jueves, 30 de junio de 2011

Experimentos humanos de Guatemala a Pont-Saint-Esprit: Conspiración terrible de la CIA

Este fin de semana conocíamos una noticia que pone los pelos de punta: entre 1946 y 1948 científicos estadounidenses inocularon varias enfermedades venéreas, básicamente sífilis y gonorrea, a pacientes y reclusos en psiquiátricos y cárceles de Guatemala.

Se trataba, al parecer, de estudiar la eficacia de la penicilina. La propia Casa Blanca ha reconocido los hechos y ha tenido que pedir perdón. La noticia es tremenda pero, a decir verdad, llueve sobre mojado.
Al final, uno tiene difícil el no escorarse hacia las teorías de la conspiración.

Y es que hay un detalle que resulta demoledor. Nos enteramos de barbaridades como la acaecida en Guatemala no por un imperativo de transparencia de los gobiernos, sino por algún fallo en los mecanismos de control de los archivos y las informaciones. Así las cosas: ¿cuánta basura ha sido borrada para siempre de las bases de datos, cuánta miseria humana queda todavía por conocer?

Sin duda, EEUU está entre los primeros puestos del libro negro de los experimentos con humanos. Por supuesto, no es el único. Aquí valdría la conocida exhortación neotestamentaria de que “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Pero también es cierto que, a mayor poder, mayor irresponsabilidad.

Y así, el imperio americano tuvo incluso la osadía de experimentar con ciudadanos americanos. Dejaremos, sin embargo, tal relato para otra ocasión. En lo que nos queda de artículo vamos a recordar uno de los casos más espectaculares, actualizado en fechas recientes gracias a un documental de la BBC. Sucedió en la localidad francesa de Pont-Saint-Esprit y detrás estaba, cómo no, la CIA.

Agosto de 1951. El calor aprieta en Pont-Saint-Esprit, al sur de Francia. De repente, el día 16, se desata la locura. El cartero reparte la correspondencia cuando empieza a sufrir convulsiones y alucinaciones. No es el único: en pocas horas se desata una ola de histeria y delirio que parece anunciar el fin del mundo.

Se contaron por centenares los habitantes del pueblo que vieron las figuras más absurdas: brazos convertidos en serpientes, caras demoníacas naciendo entre las entrañas de los propios cuerpos, tigres de fuego surgidos de la nada…Otros tenían la sensación de que su cabeza era de plomo fundido y hasta hubo quien saltó por la ventana pensando que se había convertido en un avión.

Hubo varios muertos, casi todos por suicidio que podríamos llamar involuntario (como el del hombre-avión) y alguno a causa de paradas respiratorias. A finales de mes, sin embargo, la calma volvió a Pont-Saint-Esprit: el brote paranoico había cesado.

¿Pero qué ocurrió? Al principio se habló del misterio del pan maldito y se dijo que el responsable fue un pan de centeno con un hongo alucinógeno: el cornezuelo del centeno. Sin embargo, cerca de Pont-Saint-Esprit había una base militar americana. Y un dato esclarecedor: Frank Olson estuvo en la zona en 1951.

(Frank Olson fue uno de los investigadores claves en asuntos relacionados con nuevas drogas (en especial LSD) en las primeras décadas de la CIA. Su nombre está detrás de numerosos casos y, todo sea dicho, su propia muerte está envuelta en las brumas de la conspiración).

Por lo tanto: ¿experimentó la CIA con población civil los efectos de una droga tan potente como el LSD (o derivados)? Parece que sí. Ya sólo falta demostrar que Woodstock fue una idea del FBI y el círculo quedará cerrado. Qué astutos son los servicios de inteligencia y las agencias de seguridad, dios mío. Fueron ellos quienes pusieron de moda las drogas sintéticas y los festivales…

miércoles, 29 de junio de 2011

Guillermo Tell: Héroe legendario de la independencia suiza

Guillermo Tell es uno de los personajes legendarios de Suiza, al que se sitúa en el siglo XIV y al que hasta la fecha nadie ha podido confirmar su existencia real.

Aquella Suiza de los siglos XIII y XIV estaba dominado por los Habsburgo. Reinaba por aquel entonces Rodolfo I de Habsburgo, quien había dado comienzo a la dinastía, cuando estalló una rebelión en tres cantones suizos montañosos de una gran riqueza: Shwyz, Uri y Unterwalden. Fue el hijo de Rodolfo I, Alberto, el que sofocó aquella rebelión con extrema dureza, anexionando los territorios a la familia de los Habsburgo.

Fue entonces, cuando bajo aquella fuerte represión, apareció la figura heroica que todos los cantones suizos necesitaban.

Cuenta la leyenda que Guillermo Tell, nacido en Bürglen, en el cantón suizo de Uri, pasaba un día por la plaza central de Altdorf donde estaba el sombrero de la casa dominante, ante el cual todos los suizos debían inclinarse. Altivo, Tell no lo hizo y fue apresado. Hermann Gessler, gobernador de Altdorf, cruel y mezquino, impuso un castigo por su rebeldía al héroe y le obligó a disparar con su ballesta a una manzana situada sobre la cabeza de su hijo.

Guillermo Tell cargó su carcaj con dos flechas. Disparó la primera y atravesó en su mismo centro la manzana que estaba sobre la cabeza de su hijo. Cuando fue interrogado por Gessler acerca de la segunda flecha, Tell contestó que aquella estaba dirigida al tirano que lo obligó a disparar, en caso de que sin querer hubiera matado a su hijo. Al oírlo, fue nuevamente apresado y mandado a galeras. Pero el barco sufrió un naufragio, y Guillermo Tell salvó a los soldados y al propio gobernador que también viajaba. Al llegar a tierra, el ballestero suizo le tendió una emboscada a Gessler y lo mató.

Desde entonces su historia se ha corrido de boca en boca, y siglos más tarde fue tomada para ser divulgada como símbolo de la lucha por la libertad, aunque jamás pudo saberse si realmente aquella historia fue real o no, y ni tan siquiera quedó constancia de si Guillermo Tell y Gessler existieron o fueron producto de la imaginación popular que necesitaba de un héroe para sublevarse ante los opresores.

Finalmente, en el año 1389, la Confederación Helvética proclamó su independencia de los Habsburgo.

martes, 28 de junio de 2011

Rey Arturo: Un destacado personaje de la literatura europea

Cuenta la leyenda que: No hubo rey más justo ni más bueno que Arturo, hijo de Uther, rey de Gran Bretaña, ni caballeros con más altos ideales y honrados de corazón que aquéllos que lo acompañaron en la Tabla Redonda.
Era una época de magia, de encantamientos y hechizos. Tiempos de guerra y rituales. Uther Pendragón deseaba perdidamente a Ingraine, la esposa de su mayor enemigo, Gorlois, duque de Cornualles, y para conseguirla cayó en la más indigna de las tretas: logró de Merlín un encantamiento tal, que cuando la duquesa lo vio la confundió con su propio esposo. Aquella misma noche, Uther e Ingraine yacieron juntos, y de aquel encuentro se engendró el que sería el alma más pura y noble que conocieran aquellas tierras.

Pero aquel trato indigno con el mago no sería gratis, pues el fruto de aquella noche habría de ser entregado al propio mago. Así, Arturo fue tomado por Merlín, quien lo entregó a Sir Héctor para que lo criara en la sabiduría y la lealtad.

Las continuas guerras entre Uther y Gorlois no tuvieron fin, y aquel encuentro con el que pretendían supuestamente sellar la paz, no sirvió sino para aumentar las viejas rivalidades. Gran Bretaña, tras la muerte de Uther, teniendo Arturo sólo dos años, cayó en decadencia. La crueldad, la tiranía, la pobreza y la injusticia se apoderaron del país. Y así, pasaron los años, hasta que el propio Merlín predijo que sólo un milagro revelaría el nombre del que habría de ser nuevo rey.

