Situada en Argentina, la provincia de Mendoza no sólo es cautivadora por su gente, sus paisajes y demás atractivos turísticos, sino también por sus leyendas. Situada en el suroeste de la provincia, se encuentra el departamento de San Rafael, donde comienzo el famoso Cañón del Atuel. Este Cañón enmarca el río Atuel, que se muestra a todos aquellos que lo visita una efigie viva de los orígenes del mundo, de lo sabio de la naturaleza y del devenir eterno y cambio constante de los tiempos.
En este lugar, donde el río se angosta, luego de transitar la prolongada pampa amarilla, fue construido un dique que dio lugar a la formación de un hermoso lago de aguas cristalinas y tranquilas. Este lago tiene una extensión enorme, de 9600 hectáreas, lo que lo habilita para tener una riquísima fauna piscívora para atraer a todos los amantes de la pesca.
Además, esta obra inaugurada en 1948 es un gran proveedor de energía eléctrica para el resto de la provincia, ya que cuenta con importantes usinas destinadas a tal fin. Es precisamente en este donde se desarrolla esta leyenda.
Cuenta la misma que una noche de luna llena, avanzado ya el otoño, que tan lindo vuelve esos parajes y toda la provincia (para intuirlo sólo es necesario escuchar la famosa tonada folclórica No es lo mismo el otoñe en Mendoza, de los geniales Jorge Sosa y Damián Sánchez), aparece un pequeño niño hacia la zona del Cerro Nevado. El niño aparece y desaparece según quién lo aviste: si uno se le acerca, el pequeño se aleja, y viceversa.
Los lugareños relatan que se trata de un alma en pena que escapó de un cuerpecito que murió congelado en las profundas aguas del lago. El cuerpo del niño quedó en el fondo atrapado por las lamas que crecen sin pausa.
El alma del niño salió a la superficie y se refugió en los socavones del cerro cercano, que domina toda la geografía del sur de esta provincia. Desde allí, cuando hay luna llena y cuando el frío comienza a hacerse sentir, el niño aparece en la huella pedregosa en forma de luz, trepándose en las rocas de la bella serranía.
Si alguien trata de acercársele, el duende – ya que así es denominado por muchos de los visitantes que han podido verlo - al momento pone distancia sin emitir ningún sonido. Camina lentamente y acompaña el sufrimiento de los pobladores que ven en él a todas las almas que han abandonado esta hermosa tierra.
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