En razón del lamentable estado en que se encuentra la enigmática Esfinge de Gizeh resulta imposible determinar qué representa ni con qué fin la levantaron. No hay manera de saber qué clase de rostro es el suyo y si tuvo originalmente en el lomo un par de alas, como otras esfinges de menor tamaño que no han sufrido tan bárbaras mutilaciones. Y son muchos más los misterios que encierra esta estatua monumental, única en el mundo, cuyo nombre ha venido a convertirse en sinónimo de enigma sin solución.
Muy poco se ha logrado averiguar de la estatua
Hay en la tierra un buen número de monumentos de piedra y de construcciones de la antigüedad acerca de los cuales se han realizado hallazgos que han venido a aclarar en parte el misterio que encierran. O han aparecido textos que alguna luz han aportado a cada caso y se han conservado tradiciones cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Si se estudian unos y otros con detenimiento algo aclararán y ayudarán a comprender más de un enigma cerrado a toda explicación.
Pero en la Esfinge de Gizeh, que se levanta entre las pirámides y el río Nilo, no ha sucedido lo mismo. Sigue impasible, resistiéndose a los intentos realizados para conocer su verdadera personalidad. En la llanura inglesa de Salisbury están los famosos Avebury y Stonehenge, formados por dólmenes y menhires enormes, donde se dice que los sacerdotes druidas adoraban al sol. Los romanos, con la perversa intención de desprestigiar a los habitantes de la isla que deseaban conquistar, dirían que en Stonehenge se celebraban bárbaros sacrificios humanos, pero en los últimos años el astrónomo Gerald Hawkins vino a demostrar, con la ayuda de una computadora, que el citado monumento de forma circular fue en realidad un observatorio astronómico.
En torno a la misma Gran Pirámide han circulado docenas de leyendas, plagadas de exageraciones algunas, que remontan a los tiempos de los árabes y de los griegos. Todas ellas son reveladoras. El interior de este monumento de piedra ha sido abierto en varias ocasiones y los matemáticos han deducido ciertas relaciones que todavía se ignora si fueron obra del azar o si tenían una finalidad bien determinada.
La relación de edificios poseedores de algún misterio que ha sido aclarado en parte seguiría con las cabezas monumentales de la isla de Pascua, las construcciones ciclópeas de Zimbawe, en el sur de África, las losas de Baalbek, consideradas por el soviético Agrest como pistas de aterrizaje para naves extraterrestres, y con muchos más.
Pero, aunque el lector se resista a creerlo, nada de esto nos ha aportado la Esfinge. Ningún dato se conserva, ninguna información se ha obtenido que pudiera conducir a la solución de su enigma eterno.
Sólo sabemos que es un monumento gigantesco
Lo primero que sorprenderá al turista que acuda a admirar la Esfinge será su tamaño descomunal, que ha perdido gran parte de su forma original y que está esculpida en la roca viva, esa misma que forma la meseta de Gizeh y que sirve de base a las pirámides cercanas. No dejará de observar que desde la base de la estatua hasta la punta superior de su carcomida cabeza tiene la altura de un edificio de cinco pisos y que su longitud desde el extremo de las patas delanteras hasta lo que pudiera ser el comienzo del rabo, es igual a la anchura de un campo de fútbol.
Exclamará con asombro que se encuentra ante la estatua más grande del mundo, superada únicamente en elevación por la de la Libertad, pero por más que se devane el cerebro intentando calcular el número de obreros que trabajaron en la construcción de la Esfinge, o qué faraón ordenó crear el monumento, o si es su rostro el que en ella figura, le resultará imposible hacerlo. Y ningún texto de la antigüedad le ayudará a descifrar el misterio.
A los griegos les había fascinado la Esfinge desde muchos años antes de iniciarse la era cristiana. Quisieron en vano identificar a su constructor. Cuando Herodoto visitó Egipto le informaron los sacerdotes acerca de la Gran Pirámide, pero ninguno supo decirle nada sobre la Esfinge. Se limitaron a decir que le daban el nombre de hu, es decir, figura esculpida en la roca, palabra que los griegos convertirían en la que utilizamos ahora, quién sabe por qué.
Durante algún tiempo, los egiptólogos creyeron erróneamente que fue Tutmoses IV el faraón que ordenó esculpir la Esfinge, todo porque apareció su sello real en la piedra. Pero se vino a descubrir más tarde que todo remontaba a los tiempos en que, siendo un joven príncipe Tutmoses, fue a cazar al desierto y quedó tan agotado que se echó a dormir a la sombra de la Esfinge, totalmente cubierta por las arenas.