Y ese milagro ocurrió. Un día, no se sabe cómo, en el cementerio del reino apareció una espada clavada en una roca. Rezaba en la piedra:
Muchos fueron los nobles que lo intentaron, pero todos sin éxito. Sólo esa alma noble que habría de levantar a Gran Bretaña podría sacar aquella espada mágica. Celebrándose un torneo en el reino, el hermanastro de Arturo requirió de una espada. Presto, Arturo corrió a buscarle una. Pendragón se acercó hacia la piedra, y sin esfuerzo, tomándola del mango, deslizó la hoja por la ranura de la roca hasta sacarla.

Se había cumplido la profecía. Arturo era el elegido. Aquella espada mágica había visto la pureza de su alma y se ofreció a sus manos. Postrados, los presentes ofrecieron reverencia a su nuevo rey, Arturo, nombrado así por el Obispo de Canterbury. Merlín se hizo inseparable del rey, adiestrándole y educándole en su reinado, pero un día paseando por el bosque se encontró con Pellinore, padre de Percival, quien le retó a duelo. Gracias a Merlín, quien usó sus artes mágicas, Arturo ganó el combate, pero la amada espada que había sacado de la roca se partió en dos. El desconsuelo hacía mella en el joven rey, hasta que a orillas de un lago, divisó en el centro un brazo que emergía del fondo ofreciéndole una nueva espada: Excalibur. Las brumas del bosque parecían envolverles, los sonidos se silenciaron, el viento pareció parar y de entre la neblina del lago apareció una barcaza con una dama vestida de blanco: era la Dama del Lago, quien lo condujo hasta la espada. Arturo lo tomó de la mano que se la ofrecía y leyó en ella, en un lado de la hoja la inscripción “tómame”, y en la otra “arrójame lejos”.

Fue el comienzo de una bella historia. La de un rey que pacificó su reino e hizo justicia, ganándose el respeto de quienes estaban bajo su reinado, pero al mismo tiempo, gobernando con templanza frente a sus enemigos. Y así, su nombre resonó por toda Britania. Llegaba la edad para encontrar quien la acompañara en su vida, y Arturo se enamoró de una joven, Ginebra, hija del Rey de Cameliard. Éste acogió la propuesta de matrimonio con entusiasmo, pero Ginebra, aun cuando admiraba las dotes de su futuro marido y lo respetaba profundamente, no llegó a enamorarse de él. Sus pensamientos y sus miradas iban dirigidos al principal caballero de Arturo, Lancelot, mas la lealtad de ambos le impedían estar juntos. Él le debía fidelidad a su rey; ella a su marido.

Lancelot, su caballero más fiel y más valiente; el más arrojado y el mejor. Fue el más conocido de todos los caballeros que estaban reunidos aquel día en que el cielo se abrió para reconocer a Arturo. Y allí, en aquella mesa redonda, en aquel momento, se creó la Orden de los Caballeros de la Tabla Redonda, quienes lucharían y entregarían su vida por la libertad y la justicia.

Serían años de paz y de tranquilidad en el reino, hasta que Merlín anunció la necesidad de buscar el Santo Grial, el cáliz perdido con la Sangre de Cristo. Fue el principio del fin de la Orden y por ende, del reino. Cada caballero partió en busca del Tesoro. Sir Gallahad, hijo de Sir Lancelot; Sir Percival; Sir Bors... Disuelta la Orden, y alejado los Caballeros, el reino quedó a merced de los envidiosos, y entre ellos, Sir Mordred y Argavine.

El complot se fue forjando tras las murallas de Camelot. Sir Mordred y Argavine acusaron a Lancelot de querer quedarse con el reino de Arturo y con su mujer Ginebra, aprovechando que ésta había entrado en los aposentos del fiel caballero, a los que encerraron. Sir Lancelot se defendió dando muerte a 13 caballeros que quisieron apresarlo injustamente, pero hubo de renunciar a Camelot y marcharse tras dar muerte a dos hermanos de Sir Gawain, otro de los más nobles caballeros de la Mesa Redonda. Éste salió tras los pasos de Lancelot, haciéndose acompañar por el propio rey Arturo, quien dejó el reino en las manos de Mordred.

Cuando descubrieron la añagaza, era tarde. Mordred reclamó para sí el reino. El enfrentamiento estaba próximo, pero una visión le dijo que no debía atacar sin la ayuda de Lancelot. Arturo intentó alargar el combate, pero cuando parecía que sellaban la paz, un caballero levantó la espada para matar una serpiente que le atacaba. Fue la señal desdichada, como si el destino se hubiera conjurado contra quien al final de su vida no había sabido controlar a sus propios caballeros.

La lucha comenzó; fratricida, violenta; sangre por doquier; horror y muerte. Fueron cientos, miles los que murieron en aquella batalla, hasta que Mordred y Arturo quedaron finalmente frente a frente. Arturo se abalanzó con su fiel Excalibur alzada contra Mordred y, con un rápido mandoble, lo atravesó dándole muerte, mas, para su desgracia, cayó sobre la espada de Mordred, mortalmente herido.

Se le iba la vida, y recordó aquel mensaje que ocultaba la espada en su hoja: “arrójame lejos”. Pidió ayuda para acercarse al lago donde un buen día recogiera a Excalibur, y reuniendo sus últimas fuerzas la lanzó al centro. Del lago emergió una mano mágica que recogió la espada, y lentamente, se sumergió para siempre en el fondo. Los presentes asistieron entonces asombrados a los hechos que se sucedieron: de entre la niebla volvió a surgir una barcaza, esta vez con tres damas vestidas de negro, quien recogieron al rey Arturo y se lo llevaron aguas adentro.

El pesar se apoderó de sus soldados. Las lágrimas y el llanto los acompañó largo tiempo; las tinieblas cayeron sobre un reino ejemplo de justicia y durante muchos años la anarquía reinó en Britania.

Días después, alguien vio a tres damas vestidas de negro enterrar a un noble caballero junto a una ermita en un bosque. El rumor se propagó, y se dijo que aquél era el cuerpo de Arturo. Cuando poco después, Ginebra, presa de la tristeza murió, la enterraron en aquel mismo lugar, para que por siempre durmieran juntos. Avalon, quizás... pero, al fin, la morada eterna de un rey justo.

Jamás antes se habían juntado un rey tan bueno, ni caballeros con tan nobles ideales... jamás antes, Gran Bretaña vivió de una paz más justa.
Pero eso... eso es lo que cuenta la leyenda…

lunes, 27 de junio de 2011

Sigfrido: Héroe de la literatura y mitología germánica

Sigfrido, hijo del rey Sigmund de Niederland y de la bella Siegelinde, escuchó la llamada de la aventura a edad temprana. Siendo apenas un niño abandonó el castillo de sus padres y vagó a través de campos, ríos y bosques, hasta que el enano Mimir lo acogió en su fragua.

Cerca de la casa de Mimir se abría una profunda cueva que conducía al reino de los nibelungos. Estos enanos, expertos en la minería y la orfebrería, poseían un fabuloso tesoro que guardaban en una gran cámara próxima a la superficie. Un dragón llamado Fafnir protegía el tesoro.

Mimir era también un nibelungo, pero odiaba a sus congéneres por haberlo expulsado del reino subterráneo. Cuando vio que Sigfrido tenía valor suficiente para convertirse en un gran héroe, concibió la idea de utilizar al joven como instrumento de venganza. A partir de ese instante comenzó a enseñarle todo lo que sabía y a adiestrarlo en el manejo de las armas, con la esperanza de que algún día venciera al dragón Fafnir, arrebatando a los nibelungos sus riquezas.

Llegó el momento en que Sigfrido estuvo preparado para batir a Fafnir, pero no tenía una espada lo suficientemente resistente como para enfrentarse con garantías a él. Así que Mimir forjó la espada Balmung con los fragmentos de otra que había encontrado en el bosque (y que algunos dicen había fabricado el mismísimo Odín tiempo atrás) y se la entregó a Sigfrido antes de que partiera a combatir con el dragón.

Tras una dura lid, Sigfrido logró clavar la espada en el corazón de la bestia, que murió entre rugidos y coletazos ya inútiles. Cuando el dragón dejó de moverse, Sigfrido se bañó en su sangre aún caliente, pues Mimir le había revelado que si hacía así se volvería invulnerable. Sin embargo, una pequeña hoja de tilo pegada a su espalda dejó un punto en el que la sangre del dragón no llegó a tocar.

