin éxito la entrada a esta pirámide, hasta que apareció Ghoneim y dio con ella. Pero no se debió a la suerte, sino gracias a unos cálculos realizados con base en la estructura de la pirámide principal.
Los trabajos fueron arduos. Dos veces tropezaron los obreros con barreras macizas infranqueables y se produjeron hundimientos. Finalmente, el arqueólogo y sus colaboradores llegaron a una cámara funeraria situada a unos cuarenta metros bajo el nivel del suelo. Y dieron comienzo al instante los misterios.
En el centro de la cámara vieron un sarcófago de mármol cerrado herméticamente. Estaba intacto. Ningún ladrón de tumbas lo había abierto. Pero al levantar la tapa, Ghoneim recibió la gran sorpresa: no apareció ninguna momia en el interior del sarcófago. La presencia de las joyas, además de los sellos inviolados, descartaban la posibilidad de cualquier robo. ¿Estuvo el sarcófago vacío desde siempre, para engañar a los posibles profanadores? ¿Sirvió de morada ocasional al huésped, que sería trasladado a otro lugar más seguro, una vez momificados sus restos mortales ?
El profesor Ghoneim supuso entonces que existía otra cámara sepulcral en esta pirámide. Todo obligaba a creer en ella, igual que Herodoto estaba convencido de que la Gran Pirámide ocultaba una cámara subterránea, rodeada por las aguas del Nilo, donde se conservaba perfectamente la momia del faraón que la mandó construir.
El arqueólogo egipcio descubrió finalmente otra entrada y penetró por ella, dispuesto a dar con la cámara secreta. Todo parecía indicar que no tardaría en alcanzarla y descubrir así el secreto de la pirámide. Pero jamás se pudieron cumplir sus deseos.
Se produjo por aquellos días la crisis de Suez, cuando Egipto nacionalizó el Canal y el país pasó por momentos muy difíciles. Se suspendieron los trabajos en Saqqarah y, cuando algún tiempo después fueron las autoridades en busca del profesor Zakaria Ghoneim, ya no pertenecía a este mundo. Había comenzado a sufrir pesadillas y fuertes ataques de nervios, a raíz de sus trabajos en la zona de Saqqarah, y terminó quitándose la vida en 1959.
¿Qué técnica se utilizó para construir las pirámides?
Poco después de convertirse en presidente de la República Árabe Unida -nombre con que se conoce en la actualidad a Egipto-, Gamal Abdel Nasser ordenó trasladar hasta un jardín público de la capital egipcia cierta estatua de veinticuatro metros perdida en el desierto. Trabajaron varias brigadas de obreros al mando de un grupo de ingenieros, que tuvieron a su disposición grúas, bulldozers y tractores. Lucharon durante algunas semanas para llevar a cabo el traslado de la estatua y al final se declararon vencidos. No pudieron mover la gigantesca mole de piedra. Se preguntaron entonces cómo hicieron los antiguos egipcios para transportar las enormes moles que integrarían las pirámides en general y, en especial, en el caso de la mayor de todas: la de Keops.
Se ha calculado que en la construcción de la Gran Pirámide tuvieron que mover y acomodar los antiguos egipcios no menos de dos millones y medio de bloques de piedra, cuyo peso medio era de cinco toneladas. Si en nuestros días se confiase a un equipo de primera, provisto de la mejor maquinaria y recursos ilimitados la construcción de la Gran Pirámide, lo pensarían mucho antes de lanzarse a tan disparatada aventura. Pero si en lugar de elementos técnicos avanzados se les concediese cinceles de bronce, palancas, rodillos y cuerda de fibra de palmera como se asegura utilizaron quienes levantaron el monumento, lo más seguro es que abordarían el primer avión y se alejarían hasta el último rincón del mundo, seguros de que iban a perder todo su prestigio en la empresa.