Se le apareció en sueños al cazador el dios Hermekhis y le suplicó quitar la arena que cubría a la estatua. Prometía recompensarlo muy pronto. El príncipe obedeció. La recompensa consistió en que murió Tutmoses III y subió al trono su hijo Tutmoses IV. Y como este faraón era un hombre agradecido, rindió homenaje a la Esfinge esculpiendo su nombre en la piedra, para que a partir de entonces se relacionase a ambos.
Y bien que los relacionaron. Porque, por culpa del sello, se tuvo la certeza largo tiempo que había sido Tutmoses IV el constructor de la Esfinge y que el rostro del extraño ser era el del faraón. Hasta que se cayó en la cuenta de que, habiendo vivido Tutmoses en el siglo XV antes de Cristo, no podía ser contemporáneo de la Esfinge, que era muy anterior.
Otra creencia que se vino por tierra fue la que tenía que ver con el sexo de la Esfinge. ¿Era de hombre o de mujer? No se pudo precisar tal cosa, en razón del mal estado de la cabeza, destrozada por culpa del viento del desierto, cargado de arena afilada como lija. Y también por culpa de los hombres. La historia nos informa que a comienzos del siglo pasado unos soldados turcos, los llamados mamelucos, se divirtieron utilizando la Esfinge como blanco para el tiro de cañón. Tan certera fue su puntería que su jefe, Mehemet Alí, los mandó degollar a todos en el momento de enterarse de la proeza.
Los griegos se apropiaron de la Esfinge de Egipto
Antes de proseguir con nuestro relato tendremos que detenernos un instante en un personaje egipcio, siquiera de pasada, porque más adelante lo contemplaremos con más calma. Y lo relacionaremos con una curiosa teoría ideada por un ruso de profesión médico que vivía en Nueva York desde 1939.
Immanuel Velikovsky publicó en 1952 un libro titulado Mundos en colisión, que le dio fama casi inmediata al mismo tiempo que le enajenaba el odio eterno de los sabios aferrados a la tradición, que hasta en Estados Unidos abundan. En su obra tan discutida atribuía al choque de un planeta errante -que pudo ser Venus, según él- contra la Tierra la serie de cataclismos que devastaron al mundo hace diez o doce mil años.
Siguieron a este libro dos igualmente interesantes: uno era Mundos en caos. El otro se titulaba Edipo y Akhenaton y se refería al mito de la esfinge, que tenía mucho que ver con este soberano egipcio. Akhenaton fue un soberano con madera de reformador religioso. Era un ser extraño que intentó implantar una religión de un solo dios para desplazar al politeísmo ancestral de los egipcios. Al parecer sentía por su padre Amenofis III un odio que tenía mucho de celos, y por su madre la reina Tyi un amor enfermizo, una pasión que los psiquiatras llaman complejo de Edipo cuando están de buenas.
Los griegos quedaron fascinados al conocer las peculiaridades de esta familia real, donde el padre se acostaba con su hija, el hermano con la hermana y los abuelos con las nietas. Fue por culpa de Akhenaton que nació la leyenda de tan brutales cruces consanguíneos, que daría forma a una de las tragedias más impresionantes de la literatura universal: la de Edipo, quien tomó por esposa a su propia madre, Yocasta.
Ignoramos si la esfinge egipcia tuvo algo que ver con el asunto del hijo enamorado de su madre. Muy posiblemente no, porque media un abismo de varios miles de años entre ambos, pero a los griegos les pareció muy oportuno apropiarse de ella para convertirla en monstruo mitológico con cabeza de mujer y cuerpo de león que colocaron a las puertas de la ciudad de Tebas, en la Beocia -recuérdese que había Tebas en Egipto y la había también en Grecia -para hacerle la vida imposible a los visitantes, fuesen maleantes o pacíficos ciudadanos.
Los detenía el extraño animal y les hacía una pregunta que se nos antoja tonta, siempre la misma, que nadie sabía contestar y que era el reflejo mitológico de las preguntas realizadas por los sacerdotes egipcios a los jóvenes más inteligentes que deseaban iniciarse en los milenarios secretos: cuál es el ser que camina con cuatro patas por la mañana, con dos al mediodía y utiliza tres al llegar la tarde. Nadie sabía contestar a esta sencilla pregunta y por ello eran devorados por la bestia. Pero no sucedió lo mismo al arribar Edipo a Tebas.