La hazaña no calmó la sed de aventuras de Sigfrido, que abandonó la casa del herrero para buscar nuevos desafíos. Del tesoro de los nibelungos sólo se llevó un casco mágico que volvía invisible a quien lo llevara puesto y también, a pesar de los consejos de Mimir, un anillo muy hermoso pero que según una antigua maldición traía la muerte a su dueño.

Pasó a Dinamarca, cuyo rey le obsequió con el caballo Grani, descendiente de Sleipnir, el mítico caballo de ocho patas de Odín, y embarcó en dirección a Islandia. En la isla del hielo encontró un castillo rodeado por un muro de llamas, en cuyo patio una hermosa doncella vestida con cota de malla yacía dormida sobre un escudo. Montado en Grani, Sigfrido saltó por encima de las llamas, y despertó a la joven con un beso. Brunilda, pues así se llamaba la doncella, le contó a Sigfrido su historia: Odín la había castigado, a ella que era una valquiria, a permanecer dormida en aquel castillo hasta que llegase un caballero tan valiente como para cruzar el cerco de fuego.

Sigfrido acompañó a Brunilda durante unos días, pero pronto sintió nostalgia de la casa de sus padres, con quienes hacía tanto tiempo que no estaba, y abandonó Islandia para regresar a la corte de Niederland, en donde fue recibido como un hijo pródigo y como un héroe.

Sin embargo, no permanecería por mucho tiempo en el castillo paterno. A Niederland llegaban noticias acerca de la magnificencia del vecino reino de Burgundia, del valor de su rey Gunther y del vasallo Hagen, y de la hermosura de la hermana del rey, Crimilda. Sigfrido sintió deseos de verlo con sus propios ojos, así que viajó a Burgundia, en donde trabó amistad con el rey y se enamoró de su hermana, siendo correspondido por ella.

Un día llegó a la capital de Burgundia, la ciudad de Worms, un escaldo islandés declamando versos acerca de una princesa de su tierra llamada Brunilda que desafiaba en combate a todo aquel que pretendiera casarse con ella. Hasta aquel momento nadie había pasado la prueba. Inflamada su imaginación por las palabras del escaldo, Gunther quiso ir a Islandia para vencer a Brunilda y tomarla como esposa. Sigfrido sabía que tal empresa excedía la capacidad del rey, así que intentó disuadirlo. No lo logró, y encima Gunther le pidió que lo ayudara en su propósito, algo a lo que Sigfrido se negó en principio, aunque, como el burgundio le ofrecía a cambio la mano de Crimilda, acabó por ceder.

Juntos embarcaron hacia Islandia. En el momento de subir al barco, Sigfrido se puso el casco mágico del tesoro de los nibelungos, que volvía invisible a su portador. De esa manera podría guiar el brazo del rey Gunther durante su pelea con Brunilda sin que esta se diera cuenta. El combate salió como ellos esperaban y, una vez derrotada, Brunilda accedió a marchar a Worms y casarse con Gunther.

La ceremonia se celebró con todo el boato del que la corte burgunda era capaz, pues no sólo se casaba el rey, sino que lo hacía también su hermana. Aunque a partir de ese día Gunther colmó de atenciones a Brunilda, esta no era feliz: su marido no se comportaba como el gallardo héroe que la valquiria esperaba y ella en realidad ardía de celos por Sigfrido. Las discusiones con su cuñada se volvían cada vez más agrias, y en lo más álgido de una de ellas Crimilda le contó la verdad acerca de lo sucedido en Islandia. Brunilda montó en cólera y se marchó de Worms para no volver nunca.

Abandonado y humillado, Gunther culpaba a Sigfrido de la marcha de su esposa. El vasallo Hagen vertía palabras llenas de ponzoña en sus oídos, incitándole a matarlo, pero el rey dudaba, ya que, después de todo, Sigfrido era invencible. Sin embargo, Hagen le convenció de que dejara el asunto en sus manos. Él encontraría el modo.

Su habilidad para manipular el corazón de sus semejantes no tenía par y con medias verdades se ganó rápidamente la confianza de Crimilda. Le confesó que Gunther quería asesinar a su marido, pero añadió que él estaba de parte suya y se encargaría de evitarlo. Ella le reveló entonces que Sigfrido era invulnerable por haberse bañado en la sangre de Fafnir salvo en aquel pequeño punto de la espalda en el que la hoja de tilo había impedido que la sangre tocara su piel. Una vez supo esto, Hagen organizó una cacería durante la que, tras quedarse a solas con Sigfrido, le clavó una daga en la espalda, atravesando su corazón.

Así murió el valiente Sigfrido, hijo de Sigmund y de Siegelinde. Con su muerte se cumplió la maldición del anillo de los nibelungos.

Esta es sólo una entre las múltiples versiones de la leyenda de Sigfrido, cuyo origen se remonta a la época en que los pueblos germánicos y escandinavos regían las tierras del otro lado del Rhin, más allá de la frontera del Imperio Romano.

viernes, 24 de junio de 2011

El Pergamino de Chinon: La absolución a los caballeros templarios

El 13 de octubre de 1307 comenzaron las detenciones, por orden real, de todos los caballeros templarios en Francia. Comenzaron los interrogatorios, los torturaron, y finalmente, acabaron reconociendo que aquellas acusaciones por las que habían sido detenidos, herejía y sodomía entre otras, eran ciertas. Clemente V, Papa de aquella época, ordenó también la detención de los templarios que estaban en todo Occidente y en Chipre, y casi 600 caballeros más fueron llevados a París para ser juzgados. Corría ya el año 1309, y en esos dos años, algunos de aquellos primeros templarios detenidos, se retractaron de las declaraciones iniciales convirtiéndose así en relapsos. 54 de ellos fueron ejecutados en la hoguera en mayo de 1310.

En el Concilio de Vienne, en el año 1312, Clemente V dictó la bula Vox in excelso por la que suprimió la Orden del Temple quedando sólo pendiente de sentencia los casos de sus cuatro más importantes dirigentes: Jacques de Molay, Geoffrey de Charney, Hughes de Pairaud y Geoffrey de Gonneville.

Tras declararse inocentes, los dos primeros fueron llevados frente a la catedral de Notre Dame de París, y ante todo el pueblo, fueron quemados. Jacques de Molay, Maestre del Temple murió en la hoguera el 18 de marzo de 1314 no sin antes lanzar una maldición contra los dos culpables de su detención, el Papa Clemente V y el Rey Felipe IV instándolos a presentarse ante el Altísimo en menos de un año. Ambos, el Papa y el Rey murieron en pocos meses.

Pero éste no es sino un breve resumen de los hechos que ocurrieron entre 1307 y 1314. ¿Qué fue lo que llevó a la desaparición de la Orden Templaria? ¿Hubo una conspiración contra ellos? A la vista de un documento, y aunque ya se sabía, que ha sacado el Vaticano a la luz en octubre del año pasado, está claro que sí. Esos documentos que han permanecido durante 700 años ocultos en los Archivos Secretos del Vaticano muestran lo ocurrido en los juicios que se realizaron contra los templarios en el castillo de Chinon: es el tomo titulado “ Procesus contra Templarios“ y ya se le conoce como “Pergamino de Chinon” en el que el Papa Clemente V concedió la absolución a los caballeros templarios reconociendo que no había motivos para su enjuiciamiento.

Remontándonos a aquellos años, varias fueron las causas que llevaron a que una orden tan rica y poderosa como la del Temple desapareciera.

Inicialmente la Orden nació con el fin de preservar la religión católica y sus posesiones en el Mundo. Lo mismo ocurría con mucha otras órdenes militares, como los caballeros Hospitalarios, cuyo fin último era recuperar para la Cristiandad territorios sagrados de manos de los árabes. Sin embargo, cuando en el transcurso de la batalla de Juan de Acre, en el año 1291, perdieron las últimas de las posesiones en Tierra Santa, su razón de ser desapareció y con todo su poder y riquezas se convirtieron en un peligro para el orden gubernamental del momento. Así se lo temió Felipe IV el Hermoso, quien veía inmiscuirse en muchos temas a los Caballeros Templarios, quienes a su vez sólo tenían que rendir cuentas al Papa, permaneciendo intocables para el propio Rey.

