Decía el historiador griego Herodoto en el segundo libro de sus Historias -muy posiblemente porque alguien se lo dio a entender- que el faraón Keops obligó a sus súbditos a acarrear enormes piedras desde las canteras de Arabia, que debieron ser trasladadas en embarcaciones por el río Nilo. ¿Poseían los egipcios naves tan enormes, capaces de desplazar un mínimo de cinco toneladas? Añadía el griego que eran cien mil los esclavos ocupados en la construcción, mal alimentados, relevándose cada tres meses o dejando los huesos en la arena.
¿Fueron veinte años de esfuerzos?
Los bloques, informaron los sacerdotes a Herodoto, eran subidos por medio de rampas y cuerdas a los diversos pisos, reduciéndose en cada ocasión el número de bloques pero aumentando al mismo tiempo la altura y creciendo, en consecuencia, la dificultad para izar las piedras y acomodarlas en su sitio. Añadieron que costó la obra el equivalente de cuarenta toneladas de plata, pero en ningún momento se refiere el griego en su libro a problemas tan serios como la aglomeración de los obreros, a su alimentación, a las máquinas utilizadas.
¿Sabían los sacerdotes lo que decían o inventaron todo acerca de la pirámide, puesto que era tan antigua que se había perdido el recuerdo de los hombres que la levantaron? ¿Sucedió acaso que las primeras pirámides fueron construidas con una maquinaria perfecta y que las siguientes resultasen más modestas, porque no se contaba ya con los aparatos del principio? ¿Se dieron cuenta los faraones de las siguientes generaciones que no podrían realizar jamás una obra tan impresionante y que, por esta razón, se conformaron con equivalentes de menor tamaño, como eran los obeliscos?
Un noruego aficionado a la egiptología, cuyo nombre era Olaf Tellefsen, declaró en 1971 que había descubierto el secreto egipcio para construir la pirámide. Declaró que no utilizaron rampas para subir los bloques, porque tendrían unos dos kilómetros de longitud, como mínimo. Todo lo hicieron por medio de palancas. ¿Acertó el noruego?
En el antiguo Egipto, la población no podía superar los cien millones de habitantes y, según afirman los arqueólogos, no poseían una técnica avanzada, puesto que no han llegado vestigios hasta nuestros días. ¿Cómo hicieron entonces? ¿Poseían los sacerdotes un tipo muy especial de técnica, basada en los ultrasonidos, los poderes paranormales y la antigravedad, dejada acaso en herencia por sus maestros y que terminó por perderse?
¿Quién dijo que las piedras no pueden volar?
Un científico contemporáneo, el francés Jacques Weiss, decía que los bloques de piedra eran transportados por medio de la fuerza mental y que iban a encajar perfectamente uno sobre el otro, gracias en parte a la disposición de las caras, que eran ligeramente cóncavas o convexas, según los casos.
Una leyenda árabe dice que los Hijos del Nilo transportaban las piedras de las pirámides sobre papiros cubiertos de signos mágicos. Los sacerdotes las movían a su antojo, mediante un esfuerzo de su voluntad. Es decir, que practicaban eso que los parapsicólogos llaman ahora psicokinesis, y también telekinesis. Y de igual manera que levantaban los objetos sin que mediara contacto físico, también ellos sabían elevarse en el aire. Es decir, que levitaban, igual que harían tantos santos católicos en sus momentos de éxtasis místico, los ascetas de la India y algún que otro médium del siglo pasado.
Los sacerdotes egipcios ayudaban a los arquitectos por medio de unas flautas, cuyo sonido inaudible para el oído humano era capaz de mover las piedras. Parece absurdo, a simple vista, que un simple sonido pueda desplazar objetos. Sin embargo, nadie se sorprende al ver que las ondas sonoras emitidas por un jet alcancen a cambiar de lugar los objetos de una casa vecina.
Pero, de ser cierto cuanto se dijo acerca de los sonidos capaces de mover las piedras y de la levitación de las piedras por personas debidamente entrenadas, queda pendiente de contestar una sencilla pregunta: ¿de qué medios se valían los constructores para dar a los bloques de piedra la forma exacta requerida para que encajasen perfectamente, sin dejar rendijas?
¿Existe una pasta para ablandar las piedras?