Los periódicos del 7 de febrero de 1978 informaron al mundo acerca de un proyecto que comenzaba a realizar en Egipto, a corta distancia de la Gran Pirámide, un grupo de arqueólogos de la Universidad Wasseda, de Japón. Quería construir en un par de meses una pirámide siete veces más pequeña que la de Keops. Mandaron hacer bloques de hormigón en una fábrica local, que fueron transportados en camiones hasta el sitio, se tallaron bloques de piedra a mano, utilizaron los técnicos indumentaria semejante a la egipcia antigua y pensaron que iban a triunfar sobre los egipcios.
¿Por qué se suspendieron de pronto las obras? ¿Era porque las autoridades de El Cairo no deseaban contemplar aquel adefesio made in Japan, que causaría daños irreparables al severo paisaje desértico? ¿Era porque los técnicos venidos del Japón se dieron cuenta de que no podrían con el paquete y buscaron la manera de buscar una salida honrosa al problema en que se metieron?
Una empresa de muy difícil solución
El astrónomo Gerald S. Hawkins -quien llegó hace unos años a la conclusión de que el templo de piedra de Stonehenge, en la llanura inglesa de Salisbury, fue en realidad un observatorio astronómico- decía que su construcción debió requerir de un millón y medio de hombres-día de trabajo. Esto significaba una labor de diez generaciones, es decir, de tres siglos. Diez generaciones de seres primitivos que se preguntarían para qué estaban levantando un monumento que, a su corto entender, no servía para nada.
Pero resulta que la Gran Pirámide es varias veces mayor que el observatorio astronómico de Stonehenge. ¿Cómo hicieron los egipcios para erigir su pirámide número uno? ¿Estaban sus finanzas en condiciones como para invertir sumas incalculables en la construcción del edificio? Ningún estado en la actualidad se atrevería a realizar un gasto tan cuantioso, utilizando un ejército integrado por un cuarto de millón de obreros y tanta piedra como para levantar un muro de metro y medio de altura en torno a Francia, como afirmaría Napoleón Bonaparte al encontrarse ante el colosal edificio. ¿Podemos pensar que la pirámide fue construida por un pueblo subdesarrollado, sin ningún sentido de lo que estaba haciendo?
Algunos autores opinan que la Gran Pirámide se construyó en una época del año en que los campesinos no trabajaban, para tenerlos ocupados el faraón. Así, el Dr. Kurt Mendelssohn, profesor de la Universidad de Oxford, emitiría en mayo de 1971 una opinión muy particular. El faraón había dispuesto un programa de asistencia social, concebido para regularizar la distribución del trabajo por medio de la construcción escalonada de pirámides. Según este erudito, jamás trabajaron esclavos ni prisioneros en la pirámide, sino que los trabajadores cobraban por su labor durante el tiempo que no dedicaban a las faenas del campo y que recibían un sueldo consistente en granos de trigo y otros alimentos.
¿Estaba el Dr. Mendelssohn en lo cierto? No parecen muy convincentes sus razonamientos y, de igual manera, tampoco conoce el hombre contemporáneo qué motivos pudieron tener los antiguos egipcios para levantar las pirámides. Es tan vanidoso, tan seguro de su superior inteligencia, que no se le ocurre pensar que tal vez tuvieron razones muy poderosas, que sólo ellos conocían.
¿Qué reacción sería la de un ser venido de otra galaxia, perteneciente a una avanzadísima civilización, al encontrarse ante una gigantesca presa que alimentase a una planta hidroeléctrica? ¿Acaso no estaría en su derecho al considerar la construcción loca ostentación del gobernante que mandó crear la obra de ingeniería? Sin embargo, nosotros sabemos que las plantas y los embalses constituyen uno de los elementos más importantes de la civilización que conocemos.
Mover los bloques, tarea de titanes
Los libros de historia y los textos escolares no parecen conceder demasiada importancia a la técnica utilizada en la construcción de la Gran Pirámide. Dicen que tardaron unos veinte años en terminarla los egipcios y que sirvió de tumba al faraón Keops. Pero dan la impresión de facilitar su información un poco a la ligera, sin detenerse a establecer comparaciones, a investigar si de verdad ese número de años fue suficiente para realizar la magna tarea.