Por otro lado, tampoco sus hazañas eran bien recibidas entre el pueblo, pues suponían un costo extra que habían de soportar ellos mismos, dado que las órdenes militares estaban exentas del pago de impuestos.

Felipe IV, el principal impulsor de la lucha contra los templarios, además, odiaba a su Gran Maestre, Jacques de Molay, quien había accedido al puesto a costa del gran amigo del Rey, Hugo de Peraud.

Pero fue el dinero el gran motivo que impulsó a Felipe IV el Hermoso a comenzar la campaña persecutoria contra los Templarios. Las continuas luchas del reino contra Inglaterra y Flandes estaban vaciando las arcas, y Felipe IV andaba muy necesitado de dinero. Varias veces había tenido que acudir a los inmensos tesoros templarios, solicitándoles un préstamo. Las deudas con ellos aumentaban, y por tanto, eliminarlos suponía automáticamente que todas las deudas del Estado con los Templarios desaparecieran, y además, cabía la posibilidad de quedarse con todas las posesiones de los caballeros de la Orden.

Clemente V, al que ahora exculpa la Iglesia de aquella persecución en el pergamino de Chinon, no fue sino una simple marioneta en manos del Rey, más por miedo a ser asesinado o arrinconado como lo había sido su antecesor Bonifacio VIII, que por falta de poder, ya que era prerrogativa del Papado la dirección de todas las órdenes militares.

Perseguidos, cruelmente torturados y finalmente quemados en la hoguera, aquellos Caballeros Templarios de los que tantas leyendas e historias se han escrito desaparecieron en aquel año de 1314... O quizás no…

jueves, 23 de junio de 2011

Sir Gawain y el Caballero Verde: Los caballeros temerarios de la Mesa Redonda

Era el día de Año Nuevo, y todos los caballeros de la Tabla Redonda se hallaban congregados en el gran salón de Camelot. Transcurría uno de aquellos suntuosos banquetes con los que el rey Arturo y sus súbditos celebraban la Navidad, veladas alegres para charlar, contar historias galantes y bailar hasta bien entrada la noche. Se encontraban caballeros y damas en animada conversación cuando, de forma repentina, un extraño caballero irrumpió en el salón montado a caballo. Todos los presentes se inquietaron por el aspecto fiero de aquel hombre, que tenía un tamaño descomunal y, aunque no llevaba puesta armadura ni cota de malla, portaba en sus manos un hacha de tamaño terrorífico. Nadie dejó de notar que la totalidad de sus ropajes, e incluso su pelo, su barba y su caballo eran de color verde.

Con voz solemne, el enigmático personaje planteó a los presentes un desafío. Retó, a aquel caballero con el valor suficiente, a empuñar el hacha y asestarle un golpe con ella. A cambio, él se lo devolvería después, aunque concediendo un año de plazo. Como al principio nadie respondió, pues todos habían quedado impresionados por su aparición, fue el propio Arturo quien aceptó el reto para salvaguardar el honor de Camelot. Ya estaba el rey calibrando el peso del arma, cuando Gawain alzó su voz, pidiendo ser él quien asestara el golpe y afrontase las posibles consecuencias. Tras celebrar consejo con el resto de sus caballeros, Arturo accedió.
El Caballero Verde descabalgó de su montura y Gawain blandió la gigantesca hacha, descargando un golpe brutal sobre el cuello de su oponente, cuya cabeza rodó por el suelo, separada del tronco por la violencia del impacto. La sangre brotaba a borbotones del cuello del Caballero Verde, pero este no se desplomó, sino que, para espanto de todos los presentes, caminó hasta donde yacía su cabeza y la recogió del suelo. Sujetándola por el pelo, montó en su caballo y abandonó el salón, no sin antes recordar a Gawain su parte del trato. Para cumplirla debería buscarle antes de que transcurriese un año en un sitio conocido como la Capilla Verde.

Durante aquellas Navidades no se habló de otra cosa en Camelot, pero con el transcurrir de los meses el prodigioso suceso se fue olvidando poco a poco. Gawain vio pasar rápidamente las estaciones, sintiéndose cada vez más inquieto. Había dado su palabra al Caballero Verde de ir a buscarlo, y no faltaría a ella, pero mucho se temía que aquello supondría su fin. Por otro lado, no sabía en donde quedaba aquella Capilla Verde, y nadie en Camelot supo decírselo. Cuando la Navidad se acercó otra vez, Gawain se despidió del rey y sus amistades y partió de la corte sin rumbo fijo, aunque con la esperanza de encontrar a alguien que le indicase el camino. Muchos ojos lloraron al verle partir.

Vagó en soledad por regiones desconocidas, corriendo diversas aventuras. Sin embargo no hallaba por ningún lado la Capilla Verde.

Ya era el día de Nochebuena cuando, tras atravesar cabalgando un bosque, divisó un magnífico castillo construido en una planicie y rodeado de árboles. Como hacía tiempo que deseaba descansar, se dirigió al castillo, en el cual fue acogido de buen grado. El castellano, que según pudo comprobar Gawain, era hombre de valor y señor de esforzados vasallos, le dio la bienvenida e invitó a quedarse todo el tiempo que necesitara. Aquel señor sabía dónde estaba la Capilla Verde, y prometió a Gawain que el día de año nuevo uno de sus criados le guiaría hasta ella, pues no quedaba muy lejos de allí.

Durante su estancia en el castillo, Gawain fue tratado con gran hospitalidad. Sin embargo, algo incomodó al caballero, y es que la joven esposa del señor del castillo le ofrecía descaradas muestras de amor. Tres mañanas seguidas incluso se coló en su habitación para intentar seducirlo. La dama era muy hermosa y se dirigía a Gawain con argumentos sutiles, pero él no quería faltar a la lealtad que debía a su anfitrión, por lo que se mantuvo firme, aunque sin perder nunca la cortesía. Al final ella acabo dándose por vencida, aunque quiso regalar al caballero un cinturón de seda verde adornado con hilos de oro como prenda de su amor. Gawain se negaba aceptarlo, pero, como la dama le contó que aquel cinturón poseía la propiedad mágica de volver invulnerable a su portador, terminó por ceder.

Al fin llegó la mañana de año nuevo y Gawain abandonó el castillo. Un lacayo le condujo a la Capilla Verde, la cual resultó no ser una iglesia, sino apenas una elevación de terreno cubierta de hierba y con unas aberturas en los laterales. Un lugar tan desolado que ponía los pelos de punta.

Se escuchó un ruido horrible parecido al de un gigantesco cuchillo al ser afilado. Cesó aquel sonido, y apareció entonces el Caballero Verde portando su hacha. Tras un tenso intercambio de impresiones, Gawain se dispuso a recibir el golpe fatal. El Caballero Verde se acercó, alzó su arma, la bajó con fuerza… y en el último momento amagó el golpe. Repitió la misma operación un par de veces más, dejando a Gawain al borde del colapso nervioso. A la cuarta sí alcanzó su cuello, pero sólo hizo una leve incisión. Con aquello quedaba saldada la deuda: “Golpe por golpe”, dijo el Caballero Verde. Y continuó explicándole a Gawain que todo había sido una prueba, incluidas las insinuaciones de la esposa del dueño del castillo, señor que no era otro que él mismo. El hada Morgana, hermanastra de Arturo y discípula de Merlín, le había hecho adoptar aquella forma para probar el valor y la honestidad de los caballeros de la Tabla Redonda.

Tras rechazar cortésmente la invitación del Caballero Verde de pasar unos días más en su castillo, Gawain regresó a Camelot, en donde fue recibido con gran alegría.

