Cada vez que abrimos un libro dedicado a Egipto se nos dice que las pirámides no son más que antiguas tumbas de los faraones y que el río Nilo es una de las corrientes fluviales con mayor longitud de todo el planeta. En ninguno de los casos se nos dan muchas explicaciones. En especial, en el caso de las pirámides, a las cuales nos aproximaremos sin tardar mucho. En cuanto al Nilo se refiere, los tratados de geografía aseguran que es el río más largo de la Tierra, seguido muy de cerca por el Mississippi, el Amazonas y el Yang-Tse-Kiang. Pero jamás se han molestado los libros en aludir a ciertas peculiaridades del Nilo, que lo convierten en un caso único.
Es el único río importante del planeta que corre de sur a norte, con la sola excepción de los tres grandes siberianos: el Obi, el Ienisei y el Lena. Forma el Nilo en su desembocadura un delta -con forma de triángulo- que resulta de los aluviones arrastrados por su corriente a lo largo de varios miles de años. Y en la punta inferior de este triángulo se yergue la Gran Pirámide. Pero el río Nilo posee otras características todavía más notables.
El viajero que lanzó una frase histórica
El griego Herodoto, un viajero e historiador como pocos, visitó hace unos veinticinco siglos el país egipcio, siguiendo las huellas de otros compatriotas igualmente ilustres. Después de conocer diferentes lugares turísticos que lo llenaron de admiración y de dar, muy posiblemente, un paseo por el río, llegó a esta conclusión, que los años se ocuparían de darle la categoría de frase histórica: «Egipto es un don del Nilo». Pero, a pesar de lo que dijo Herodoto acerca del Nilo, muchas son las personas que opinan en la actualidad lo contrario. El Nilo es obra del hombre, y los beneficios que ha venido concediendo a Egipto desde tiempo inmemoriales no han sido obra de la naturaleza. Y aportan razones en defensa de su opinión.
Año tras año, desde la antigüedad, las aguas del Nilo suben de nivel al llegar el verano, en el más oportuno de los momentos, cuando los oasis están secos y la población pasa sed. Al descender algún tiempo después el nivel del río, ni demasiado pronto, ni demasiado tarde, queda en las tierras de cultivo que se extienden a ambos costados del río una espesa capa del limo de excepcional calidad.
Lo más extraordinario de esta crecida periódica de las aguas no es que se inicie cada año en la misma fecha, el 19 de julio, sino que tiene mucho que ver con cierta estrella muy conocida. Se trata de Sirio, llamada Sothis por los antiguos egipcios, que utilizaban para señalar el inicio del nuevo año. Pero no era un calendario perfecto. Los campesinos, que contaban con los dedos de las manos el momento en que amanecería el 19 de julio y subirían las aguas, cayeron muy pronto en la cuenta de que cada cuatro años Sothis asomaba en el horizonte el día siguiente. ¿Acaso el padre Nilo, creador de riqueza, dejaba de acudir a la cita, olvidando su compromiso con aquella gente?
El problema no estaba en el Nilo, sino en la estrella, que había contraído otro compromiso con anterioridad. Pero era éste con las leyes de la mecánica celestial. Quedó solucionado el problema añadiendo un día al año, cada cuatro años, como hacemos ahora con los años bisiestos. En su afán de afinar la puntería, los astrónomos egipcios fueron más allá. Multiplicaron los 3 días y fracción que tiene en días u año por cuatro y obtuvieron el periodo que llamaron sotíaco, de 1.461 años, al cabo de los cuales volvería a aparecer Sothis -o Sirio, si le agrada más al lector- en el mismo punto del horizonte.
¿Era este año sotíaco un simple cálculo matemático que para nada servía? ¿Durante cuánto tiempo utilizaron los sabios egipcios esta curiosa medida del tiempo? Aunque el lector se resista a creerlo, lo utilizaron mucho más tiempo del que podría suponer. Unos arqueólogos soviéticos que estudiaban la región de Saqqarah en los tiempos que una legión de ingenieros y obreros construían la presa de Asuán, realizaron un descubrimiento sensacional. Hallaron unas inscripciones en las que se mencionaba hasta un total de veinticinco periodos sotíacos, que corresponderían a la increíble antigüedad de 36.525 años. ¿Significa esto que la historia de Egipto va mucho más allá de lo que habían dicho hasta ahora los textos?
No tardaremos en ver que la respuesta es afirmativa. Pero antes tendremos que contemplar unas características más del asombroso Nilo.
¿No es curioso que apenas tenga afluentes?
Se tardaron siglos en conocer dónde estaban las fuentes del Nilo. En el siglo pasado se vino a saber que el río nace en el lago Victoria, atraviesa las tierras de Uganda, se interna en el lago Alberto y penetra a continuación en el Sudán. Recibe poco después, por la derecha, a la altura de Khartum, a su principal y casi único afluente: el llamado Nilo Azul, nacido en las montañas de Etiopía. A partir de entonces se quiebra el terreno para dar origen a las cataratas que han dado fama a la región. Pero más allá de la última catarata, poco antes de la presa de Asuán, y estando ya en pleno Trópico de Cáncer, cambia por completo la fisonomía del río.
No sólo no vuelve a recibir afluentes en los siguientes dos mil kilómetros hasta el Delta -lo cual no sucede con ningún otro río del planeta-, sino que se desliza casi en línea recta por un valle sumamente angosto que conserva la misma anchura en todo su recorrido. Como si fuera un canal, no un río.
Más tarde, al desembocar el Nilo en el mar Mediterráneo, forman los aluviones del Delta. En ese delta levantaría Alejandro Magno la ciudad que llevaría su nombre y también ese delta encierra ciudades como Naucratis y Saís, capital administrativa de Egipto en los tiempos que llegó a visitarla Solón. Pero ¿fue siempre así esta caudalosa corriente? ¿En qué momento del pasado comenzó a surgir el Delta?
¿No coincidiría este momento con aquél en que desaparecieron las primeras dinastías que fundaron Egipto, y las que llegaron a continuación no supieron realizar -o no quisieron- las labores de dragado que necesitaba el río para no quedar cegado? En los mares interiores, como el Mediterráneo y el Golfo de México, que tienen tantos puntos en común, la ausencia de mareas que limpien la desembocadura de los ríos impide que sean arrastrados los aluviones y terminan por aparecer los deltas.
Si hubiera manera de calcular el total de tierras arrastradas por el Nilo en un año, así como el volumen representado por los sedimentos que forma en la actualidad el delta, que sigue creciendo inexorablemente, un simple cálculo matemático podría determinar la fecha aproximada en que abandonaron los antiguos egipcios el dragado de la desembocadura del Nilo y comenzó a formarse el Delta.
Si pudiera realizarse este cálculo, tal vez obtendríamos una fecha cercana a los 10.000 años antes de nuestra era, que ha sido crucial para la humanidad. Fue en aquellos tiempos que se desencadenó un pavoroso cataclismo sobre el planeta entero, llamado por unos Diluvio Universal, colisión con un enorme asteroide por otros, o fin del periodo glaciar por los geólogos. También fue por aquel entonces que Egipto sufrió fuertes cambios en su topografía y cuando aparecieron las nuevas dinastías, que no poseían la vasta cultura de las desaparecidas.
Pero antes de seguir adelante, echemos una ojeada a un mapa famoso que nos abrirá los ojos.
Es un mapa unico en el mundo
En 1929 era Presidente de Turquía Mustafá Kemal, llamado por el pueblo Ataturk -padre de la patria-, quien se propuso derribar las viejas instituciones feudales, la esclavitud y los harenes para transformar a su país en un estado moderno. Una de sus primeras tareas fue mandar a casa a las odaliscas del palacio Topkapi. A continuación encomendó a Malil Edhem, director del Museo Nacional de Turquía, poner orden en los tesoros que albergaba el edificio. Fue allí donde el 9 de noviembre de 1929 apareció un viejo mapa dibujado en piel de ante que mostraba las costas del continente americano y las de Europa y África.