El ser humano es tan vanidoso, tan seguro de su superioridad -en especial los científicos apegados al dogma- que se niega a creer en todo lo que vaya en contra de lo que aprendió en los libros o en la universidad. Está convencido de que nada existe en el mundo fuera de lo que conoce y que todo fue inventado ya.
Pero hace unos años, un investigador norteamericano declaró que al hombre le hace falta mucho por aprender, siquiera en ciertos terrenos. Y aportó pruebas al respecto. Decía Hyatt Verrill que en la Gran Pirámide, al igual que en las construcciones, incaicas y preincaicas, se utilizó una técnica desconocida por los actuales arquitectos e ingenieros civiles: trabajaban los obreros la piedra no con el cincel, sino con una pasta obtenida a partir de cierta planta sólo conocida por los indios, que ablanda la piedra y la vuelve maleable durante un corto tiempo.
Este mismo descubrimiento había sido realizado por el coronel P.H. Fawcett, quien antes de desaparecer misteriosamente en 1925 en las selvas brasileñas presenció algo increíble a corta distancia de los montes peruanos. Cerca del cerro de Paseo, un geólogo norteamericano había hallado un recipiente herméticamente cerrado, con forma de cabeza humana. En el Perú antiguo utilizaban la huaca para conservar líquidos, granos y oro en polvo.
El geólogo pidió a un obrero indígena que abriese el recipiente, para conocer su contenido. El hombre no sólo se negó a obedecer, sino que arrebató la huaca de manos del hombre blanco y la estrelló contra el suelo y huyó a toda prisa. Al inclinarse para recoger los fragmentos de la huaca vio con gran asombro que la piedra sobre la cual se derramó el líquido se ablandaba como si fuera de barro. Unos minutos más tarde recobraba su dureza habitual.
Así se expresó el explorador Fawcett y en apoyo de sus palabras están las piedras que se conservan en el Museo de Cochabamba, Bolivia, en las cuales hay impresas unas manos. Un sacerdote peruano, el padre Jorge Lira, informaría por su parte en junio de 1967 que los incas conocían el secreto de una planta cuyo jugo ablandaba las piedras más duras.
¿Fue utilizando una planta semejante a la peruana que los constructores de la Gran Pirámide acomodaron los bloques para lograr un perfecto ensamblaje? Y de ser así, ¿quedaría demostrado que los incas aprendieron el secreto de los egipcios, o se trata de una pura coincidencia?
Otro problema: La iluminación interior de la Pirámide
¿Cómo hicieron los constructores de la Gran Pirámide para iluminarse en el interior y evitar que cayeran todos de bruces? ¿Utilizaban antorchas, como hacían en la Edad Media para caminar de noche por los patios y los corredores?. Imposible pensar en las antorchas, en las velas o en objetos que dan luz y despiden humo, por esta sencilla razón: no se ha encontrado hollín en los muros interiores de la Gran Pirámide, así que otro debió ser el sistema de iluminación.
¿Lograban los egipcios, captar la luz solar por medio de un ingenioso sistema de espejos colocados a lo largo de los corredores, que reflejarían los rayos solares hasta el fondo? Imposible, porque los rayos pierden brillantez al reflejarse y no tardan en perder intensidad.
Entonces, si los constructores de la Gran Pirámide no utilizaron antorchas, velas o espejos, ¿cuál fue la técnica utilizada para iluminar a los obreros? Nada menos que la electricidad, que era conocida por ellos, como verá el lector al instante.
Al italiano Alejandro Volta se le atribuye la invención de la primera pila eléctrica, hacia el año 1800, pero este genial científico llego a la cita de los inventos con considerable retraso, puesto que los antiguos ya sabían utilizar la pila con éxito.
En 1938, un ingeniero alemán llamado Wilhelm König realizaba obras en el alcantarillado de Bagdad cuando descubrió unos extraños recipientes en Kujut Rabua, suburbio septentrional de esta población que fue capital del Califato. Se trataba de unos objetos que pertenecieron a la dinastía de los Sasánidas -reyes que gobernaron el país durante los siglos III al VII de nuestra era- y fueron catalogados como "objetos de culto" al ser trasladados al museo de la ciudad.
¿Conocieron los antiguos los poderes de la electricidad?