Desde entonces Gawain llevó siempre encima aquel cinturón verde como recordatorio de su debilidad al aceptarlo. O al menos eso es lo que nos cuenta el anónimo poeta que en el siglo XIV compuso Sir Gawain y el Caballero Verde.

miércoles, 22 de junio de 2011

Dido: La fundadora y primera reina de Cartago

Dido, hija de Muto, rey de Tiro y hermana de Pigmalión, desposó a Siqueo, sacerdote de Heracles. Al morir el monarca, Pigmalión lo sucedió. Ansiando éste hacerse con los bienes de Siqueo, dispuso su ejecución. Después, en sueños, el difunto consorte advirtió a Dido de estar en riesgo de ser la próxima víctima del homicida rey.

Acompañada de un séquito numeroso la princesa abandonó Tiro. Se estableció entonces en África, y con tan buena fortuna y prosperidad creciente, que pudo fundar la ciudad de Cartago. Su rápido progreso provocó la envidia de Jarbas, rey de Getulia, que exigió a Dido en casamiento a cambio de la no destrucción de Cartago. Dido se opuso rotundamente a la voluntad de Jarbas durante largo tiempo, hasta que decidió al fin, inmolarse en las llamas de una pira humeante.

Virgilio, romano estudioso de la mitología griega, aprovechó esta tradición para relatar en la Eneida, como, al arribar azarosamente el héroe troyano Eneas a Cartago, Dido se enamoró por completo de él.

Celoso, Jarbas solicitó a Júpiter alejara de una vez al inoportuno extranjero. Eneas se liberó entonces de los pasionales ruegos de Dido por no dejarle partir y gobernar juntos la populosa urbe. Porque el deseo de la futura fundación de Roma pudo más en el alma de Eneas. Cuando el héroe partió a Italia, Dido, con el corazón destrozado, se suicidó.

La triste historia de Dido es como una flor de múltiples aromas, en donde cada uno aspira una esencia distinta pero al mismo tiempo poseedora del mismo trágico matiz.

En esta nota se propone imaginar que Virgilio ha mentido: No hubo ningún extranjero gallardo y cautivador que arribara a Cartago. No hubo seducción alguna, ni auxilio de Cupido para entrelazar a los amantes: no se dio el tierno y erótico momento en una cueva solitaria en una tarde de cacerías y de tormenta. Nadie partió de Cartago dejándole desesperada con una ilusión perdida. Nadie. Porque tal vez Eneas sólo ha sido un sueño de la Dido acosada y sola, de la reina agobiada, de la mujer ambicionada, del ser humano hundido en la más absoluta impotencia.

Y así por lo consiguiente, Eneas, Roma, la Eneida, Virgilio, la historia posterior de Occidente y tal vez hasta nosotros mismos hoy día, no seamos más que una ilusión de amor que Dido permitió dejar fluir libre y sin control alguno, como un acto de amor incondicional y entrega completa al ser ideal que consuela y da vida, aún al quitarla. Sin duda, cuando Jarbas ya cercaba Cartago, cuando tenía casi a la mujer deseada en su poder, mientras Dido decidía mejor entregarse a las caricias dolorosas del fuego, tuvo entonces el bello sueño de un príncipe llamado a fundar una ciudad tan relevante que a la postre transformaría un mundo, y tanto amor le inspiró ese ser precioso nacido de sus más caros anhelos, que hasta fue capaz de permitirle volar por su cuenta, para fraguar su glorioso destino.

Quizás durante su último suspiro, cobijada ya en las cenizas tibias, Dido imaginó encontrarse a su amado, peregrino por el Inframundo. Allí, en donde un Eneas lleno de remordimientos trató de excusarse ante ella por renunciar a su pequeño mundo de ambos, lleno de amor y pasión, por otro material y enorme de fama imperecedera. El silencio conmovedor de Dido, ese silencio de despecho, de dolor, de rencor sin medida, ese silencioso alejarse hacia las sombras y a la silueta difusa de un equívoco Siqueo fantasmal, más bien podría ser, ese silencio, un ronco y mudo sollozo de renuncia y entrega amorosa sin medida.

Un amargo y dulce sacrificio.

martes, 21 de junio de 2011

Irena Sandler: Una heroína anónima

En un mundo en el que las desgracias se ceban en el día a día de los telediarios en forma de tornados, de tormentas, de asesinatos, de accidentes, de violaciones y secuestros, a veces nos entra un soplo de aire fresco por la pequeña pantalla que nos ayuda a comprender mejor el sentido de la vida; a saber que a pesar de tanto mal, existe el bien supremo, y que hay gente capaz de dar su vida por la de los demás.

Hoy ese soplo tiene un nombre propio: Irena Sandler. Desgraciadamente ha tenido que ser su muerte a los 97 años la que ha destapado la historia de su magnífica vida. Una vida sacrificada que salvó a 2.500 niños de morir en manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Los héroes ni nacen ni se hacen, solamente actúan, desde las sombras, sin esperar nada a cambio, porque sus conciencias así se lo dictan; ella simplemente “hizo lo que tenía que hacer, nada más”, según sus palabras. Y en aquel momento de su vida supo que aquellos niños necesitaban de su ayuda... y actuó.

Corría el año 1939; eran los años en que Hitler y su Alemania parecían imparables. Como su ambición imperial. Uno tras otro, los países iban doblando su rodilla ante el poder devastador de su ejército; las blitzkrieg, o guerras relámpagos imponían el nuevo orden mientras los aliados se miraban sin decidirse a actuar. Aquel año, Alemania invadió Polonia, donde trabajaba una joven en unos comedores sociales. Fue en esos comedores donde aquella joven, que respondía al nombre de Irena Sandler, empezó a realizar sus primeras acciones que ya dejaban vislumbrar esa estrella mágica por la que están tocados los héroes. En un ambiente antisemita y cargado de odios y tensiones, Irena comenzó a darles comida y dinero a familias judías perseguidas y a inscribirlos como católicos para evitarles la detención.

Durante tres años ayudó como pudo; sin embargo, el poder de la Wermacht, auspiciado por sus victorias por toda Europa, no hacía sino aumentar la opresión sobre los judíos. 1942 fue un año trágico en la historia de Polonia. En Varsovia se construyó un guetto en el que se apartó, como apestados, a todos los judíos. Tras aquellas murallas murieron, de las maneras más indignas y terribles, cientos, miles de judíos, sin ayuda, solos, olvidados por el mundo que seguía sin despertar ante la cruel barbarie de los delirios de grandeza de Hitler.

Y es en momentos así cuando de las sombras siempre surgen héroes sin nombre capaces de entregarse por los débiles, por los necesitados. Es en momentos así cuando se demuestra que el Bien Supremo, en mayúsculas, existe, como antítesis al Mal Supremo. Y ese Bien Supremo en aquel momento era Irena Sandler.

Contaba Irena, anciana ya, en su Varsovia natal, que su padre le enseñó que las gentes son buenas o malas en función de sus actos y no de lo que tienen; por eso, le decía, “ayuda siempre que puedas al necesitado”. Luchó hasta que consiguió un pase para el guetto del departamento de Epidemiología y así comenzó su labor humanitaria entrando alimentos y medicina y dándoselo a escondidas a los hambrientos y enfermos. Ella, que no era judía, se colocaba cada día sobre su pecho la Estrella de David para poder entrar y no levantar sospechas. Sin embargo, el guetto se llenaba cada día más, y los enfermos y necesitados se multiplicaban; y, por otro lado, estaban los niños, que le rompían el corazón. Ellos eran el futuro, y decidió que era a ellos a los que intentaría ayudar de la manera más insospechada: sacándolos del guetto.

Cada día prometía a sus padres que los sacaría sano y salvo y que los llevaría a lugares donde los nazis no los descubrirían. Y así, comenzó esa difícil y peligrosa tarea. Utilizó los medios más extraños y variados: los sacó en ataúdes; los escondió entre las basuras; abrió pasadizos secretos; les dio pases de salidas falsos aduciendo que tenían enfermedades contagiosas... Y de todos los niños que iba sacando guardaba sus identidades verdaderas en frascos y latas que enterraba en el jardín de la casa de su vecino.