Parecen olvidar algo que sucedió en 1964 en la ciudad de México, en ocasión de inaugurarse el Museo de Antropología e Historia. Iba a erigirse en su entrada la monumental estatua de Tláloc, la divinidad de las aguas, pero era preciso transportarla desde una barranca cercana a San Miguel Coatlinchan. La operación de traslado de la mole, a lo largo de cuarenta y ocho kilómetros, iba a resultar más complicada de lo que en principio se pensó.
Hubo que recurrir a un vehículo provisto de treinta y dos poderosas ruedas armadas de gruesos neumáticos, sobre el cual se acomodaría al dios. Se cortaron los cables de energía eléctrica, se acondicionaron los caminos, se detuvo el tránsito en los puntos por donde debía circular el convoy. Las poblaciones entre Coatlinchan y México estuvieron pendientes de la operación. Resultó una tarea fatigosa en extremo y, sin embargo, el bloque era menos pesado que cualquiera de las piedras de la Gran Pirámide.
Pues bien, si el simple acarreo de una mole de piedra como es el Tláloc causó tantos problemas y hubo que echar mano de tantos obreros y de tantos técnicos durante tantos días, ¿qué decir si los bloques de piedra pasaban de los dos millones y medio? ¿Cuánto tiempo se requirió en el antiguo Egipto para trasladar los bloques desde la cantera hasta la meseta rocosa de Gizeh, cortarlos y acomodarlos en su sitio, formando pisos de tal manera exacta que no hubiese lugar para introducir entre dos piedras un cabello?
También se ha querido identificar a Imhotep con Prometeo, personaje de quien nos ocuparemos más adelante. En esta ocasión se dedicará la atención a este hombre que construyó en tiempos del faraón la primera pirámide escalonada, en la región sagrada de Saqqarah.
Hubo mucho interés en localizar su tumba
Imhotep dominó el campo de la física y de la magia y debió conocer las propiedades de las pirámides, entre las que se contaba la de conservar la materia orgánica en perfecto estado durante tiempo indefinido. ¿Aprendió este secreto de alguien o lo trajo a Egipto de su país de origen? ¿Fue por aquellos tiempos que los antiguos egipcios comenzaron a pensar en la resurrección, en el más allá y en la reencarnación?
Al faraón Djoser debió interesarle la explicación que le dio Imhotep sobre la posibilidad de resucitar algún día. Por esta razón le prestó todo su apoyo para que construyese una pirámide apta para momificar su cuerpo el día de su muerte. Al llegar este momento, Imhotep se ocupó de poner en condiciones el cuerpo del faraón. Pero debió olvidar un pequeño detalle: los ladrones de tumbas, que estaban esperando el momento de introducirse hasta el interior de la pirámide y apoderarse de los tesoros que acompañaron a Djoser en su última morada.
¿Se molestó Imhotep en extremo al enterarse de que la pirámide había sido saqueada y se juró a sí mismo utilizar la pirámide sólo con fines momificadores, para conducir más tarde la momia a su tumba definitiva? ¿Sabía perfectamente lo que iba a suceder y, por esta razón, pensó en lo bueno que sería buscar para su persona un lugar inasequible, de tal manera que no fueran a localizarlo los amantes de lo ajeno? ¿Regresó a su patria el día que sintió aproximarse la hora de su muerte?
En general, los egiptólogos no han tomado en cuenta estas posibilidades. Pero hubo uno, el británico Walter Bryon Emery, que llegó a una conclusión después de estudiar largo tiempo la región de Saqqarah: la llave que conduciría al conocimiento del mundo egipcio antiguo ha de encontrarse por fuerza en esta zona. Y dentro de la zona de Saqqarah, el lugar más importante debe ser la tumba de Imhotep.