Los recipientes eran de barro, de unos quince centímetros de altura, y contenían un cilindro de cobre tapado en su parte inferior. Dentro del cilindro vio König una varilla de hierro. Aquello podía ser cualquier cosa menos objeto de culto. Investigó en el interior del recipiente y halló vestigios de ácido, que había corroído al metal. ¿Tenía delante a una pila eléctrica, utilizada hacía catorce siglos por lo menos?
Vino el paréntesis de la II Guerra Mundial y años más tarde el científico Willy Ley construyó un duplicado del recipiente en el laboratorio de alto voltaje de la General Electric. Su colaborador Willard Ley introdujo sulfato de cobre en el recipiente, ácido acético o cítrico, conocidos en la antigüedad, y la pila comenzó a trabajar.
Se descubrió a continuación que aquellas pilas de Bagdad eran nuevas si las comparaban con otras halladas por el mismo rumbo, que remontaban al siglo X antes de Cristo. Cuatro recipientes de barro con cilindros de cobre aparecieron cerca de Tell Olar, por el rumbo de Bagdad. Y diez más en Ktesifon, hallados por el profesor E. Kuhnel, del Museo del Estado de Berlín. En la biblioteca Prince, en Uijjain, India, se conserva un documento conocido como Agastya Samshita, que data del siglo X a.C. Contiene la descripción de una batería eléctrica, así como de un aparato para dividir el agua en sus dos elementos: oxígeno e hidrógeno.
No existen pruebas de que los antiguos utilizasen la electricidad producida por estas pilas para iluminarse, pero sí las hay en cuanto a su aplicación para dar baños electrolíticos a ciertas piezas. El arqueólogo francés Augusto Mariette halló a mediados del siglo XIX objetos recubiertos con una delgadísima capa de oro, en la región de Gizeh. Pero jamás se encontraron los aparatos que sirvieron para dar estos baños. El secreto de la electricidad fue muy bien guardado, pero hay veladas alusiones a lámparas y aparatos utilizados en aquellos tiempos.
¿Qué clase de energía utilizaba la lámpara mencionada por Pausanias, quien vivió en el siglo II de nuestra era, la cual ardía en el templo de Minerva sin extinguirse? San Agustín decía que en un templo egipcio dedicado a la diosa Isis vio una lámpara que ni el viento podía apagar. En su Historia de la Magia, Elifas Levi mencionaba a un rabino francés llamado Jequiel, quien vivió en la corte de Luis IX, en el siglo XIII. Este hombre utilizaba una lámpara que no quemaba aceite y que colocaba en la puerta de su casa para ahuyentar a los ladrones. Recibían éstos una descarga si querían forzar la puerta. Jamás reveló el rabino a nadie la clase de energía utilizada en la lámpara, que recordaba a la que menciona el Antiguo Testamento en el capítulo dedicado al Arca de la Alianza.
Si desea el lector más ejemplos de iluminación eléctrica utilizada en la antigüedad, sepa que en la ciudad de Tashkent, capital de la República Soviética de Uzbekistán, fueron halladas recientemente unas ánforas selladas, en cuyo interior había una gota de mercurio. Se dijo que eran fuentes de energía luminosa, basadas en el principio físico siguiente: si se agita mercurio colocado en el interior de un recipiente de cristal se obtienen oscilaciones eléctricas de baja frecuencia, suficientes para encender un tubo de neón. Pero estas oscilaciones no puede lograrlas la ciencia actual en un recipiente de barro. ¿Acaso conocían los antiguos habitantes de Tashkent secretos que nosotros ignoramos?
Los historiadores romanos Tito Livio y Dionisio de Halicarnaso atribuían a Numa Pompilio, segundo rey legendario de Roma, gran sabio del siglo VII antes de Cristo, el poder de desencadenar el fuego de Júpiter. Es decir, que sabía producir descargas eléctricas que causaban pavor entre sus enemigos. ¿Lo aprendió por sí solo o alguien se lo enseñó?
Hacia el año de 1601, un viajero español llamado Bartolomé Centenera viajaba por la región de los Siete Lagos, cerca de donde nace el río Paraguay, cuando se encontró en las ruinas del gran Moxo. Fue allí donde encontró algo sorprendente: una lámpara que daba luz sin interrumpirse y cuya forma era de columna terminada en esfera. La luz que despedía era clara y agradable, y no daba calor. El viajero se negaría a decir en qué lugar preciso halló la lámpara. Por esta razón, sus contemporáneos lo tildaron de embustero.
