miércoles, 28 de septiembre de 2011

La leyenda de Barbarroja: Un corsario turco que sirvió bajo las órdenes del Sultán otomano

Existió una edad en la que los piratas fueron los señores de los mares. Quien osara a invadir sus dominios estaba condenado a padecer la furia de su abordaje, que siempre se tornaba cruel y despiadado. En torno a sus figuras se gestaron leyendas que se entremezclaron con la realidad, debido a sus portentosas hazañas que, desde luego, estaban relacionadas con el robo y el asesinato.

Indudablemente, entre los poseedores del estigma de pirata, destacaron insignes nombres, cuya historia ha quedado grabada en lo profundo del océano. Una historia teñida de sangre y barbarie, que nos recuerda la terrible inseguridad con la que se coexistía antaño. Entre los más afamados, el pirata Barbarroja, es conocido por su talante de hierro y por ser Gobernador de Argel.

Aruj, como se llamaba realmente, nació en el siglo XV en la isla de Lesbos (Grecia). Su destino estaba predeterminado a ser corsario, ya que tanto él como sus tres hermanos fueron reclutados como marinos para contrarrestar a Caballeros de San Juan de la isla de Rodas, corsarios también. En una de estas batallas, Barbarroja fue capturado en Rodas y vendido como esclavo. Consiguió escapar y consiguió llegar a Egipto donde convenció al sultán Qansoh al-Ghuri para que le cediera un navío con el que atacó por todo el Mediterráneo a los cristianos. Desde ese acontecimiento, su leyenda crecería imparable.

En el imaginario popular, quizás debido a películas como “Piratas del Caribe”, se han engrandecido ciertas virtudes de los piratas, atenuando sus fechorías que son reales y, muchas de ellas, masacres. Todas las ciudades costeras debían tener fortificaciones para repeler asedios piratas. Este fue el caso de la Costa Brava, cuya masacre por Barbarroja está registrada en documentos notariales. Estos cuentan que llegó con una flota de navíos, invencibles, y que nada más ser divisados, causaron el terror en sus gentes que huyeron despavoridas. Todos sabían que este pirata era despiadado y enfrentarse a él era un suicidio.

Esto ocurrió en 1543, y cuando Barbarroja pisó la tierra de Palamós, sólo derramó sangre a su paso, asolando la ciudad. Cortaron cabezas, incineraron y clavaron en estacas a inocentes. Saquearon todo lo que encontraron en su camino y se marcharon dejando la tierra muerta, desolada. Éste fue uno de los tantos ataques que perpetró el corsario contra el Reino de España.

Barbarroja pereció como cualquier corsario de la época: a menos de sus perseguidores, en este caso, de soldados españoles -Argel en 1518-. Su hermano consciente del terror de su nombre, adoptó el mismo. Su apodo es originario de su larga barba roja. Aún hoy, en numerosos lugares hay placas que conmemoran el calvario de sus gentes en su lucha por sobrevivir a los ataques piratas. En muchas ocasiones, la realidad supera a la leyenda...

No hay comentarios: