Para los aborígenes australianos la Tierra se formó en una lejana era conocida como la Época del Sueño. Héroes a la vez semi-humanos y semi-animales viajaban entonces a través de las desérticas llanuras de Australia dando forma al mundo y a la sociedad con sus acciones. Su paso quedó marcado en la forma cuevas, rocas, riachuelos…, lugares sagrados en los cuales permanece la energía de aquellos héroes primigenios y que es necesario conocer para sobrevivir en el desierto.
Todas las rutas de la Època del Sueño se cruzan en Uluru, un enorme montículo rocoso que emerge de la llanura a unos 329 kilómetros al suroeste de Alice Springs y al cual el comisionado William Gosse rebautizó en 1873 como “Ayers Rock”. De 335 metros de altura y 9 kilómetros de perímetro, tiene una forma que recuerda vagamente a la de un corazón, parecido acentuado por el intenso tono rojizo que su superficie adquiere bajo la luz de la tarde.
Uluru/Ayers Rock posee una gran importancia religiosa para los aborígenes, y constituye el escenario de muchos de sus mitos. No hay grieta, estría o saliente que no tenga una historia que la explique.
Una serie de huecos situados en la base de la formación, por ejemplo, son las huellas que dejaron los pitjantjatjara, los hombres canguro que habitaban en su zona norte, al huir del dingo demoníaco invocado por una tribu enemiga, y al cual lograron derrotar tras arrebatarle el tótem que llevaba en la boca.
Algunas protuberancias son los cuerpos de la tribu de hombres serpiente venenosos que atacó a los yakuntjatjara, pacíficos hombres serpiente sin veneno que vivían al sur de Uluru. Bulari, la Madre Tierra, acabó con los atacantes enviándoles una nube de muerte y enfermedad.
En algunos pliegues puede verse al lagarto Kandju, que llegó buscando su boomerang perdido. Una roca es el cuerpo de otro lagarto, el lagarto de la lengua azul o Lungtaka, que una vez robó un emú a los Hermanos Pájaro Campana y después enterró la carne, la cual se convirtió en planchas de piedra. Sumamente enfadados, los hermanos quemaron la choza de Lungtaka con él dentro. Las manchas del humo todavía se distinguen en las paredes de Uluru.
Pero además de escenario mítico, Ayers Rock es también un santuario. En su base existen cuevas y grutas cuyas paredes están cubiertas por multitud de grabados con una función didáctica o religiosa, para ser utilizados como apoyo a la narración de mitos o durante ceremonias. Algunos de esos dibujos son exclusivos para hombres o mujeres, y está prohibido incluso mirar hacia la entrada de una cueva destinada al sexo opuesto.
Según aseguran los nativos las pinturas más antiguas, las más sagradas, fueron hechas por los propios habitantes de la Época del Sueño y sus primeros sucesores.
Todas las rutas de la Època del Sueño se cruzan en Uluru, un enorme montículo rocoso que emerge de la llanura a unos 329 kilómetros al suroeste de Alice Springs y al cual el comisionado William Gosse rebautizó en 1873 como “Ayers Rock”. De 335 metros de altura y 9 kilómetros de perímetro, tiene una forma que recuerda vagamente a la de un corazón, parecido acentuado por el intenso tono rojizo que su superficie adquiere bajo la luz de la tarde.
Uluru/Ayers Rock posee una gran importancia religiosa para los aborígenes, y constituye el escenario de muchos de sus mitos. No hay grieta, estría o saliente que no tenga una historia que la explique.
Una serie de huecos situados en la base de la formación, por ejemplo, son las huellas que dejaron los pitjantjatjara, los hombres canguro que habitaban en su zona norte, al huir del dingo demoníaco invocado por una tribu enemiga, y al cual lograron derrotar tras arrebatarle el tótem que llevaba en la boca.
Algunas protuberancias son los cuerpos de la tribu de hombres serpiente venenosos que atacó a los yakuntjatjara, pacíficos hombres serpiente sin veneno que vivían al sur de Uluru. Bulari, la Madre Tierra, acabó con los atacantes enviándoles una nube de muerte y enfermedad.
En algunos pliegues puede verse al lagarto Kandju, que llegó buscando su boomerang perdido. Una roca es el cuerpo de otro lagarto, el lagarto de la lengua azul o Lungtaka, que una vez robó un emú a los Hermanos Pájaro Campana y después enterró la carne, la cual se convirtió en planchas de piedra. Sumamente enfadados, los hermanos quemaron la choza de Lungtaka con él dentro. Las manchas del humo todavía se distinguen en las paredes de Uluru.
Pero además de escenario mítico, Ayers Rock es también un santuario. En su base existen cuevas y grutas cuyas paredes están cubiertas por multitud de grabados con una función didáctica o religiosa, para ser utilizados como apoyo a la narración de mitos o durante ceremonias. Algunos de esos dibujos son exclusivos para hombres o mujeres, y está prohibido incluso mirar hacia la entrada de una cueva destinada al sexo opuesto.
Según aseguran los nativos las pinturas más antiguas, las más sagradas, fueron hechas por los propios habitantes de la Época del Sueño y sus primeros sucesores.
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