Acertó la respuesta: el hombre camina a cuatro patas en la niñez, utiliza dos piernas en la edad adulta y debe echar mano de un bastón al aproximarse a la vejez. Le fueron muy bien las cosas, hasta que le presentaron a su madre la reina Yocasta, a quien no veía desde su lejana infancia y se conservaba más hermosa que nunca.
La tomó por esposa y cuando se enteró del crimen cometido no aceptó el abominable incesto en silencio, sino que se enfureció por su torpeza y su falta de memoria y se arrancó los ojos de desesperación. Al parecer, tardó largo tiempo en conocer la verdad. Gracias a ello, su hija -que era también su hermana- había tenido tiempo de crecer y le sirvió a partir de entonces de lazarillo.
Pero regresemos a nuestra esfinge de Egipto, que es la buena, y veremos en ella más detalles interesantes. Observaremos que carece de senos como otras esfinges de menor tamaño. Nadie puede afirmar que los tuviese alguna vez. Su rostro es irreconocible. Lo único que puede afirmarse es que es chato, de cuello regordete y anchos pómulos y que tiene en la parte posterior de la cabeza un tocado faraónico. Tampoco puede decirse si el cuerpo es de leona y si tuvo alguna vez alas en el lomo, como otras figuras semejantes, que abundan en templos de todo el país. Hay muchas probabilidades de que la Esfinge fuese alguna vez un animal con alas, pero antes de llegar a una conclusión será preciso conocer algunos aspectos esotéricos que tal vez ayudarán a resolver en parte las dudas que puedan acometer al lector.
El zodíaco contiene elementos para aclarar el misterio
El año se divide en doce signos zodiacales, que corresponden a otras tantas constelaciones. Tres signos corresponden al equinoccio vernal, o de la primavera (Aries, Tauro, Géminis), los siguientes al solsticio de verano (Cáncer, Leo, Virgo), vienen a continuación los del equinoccio de otoño (Libra, Escorpio, Sagitario) y pertenecen los últimos al solsticio de invierno (Capricornio, Acuario, Piscis).
La posición relativa de las constelaciones varía muy lentamente con respecto a un punto fijo de observación de la Tierra, debido a cierto movimiento de balanceo de nuestro planeta en su órbita solar. Por culpa de ese balanceo, nuestra posición con relación a las constelaciones cambia cada 72 años el equivalente de un grado de arco. Puesto que la Tierra tiene 360 grados, cada signo del zodíaco comprende 30 grados, y han de pasar 2.160 años -72 multiplicado por 30-, aproximadamente, para pasar de un signo al siguiente, y unos 28.824 años para dar la vuelta a las constelaciones y regresar al punto de partida.
Este curioso fenómeno, llamado precesión de los equinoccios, era ya conocido en la antigüedad, donde le concedían una enorme importancia. A cada periodo de 2.160 años le daban el nombre de Era, y así ha seguido la costumbre hasta nuestros días. La era cristiana transcurrió bajo el signo de Piscis, como es bien sabido, y nos dirigimos hacia la de Acuario. Antes de Piscis, rigió al mundo la era de Aries, caracterizada por el cordero pascual del pueblo judío. Antes dominó la era de Tauro, identificada con el buey Apis de los egipcios.
De acuerdo con los esoteristas y los astrólogos, esta sucesión de eras podría determinar la fecha en que fue construida la Esfinge. Explican que lo que se inició con Virgo, o sea una cabeza de virgen, se concluiría con Leo.
Con base en este razonamiento sugieren que la construcción de la Esfinge tuvo lugar a mitad de camino entre Virgo y Leo.
Multiplicaron por 2.160 el número de eras que se extienden desde la actual hasta la de Virgo y llegaron a una fecha aproximada: el año 10000 antes de Cristo. Fue en aquellos tiempos que, según opinión de los esoteristas, cierto pueblo de la antigüedad comenzó a levantar el monumento que ha venido a convertirse en sinónimo de enigma. Pero, ¿tiene algún sentido esta fecha tan anterior a la nuestra?
Se dice que la construyeron los atlantes
Cuando en el 590 a. C. visitó el legislador Solón, uno de los siete sabios de Grecia, la ciudad egipcia de Saís, los sacerdotes le hicieron unos cuantos comentarios acerca de un continente que se hundió en el océano unos nueve mil años antes. A1 sumar estos 9000 a los 590 de la visita del sabio griego resulta la fecha de 9590 antes de nuestra era, que se asemeja de manera sospechosa a la determinada por el cálculo de las eras zodiacales.