Pero, regresando a la Gran Pirámide y a las maravillas que la rodean, surge al instante una pregunta, una vez impuestos de los hechos asombrosos que se han contado en torno a este edificio: ¿quién fue el faraón que mandó construir la pirámide de Keops y qué genial constructor lo ayudó en la empresa?
¿Fueron veinte años de esfuerzos?
Los bloques, informaron los sacerdotes a Herodoto, eran subidos por medio de rampas y cuerdas a los diversos pisos, reduciéndose en cada ocasión el número de bloques pero aumentando al mismo tiempo la altura y creciendo, en consecuencia, la dificultad para izar las piedras y acomodarlas en su sitio. Añadieron que costó la obra el equivalente de cuarenta toneladas de plata, pero en ningún momento se refiere el griego en su libro a problemas tan serios como la aglomeración de los obreros, a su alimentación, a las máquinas utilizadas.
¿Sabían los sacerdotes lo que decían o inventaron todo acerca de la pirámide, puesto que era tan antigua que se había perdido el recuerdo de los hombres que la levantaron? ¿Sucedió acaso que las primeras pirámides fueron construidas con una maquinaria perfecta y que las siguientes resultasen más modestas, porque no se contaba ya con los aparatos del principio? ¿Se dieron cuenta los faraones de las siguientes generaciones que no podrían realizar jamás una obra tan impresionante y que, por esta razón, se conformaron con equivalentes de menor tamaño, como eran los obeliscos?
Un noruego aficionado a la egiptología, cuyo nombre era Olaf Tellefsen, declaró en 1971 que había descubierto el secreto egipcio para construir la pirámide. Declaró que no utilizaron rampas para subir los bloques, porque tendrían unos dos kilómetros de longitud, como mínimo. Todo lo hicieron por medio de palancas. ¿Acertó el noruego?
En el antiguo Egipto, la población no podía superar los cien millones de habitantes y, según afirman los arqueólogos, no poseían una técnica avanzada, puesto que no han llegado vestigios hasta nuestros días. ¿Cómo hicieron entonces? ¿Poseían los sacerdotes un tipo muy especial de técnica, basada en los ultrasonidos, los poderes paranormales y la antigravedad, dejada acaso en herencia por sus maestros y que terminó por perderse?
¿Quién dijo que las piedras no pueden volar?
Un científico contemporáneo, el francés Jacques Weiss, decía que los bloques de piedra eran transportados por medio de la fuerza mental y que iban a encajar perfectamente uno sobre el otro, gracias en parte a la disposición de las caras, que eran ligeramente cóncavas o convexas, según los casos.
Una leyenda árabe dice que los Hijos del Nilo transportaban las piedras de las pirámides sobre papiros cubiertos de signos mágicos. Los sacerdotes las movían a su antojo, mediante un esfuerzo de su voluntad. Es decir, que practicaban eso que los parapsicólogos llaman ahora psicokinesis, y también telekinesis. Y de igual manera que levantaban los objetos sin que mediara contacto físico, también ellos sabían elevarse en el aire. Es decir, que levitaban, igual que harían tantos santos católicos en sus momentos de éxtasis místico, los ascetas de la India y algún que otro médium del siglo pasado.
Los sacerdotes egipcios ayudaban a los arquitectos por medio de unas flautas, cuyo sonido inaudible para el oído humano era capaz de mover las piedras. Parece absurdo, a simple vista, que un simple sonido pueda desplazar objetos. Sin embargo, nadie se sorprende al ver que las ondas sonoras emitidas por un jet alcancen a cambiar de lugar los objetos de una casa vecina.
Pero, de ser cierto cuanto se dijo acerca de los sonidos capaces de mover las piedras y de la levitación de las piedras por personas debidamente entrenadas, queda pendiente de contestar una sencilla pregunta: ¿de qué medios se valían los constructores para dar a los bloques de piedra la forma exacta requerida para que encajasen perfectamente, sin dejar rendijas?
¿Existe una pasta para ablandar las piedras?
El ser humano es tan vanidoso, tan seguro de su superioridad -en especial los científicos apegados al dogma- que se niega a creer en todo lo que vaya en contra de lo que aprendió en los libros o en la universidad. Está convencido de que nada existe en el mundo fuera de lo que conoce y que todo fue inventado ya.