Pero en un espacio tan cerrado, y con el control férreo que ejercía la Gestapo no era raro que tarde o temprano la atraparan. Fueron varios meses los que estuvo encerrada por los nazis, quienes la torturaron para que diera los nombres de aquellos niños y su localización; le rompieron ambas piernas; le rompieron los pies; al maltrato físico se unía el psicológico, pero Irena Sandler, fiel a aquellas enseñanzas de su padre, se mantuvo firme y jamás dijo una palabra. Finalmente, la sentenciaron a muerte. Pero por suerte, la Resistencia finalmente intervino. No podían dejar que aquella mujer que guardaba un secreto tan preciado, que sólo ella sabía, muriera. Y así, compraron al guarda que la custodiaba.

Irena Sandler pudo escapar de su prisión y con la ayuda de la Resistencia huyó del país, no sin antes decirles a éstos la localización exacta de todos aquellos botes y latas donde se escondían los nombres de los niños salvados y donde estaban ocultos cada uno. Cuando se desenterraron, una vez acabada la Guerra y abandonado el guetto, se encontraron 2.500 latas y botes con los nombres de los 2.500 niños a los que Irena Sandler había ayudado a escapar de aquel maldito lugar.

Ayer, Irena al fin pudo descansar en paz. Pero tras de sí dejó un inmenso legado, y la más bonita y edificante historia que se pueda oír. No dudo que habrá muchísimos más héroes secretos como ella, pero ojalá con más frecuencia pudiéramos oír del ejemplo de estas personas para comprender que el mundo no es sólo envidias y males, y que en el fondo, siempre está esa chispa de Humanidad que todos deberíamos encontrar en nosotros mismos.

lunes, 20 de junio de 2011

Henry Avery: El pirata más célebre de la historia

Henry Avery (o Everey), también llamado John Avery o “Long Ben”, solo necesitó un año de navegación bajo el Alegre Roger para convertirse en el pirata más célebre de su tiempo. Fue también uno de los pocos en toda la historia de la piratería que no murieron en combate o ajusticiados; tras su golpe más exitoso, desapareció hábilmente del mapa para no volver a asomar la nariz nunca más. Aunque nadie sabe qué fue de él, todas las hipótesis apuntan a que logró vivir lo suficiente como para disfrutar del botín obtenido.

Avery nace en Plymouth en torno a 1660. Gasta gran parte de su juventud trabajando para diversos barcos mercantes, largos años durante los cuales se consume poco a poco mientras ve cómo su talento se desperdicia en una vida sin expectativas. Pero la situación terminaría por cambiar: a principios de 1694 logra enrolarse como primer oficial en el Carlos II, barco de nada menos que 46 cañones bajo el mando del corsario Gibson.

Las autoridades españolas habían contratado al Carlos II, aprovechando una época de paz con Inglaterra, con el objetivo de incorporarlo a la flota que protegía los galeones americanos. Así el Carlos II viaja primero a La Coruña, y después pasa al puerto de Cádiz, en donde espera órdenes de zarpar hacia el Nuevo Continente. Pero estas no dan llegado, y la tripulación se impacienta. Suenan conversaciones en voz baja; se forman corrillos que se disuelven al acercarse el capitán…

Finalmente estalla el motín, a la cabeza del cual se encuentra nuestro Henry Avery, para quien por fin ha llegado su oportunidad. Y no la dejará pasar. El día termina con el capitán Gibson y sus oficiales en un diminuto chinchorro, lanzando juramentos mientras ven a su antiguo navío alejarse a todo trapo hacia mar abierto.

Avery, nuevo capitán del Carlos II, ahora rebautizado como Fancy y bajo bandera pirata, pone rumbo hacia el sur, al cabo de Buena Esperanza. Cerca de Cabo Verde inaugura su actividad piratil apresando a dos barcos ingleses y otro danés que transportaban madera. Poco después, en las costas de Guinea, capturan un barco negrero, el cual se limitan a desvalijar, ya que para vender a los esclavos tendrían que navegar hasta el Caribe, y Avery tiene otros planes: pretende hacer fortuna en las costas de Arabia.

Doblan el cabo de Buena Esperanza y, sin mayores contratiempos, llegan a la isla de Madagascar, en donde se les unen otros barcos piratas, entre ellos la balandra del capitán Thomas Tew, conocido como “El pirata de Rhode Island”. Avery dirige su pequeña flota hasta el cabo Guardafui, en las cercanías del cual se disponen a acechar a los barcos que incautamente entran y salen del mar Rojo.

Una mañana de finales de agosto, dos barcos de importante tamaño tienen la desgracia de amanecer en las cercanías del Fancy. Se trataba del Ganj-I-Sawai, el mayor barco de la flota del Gran Mogol, y su navío escolta, los cuales conducían a elevados personajes del imperio mogol en peregrinación desde la India a La Meca.

Tras rendir su escolta sin demasiado esfuerzo (aunque con la baja del capitán Tew), Avery acosa al Ganj-I-Sawai. El navío indio es mayor y está mejor armado que el suyo, pero la suerte sonríe a los piratas: uno de los cañones del Ganj-I-Sawai estalla, dañando su puente y generando una gran confusión. La siguiente andanada del Fancy, ya casi pegado en paralelo a su oponente, desarbola el palo mayor de este. Avery ordena el abordaje, a pesar de que los suyos están en inferioridad numérica. Pero no se equivoca. Tras una cruenta lucha de más de dos horas los indios se ven obligados a rendirse.

El botín saqueado es enorme. El Ganj-I-Sawai transportaba en su bodega cofres y cofres de oro y joyas que tras el reparto dejan a cada pirata 1000 libras de beneficio; suficiente como para retirarse del pillaje marítimo y llevar una vida acomodada. Lo malo es que la acción ha causado un importen conflicto diplomático entre el Gran Mogol e Inglaterra, por lo que las autoridades inglesas ponen precio a la cabeza de Henry Avery y su gente. El Fancy se separa entonces de sus aliados, y aquí comienza a difuminarse la pista del capitán Avery.

Parece ser que su barco regresó al Atlántico y peregrinó por distintos puertos americanos hasta que encontró uno en el cual, sobornos mediante, los piratas pudieron desembarcar. Tras adoptar nombres falsos, se dispersaron por el territorio americano. Veinticuatro de ellos intentaron regresar a Inglaterra, pero al llegar fueron descubiertos, detenidos y juzgados. Seis de estos murieron en la horca, y los demás fueron deportados a la colonia de Virginia.

¿Pero qué fue del audaz Henry Avery? Algunos afirman que, vía Irlanda, también regresó a Inglaterra, en donde al principio corrió mejor suerte que sus compañeros. Dicen que adoptó el nombre de Benjamín Bridgeman y se hizo pasar un terrateniente que había hecho fortuna en las Barbados. Poco a poco su fortuna se fue evaporando, primero porque él mismo la malgastó, y después porque unos mercaderes descubrieron su auténtica identidad y le chantajearon con denunciarlo. Finalmente murió en las calles de Londres en la más absoluta miseria, sin ni siquiera dinero para pagar su propia lápida.

Pero existe otra versión más romántica sobre su destino. Según esta historia, en el Ganj-I-Sawai viajaba también una hija del Gran Mogol, y entre ella y el pirata Avery surgió el amor. Henry Avery no volvió a subir al Fancy, se quedó en Madagascar, donde se casó con esta princesa. Nunca regresaría a la civilización occidental, sino que vivió hasta el fin de sus días en alguna isla del Índico, rodeado de un lujo principesco y con la feliz compañía de su esposa.

A pesar de que una de estas dos historias pueda parecer más verosímil que la otra, ambas son igualmente legendarias. Puede el lector, por tanto, quedarse con el final que más le guste.

viernes, 17 de junio de 2011

Amelia Earhart: La gran aviadora famosa

Cuentan que Amelia Earhart, nacida en Kansas el 24 de julio de 1897, vio un avión por primera vez cuando tenía 10 años. Pero cuentan también que el estado de dicho avión era tan lamentable que en absoluto se sintió impresionada. Fue años más

tarde, en el año 1920, cuando visitó una exhibición aérea y se quedó fascinada con lo que allí pudo ver y sentir. Desde ese día ya no pudo pensar más que en volar...