¿Sería cierto, después de todo, que algunos pobladores de la Atlántida lograron sobrevivir al repentino hundimiento y llegaron a Egipto, donde levantaron una estatua monumental con cuerpo de león y cabeza de mujer, para recordar que fue entre Leo y Virgo que desapareció para siempre su patria? Sin embargo, no faltan los eruditos que van más allá de esta fecha. Dicen que a esos 10000 años habría que sumar una vuelta adicional de las doce eras, hasta obtener los 38 mil años y fracción que demostrarían algo de la mayor importancia: la Esfinge es mucho más antigua de lo que se había creído hasta ahora.
Otro argumento esgrimido por los atlantólogos en favor de su afirmación es que la Esfinge fue dedicada por los sobrevivientes de la Atlántida al dios solar Hermekhis, cuyo nombre recuerda al Hermes de los griegos. Pero no aportan pruebas al respecto. Añaden que en las cartas del Tarot, supuestamente inventadas por los egipcios pero que son originarías de la Atlántida, existe una muy especial que representa a una enorme rueda adornada con varias figuras. La rueda simboliza a la precesión de los equinoccios y una de las figuras es nada menos que la Esfinge.
¿Se trata de una coincidencia? ¿Evoca la presencia de la Esfinge en el Tarot, según consideran los esoteristas, el hundimiento del legendario continente? ¿Sería cierto, después de todo, que los hipotéticos sobrevivientes de la hipotética Atlántida sumergida arribasen a Egipto y levantasen una estatua monumental, esculpida en la roca viva, que tenía el cuerpo de león y la cabeza de mujer y recordaría a las futuras generaciones la fecha en que tuvo lugar la gran catástrofe?
Lo malo de esta teoría es que pierde toda su fuerza cuando el interesado en el tema observa que la Esfinge no dirige la mirada hacia el oeste, donde se supone que estuvo la Atlántida, sino que le da la espalda a las pirámides para contemplar el lugar por donde asoma el sol a diario.
¿Acaso llegaron del este los seres con alas?
A corta distancia de la milenaria ciudad de Bagdad, capital del actual Irak, se yergue la colina de Kujundschik, donde fue descubierta en el siglo XIX la biblioteca del rey Asurbanipal de Asiria, cuyo reinado (668-626 a.C.) señalaría el apogeo del imperio. Estaba formada esta biblioteca por tablillas de barro cocido, escritas con escritura cuneiforme. Los arqueólogos descifraron el texto y se encontraron con algo sumamente interesante y revelador: la epopeya del príncipe Gilgamesh, cuyo gran amigo Enkidu sería conducido al cielo por un toro alado.
Tiempo habrá de dedicar a este par de personajes la atención que se merecen. Nos ocuparemos ahora de los animales provistos de alas que tanto abundan, en forma de estatuas, en la región del Éufrates y del Tigris y en la vecina Persia. Estos animales alados recibían el nombre de querubines, que se da también en el Antiguo Testamento a ciertos ángeles del Señor. ¿Y no es curioso que la palabra ángel, que procede del griego angeloi, significa enviado o mensajero?
¿Quién enviaba estos mensajeros o estos querubines alados hasta la tierra para dar instrucciones a los seres humanos? ¿Puede identificarse a los seres divinos venidos del cielo con los extraterrestres tantas veces mencionados en la actualidad? ¿Descendieron en la Persia y la Asiria antigua estos señores del cielo y pasó la leyenda de sus idas y venidas hasta Egipto o procedía de otros lugares?
En la antigua India sentían gran admiración por cierto Garuda, mitad humano y mitad pájaro volador, que acudía a este país a transmitir las órdenes dictadas por sus amos. Los persas se apropiaron de esta figura -robar ideas a los demás es algo tan viejo como el mundo- y le dieron el nombre de Simorgh, ave monstruosa que se desplazaba unas veces por el cielo y otras por la tierra. Los sabios de Babilonia relacionaron a este Simorgh con el ave fénix, que renacía de las cenizas después de morir envuelto en llamas.
¿Encierra este ave fénix un símbolo que durante largo tiempo no pudo ser descifrado? ¿Significa que los ignorantes terrícolas habían visto a los señores del cielo en el momento de aterrizar en sus naves de fuego, lanzando enormes llamaradas, y que veían salir de su interior a unos seres maravillosos, como si el pájaro alado renaciese de sus cenizas cuando lo creían muerto?
Este Simorgh era lógico que se convirtiese más tarde en símbolo del poder, igual que sucedería con la versión del toro. Los griegos se apropiarían del cuadrúpedo alado para convertirlo en el caballo Pegaso, que sirvió de cabalgadura al héroe Belerofonte para matar al monstruo llamado Quimera, y también en el águila que raptó al hermoso Ganímedes. Los romanos adoptaron más tarde al águila como su emblema y lo mismo harían casi todos los países del mundo, sin saber sus gobernantes cuál era el verdadero origen del ave.