Pero hace unos años, un investigador norteamericano declaró que al hombre le hace falta mucho por aprender, siquiera en ciertos terrenos. Y aportó pruebas al respecto. Decía Hyatt Verrill que en la Gran Pirámide, al igual que en las construcciones, incaicas y preincaicas, se utilizó una técnica desconocida por los actuales arquitectos e ingenieros civiles: trabajaban los obreros la piedra no con el cincel, sino con una pasta obtenida a partir de cierta planta sólo conocida por los indios, que ablanda la piedra y la vuelve maleable durante un corto tiempo.
Este mismo descubrimiento había sido realizado por el coronel P.H. Fawcett, quien antes de desaparecer misteriosamente en 1925 en las selvas brasileñas presenció algo increíble a corta distancia de los montes peruanos. Cerca del cerro de Paseo, un geólogo norteamericano había hallado un recipiente herméticamente cerrado, con forma de cabeza humana. En el Perú antiguo utilizaban la huaca para conservar líquidos, granos y oro en polvo.
El geólogo pidió a un obrero indígena que abriese el recipiente, para conocer su contenido. El hombre no sólo se negó a obedecer, sino que arrebató la huaca de manos del hombre blanco y la estrelló contra el suelo y huyó a toda prisa. Al inclinarse para recoger los fragmentos de la huaca vio con gran asombro que la piedra sobre la cual se derramó el líquido se ablandaba como si fuera de barro. Unos minutos más tarde recobraba su dureza habitual.
Así se expresó el explorador Fawcett y en apoyo de sus palabras están las piedras que se conservan en el Museo de Cochabamba, Bolivia, en las cuales hay impresas unas manos. Un sacerdote peruano, el padre Jorge Lira, informaría por su parte en junio de 1967 que los incas conocían el secreto de una planta cuyo jugo ablandaba las piedras más duras.
¿Fue utilizando una planta semejante a la peruana que los constructores de la Gran Pirámide acomodaron los bloques para lograr un perfecto ensamblaje? Y de ser así, ¿quedaría demostrado que los incas aprendieron el secreto de los egipcios, o se trata de una pura coincidencia?
Otro problema: La iluminación interior de la Pirámide
¿Cómo hicieron los constructores de la Gran Pirámide para iluminarse en el interior y evitar que cayeran todos de bruces? ¿Utilizaban antorchas, como hacían en la Edad Media para caminar de noche por los patios y los corredores?. Imposible pensar en las antorchas, en las velas o en objetos que dan luz y despiden humo, por esta sencilla razón: no se ha encontrado hollín en los muros interiores de la Gran Pirámide, así que otro debió ser el sistema de iluminación.
¿Lograban los egipcios, captar la luz solar por medio de un ingenioso sistema de espejos colocados a lo largo de los corredores, que reflejarían los rayos solares hasta el fondo? Imposible, porque los rayos pierden brillantez al reflejarse y no tardan en perder intensidad.
Entonces, si los constructores de la Gran Pirámide no utilizaron antorchas, velas o espejos, ¿cuál fue la técnica utilizada para iluminar a los obreros? Nada menos que la electricidad, que era conocida por ellos, como verá el lector al instante.
Al italiano Alejandro Volta se le atribuye la invención de la primera pila eléctrica, hacia el año 1800, pero este genial científico llego a la cita de los inventos con considerable retraso, puesto que los antiguos ya sabían utilizar la pila con éxito.
En 1938, un ingeniero alemán llamado Wilhelm König realizaba obras en el alcantarillado de Bagdad cuando descubrió unos extraños recipientes en Kujut Rabua, suburbio septentrional de esta población que fue capital del Califato. Se trataba de unos objetos que pertenecieron a la dinastía de los Sasánidas -reyes que gobernaron el país durante los siglos III al VII de nuestra era- y fueron catalogados como "objetos de culto" al ser trasladados al museo de la ciudad.
¿Conocieron los antiguos los poderes de la electricidad?
Los recipientes eran de barro, de unos quince centímetros de altura, y contenían un cilindro de cobre tapado en su parte inferior. Dentro del cilindro vio König una varilla de hierro. Aquello podía ser cualquier cosa menos objeto de culto. Investigó en el interior del recipiente y halló vestigios de ácido, que había corroído al metal. ¿Tenía delante a una pila eléctrica, utilizada hacía catorce siglos por lo menos?