Este arqueólogo había llegado ya al convencimiento de que la región ocultaba otro enigma más. No comprendía cómo no han aparecido huellas de civilización en el Egipto anterior al año 5000 antes de Cristo y, de pronto, el pueblo que los historiadores consideraban en estado aún primitivo comenzó a construir edificios, a esculpir estatuas, a fabricar piezas de arte, a utilizar la escritura, a practicar la medicina y a demostrar que poseía increíbles conocimientos científicos. ¿Fue gracias a maestros como Toth e Imhotep que Egipto se convirtió casi de un día para otro en un pueblo supercivilizado, que nos sigue maravillando?. No había más remedio que hallar la tumba de Imhotep. Sólo así podría aclararse el enigma.
La misteriosa muerte de dos arqueólogos
El 5 de octubre de 1964, Walter Bryon Emery inició la tarea. Suponía que, puesto que la tumba de Imhotep no había sido hallada, podía suponer que jamás fue saqueada por los ladrones y que este hombre genial supo tomar precauciones antes de su muerte. Sin embargo, Emery estaba convencido de que Imhotep construyó su propio mausoleo, aunque no pensó jamás utilizarlo, y que tenía que ser diferente de la enorme pirámide escalonada construida para el faraón Djoser.
Descubrir la tumba significaría alcanzar un completo conocimiento del antiguo Egipto. Pero ¿dónde iniciar las excavaciones, si carecía de información? El día 10 de diciembre descubrió a diez metros de profundidad el pozo de excavación de una tumba de la dinastía de Djoser, frente a una red de corredores que se interrumpían bruscamente. Sólo halló el inglés en aquel lugar unas momias de ibis, el ave sagrada del Nilo. Siguió Emery buscando algún tiempo más, sin obtener resultados.
El jueves 11 de marzo de 1971, derrotado ante tantos fracasos, víctima del desaliento más completo, Walter Bryon Emery murió en el hospital británico de El Cairo. Algunos colegas declararon que era una víctima más de la maldición faraónica, que a nadie perdona, y relacionaron su muerte con la del eminente arqueólogo egipcio Zakaria Ghoneim, acaecida unos años antes, quien también sintió un enorme interés por la región de Saqqarah.
Había iniciado el profesor Ghoneim la exploración de una pirámide cercana a la de Djoser, que no terminó de construirse, por causas que se ignoran. Los arqueólogos habían buscado sin éxito la entrada a esta pirámide, hasta que apareció Ghoneim y dio con ella. Pero no se debió a la suerte, sino gracias a unos cálculos realizados con base en la estructura de la pirámide principal.
Los trabajos fueron arduos. Dos veces tropezaron los obreros con barreras macizas infranqueables y se produjeron hundimientos. Finalmente, el arqueólogo y sus colaboradores llegaron a una cámara funeraria situada a unos cuarenta metros bajo el nivel del suelo. Y dieron comienzo al instante los misterios.
En el centro de la cámara vieron un sarcófago de mármol cerrado herméticamente. Estaba intacto. Ningún ladrón de tumbas lo había abierto. Pero al levantar la tapa, Ghoneim recibió la gran sorpresa: no apareció ninguna momia en el interior del sarcófago. La presencia de las joyas, además de los sellos inviolados, descartaban la posibilidad de cualquier robo. ¿Estuvo el sarcófago vacío desde siempre, para engañar a los posibles profanadores? ¿Sirvió de morada ocasional al huésped, que sería trasladado a otro lugar más seguro, una vez momificados sus restos mortales ?
El profesor Ghoneim supuso entonces que existía otra cámara sepulcral en esta pirámide. Todo obligaba a creer en ella, igual que Herodoto estaba convencido de que la Gran Pirámide ocultaba una cámara subterránea, rodeada por las aguas del Nilo, donde se conservaba perfectamente la momia del faraón que la mandó construir.
El arqueólogo egipcio descubrió finalmente otra entrada y penetró por ella, dispuesto a dar con la cámara secreta. Todo parecía indicar que no tardaría en alcanzarla y descubrir así el secreto de la pirámide. Pero jamás se pudieron cumplir sus deseos.