Muy poco se ha logrado averiguar de la estatua
Hay en la tierra un buen número de monumentos de piedra y de construcciones de la antigüedad acerca de los cuales se han realizado hallazgos que han venido a aclarar en parte el misterio que encierran. O han aparecido textos que alguna luz han aportado a cada caso y se han conservado tradiciones cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Si se estudian unos y otros con detenimiento algo aclararán y ayudarán a comprender más de un enigma cerrado a toda explicación.
Pero en la Esfinge de Gizeh, que se levanta entre las pirámides y el río Nilo, no ha sucedido lo mismo. Sigue impasible, resistiéndose a los intentos realizados para conocer su verdadera personalidad. En la llanura inglesa de Salisbury están los famosos Avebury y Stonehenge, formados por dólmenes y menhires enormes, donde se dice que los sacerdotes druidas adoraban al sol. Los romanos, con la perversa intención de desprestigiar a los habitantes de la isla que deseaban conquistar, dirían que en Stonehenge se celebraban bárbaros sacrificios humanos, pero en los últimos años el astrónomo Gerald Hawkins vino a demostrar, con la ayuda de una computadora, que el citado monumento de forma circular fue en realidad un observatorio astronómico.
En torno a la misma Gran Pirámide han circulado docenas de leyendas, plagadas de exageraciones algunas, que remontan a los tiempos de los árabes y de los griegos. Todas ellas son reveladoras. El interior de este monumento de piedra ha sido abierto en varias ocasiones y los matemáticos han deducido ciertas relaciones que todavía se ignora si fueron obra del azar o si tenían una finalidad bien determinada.
La relación de edificios poseedores de algún misterio que ha sido aclarado en parte seguiría con las cabezas monumentales de la isla de Pascua, las construcciones ciclópeas de Zimbawe, en el sur de África, las losas de Baalbek, consideradas por el soviético Agrest como pistas de aterrizaje para naves extraterrestres, y con muchos más.
Pero, aunque el lector se resista a creerlo, nada de esto nos ha aportado la Esfinge. Ningún dato se conserva, ninguna información se ha obtenido que pudiera conducir a la solución de su enigma eterno.
Sólo sabemos que es un monumento gigantesco
Lo primero que sorprenderá al turista que acuda a admirar la Esfinge será su tamaño descomunal, que ha perdido gran parte de su forma original y que está esculpida en la roca viva, esa misma que forma la meseta de Gizeh y que sirve de base a las pirámides cercanas. No dejará de observar que desde la base de la estatua hasta la punta superior de su carcomida cabeza tiene la altura de un edificio de cinco pisos y que su longitud desde el extremo de las patas delanteras hasta lo que pudiera ser el comienzo del rabo, es igual a la anchura de un campo de fútbol.
Exclamará con asombro que se encuentra ante la estatua más grande del mundo, superada únicamente en elevación por la de la Libertad, pero por más que se devane el cerebro intentando calcular el número de obreros que trabajaron en la construcción de la Esfinge, o qué faraón ordenó crear el monumento, o si es su rostro el que en ella figura, le resultará imposible hacerlo. Y ningún texto de la antigüedad le ayudará a descifrar el misterio.
A los griegos les había fascinado la Esfinge desde muchos años antes de iniciarse la era cristiana. Quisieron en vano identificar a su constructor. Cuando Herodoto visitó Egipto le informaron los sacerdotes acerca de la Gran Pirámide, pero ninguno supo decirle nada sobre la Esfinge. Se limitaron a decir que le daban el nombre de hu, es decir, figura esculpida en la roca, palabra que los griegos convertirían en la que utilizamos ahora, quién sabe por qué.
Durante algún tiempo, los egiptólogos creyeron erróneamente que fue Tutmoses IV el faraón que ordenó esculpir la Esfinge, todo porque apareció su sello real en la piedra. Pero se vino a descubrir más tarde que todo remontaba a los tiempos en que, siendo un joven príncipe Tutmoses, fue a cazar al desierto y quedó tan agotado que se echó a dormir a la sombra de la Esfinge, totalmente cubierta por las arenas.
