Parece salido de la nada. Después de recorrer kilómetros de territorio desierto, el extraño monte combado se presenta ante la vista del viajero como si acabara de emerger de las profundidades del magma terrestre. Con un perímetro de 9 kilómetros y 335 metros de alto, pura arenisca erosionada por el viento, Ayers Rock, la rojiza Uluru de los aborígenes australianos, domina el paisaje en una región donde la prehistoria sobrevivió hasta nuestros días. Es el mundo testimonio del Tiempo del Sueño, de cuando los hombres-serpiente y los hombres-canguro se enfrentaron con feroces enemigos en combates sin cuartel.
En esa arcana época del Tiempo del Sueño, el cielo y la tierra aún no se habían separado por completo. Las rocas, por entonces, eran blandas y el agua sólo surgía de las entrañas de la tierra a través de hondos pozos cavados por esos seres – mitad hombre, mitad animal – , los mismos que trazaron una red invisible de extensas sendas que atraviesan el desierto y cuyo centro es la misteriosa Uluru.
Desde el distante pasado mítico resuenan los ecos de las crueles batallas que hoy reviven los habitantes del desierto australiano cuando se enfrentan para dirimir discusiones o responder a insultos. No son combates simbólicos: pronto salen a relucir lanzas y flechas, se agregan contendientes a cada bando, la batalla es campal y no se detiene con la primera sangre. Una y otra vez, el rito hace realidad la leyenda.
Ayers Rock fue llamada así por el explorador William Gosse en homenaje al entonces primer ministro de Australia (en esa época colonia inglesa), sir Henry Ayers. Gosse llegó allí en 1873, cuando descubrió también otros dos accidentes que interrumpen la monotonía de la planicie de Australia Central: los montes Conner y Olga (este último, llamado Katatjuta o "muchas cabezas" por los indígenas, parece mostrar una serie de caras mirando al cielo). Los tres son de arenisca roja, los tres son muy distintos entre sí pero, para los herederos de los hombres-animal, los tres son lugares cargados de múltiples significados, a muchos de los cuales es imposible acceder desde la mentalidad contemporánea. Cada grieta, cada recoveco, cada saledizo, cada cueva, cada mancha de Uluru quiere decir algo para los aborígenes desde hace miles de años. Por medio de ceremonias rituales, danzas y cánticos, pinturas en el cuerpo y en la piedra, estampado de manos y dibujos grabados en la roca, todas las complicadas historias del pasado fueron transmitidas generación tras generación hasta llegar a los descendientes actuales de los hombres-serpiente, los hombres-canguro, a Pitón Sagrada, el Gran Lagarto y sus enemigos, el Demonio Dingo y los hombres-víbora.
Hasta llegar a la pubertad, los jóvenes aborígenes desconocen los secretos mayores de sus ancestros. Pero llega un día cuando los jovencitos se reúnen y mutuamente decoran su cuerpo con figuras totémicas en ocre rojizo, tiza blanca y carbón. Se preparan para la ceremonia del Demonio de la Montaña, representado por un lagarto de feroz aspecto. A través de una precisa mímica, los jóvenes narran como pájaros y lagartos se reunieron para una fiesta, cómo los sorprendió un gran incendio y cómo, desde entonces, el cuerpo de uno y otros aparece con manchas de distinto color y tamaño. Poco después, esos jovencitos son separados de sus madres y entran en el largo período de iniciación, durante el cual una noche serán cubiertos con sangre humana, otra se les arrancará un diente y después se les cubrirá el pecho con brazas.
Terminado el tiempo de iniciación, sólo entonces podrán conocer los grandes relatos del Tiempo del Sueño. Sabrán de los pitjantjara, los hombres-canguro, y de los yacuntjantjara, los hombres-serpiente, que vivían al norte y al sur, respectivamente, de la roca Uluru. Sabrán que ciertos orificios de a roca son los ojos de un enemigo muerto por la Pitón Sagrada y que una saliente es la nariz de un ancestro entregado al sueño eterno. También, que las diversas cavernas son para los hombres o para las mujeres, y que no es posible infringir impunemente la regla, pues sólo mirar las pinturas realizadas en la caverna del sexo opuesto puede acarrear terribles castigos por parte de Kandju, el Gran Lagarto.
La coexistencia entre las reliquias vivientes del pasado – un pasado que se remonta cerca de 20 mil años atrás, cuando los primeros hombres poblaron Australia – y el presente occidentalizado presenta un desafío constante a ambos mundos. El Parque Nacional Uluru, donde se encuentran Ayers Rock y los montes Olga y Conner es el terreno donde esa convivencia se presenta diariamente: son cada vez más numerosos los contingentes turísticos que se acercan a una zona donde sólo habitan pequeños grupos aborígenes, la mayoría de los cuales nunca se apartó del desierto. Incluido entre los monumentos naturales del Patrimonio Mundial de la UNESCO, Uluru conserva pese a todo y para siempre, entre los pliegues de la roca, los secretos mejor guardados del Tiempo del Sueño, un tiempo que no pasó.