Se produjo por aquellos días la crisis de Suez, cuando Egipto nacionalizó el Canal y el país pasó por momentos muy difíciles. Se suspendieron los trabajos en Saqqarah y, cuando algún tiempo después fueron las autoridades en busca del profesor Zakaria Ghoneim, ya no pertenecía a este mundo. Había comenzado a sufrir pesadillas y fuertes ataques de nervios, a raíz de sus trabajos en la zona de Saqqarah, y terminó quitándose la vida en 1959.
¿Qué técnica se utilizó para construir las pirámides?
Poco después de convertirse en presidente de la República Árabe Unida -nombre con que se conoce en la actualidad a Egipto-, Gamal Abdel Nasser ordenó trasladar hasta un jardín público de la capital egipcia cierta estatua de veinticuatro metros perdida en el desierto. Trabajaron varias brigadas de obreros al mando de un grupo de ingenieros, que tuvieron a su disposición grúas, bulldozers y tractores. Lucharon durante algunas semanas para llevar a cabo el traslado de la estatua y al final se declararon vencidos. No pudieron mover la gigantesca mole de piedra. Se preguntaron entonces cómo hicieron los antiguos egipcios para transportar las enormes moles que integrarían las pirámides en general y, en especial, en el caso de la mayor de todas: la de Keops.
Se ha calculado que en la construcción de la Gran Pirámide tuvieron que mover y acomodar los antiguos egipcios no menos de dos millones y medio de bloques de piedra, cuyo peso medio era de cinco toneladas. Si en nuestros días se confiase a un equipo de primera, provisto de la mejor maquinaria y recursos ilimitados la construcción de la Gran Pirámide, lo pensarían mucho antes de lanzarse a tan disparatada aventura. Pero si en lugar de elementos técnicos avanzados se les concediese cinceles de bronce, palancas, rodillos y cuerda de fibra de palmera como se asegura utilizaron quienes levantaron el monumento, lo más seguro es que abordarían el primer avión y se alejarían hasta el último rincón del mundo, seguros de que iban a perder todo su prestigio en la empresa.
Los periódicos del 7 de febrero de 1978 informaron al mundo acerca de un proyecto que comenzaba a realizar en Egipto, a corta distancia de la Gran Pirámide, un grupo de arqueólogos de la Universidad Wasseda, de Japón. Quería construir en un par de meses una pirámide siete veces más pequeña que la de Keops. Mandaron hacer bloques de hormigón en una fábrica local, que fueron transportados en camiones hasta el sitio, se tallaron bloques de piedra a mano, utilizaron los técnicos indumentaria semejante a la egipcia antigua y pensaron que iban a triunfar sobre los egipcios.
¿Por qué se suspendieron de pronto las obras? ¿Era porque las autoridades de El Cairo no deseaban contemplar aquel adefesio made in Japan, que causaría daños irreparables al severo paisaje desértico? ¿Era porque los técnicos venidos del Japón se dieron cuenta de que no podrían con el paquete y buscaron la manera de buscar una salida honrosa al problema en que se metieron?
Una empresa de muy difícil solución
El astrónomo Gerald S. Hawkins -quien llegó hace unos años a la conclusión de que el templo de piedra de Stonehenge, en la llanura inglesa de Salisbury, fue en realidad un observatorio astronómico- decía que su construcción debió requerir de un millón y medio de hombres-día de trabajo. Esto significaba una labor de diez generaciones, es decir, de tres siglos. Diez generaciones de seres primitivos que se preguntarían para qué estaban levantando un monumento que, a su corto entender, no servía para nada.