Amelia era una mujer de fuerte carácter, de decisión, nada convencional teniendo en cuenta cómo se comportaban las mujeres en su época, lo limitadas que estaban por la sociedad. Además, admiraba a otras mujeres que habían realizado grandes proezas. De hecho, incluso tenía un álbum personal en el que pegaba recortes de noticias sobre heroínas que alcanzaban grandes logros en campos aún monopolizados por hombres.

Y quizás en un ansia por seguir su ejemplo, en 1921 comenzó a dar clases de vuelo y antes de que finalizara el año ya se había comprado un avión para ella sola, un pequeño avión de dos plazas de color amarillo brillante al que bautizó como “Canarias”. Con este aparato estableció su primer récord: fue la primera mujer que subió hasta los 14.000 pies de altitud.

Pero lo más emocionante llegó en Abril de 1928, cuando le propusieron cruzar el Atlántico como parte de un gran proyecto.

No se lo pensó dos veces y aceptó. Formó entonces parte de un equipo de vuelo junto a otro piloto, Wilmer Stultz y al mecánico Louis E, y conoció en estos días a quien después sería su marido, George Putnam. Una vez todo estuvo listo, comenzaron partiendo del puerto Trepassey, en Terranova, y volaron hasta Burry Port, en Gales, tardando unas 21 horas. Cuando regresaron a EEUU ya eran considerados héroes nacionales.

Desde entonces Amelia ya no se dedicó sino a volar...

En 1931 se casa con George y ambos forman un equipo de calidad. Pronto surge en ellos la idea de que Amelia cruce de nuevo el Atlántico, pero esta vez en solitario. De hecho, en 1932 realizaron un intento, pero multitud de problemas fueron surgiendo y tuvieron que abortar el vuelo mientras sobrevolaba Irlanda, así que no pudo llegar a su destino, París. Aún así, recibió una condecoración de parte del Congreso de los EEUU por su valentía.

Fue en 1935, concretamente el día 11 de enero, cuando logró cruzar en solitario otro océano, el Pacífico, volando desde Honolulu hasta Oakland, en California. Poco después volaría desde la México capital hasta Newark, en Nueva Jersey. Su popularidad y la admiración que despertaba era ya inmensa.

En 1937 se propuso llegar más allá; se propuso ser la primera mujer que diera la vuelta al mundo en su avión. Y así comenzó su última aventura conocida... El 1 junio, y junto a su asistente en vuelo Fred Noonan, partió desde Miami. El 29 de junio ya estaban en Lae, Nueva Guinea, y el próximo destino era la casi diminuta isla Howland, situada al sureste de Honolulú. La dificultad estribaba ahora en no perderse, en seguir el camino correcto hacia esta isla para poder repostar. Amelia estaba en contacto continuo con los guardacostas, diversos buques de los EEUU se habían situado en alta mar para indicar la ruta a seguir, pero las condiciones meteorológicas no parecían acompañar.

Aún así partieron. El día 2 de julio despegaron hacia la isla Howland. En principio la comunicación con el guardacostas americano Itasca sí que se produce pero luego algo falla y se interrumpe. El último mensaje que se escucha de ella es que el combustible se está agotando, que no localizan las referencias a seguir y que van volando a sólo 1000 pies de altitud. Después ya no hubo sino silencio.

Una macrooperación de rescate se puso en marcha inmediatamente, pero todo fue en vano. Amelia Earhart, su compañero y su avión se perdieron sin dejar rastro alguno. El 19 de julio se canceló definitivamente la búsqueda, muy al pesar de todos aquellos que participaron en ella y de los miles de admiradores de la gran heroína.

Al año siguiente se construyó en la isla Howland un faro dedicado a Amelia Earhart y, aún hoy en día, son muchos los apasionados aventureros que recorren tierra y mar buscando algún indicio que les ayude a encontrar los restos del aparato caído y a entender qué fue lo que pasó.

jueves, 16 de junio de 2011

Gengis Khan: El señor de la estepa

Gengis Khan, de nombre Temudjin, con diez años se quedó huérfano, formando parte entonces del servicio del señor de los Kereit, Ong Qan Togril. Su padre, de nombre Yesugei, era el cabecilla de los Kiat, pueblos nómadas del Este de Mongolia.

Hablemos de Temudjin... bajo una apariencia de un niño, se encontraba todo un hombre que buscaba la gloria y levantamiento de su pueblo en contra del continuo sometimiento infringido por el Imperio Chino. Contaba con trece años cuando paso a ser el jefe tribal y sus seguidores le otorgaron el titulo de Gengis Khan, que significa “el mayor de los gobernantes”, “señor” y “guerrero valeroso”.

Gengis Khan ha sido recordado por muchos aspectos; primero por la precocidad con la que llegó al poder, comparable con muy pocos héroes de la historia, (Alejandro Magno fue otro niño poderoso, por ejemplo). A sus trece años logró derrotar a los merkits y a los tártaros, proclamándose jefe supremo de la Mongolia Oriental en 1203 y de la Occidental en 1206.

Segundo, y gracias al factor anterior, el rey de la Estepa alineó a sus súbditos para emprender el viaje hacia la gloria de su pueblo en la guerra contra el poderoso Imperio Chino. En 1208 los ejércitos del rey mongol atravesaron la Gran Muralla China y en 1211 habían llegado hasta Beijing. El liderazgo de Gengis Khan, ayudado por su soberana astucia, le hacía dominador del área y de un ejército siempre dispuesto a morir por él y por su causa.

El gobernador chino, se vio obligado a firmar una paz con el emergente Imperio Mongol que de poco serviría ya que la guerra se reanudó en 1215. Este fue un punto de inflexión dentro del desarrollo y expansión del Imperio de Gengis Khan.

A raíz de aquí, todo lo conseguido, les llevó a querer más, casi siempre el punto flaco de los conquistadores, las ansias de la expansión continúa. Gengis Khan logró conquistar gran parte de Asia menor a base de sofocar revueltas, lo que le contagió de ansia de poder y lo empujó a la conquista de Arabia. No le fue fácil ya que hubo pueblos que plantaron cara a su ejército, como fue el caso de Jorezm, que más bien sucumbió al ejército mongol a causa de sus disputas internas.

Con el panorama que se le presentaba a Gengis Khan, no había ejército en el mundo que pudiera plantear batalla a su Imperio y decidió conquistar por completo China. Este fue el error, como comentábamos antes, ya que las ganas de gloria por parte del rey y los suyos eran insaciables. Quizás Khan y los suyos deberían haber optado por detenerse, por desarrollar su cultura en el territorio que ya tenían asentado. Pero así no se forman los héroes, y Gengis Khan estaba destinado a ello, marchó hacia China de nuevo, y en la provincia de Kan Su la muerte se lo llevó.

Corría el año 1227, había designado a su primogénito la conquista del oeste, pero él no pudo acabar su misión. El Imperio no murió con él, pero sí su espíritu, ya que a raíz de la muerte del gran Khan, el imperio mongol se fue resquebrajando en continuas disputas y revueltas que cada vez eran más difíciles de sofocar. El Imperio mongol desapareció en 1368, fruto de los continuos enfrentamientos entre familias y pueblos extranjeros.

Lo grandioso de la obra de Khan no solo fueron sus conquistas, sino el formar un Imperio partiendo de la nada, y bajo la creencia de que para los pueblos sólo puede haber un gobernador, que los hombres le deben pleitesía y que los enemigos deben ser ajusticiados. Khan se caracterizó por ser un enorme estratega, comparable a Napoleón, Aníbal o Cesar. Llegó a ser el líder, dueño y señor de toda la estepa rusa y pudo tener un ejército de innumerables hombres bajo su mando.

Sin duda uno de los personajes más fascinantes de la historia, designado desde pequeño a ser “el señor de la estepa”.

miércoles, 15 de junio de 2011

Robin Hood: Legendaria figura de la historia británica

Robin Hood es una de las grandes figuras de la historia británica, a pesar de que se cuenta en muchas ocasiones que fue uno de los forajidos más célebres de Inglaterra. Pero, ¿conocéis realmente quién fue Robin Hood?, ¿fue un hombre real o un mito?