Se le apareció en sueños al cazador el dios Hermekhis y le suplicó quitar la arena que cubría a la estatua. Prometía recompensarlo muy pronto. El príncipe obedeció. La recompensa consistió en que murió Tutmoses III y subió al trono su hijo Tutmoses IV. Y como este faraón era un hombre agradecido, rindió homenaje a la Esfinge esculpiendo su nombre en la piedra, para que a partir de entonces se relacionase a ambos.
Y bien que los relacionaron. Porque, por culpa del sello, se tuvo la certeza largo tiempo que había sido Tutmoses IV el constructor de la Esfinge y que el rostro del extraño ser era el del faraón. Hasta que se cayó en la cuenta de que, habiendo vivido Tutmoses en el siglo XV antes de Cristo, no podía ser contemporáneo de la Esfinge, que era muy anterior.
Otra creencia que se vino por tierra fue la que tenía que ver con el sexo de la Esfinge. ¿Era de hombre o de mujer? No se pudo precisar tal cosa, en razón del mal estado de la cabeza, destrozada por culpa del viento del desierto, cargado de arena afilada como lija. Y también por culpa de los hombres. La historia nos informa que a comienzos del siglo pasado unos soldados turcos, los llamados mamelucos, se divirtieron utilizando la Esfinge como blanco para el tiro de cañón. Tan certera fue su puntería que su jefe, Mehemet Alí, los mandó degollar a todos en el momento de enterarse de la proeza.
Los griegos se apropiaron de la Esfinge de Egipto
Antes de proseguir con nuestro relato tendremos que detenernos un instante en un personaje egipcio, siquiera de pasada, porque más adelante lo contemplaremos con más calma. Y lo relacionaremos con una curiosa teoría ideada por un ruso de profesión médico que vivía en Nueva York desde 1939.
Immanuel Velikovsky publicó en 1952 un libro titulado Mundos en colisión, que le dio fama casi inmediata al mismo tiempo que le enajenaba el odio eterno de los sabios aferrados a la tradición, que hasta en Estados Unidos abundan. En su obra tan discutida atribuía al choque de un planeta errante -que pudo ser Venus, según él- contra la Tierra la serie de cataclismos que devastaron al mundo hace diez o doce mil años.
Siguieron a este libro dos igualmente interesantes: uno era Mundos en caos. El otro se titulaba Edipo y Akhenaton y se refería al mito de la esfinge, que tenía mucho que ver con este soberano egipcio. Akhenaton fue un soberano con madera de reformador religioso. Era un ser extraño que intentó implantar una religión de un solo dios para desplazar al politeísmo ancestral de los egipcios. Al parecer sentía por su padre Amenofis III un odio que tenía mucho de celos, y por su madre la reina Tyi un amor enfermizo, una pasión que los psiquiatras llaman complejo de Edipo cuando están de buenas.
Los griegos quedaron fascinados al conocer las peculiaridades de esta familia real, donde el padre se acostaba con su hija, el hermano con la hermana y los abuelos con las nietas. Fue por culpa de Akhenaton que nació la leyenda de tan brutales cruces consanguíneos, que daría forma a una de las tragedias más impresionantes de la literatura universal: la de Edipo, quien tomó por esposa a su propia madre, Yocasta.
Ignoramos si la esfinge egipcia tuvo algo que ver con el asunto del hijo enamorado de su madre. Muy posiblemente no, porque media un abismo de varios miles de años entre ambos, pero a los griegos les pareció muy oportuno apropiarse de ella para convertirla en monstruo mitológico con cabeza de mujer y cuerpo de león que colocaron a las puertas de la ciudad de Tebas, en la Beocia -recuérdese que había Tebas en Egipto y la había también en Grecia -para hacerle la vida imposible a los visitantes, fuesen maleantes o pacíficos ciudadanos.
Los detenía el extraño animal y les hacía una pregunta que se nos antoja tonta, siempre la misma, que nadie sabía contestar y que era el reflejo mitológico de las preguntas realizadas por los sacerdotes egipcios a los jóvenes más inteligentes que deseaban iniciarse en los milenarios secretos: cuál es el ser que camina con cuatro patas por la mañana, con dos al mediodía y utiliza tres al llegar la tarde. Nadie sabía contestar a esta sencilla pregunta y por ello eran devorados por la bestia. Pero no sucedió lo mismo al arribar Edipo a Tebas.
Acertó la respuesta: el hombre camina a cuatro patas en la niñez, utiliza dos piernas en la edad adulta y debe echar mano de un bastón al aproximarse a la vejez. Le fueron muy bien las cosas, hasta que le presentaron a su madre la reina Yocasta, a quien no veía desde su lejana infancia y se conservaba más hermosa que nunca.