Pero resulta que la Gran Pirámide es varias veces mayor que el observatorio astronómico de Stonehenge. ¿Cómo hicieron los egipcios para erigir su pirámide número uno? ¿Estaban sus finanzas en condiciones como para invertir sumas incalculables en la construcción del edificio? Ningún estado en la actualidad se atrevería a realizar un gasto tan cuantioso, utilizando un ejército integrado por un cuarto de millón de obreros y tanta piedra como para levantar un muro de metro y medio de altura en torno a Francia, como afirmaría Napoleón Bonaparte al encontrarse ante el colosal edificio. ¿Podemos pensar que la pirámide fue construida por un pueblo subdesarrollado, sin ningún sentido de lo que estaba haciendo?
Algunos autores opinan que la Gran Pirámide se construyó en una época del año en que los campesinos no trabajaban, para tenerlos ocupados el faraón. Así, el Dr. Kurt Mendelssohn, profesor de la Universidad de Oxford, emitiría en mayo de 1971 una opinión muy particular. El faraón había dispuesto un programa de asistencia social, concebido para regularizar la distribución del trabajo por medio de la construcción escalonada de pirámides. Según este erudito, jamás trabajaron esclavos ni prisioneros en la pirámide, sino que los trabajadores cobraban por su labor durante el tiempo que no dedicaban a las faenas del campo y que recibían un sueldo consistente en granos de trigo y otros alimentos.
¿Estaba el Dr. Mendelssohn en lo cierto? No parecen muy convincentes sus razonamientos y, de igual manera, tampoco conoce el hombre contemporáneo qué motivos pudieron tener los antiguos egipcios para levantar las pirámides. Es tan vanidoso, tan seguro de su superior inteligencia, que no se le ocurre pensar que tal vez tuvieron razones muy poderosas, que sólo ellos conocían.
¿Qué reacción sería la de un ser venido de otra galaxia, perteneciente a una avanzadísima civilización, al encontrarse ante una gigantesca presa que alimentase a una planta hidroeléctrica? ¿Acaso no estaría en su derecho al considerar la construcción loca ostentación del gobernante que mandó crear la obra de ingeniería? Sin embargo, nosotros sabemos que las plantas y los embalses constituyen uno de los elementos más importantes de la civilización que conocemos.
Mover los bloques, tarea de titanes
Los libros de historia y los textos escolares no parecen conceder demasiada importancia a la técnica utilizada en la construcción de la Gran Pirámide. Dicen que tardaron unos veinte años en terminarla los egipcios y que sirvió de tumba al faraón Keops. Pero dan la impresión de facilitar su información un poco a la ligera, sin detenerse a establecer comparaciones, a investigar si de verdad ese número de años fue suficiente para realizar la magna tarea.
Parecen olvidar algo que sucedió en 1964 en la ciudad de México, en ocasión de inaugurarse el Museo de Antropología e Historia. Iba a erigirse en su entrada la monumental estatua de Tláloc, la divinidad de las aguas, pero era preciso transportarla desde una barranca cercana a San Miguel Coatlinchan. La operación de traslado de la mole, a lo largo de cuarenta y ocho kilómetros, iba a resultar más complicada de lo que en principio se pensó.
Hubo que recurrir a un vehículo provisto de treinta y dos poderosas ruedas armadas de gruesos neumáticos, sobre el cual se acomodaría al dios. Se cortaron los cables de energía eléctrica, se acondicionaron los caminos, se detuvo el tránsito en los puntos por donde debía circular el convoy. Las poblaciones entre Coatlinchan y México estuvieron pendientes de la operación. Resultó una tarea fatigosa en extremo y, sin embargo, el bloque era menos pesado que cualquiera de las piedras de la Gran Pirámide.
Pues bien, si el simple acarreo de una mole de piedra como es el Tláloc causó tantos problemas y hubo que echar mano de tantos obreros y de tantos técnicos durante tantos días, ¿qué decir si los bloques de piedra pasaban de los dos millones y medio? ¿Cuánto tiempo se requirió en el antiguo Egipto para trasladar los bloques desde la cantera hasta la meseta rocosa de Gizeh, cortarlos y acomodarlos en su sitio, formando pisos de tal manera exacta que no hubiese lugar para introducir entre dos piedras un cabello?
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