En esa arcana época del Tiempo del Sueño, el cielo y la tierra aún no se habían separado por completo. Las rocas, por entonces, eran blandas y el agua sólo surgía de las entrañas de la tierra a través de hondos pozos cavados por esos seres – mitad hombre, mitad animal – , los mismos que trazaron una red invisible de extensas sendas que atraviesan el desierto y cuyo centro es la misteriosa Uluru.
Desde el distante pasado mítico resuenan los ecos de las crueles batallas que hoy reviven los habitantes del desierto australiano cuando se enfrentan para dirimir discusiones o responder a insultos. No son combates simbólicos: pronto salen a relucir lanzas y flechas, se agregan contendientes a cada bando, la batalla es campal y no se detiene con la primera sangre. Una y otra vez, el rito hace realidad la leyenda.
Ayers Rock fue llamada así por el explorador William Gosse en homenaje al entonces primer ministro de Australia (en esa época colonia inglesa), sir Henry Ayers. Gosse llegó allí en 1873, cuando descubrió también otros dos accidentes que interrumpen la monotonía de la planicie de Australia Central: los montes Conner y Olga (este último, llamado Katatjuta o "muchas cabezas" por los indígenas, parece mostrar una serie de caras mirando al cielo). Los tres son de arenisca roja, los tres son muy distintos entre sí pero, para los herederos de los hombres-animal, los tres son lugares cargados de múltiples significados, a muchos de los cuales es imposible acceder desde la mentalidad contemporánea. Cada grieta, cada recoveco, cada saledizo, cada cueva, cada mancha de Uluru quiere decir algo para los aborígenes desde hace miles de años. Por medio de ceremonias rituales, danzas y cánticos, pinturas en el cuerpo y en la piedra, estampado de manos y dibujos grabados en la roca, todas las complicadas historias del pasado fueron transmitidas generación tras generación hasta llegar a los descendientes actuales de los hombres-serpiente, los hombres-canguro, a Pitón Sagrada, el Gran Lagarto y sus enemigos, el Demonio Dingo y los hombres-víbora.
Hasta llegar a la pubertad, los jóvenes aborígenes desconocen los secretos mayores de sus ancestros. Pero llega un día cuando los jovencitos se reúnen y mutuamente decoran su cuerpo con figuras totémicas en ocre rojizo, tiza blanca y carbón. Se preparan para la ceremonia del Demonio de la Montaña, representado por un lagarto de feroz aspecto. A través de una precisa mímica, los jóvenes narran como pájaros y lagartos se reunieron para una fiesta, cómo los sorprendió un gran incendio y cómo, desde entonces, el cuerpo de uno y otros aparece con manchas de distinto color y tamaño. Poco después, esos jovencitos son separados de sus madres y entran en el largo período de iniciación, durante el cual una noche serán cubiertos con sangre humana, otra se les arrancará un diente y después se les cubrirá el pecho con brazas.
Terminado el tiempo de iniciación, sólo entonces podrán conocer los grandes relatos del Tiempo del Sueño. Sabrán de los pitjantjara, los hombres-canguro, y de los yacuntjantjara, los hombres-serpiente, que vivían al norte y al sur, respectivamente, de la roca Uluru. Sabrán que ciertos orificios de a roca son los ojos de un enemigo muerto por la Pitón Sagrada y que una saliente es la nariz de un ancestro entregado al sueño eterno. También, que las diversas cavernas son para los hombres o para las mujeres, y que no es posible infringir impunemente la regla, pues sólo mirar las pinturas realizadas en la caverna del sexo opuesto puede acarrear terribles castigos por parte de Kandju, el Gran Lagarto.
La coexistencia entre las reliquias vivientes del pasado – un pasado que se remonta cerca de 20 mil años atrás, cuando los primeros hombres poblaron Australia – y el presente occidentalizado presenta un desafío constante a ambos mundos. El Parque Nacional Uluru, donde se encuentran Ayers Rock y los montes Olga y Conner es el terreno donde esa convivencia se presenta diariamente: son cada vez más numerosos los contingentes turísticos que se acercan a una zona donde sólo habitan pequeños grupos aborígenes, la mayoría de los cuales nunca se apartó del desierto. Incluido entre los monumentos naturales del Patrimonio Mundial de la UNESCO, Uluru conserva pese a todo y para siempre, entre los pliegues de la roca, los secretos mejor guardados del Tiempo del Sueño, un tiempo que no pasó.
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