Existe una leyenda árabe que narra el origen de los sueños, esas manifestaciones de imágenes y sonidos que cada noche nos acompañan durante unos pocos minutos. Esos nexos con el subconsciente y sus profundas pulsiones.
El Sueño ofendió gravemente al Dios de las Tormentas, al conceder a los marineros reposo nocturno. Unos marineros que vivían atormentados por dicho dios, y que poco descanso tenían al final de las jornadas. Por ello, el Sueño emprendió un viaje con sus hijos, los Sueños, a una isla encantada para huir de la furia de las tormentas; pero el rencoroso Dios los desvió de su camino, desterrándolos a un lugar inhóspito, condenado al eterno aburrimiento.
En este lugar, la vida se marchitaba, abatida por la melancolía y el desasosiego. Pronto, los Sueños empezaron a deprimirse, a experimentar una tristeza inusual en ellos. Los vientos soplaban con furia en la isla pero, en el crepúsculo, la Diosa Luna iluminaba la región y el Dios de la Tempestad se retiraba a su morada. Al estar fuera del maléfico control de las tormentas, el Sueño permitió a sus hijos que se evadieran de la tristeza nada más caer la noche.
Éstos, gozosos, emprenden el vuelo y recorren el mundo, posándose en los corazones de aquéllos que descansan. Es entonces cuando se desprenden de dulces sueños o terroríficas pesadillas.
Por su parte, los egipcios creían que los sueños eran la vía por la que se comunicaban sus dioses con los seres humanos. Ellos sabían la importancia del acto de soñar, ya que una tercera parte de nuestra vida la pasamos soñando. Los sueños representan las pulsiones más íntimas de nuestra conciencia. Muchas personas sueñan en color, mientras que otros experimentan sus deseos en blanco y negro. El tiempo y el espacio se dilatan, no tienen orden, se alteran. Nuestro pulso se acelera y perdemos los reflejos. Estamos totalmente a merced del subconsciente.
Deseos, miedos, recuerdos… Todo tiene cabida en el estado REM Rapid Eye Movement), un estado de relajamiento total del cuerpo, ya que el cerebro segrega una hormona paralizante -que no paraliza totalmente el cuerpo-. Tras los primeros 80 minutos de sueño, nos sumergimos en esta fase, ya que previamente nuestros sentidos necesitan un descanso total que el sueño REM no proporciona.
Un complejo y fascinante mecanismo de nuestro cerebro; una parte más de la evolución del hombre.
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