Glastonbury es uno de los lugares con más misterio y magia del Reino Unido. Identificado por muchos con el Ávalon de las leyendas célticas y artúricas, constituyó siempre un importante centro sagrado para los diferentes cultos que se sucedieron en la isla. Se trata de una zona de unos 20 kilómetros cuadrados que comprende principalmente unas pequeñas colinas, las ruinas de una importante abadía medieval, y el pueblo que surgió al amparo de esta y la sobrevivió.
Dominando todo el lugar se alza la imponente colina de Glastonbury Tor, coronada por una torre que es lo único que queda de una antigua iglesia consagrada a San Miguel. Aunque la colina es de origen natural, en torno a ella se distingue los restos erosionados de un sistema de terrazas erigido por los pobladores prehistóricos del lugar. Algunos estudiosos creen reconocer en ellas una estructura de laberinto cuyo carácter simbólico parece indicar una finalidad religiosa. Se trataría un centro de peregrinaje e iniciación que probablemente se mantuvo con la llegada de los druidas.
Pero la colina Tor no es el único vestigio prehistórico. Para algunos autores, en el paisaje de toda la zona se esconde un zodiaco sagrado, reflejo de las constelaciones del firmamento, y solo apreciable por completo desde el aire. Los antiguos pobladores crearon este gigantesco templo de las estrellas aprovechando los accidentes naturales; su conservación la habrían llevado a cabo iniciados en la antigua sabiduría hasta llegar a época ya cristiana.
Cerca de la Tor se encuentran las fantasmagóricas ruinas de la abadía de Glastonbury. Fundada en el siglo VII, llegó a convertirse en uno de los monasterios más grandes de Inglaterra, hasta que en 1184 fue pasto de las llamas. Tras su reconstrucción, culminada en 1213, y tras posteriores ampliaciones, recuperó casi por completo su anterior importancia. Pero en 1539 fue finalmente abandonada debido a la disolución de los monasterios ordenada por Enrique VIII.
Según una tradición cuyo origen data del siglo XII, en Glastonbury descansaron los restos del rey Arturo> y de la reina Ginebra. Dicen que Enrique II, tras escuchar en 1171 a un bardo galés contar una extraña versión del fin de Arturo en la cual este era enterrado en Glastonbury, conminó al abad de allí a buscar los cuerpos. El rey no le debió de meter mucha prisa, ya que la búsqueda no se llevó a cabo hasta 1191, en tiempos de Ricardo I. Entonces, justo en el punto indicado por el bardo, a 16 pies de profundidad, se halló un gran tronco de roble hueco. En su superficie había adosada una cruz de plomo en la cual figuraba la siguiente inscripción: “Aquí yace el renombrado rey Arturo, en la isla de Ávalon, junto a Ginebra, su segunda esposa”. Y al abrir el rudimentario ataúd aparecieron los restos de los reyes. Cuentan que los huesos de Arturo poseían un tamaño inusual y que Ginebra aún conservaba su melena dorada, la cual se convirtió en polvo nada más ser tocada.
En un primer momento los restos se guardaron en la abadía junto a las reliquias sagradas. Más tarde fueron trasladados a un sepulcro de mármol negro, construido frente al altar principal. Sin embargo se perdieron en 1539, cuando se destruyó la abadía. Se dice que un misterioso caballero vestido de negro y con los ojos rojos atacó lo que quedaba del edificio, acabando con cualquier pista que pudiese conducir al paradero de las regias reliquias.
Los eruditos ponen hoy en duda la autenticidad de aquellos restos. Afirman que el estilo de la inscripción grabada en la cruz correspondería más con el de la época en que fue encontrada que con el de la época de Arturo, y sospechan de la confluencia de intereses que favorecía su aparición: por un lado, la abadía atravesaba un mal momento económico que la presencia del legendario rey entre sus muros podía ayudar a superar; y, por otro, a los Plantagenet, recientes conquistadores de Inglaterra, no les convenía que entre las clases populares se siguiese pensando que Arturo estaba vivo y algún día regresaría a recuperar su trono.
Pero las leyendas en torno a Glastonbury no terminan con el cadáver de Arturo. Otra de ellas, tal vez de origen más tardío que la anterior, trata acerca del Santo Grial. Cuenta cómo hace veinte siglos Jesucristo y su tío José de Arimatea viajaron a Britania y en Glastonbury levantaron la primera iglesia de las islas. Se supone que después volvieron a Palestina, pero, una vez crucificado Jesús, José de Arimatea regresó a Glastonbury acompañado por un grupo de seguidores y portando un cáliz con la sangre de Cristo. Al llegar enterró el cáliz en un punto cercano a la colina Tor, del cual surgió un manantial. Su agua poseía propiedades curativas y rejuvenecedoras. Ese manantial correspondería con el pozo conocido hoy como Pozo del Cáliz o Pozo de la Sangre, cuyas aguas son de color rojo debido a las características especiales de las rocas circundantes.