Vino el paréntesis de la II Guerra Mundial y años más tarde el científico Willy Ley construyó un duplicado del recipiente en el laboratorio de alto voltaje de la General Electric. Su colaborador Willard Ley introdujo sulfato de cobre en el recipiente, ácido acético o cítrico, conocidos en la antigüedad, y la pila comenzó a trabajar.
Se descubrió a continuación que aquellas pilas de Bagdad eran nuevas si las comparaban con otras halladas por el mismo rumbo, que remontaban al siglo X antes de Cristo. Cuatro recipientes de barro con cilindros de cobre aparecieron cerca de Tell Olar, por el rumbo de Bagdad. Y diez más en Ktesifon, hallados por el profesor E. Kuhnel, del Museo del Estado de Berlín. En la biblioteca Prince, en Uijjain, India, se conserva un documento conocido como Agastya Samshita, que data del siglo X a.C. Contiene la descripción de una batería eléctrica, así como de un aparato para dividir el agua en sus dos elementos: oxígeno e hidrógeno.
No existen pruebas de que los antiguos utilizasen la electricidad producida por estas pilas para iluminarse, pero sí las hay en cuanto a su aplicación para dar baños electrolíticos a ciertas piezas. El arqueólogo francés Augusto Mariette halló a mediados del siglo XIX objetos recubiertos con una delgadísima capa de oro, en la región de Gizeh. Pero jamás se encontraron los aparatos que sirvieron para dar estos baños. El secreto de la electricidad fue muy bien guardado, pero hay veladas alusiones a lámparas y aparatos utilizados en aquellos tiempos.
¿Qué clase de energía utilizaba la lámpara mencionada por Pausanias, quien vivió en el siglo II de nuestra era, la cual ardía en el templo de Minerva sin extinguirse? San Agustín decía que en un templo egipcio dedicado a la diosa Isis vio una lámpara que ni el viento podía apagar. En su Historia de la Magia, Elifas Levi mencionaba a un rabino francés llamado Jequiel, quien vivió en la corte de Luis IX, en el siglo XIII. Este hombre utilizaba una lámpara que no quemaba aceite y que colocaba en la puerta de su casa para ahuyentar a los ladrones. Recibían éstos una descarga si querían forzar la puerta. Jamás reveló el rabino a nadie la clase de energía utilizada en la lámpara, que recordaba a la que menciona el Antiguo Testamento en el capítulo dedicado al Arca de la Alianza.
Si desea el lector más ejemplos de iluminación eléctrica utilizada en la antigüedad, sepa que en la ciudad de Tashkent, capital de la República Soviética de Uzbekistán, fueron halladas recientemente unas ánforas selladas, en cuyo interior había una gota de mercurio. Se dijo que eran fuentes de energía luminosa, basadas en el principio físico siguiente: si se agita mercurio colocado en el interior de un recipiente de cristal se obtienen oscilaciones eléctricas de baja frecuencia, suficientes para encender un tubo de neón. Pero estas oscilaciones no puede lograrlas la ciencia actual en un recipiente de barro. ¿Acaso conocían los antiguos habitantes de Tashkent secretos que nosotros ignoramos?
Los historiadores romanos Tito Livio y Dionisio de Halicarnaso atribuían a Numa Pompilio, segundo rey legendario de Roma, gran sabio del siglo VII antes de Cristo, el poder de desencadenar el fuego de Júpiter. Es decir, que sabía producir descargas eléctricas que causaban pavor entre sus enemigos. ¿Lo aprendió por sí solo o alguien se lo enseñó?
Hacia el año de 1601, un viajero español llamado Bartolomé Centenera viajaba por la región de los Siete Lagos, cerca de donde nace el río Paraguay, cuando se encontró en las ruinas del gran Moxo. Fue allí donde encontró algo sorprendente: una lámpara que daba luz sin interrumpirse y cuya forma era de columna terminada en esfera. La luz que despedía era clara y agradable, y no daba calor. El viajero se negaría a decir en qué lugar preciso halló la lámpara. Por esta razón, sus contemporáneos lo tildaron de embustero.
Pero, regresando a la Gran Pirámide y a las maravillas que la rodean, surge al instante una pregunta, una vez impuestos de los hechos asombrosos que se han contado en torno a este edificio: ¿quién fue el faraón que mandó construir la pirámide de Keops y qué genial constructor lo ayudó en la empresa?
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