martes, 16 de agosto de 2011

La maldición de Laurinaga: Leyenda guanche

El señor de las Islas Afortunadas (S. XV), D. Pedro Fernández de Saavedra, era un caballero bravucón y pendenciero que, nada más pisar tierra guanche, comenzó a tener aventuras con las hermosas lugareñas. De estas esporádicas relaciones, nacieron una sarta de hijos ilegítimos. No obstante, según los convencionalismos de la época, hubo de casarse con una mujer de buena familia. La escogida fue Constanza Sarmiento, hija de García de la Herrera, con la que tuvo catorce hijos.

Uno de estos hijos fue D. Luis Fernández de Herrera, quien heredó los atributos físicos de su padre y su egotismo. También dado a los escarceos amorosos, seducía a las indígenas que lo admiraban como a un héroe. Y sería una de ellas su perdición. Una atractiva guanche, bautizada como Fernanda, fue su objeto de deseo durante meses.

Ésta no accedía a sus deseos, pero temerosa de posibles represalias, aceptó a acompañar a D. Luis a una cacería de su padre. Durante la jornada, aprovechó para llevársela a otro lugar, lejos de miradas indiscretas. Sin embargo, al intentar abrazarla, ésta se asustó y empezó a pedir ayuda. Pronto el resto de los asistentes a la cacería se percataron de la ausencia de los jóvenes.
Aunque la comitiva acudió presta al lugar de donde provenían los gritos, un lugareño se adelantó y, por intentar defender a Fernanda, D. Luis desenvainó un cuchillo y el guanche se lo arrebató hábilmente.

Pero, justo en ese momento, aparecía el padre de éste, D. Pedro Fernández de Saavedra, quién con su caballo, aplastó al campesino muriendo éste en el acto. Pocos minutos después, aparecía una anciana, madre del labrador asesinado, y al comprobar quién era el causante de la muerte de su hijo, descubrió que se trataba del hombre que la había seducido en su juventud, padre y asesino de su propio hijo.

Dolorida, elevó sus ojos al cielo, invocando a sus dioses guanches y maldijo toda la tierra de Fuertenventura, por ser D. Pedro Fernández de Saavedra su señor. Desde entonces, el viento sopló con fuerza del Sáhara, quemando todo a su paso. Año tras año, la isla se convirtió en un bello desierto, pero un desierto que, dicen los antiguos, acabará desapareciendo bajo la maldición de Laurinaga.

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