Dominando todo el lugar se alza la imponente colina de Glastonbury Tor, coronada por una torre que es lo único que queda de una antigua iglesia consagrada a San Miguel. Aunque la colina es de origen natural, en torno a ella se distingue los restos erosionados de un sistema de terrazas erigido por los pobladores prehistóricos del lugar. Algunos estudiosos creen reconocer en ellas una estructura de laberinto cuyo carácter simbólico parece indicar una finalidad religiosa. Se trataría un centro de peregrinaje e iniciación que probablemente se mantuvo con la llegada de los druidas.
Pero la colina Tor no es el único vestigio prehistórico. Para algunos autores, en el paisaje de toda la zona se esconde un zodiaco sagrado, reflejo de las constelaciones del firmamento, y solo apreciable por completo desde el aire. Los antiguos pobladores crearon este gigantesco templo de las estrellas aprovechando los accidentes naturales; su conservación la habrían llevado a cabo iniciados en la antigua sabiduría hasta llegar a época ya cristiana.
Cerca de la Tor se encuentran las fantasmagóricas ruinas de la abadía de Glastonbury. Fundada en el siglo VII, llegó a convertirse en uno de los monasterios más grandes de Inglaterra, hasta que en 1184 fue pasto de las llamas. Tras su reconstrucción, culminada en 1213, y tras posteriores ampliaciones, recuperó casi por completo su anterior importancia. Pero en 1539 fue finalmente abandonada debido a la disolución de los monasterios ordenada por Enrique VIII.
Según una tradición cuyo origen data del siglo XII, en Glastonbury descansaron los restos del rey Arturo> y de la reina Ginebra. Dicen que Enrique II, tras escuchar en 1171 a un bardo galés contar una extraña versión del fin de Arturo en la cual este era enterrado en Glastonbury, conminó al abad de allí a buscar los cuerpos. El rey no le debió de meter mucha prisa, ya que la búsqueda no se llevó a cabo hasta 1191, en tiempos de Ricardo I. Entonces, justo en el punto indicado por el bardo, a 16 pies de profundidad, se halló un gran tronco de roble hueco. En su superficie había adosada una cruz de plomo en la cual figuraba la siguiente inscripción: “Aquí yace el renombrado rey Arturo, en la isla de Ávalon, junto a Ginebra, su segunda esposa”. Y al abrir el rudimentario ataúd aparecieron los restos de los reyes. Cuentan que los huesos de Arturo poseían un tamaño inusual y que Ginebra aún conservaba su melena dorada, la cual se convirtió en polvo nada más ser tocada.
En un primer momento los restos se guardaron en la abadía junto a las reliquias sagradas. Más tarde fueron trasladados a un sepulcro de mármol negro, construido frente al altar principal. Sin embargo se perdieron en 1539, cuando se destruyó la abadía. Se dice que un misterioso caballero vestido de negro y con los ojos rojos atacó lo que quedaba del edificio, acabando con cualquier pista que pudiese conducir al paradero de las regias reliquias.
Los eruditos ponen hoy en duda la autenticidad de aquellos restos. Afirman que el estilo de la inscripción grabada en la cruz correspondería más con el de la época en que fue encontrada que con el de la época de Arturo, y sospechan de la confluencia de intereses que favorecía su aparición: por un lado, la abadía atravesaba un mal momento económico que la presencia del legendario rey entre sus muros podía ayudar a superar; y, por otro, a los Plantagenet, recientes conquistadores de Inglaterra, no les convenía que entre las clases populares se siguiese pensando que Arturo estaba vivo y algún día regresaría a recuperar su trono.
Pero las leyendas en torno a Glastonbury no terminan con el cadáver de Arturo. Otra de ellas, tal vez de origen más tardío que la anterior, trata acerca del Santo Grial. Cuenta cómo hace veinte siglos Jesucristo y su tío José de Arimatea viajaron a Britania y en Glastonbury levantaron la primera iglesia de las islas. Se supone que después volvieron a Palestina, pero, una vez crucificado Jesús, José de Arimatea regresó a Glastonbury acompañado por un grupo de seguidores y portando un cáliz con la sangre de Cristo. Al llegar enterró el cáliz en un punto cercano a la colina Tor, del cual surgió un manantial. Su agua poseía propiedades curativas y rejuvenecedoras. Ese manantial correspondería con el pozo conocido hoy como Pozo del Cáliz o Pozo de la Sangre, cuyas aguas son de color rojo debido a las características especiales de las rocas circundantes.
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