La tradición ortodoxa dice que Eva fue la primera mujer de Adán y, por tanto, la madre de toda la humanidad. Su rol de mujer sumisa y procreadora lo perfeccionó, una vez fueron expulsados, Adán y ella, del Paraíso. No obstante, la creencia heterodoxa rebate este arraigado mito al introducir una figura transcendental: Lilith. Algunos textos defienden que ella fue la primera (y verdadera) mujer de Adán; pero que su carácter indómito obligó a Dios a recurrir a la costilla Adánica para modelar una mujer antagónica a ésta: Eva -aunque el éxito no fue total, reza el Génesis-.
No obstante, el atractivo casi demoníaco de Lilith embriagaba la razón de Adán y acababa refugiado, casi todas las noches, en sus ardientes brazos. Condenada por su sexualidad, se la considera la “Reina de los Súcubos”, la “madre de los vampiros” y la mujer infértil. Los apelativos propios de una figura femenina independiente, escapista al código que regía la conducta de su época. Por tanto, la distorsionada imagen de este tipo de mujeres en los textos sagrados -consideradas impuras, herejes y brujas- influenció negativamente, durante siglos, en la historia de la mujer.
Aparte de impura, se cree que Lilith es “la madre de los vampiros”. Según la tradición hebraica, no aceptaba mantenerse inmóvil bajo Adán por lo que, durante un acto sexual, huyó hacia el bosque transformándose en viento helado. Sola y repudiada por su esposo, desata el fuero reprimido de su interior. Decide vengarse asesinando bebés y alimentándose de su sangre. La cultura popular exigía que, para potenciar la fertilidad, la mujer debía permanecer bajo el hombre.
Lilith, se sobrentiende, no quería ser madre, no quería asumir su irrenunciable rol de mujer. Consciente de su fuerza y poder de seducción, lleva a cabo una macabra venganza: satisfacer su ilimitada sed de sangre.
Liberada su furia, además, preserva su inmortalidad al escapar del castigo de Dios; para ello, se refugia entre las tinieblas, en la más tenebrosa oscuridad. Contrariamente, Adán y Eva fueron castigados por cometer, a plena luz del día, el pecado original. No sólo fueron expulsados del paraíso, también los despojaron de su inmortalidad. Lilith, eternamente joven, expande su imperio de sed de sangre impunemente.
Y, además, no está sola. Ha reunido, a lo largo de los siglos, un ejército de inmortales que satisfacen los primarios deseos de su madre, la reina de los vampiros.