El mapa era original de un tal Ahmed Muhiddin, más conocido como Piri Reis, almirante de la flota de Soliman el Magnífico además de dibujante de mapas y coleccionista. Era un mapa trazado, al parecer, a partir de otro que databa de los tiempos anteriores a Alejandro Magno. Piri Reis había dibujado varios mapas, pero éste poseía detalles extraordinarios en verdad. Había obtenido la información, se dice, de un marinero español apresado por los turcos en 1501. Y este marinero confesó a Piri Reis, al verlo tan interesado en su historia -decía el español que había acompañado a América a Cristóbal Colón en sus tres viajes-, que poseía un mapa utilizado por el Almirante en su búsqueda del camino más corto a la India.
Quién sabe cuál de las versiones es la correcta, pero sí es indudable que Piri Reis debió escuchar el nombre de Colón, puesto que en el mapa hallado en el palacio Topkapi hay una inscripción en turco que dice algo acerca de «un originario de Génova, de nombre Colón, quien vio un libro donde se decía que en el extremo del mar occidental había costas e islas cargadas de piedras preciosas».
El gobierno turco ordenó hacer copias del mapa y las envió a casi todas las bibliotecas del mundo. Hizo la prensa algún comentario trivial sobre el hallazgo y el mapa se perdió en el olvido de los archivos.
Descubren interesante información en el mapa
Años más tarde, cierto capitán Arlington Mallery, empleado en la Oficina Hidrográfica de la Marina de Estados Unidos, realizaba un estudio sobre unas cartas noruegas antiguas del océano Ártico y de Groenlandia. Deseaba demostrar algo que ha venido preocupando desde hace tiempo a la humanidad: si los vikingos llegaron o no a Norteamérica siglos antes que Colón desembarcase en la isla de Guanahaní. Pero encontró por casualidad el mapa del almirante turco y, sin querer, hizo algunas comparaciones. Se quedó perplejo.
Vio que la Tierra de la Reina Matilde figuraba en el mapa de Piri Reis con las islas que contienen los mapas modernos. Además, no había señales de hielo, como si el mapa hubiese sido dibujado antes del periodo glaciar. Había tal exactitud en las longitudes y latitudes que Mallery se resistió a creer lo que veía, pues fue a partir de 1765, dos siglos y medio después de dibujarse el mapa, que los cartógrafos comenzaron a realizar mapas con acierto.
Un experto bien conocido en estudios de la corteza terrestre, el Dr. Charles H. Hapgood, profesor en la Universidad de Keene, Nueva Hampshire, tomó por su cuenta el mapa y halló anomalías incomprensibles. Eran detalles que sólo muy entrado el presente siglo fueron descubiertos.
Por ejemplo, figuraba en el mapa la isla de Marajo, en la desembocadura del río Amazonas, a pesar de que era desconocida en 1513 y tardarían unos treinta años más en hallarla los exploradores portugueses. Aparecían los Andes dibujados con gran exactitud, con todo y unas llamas, animales acerca de cuya existencia nada sabían en Europa. Y tampoco en Turquía. Vio en la península de Yucatán un río desconocido en aquella época y cerca de Argentina localizó las islas Malvinas, descubiertas en 1592. La Antártida mostraba su perfil bajo los hielos, que sólo a partir del Año Geofísico Internacional 1957-1958 se determinaría en su casi totalidad.
El mapa de Piri Reis mostraba una cadena montañosa en el Polo Sur que sería descubierta en 1952, y así lo confirmaría en 1957 el sacerdote jesuita Daniel Linehan, director del observatorio del Boston College, quien había participado en una expedición al Polo Sur para confirmar los datos del mapa.
