Siempre nos habían contado que no bien la península fue conquistada por los árabes se descubrió, oh qué casualidad, el sepulcro del apóstol en la ciudad gallega de Compostela. El camino de Santiago nacería como reacción natural de los creyentes al enterarse de la noticia, aunque la obvia lectura política añade que en el fondo se intentaba aglutinar las fuerzas europeas de la cristiandad para la empresa de la reconquista.
Hasta aquí nada nuevo bajo el sol. Ahora, el éxito propagandístico de este camino solamente se comprende porque en realidad no hacía sino rescatar una realidad precedente. El camino de Santiago, el camino de las estrellas, existía milenios antes no sólo de la llegada de romanos, cristianos o árabes, sino de que la civilización celta, un conjunto de pueblos que podían diferir bastante entre sí, entrase en contacto con una serie de creencias. La de un camino mágico hasta los Finisterres gallegos era una de ellas.
Hablamos, pues, de un antiquísimo camino, de unas peregrinaciones que se pierden en la noche de los tiempos. Un camino, tal vez con diferentes ramificaciones, que desde Grecia, el norte de Italia, Alemania o Francia llegaba hasta el Occidente, hasta el sitio donde moría el sol. Ese camino, queridos lectores, pasaba, ya entrado en Galicia, por lugares tan calientes, desde el punto de vista del misterio y de la antropología, como San Andrés de Teixido y posiblemente muriese en distintos puntos de la costa gallega, por eso es mejor referirse a los Finisterres en plural.
¿Por qué se peregrinaba, cuál era la razón de ser de este camino? En multitud de leyendas recogidas por toda Europa se habla de una isla en el Atlántico. Después se mezclarán referencias, se solaparán nombres, aparecerán nuevas tradiciones, pero lo que unos y otros llamaron las Hespérides, Avalon, las Islas Afortunadas, la isla de las mujeres, la isla de las manzanas... era la isla a la que llegaban quienes hubiesen concluido el camino... de la vida.
Esa isla, o islas, misteriosa del Atlántico, entonces, es la isla de las almas que han abandonado este mundo. No se crea una isla de espectros tenebrosos, sino de felicidad. Las peregrinaciones por el antiguo camino de las estrellas pertenecían así a un fondo de creencias relacionadas con viajes al más allá y ritos de tránsito.
Y cuánto más vamos rastreando su origen, cotejando informaciones de distintos folclores, comparando mitos y tradiciones orales, más y más nos admiramos del gran rol simbólico que representaba la cornisa occidental de la península en tiempos remotos. Desde el Egipto faraónico hasta un héroe griego como Hércules, que tiene una torre en A Coruña, todos parecían estar mirando, entre el temor y el temblor, el lugar en el que moría el sol. Sin prisas, os iremos contando más cosas de esta fascinante leyenda.
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