La tomó por esposa y cuando se enteró del crimen cometido no aceptó el abominable incesto en silencio, sino que se enfureció por su torpeza y su falta de memoria y se arrancó los ojos de desesperación. Al parecer, tardó largo tiempo en conocer la verdad. Gracias a ello, su hija -que era también su hermana- había tenido tiempo de crecer y le sirvió a partir de entonces de lazarillo.
Pero regresemos a nuestra esfinge de Egipto, que es la buena, y veremos en ella más detalles interesantes. Observaremos que carece de senos como otras esfinges de menor tamaño. Nadie puede afirmar que los tuviese alguna vez. Su rostro es irreconocible. Lo único que puede afirmarse es que es chato, de cuello regordete y anchos pómulos y que tiene en la parte posterior de la cabeza un tocado faraónico. Tampoco puede decirse si el cuerpo es de leona y si tuvo alguna vez alas en el lomo, como otras figuras semejantes, que abundan en templos de todo el país. Hay muchas probabilidades de que la Esfinge fuese alguna vez un animal con alas, pero antes de llegar a una conclusión será preciso conocer algunos aspectos esotéricos que tal vez ayudarán a resolver en parte las dudas que puedan acometer al lector.
El zodíaco contiene elementos para aclarar el misterio
El año se divide en doce signos zodiacales, que corresponden a otras tantas constelaciones. Tres signos corresponden al equinoccio vernal, o de la primavera (Aries, Tauro, Géminis), los siguientes al solsticio de verano (Cáncer, Leo, Virgo), vienen a continuación los del equinoccio de otoño (Libra, Escorpio, Sagitario) y pertenecen los últimos al solsticio de invierno (Capricornio, Acuario, Piscis).
La posición relativa de las constelaciones varía muy lentamente con respecto a un punto fijo de observación de la Tierra, debido a cierto movimiento de balanceo de nuestro planeta en su órbita solar. Por culpa de ese balanceo, nuestra posición con relación a las constelaciones cambia cada 72 años el equivalente de un grado de arco. Puesto que la Tierra tiene 360 grados, cada signo del zodíaco comprende 30 grados, y han de pasar 2.160 años -72 multiplicado por 30-, aproximadamente, para pasar de un signo al siguiente, y unos 28.824 años para dar la vuelta a las constelaciones y regresar al punto de partida.
Este curioso fenómeno, llamado precesión de los equinoccios, era ya conocido en la antigüedad, donde le concedían una enorme importancia. A cada periodo de 2.160 años le daban el nombre de Era, y así ha seguido la costumbre hasta nuestros días. La era cristiana transcurrió bajo el signo de Piscis, como es bien sabido, y nos dirigimos hacia la de Acuario. Antes de Piscis, rigió al mundo la era de Aries, caracterizada por el cordero pascual del pueblo judío. Antes dominó la era de Tauro, identificada con el buey Apis de los egipcios.
De acuerdo con los esoteristas y los astrólogos, esta sucesión de eras podría determinar la fecha en que fue construida la Esfinge. Explican que lo que se inició con Virgo, o sea una cabeza de virgen, se concluiría con Leo.
Con base en este razonamiento sugieren que la construcción de la Esfinge tuvo lugar a mitad de camino entre Virgo y Leo.
Multiplicaron por 2.160 el número de eras que se extienden desde la actual hasta la de Virgo y llegaron a una fecha aproximada: el año 10000 antes de Cristo. Fue en aquellos tiempos que, según opinión de los esoteristas, cierto pueblo de la antigüedad comenzó a levantar el monumento que ha venido a convertirse en sinónimo de enigma. Pero, ¿tiene algún sentido esta fecha tan anterior a la nuestra?
Se dice que la construyeron los atlantes
Cuando en el 590 a. C. visitó el legislador Solón, uno de los siete sabios de Grecia, la ciudad egipcia de Saís, los sacerdotes le hicieron unos cuantos comentarios acerca de un continente que se hundió en el océano unos nueve mil años antes. A1 sumar estos 9000 a los 590 de la visita del sabio griego resulta la fecha de 9590 antes de nuestra era, que se asemeja de manera sospechosa a la determinada por el cálculo de las eras zodiacales.
¿Sería cierto, después de todo, que algunos pobladores de la Atlántida lograron sobrevivir al repentino hundimiento y llegaron a Egipto, donde levantaron una estatua monumental con cuerpo de león y cabeza de mujer, para recordar que fue entre Leo y Virgo que desapareció para siempre su patria? Sin embargo, no faltan los eruditos que van más allá de esta fecha. Dicen que a esos 10000 años habría que sumar una vuelta adicional de las doce eras, hasta obtener los 38 mil años y fracción que demostrarían algo de la mayor importancia: la Esfinge es mucho más antigua de lo que se había creído hasta ahora.