Por su parte, el profesor Hapgood terminaría realizando un estudio comparado con otros mapas del Renacimiento para llegar a esta conclusión: el centro del mapa de Piri Reis puede localizarse en la intersección del meridiano que pasa por Alejandría y el Trópico de Cáncer. Es decir, a muy corta distancia de la Gran Pirámide de Egipto, que veremos muy pronto.
En este momento sólo nos interesa del mapa de Piris Reis la región del continente africano, que nos reserva algunas sorpresas.
Ríos de los que ni el recuerdo se conserva
Si el lector echa una mirada a la región occidental de África, única que aparece en el mapa de Piri Reis, la verá surcada por varios ríos en su parte superior. Y estos ríos parecen proceder de un punto situado en el centro de lo que hoy es desierto de Sahara, que en otros tiempos fue tierra cubierta por verdes praderas.
En el centro del actual desierto se elevan las montañas del Tassili, donde en 1933 el teniente Charles Brenans, del ejército francés, descubrió por casualidad unas extraordinarias pinturas rupestres dibujadas hace unos 8 ó 10 mil años. Fueron estudiadas más tarde por el etnólogo francés André Lhote, quien para 1957 había logrado reunir una importante colección de dibujos, algunos de ellos muy fuera de lo normal. Representaban a unos seres enormes, provistos de algo que parecían cascos espaciales. Por esta razón, a tan curiosos personajes se les daría a partir de entonces el nombre de marcianos del Tassili.
¿A quién quisieron representar los primitivos habitantes de esta región? ¿A seres extraterrestres que en alguna ocasión visitaron el lugar?
Fue una lástima que el autor del mapa, fuese Piri Reis o fuese otro artista desconocido, no se extendiese un poco más en dirección al este y al norte, hasta alcanzar el Mediterráneo y Egipto. A no ser que un desconocido recortase la parte oriental del mapa, para evitar que personas indiscretas hiciesen más tarde conjeturas. Se hubiesen aclarado muchos misterios. A cambio de esta omisión nos muestra el mapa algunos ríos, como el Senegal, el Níger y el Volta, que corren todavía en nuestros días rumbo al océano Atlántico. Pero nada puede informarnos acerca de otras corrientes que ya no existen. Como el río Tritón, por ejemplo, al cual se refirió en el siglo II de nuestra era el geógrafo y astrónomo griego Claudio Ptolomeo.
Si Ptolomeo mencionó a este río fantasma no lo hizo porque le vino en gana, sino porque alguna noticia había llegado a sus oídos. Cada vez que un historiador de la antigüedad informaba acerca de algo que se salía de lo normal, los demás se burlaban de él. Y así sucedió con este griego nacido en Egipto en lo que al Tritón se refiere.
Pero un ingeniero francés creyó hace unos años en Ptolomeo -igual que el alemán Schliemann tendría fe el siglo pasado en Homero, y descubriría Troya- y se le metió en la cabeza realizar una exploración por el rumbo. Monsieur Butevand salió un día al desierto desde la ciudad de Túnez donde vivía, provisto de equipo para resistir un par de semanas, y tras una búsqueda prolongada encontró el antiguo lecho del río. Descubrió entonces que este río legendario nacía en otros tiempos en las montañas del Tassili, recorría unos 2.000 kilómetros rumbo al norte y venía a desembocar en el Golfo de Túnez.
Este río fantasma desapareció hace unos 8 ó 10 mil años, cuando según los geólogos se abatió sobre el planeta un cataclismo de magnas proporciones, provocado por el brusco cambio del eje terrestre con el consiguiente desplazamiento de los polos a la posición que ahora ocupan.
¿Hubo una importante población en el Tassili?
