Una de las leyendas más famosas de España es la llamada “La judía de Toledo”, la misma que nos recuerda la historia del rey Alfonso VIII, el cual aún casado con Leonor Plantagenet, hija de Enrique de Inglaterra, se había enamorado de una mujer hebrea llamada Raquel. Dicho de esta forma pareciese ser una historia de amorío e infidelidad más dentro de las miles que mantenían los reyes a lo largo de la historia. Sin embargo, el amor entre estas dos personas trascendería el tiempo y se convertiría en leyenda viviente hasta hoy en día.
La leyenda se desarrolla en la región del río Tajo. En una de sus tantas expediciones, el Rey Alfonso decide cruzar el Tajo para cazar junto a su cortejo. Adentrándose en el bosque en busca de algún desafortunado jabalí advirtió la presencia de un halcón, el mismo que no cesaba de perseguir a una paloma que se encontraba a pocos metros de él.
En cuestión de segundo el halcón logra su cometido e hiere a la paloma y Alfonso, al ver este infortunio, decide matar al halcón. Tras dispararle una flecha, el rey advierte que el halcón había caídos en una especie de jardín propiedad de un lugareño del bosque. Seguido de su cortejo decide adentrarse en el mismo y es en ese momento en el que la vida de este rey español cambiaría para siempre: Raquel aparecería por primera vez ante sus ojos.
Raquel era una joven “afortunada”: sus padres habían muerto debido a una grave enfermedad y ella heredó más de una propiedad y varias riquezas de ellos. Gracias a su vida ociosa había decidió dedicarse a la curandería preparando diferentes remedios caseros a base de hierbas medicinales. Al entrar el rey al Jardín advierte la presencia de Raquel, quien estaba recolectando hierbas de su huerta mientras contemplaba atónita el halcón que hacía pocos minutos había caído muerto entre sus rosales.
Ni el rey mismo supo describir la sensación que le provocó ver a Raquel. Nuca había conocido a alguien tan hermoso, a una persona que irradiara tanta luz. Fascinado por la presencia de Raquel, apenas pudo pedirle disculpas por la interrupción sin aviso a su jardín y luego de unos momentos, sin mediar palabra, sale del mismo junto a su cortejo.
Pasaban los días y el rey no podía dejar de pensar en la belleza de esta mujer hebrea, por eso decidió volver a verla. Alfonso y Raquel comenzaron a frecuentarse cada vez más, convirtiendo un simple encuentro cortés en una ardiente historia de amor. Pero todo se tonaría oscuro con el paso del tiempo: Alfonso ya no podía ocultar su amor por Raquel, pero debía mantenerlo en secreto debido a que era un hombre casado y de ninguna manera se aceptaría, dada su condición de cristiano, una infidelidad tan grande, con una plebeya, dentro del palacio.
Más allá de los problemas que le ocasionaría, Alfonso decide llevar a Raquel a vivir al palacio real. Dejando de lado sus obligaciones, y sin importarle la opinión de su esposa o la Iglesia, Alfonso decide vivir en aquella estancia dentro del palacio junto a su nuevo amor. Pasaron más de 7 años para que todo se vuelva mucho más peligroso: el pueblo, cansado de las malas decisiones de Alfonso, comenzó a levantarse en contra del rey.
Muchos decían que Raquel lo había hechizado; por otro lado, la reina Leonor, legitima esposa, alentaba a las masas contra el rey. La única solución viable era terminar con la vida de Raquel, pues era evidente que si no moría el reino entraría en decadencia absoluta. La reina contrató dos sicarios, quienes aprovecharon una salida del rey para entrar a la casa y matarla clavándole una daga en el corazón.
La tristeza del rey duró pocos minutos, un estado de cólera le invadió al ver a su amada envuelta en sangre y enseguida mandó a encontrar y ahorcar a los responsables del hecho. Sumido en un estado casi de locura, mandó a matar y exiliar a todos aquellos que alguna vez habían desprestigiado su relación con la judía y manda a Leonor, la ideóloga del asesinato, a vivir a un convento de Galicia, lejos del palacio real.
La leyenda cuenta que el rey pasó hasta sus últimos días sentado en la tumba de Raquel, hablándole. Otros dicen que Raquel se convirtió en paloma, aquel animal que simbolizaría el primer encuentro amoroso, y que el rey Alfonso se convertiría en una de ellas al morir para volar junto a su amada. Fuese cual fuere el final de esta historia de amor convertida en leyenda, siempre se recordará la historia de esta judía hechicera que encantó no por sus poderes, sino por su luz.
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