Otro argumento esgrimido por los atlantólogos en favor de su afirmación es que la Esfinge fue dedicada por los sobrevivientes de la Atlántida al dios solar Hermekhis, cuyo nombre recuerda al Hermes de los griegos. Pero no aportan pruebas al respecto. Añaden que en las cartas del Tarot, supuestamente inventadas por los egipcios pero que son originarías de la Atlántida, existe una muy especial que representa a una enorme rueda adornada con varias figuras. La rueda simboliza a la precesión de los equinoccios y una de las figuras es nada menos que la Esfinge.
¿Se trata de una coincidencia? ¿Evoca la presencia de la Esfinge en el Tarot, según consideran los esoteristas, el hundimiento del legendario continente? ¿Sería cierto, después de todo, que los hipotéticos sobrevivientes de la hipotética Atlántida sumergida arribasen a Egipto y levantasen una estatua monumental, esculpida en la roca viva, que tenía el cuerpo de león y la cabeza de mujer y recordaría a las futuras generaciones la fecha en que tuvo lugar la gran catástrofe?
Lo malo de esta teoría es que pierde toda su fuerza cuando el interesado en el tema observa que la Esfinge no dirige la mirada hacia el oeste, donde se supone que estuvo la Atlántida, sino que le da la espalda a las pirámides para contemplar el lugar por donde asoma el sol a diario.
¿Acaso llegaron del este los seres con alas?
A corta distancia de la milenaria ciudad de Bagdad, capital del actual Irak, se yergue la colina de Kujundschik, donde fue descubierta en el siglo XIX la biblioteca del rey Asurbanipal de Asiria, cuyo reinado (668-626 a.C.) señalaría el apogeo del imperio. Estaba formada esta biblioteca por tablillas de barro cocido, escritas con escritura cuneiforme. Los arqueólogos descifraron el texto y se encontraron con algo sumamente interesante y revelador: la epopeya del príncipe Gilgamesh, cuyo gran amigo Enkidu sería conducido al cielo por un toro alado.
Tiempo habrá de dedicar a este par de personajes la atención que se merecen. Nos ocuparemos ahora de los animales provistos de alas que tanto abundan, en forma de estatuas, en la región del Éufrates y del Tigris y en la vecina Persia. Estos animales alados recibían el nombre de querubines, que se da también en el Antiguo Testamento a ciertos ángeles del Señor. ¿Y no es curioso que la palabra ángel, que procede del griego angeloi, significa enviado o mensajero?
¿Quién enviaba estos mensajeros o estos querubines alados hasta la tierra para dar instrucciones a los seres humanos? ¿Puede identificarse a los seres divinos venidos del cielo con los extraterrestres tantas veces mencionados en la actualidad? ¿Descendieron en la Persia y la Asiria antigua estos señores del cielo y pasó la leyenda de sus idas y venidas hasta Egipto o procedía de otros lugares?
En la antigua India sentían gran admiración por cierto Garuda, mitad humano y mitad pájaro volador, que acudía a este país a transmitir las órdenes dictadas por sus amos. Los persas se apropiaron de esta figura -robar ideas a los demás es algo tan viejo como el mundo- y le dieron el nombre de Simorgh, ave monstruosa que se desplazaba unas veces por el cielo y otras por la tierra. Los sabios de Babilonia relacionaron a este Simorgh con el ave fénix, que renacía de las cenizas después de morir envuelto en llamas.
¿Encierra este ave fénix un símbolo que durante largo tiempo no pudo ser descifrado? ¿Significa que los ignorantes terrícolas habían visto a los señores del cielo en el momento de aterrizar en sus naves de fuego, lanzando enormes llamaradas, y que veían salir de su interior a unos seres maravillosos, como si el pájaro alado renaciese de sus cenizas cuando lo creían muerto?
Este Simorgh era lógico que se convirtiese más tarde en símbolo del poder, igual que sucedería con la versión del toro. Los griegos se apropiarían del cuadrúpedo alado para convertirlo en el caballo Pegaso, que sirvió de cabalgadura al héroe Belerofonte para matar al monstruo llamado Quimera, y también en el águila que raptó al hermoso Ganímedes. Los romanos adoptaron más tarde al águila como su emblema y lo mismo harían casi todos los países del mundo, sin saber sus gobernantes cuál era el verdadero origen del ave.
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