En opinión de los expertos en meteorología, los hielos polares invadieron las entonces tierras fértiles de Groenlandia. Al bajar la temperatura en el Polo Norte se creó un anillo de vientos elevados, conocido como vórtice circumpolar, que rodearía al Polo. Este vórtice puso en movimiento zonas de aire seco descendente que se desplazarían hacia el sur y determinarían la intensa sequedad del Sahara. Sólo cuando se invierta este proceso regresará la humedad al Sahara y volverá a ser lo que antes. Pero tendrá que apresurarse este cambio meteorológico, porque el desierto crece de tamaño a ritmo acelerado y amenaza con devorar casi todo el continente.
Al sobrevenir esta catástrofe, una parte de la población emigró hacia el oeste y se estableció en la costa atlántica, en los lugares ocupados hoy por Tánger y varias ciudades marroquíes, entre las que sobresale Larache, la ciudad santa. Serían los antepasados de los actuales bereberes, de raza blanca, que conservan todavía curiosas leyendas sobre las reinas que gobernaron en su país de origen y cuya lengua tiene muy curiosa semejanza con la de los antiguos egipcios.
Quedaron en la región montañosa del Tassili, que sería invadida por las arenas del desierto, los que conocemos como tuaregs, orgullosos habitantes de este lugar tan amante de sus tradiciones, famosos por los velos azulados que les cubren el rostro. ¿Los utilizan para defenderse del sol y de los vendavales o para recordar a las reinas que fueron sus soberanas hace miles de años? Conserva este pueblo varias leyendas sobre las reinas, que no inventaron, puesto que han sido descubiertas sus tumbas.
Una de estas reinas fue Tin Hinan, hallada en la década de los treinta. El etnólogo francés André Lhote encontraría en la vecina localidad de Jabbarem el dibujo de una reina sacerdotista, cuyo tocado era claramente egipcio. ¿Copia fiel del tocado de las faraones? ¿O fue la moda faraónica copia fiel del atuendo de las reinas del Sahara? Más al norte, en la población argelina de Cherchell, apareció otra tumba, llamada por los nativos "tumba de la cristiana", a pesar de ser muy anterior a la era cristiana. Guardaba también los restos de una reina. Otro grupo numeroso, dirigido tal vez por las reinas, tomó el camino del este para establecerse finalmente en lo que todavía no era Egipto, que estaba habitado por un pueblo de origen fenicio. Hallazgos realizados a partir de 1929 en la región siria de Ras-Shamra han venido a revelar que los fenicios procedían de la India y eran excelentes marineros. Surcaron el océano índico, hicieron escala en Arabia y subieron hacia la península de Sinaí hasta arraigarse en la costa del Líbano. Eran llamados "hombres rojos" porque pintaban de rojo sus velas y los bonetes de los marineros, además de ser su tez cobriza, como los naturales de la India.
¿Fueron las reinas del Sahara las fundadoras de las primeras dinastías egipcias, al unirse con los reyes de piel cobriza cuyo gobierno era patriarcal, así como era matriarcal el de ellas? Se fundieron las dos razas y de la fusión de las reinas blancas y los reyes rojos surgieron los faraones, cuyos tronos eran dobles, para que tomasen asiento al mismo tiempo los dos miembros de la pareja real.
¿Fueron estos seres de avanzada cultura, venidos del oeste y que tal vez contaban con el apoyo de seres llegados del cielo, los que canalizaron el río Nilo, para evitar que corriese la misma suerte del río Tritón? ¿Abrieron los emigrantes del Tassili la gigantesca bahía de forma triangular en cuya punta inferior levantaron la Gran Pirámide, como un monumento a la amistad entre los dos pueblos, a manera de símbolo de victoria sobre las condiciones adversas?
Y, por último, ¿llegaron a Egipto, procedentes del imperio gobernado por las reinas de gran belleza, los sacerdotes Toth, Osiris e Imhotep, cuyas enseñanzas tanto contribuirían a levantar al pueblo todavía primitivo, o procedían de un lugar todavía más lejano?
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