La primera referencia que tenemos de Robin Hood, o Robyn Hode, como se le cita textualmente, está en la segunda versión de los Embarcaderos de Plowman, escrito en 1377. La balada de Lytell Geste de Robin Hood y su banda se cantaban ya durante el siglo XV.

El manuscrito Sloane del Museo Británico contiene un escrito anónimo con la vida de Robin Hood. De acuerdo con esta descripción, se cree que nació en Lockesley, en el condado de Nottinghamshire o Yorkshire, alrededor del año 1160. Lamentablemente, el lugar ya no existe, aunque sí hay un pueblo llamado Loxley en el condado de Staffordshire.

Varias regiones de Inglaterra reivindican el haber sido el lugar del nacimiento y las correrías de Robin Hood, siendo el más conocido Notthingham y su bosque de Sherwood. No obstante, al comienzo de varios relatos se le cita como Robin de Barnsdale, colocando a sus seguidores en los bosques alrededor de Pontefract, en Yorkshire, cerca de la bahía de Robin Hood.

Pero también hay un gran número de historias que abogan por la existencia real de Robin Hood. Una de ellas cuenta que fue un defensor de Simon de Montfort, y a su lado con sus rebeldes luchó contra Enrique III en la Batalla de los Barones de 1260. Otra tradición afirma que nació en Wakefield y tomó parte en la rebelión de Thomas Lancaster contra Eduardo II en 1322.

Sin embargo la historia más real puede ser la que nos ofrece el nombre de Robert Hood que aparece en un documento legal de 1226 y al que se le califica como fugitivo. No se sabe a ciencia cierta si este Robert Hood fue el que más tarde dio lugar a la leyenda de este personaje.

Hay una tradición en la que se cuenta que Robin Hood fue indultado por el rey de Inglaterra. El rey en cuestión no se sabe cuál fue, aunque se habla de Ricardo Corazón de León, aunque un escrito medieval lo cita con el nombre de Eduardo. Históricamente hablando, Eduardo II pudo ser el monarca que se esconde tras esta historia, ya que se sabe que fue en el 1323.

El romance entre Robin Hood y Maid Marian es en sí mismo una leyenda, aunque algunos de los escritos ni siquiera lo comentan, y quizás pudo ser establecido mucho más tarde para darle un cariz romántico a la figura legendaria del personaje.

Robin Hood se convirtió así en el héroe valiente de la fantasía popular. Algunos todavía hablan de que pudiera ser una especie de dios pagano. Se fundamentan en que Robin es un nombre común entre las hadas, y tal vez pudo ser incluso una representación de un antiguo dios de los bosques.

Poco nos importa en estas fechas si Robin Hood vivió en persona o no. Lo único que sí sabemos es que sigue muy vivo en la imaginación de las gentes y que su leyenda ha cruzado en multitud de ocasiones el gran charco de las generaciones y los siglos.

martes, 14 de junio de 2011

Juana de Arco: La doncella guerrera

La extensa historia del hombre siempre se ha visto provista de personajes emblemáticos o héroes que han trascendido el tiempo por sus valerosos actos y han logrado marcar un camino dentro de su contexto, logrando, en algunos casos, convertirse en símbolos de respeto y veneración. Un ejemplo de ello, es la singular Juana de Arco.

Conocida también como la Doncella de Orléans y nacida en Domrémy, un pequeño poblado situado en la localidad de Lorena, Francia, esta pequeña niña, que posiblemente no sabía ni leer ni escribir, lideró un ejército, otorgado por el rey Carlos VII (El Delfín) con el fin de expulsar a los ingleses, con sólo diecisiete años de edad.

Aunque parece totalmente irreal, Juana afirmó a los trece años de edad haber escuchado la voz de Dios o un ángel (posteriormente diría que fue Santa Catalina de Alejandría y de Santa Margarita de Antioquía), quien la incito a concurrir a la iglesia y que además le declaro que sería ella quien levantaría el asedio en que estaba sometida Orleans. Inesperadamente la Iglesia Católica y sus fieles le creyeron.

De esta manera, durante los años 1429 y 1430, Juana encabezo el sitio de Orleans, la batalla de Patay y otros enfrentamientos en los cuales triunfo, para el asombro de muchos, logrando, como consecuencia, que su pueblo natal fuera exento del impuesto anual a la corona y que Carlos VII fuera coronado. Al parecer el camino de la Doncella de Orleáns se trazaba a la perfección y gracias a su intrepidez, Francia había alcanzado en poco tiempo lo que durante muchos años anhelo. Pero no toda historia posee un final feliz.

Luego de la campaña de La Charité, Juana decidió aislarse en el castillo de Sully mientras El Delfín acordaba una tregua con el Duque de la Borgoña por la ciudad de Compiègne. Lamentablemente el trato se trunco cuando el rey francés descubrió que el Duque paralelamente realizaba acuerdos con Inglaterra con lo cual decidió avanzar militarmente sobre Compiègne para tomarla nuevamente.

Y fue aquí donde después de muchas pruebas Juana es capturada, al igual que su hermano Pierre, por los borgoñeses para luego ser entregada a manos de los ingleses quienes la condenaron por herejía, entre otros cargos, y dictaminaron que sea quemada en Ruán.

Muchos años después, otros reyes lucharon por reabrir el caso a fin de que revisaran aquel juicio inquisitorial hasta que en 1456 Juana de Arco fue reconocida inocente, y además se declaró herejes a los jueces que la habían condenado. Su vida pasaría a la inmortalidad.

Durante el siglo XVI fue venerada por la Liga Católica y adoptada como símbolo cultural por los círculos patrióticos franceses desde el siglo XIX. En la actualidad es santa patrona de las guías en el movimiento del escultismo, fue una fuente de inspiración durante la primera y segunda guerra mundial para los aliados y además es tenida muy en cuenta por países como Irlanda, Canadá, Estados Unidos, entre otros.

lunes, 13 de junio de 2011

Hipatia de Alejandría: Gran mujer de leyenda griega

Hipatia de Alejandría fue una filósofa y matemática griega que vivió en Alejandría en el siglo IV A.D. Hija de Teón de Alejandría, un prestigioso filósofo y también matemático, pasó toda su vida dedicada al estudio de la astronomía y a la enseñanza en la escuela platónica de Alejandría, de cual llegó a ser directora. Los historiadores afirman que fue la primera mujer en hacer importantes contribuciones a la ciencia en su estudio de las cónicas, la geometría euclídea y la aritmética diofantina. Ya en su época, la calificaron como la mejor matemática viva, mas no se posee ninguna de sus obras. Se conoce parte de su biografía y aportaciones gracias a los escritos de otros científicos.

Este año se conmemora el Año Internacional de la Astronomía e Hipatia de Alejandría es una figura importantísima para esta rama de la ciencia. Su legado es significativo: se la considera la inventora de útiles instrumentos astronómicos tales como el astrolabio y el hidroscopio. Todos sus discípulos coincidieron a la hora describirla como una mujer carismática y su influencia fue decisiva para todos ellos.

Su vida
Hipatia de Alejandría fue una mujer adelantada a su tiempo, en parte, gracias a su padre, Teón, quien permitió que su hija estudiara y se dedicara de lleno a la ciencia y a la filosofía. Igualmente, quería que ella fuera un ser humano excepcional por lo que no sólo cuidó su educación, sino también su físico, destacando la joven por su belleza. No obstante, a Hipatia se le reconoce un sobrado don para la observación astronómica, con una capacidad incluso superior al de su padre y mentor.

Tras una rígida educación, la filósofa viajó para profundizar en los conceptos científicos imperantes y, a su vuelta, comenzó una dilatada carrera docente hasta ocupar la cátedra de Filosofía de Plotino. Pronto su nombre sonó alto en todos los círculos intelectuales, y venían estudiantes de Europa, Asia y África a escuchar su doctrina.

Su legado
La vida y obra de Hipatia nos recuerda que el conocimiento ha estado vetado a las mujeres. Su condición de mujer, pagana, científica e incluso su influencia política la llevaron a ser vilipendiada, creando a su alrededor un círculo de detractores. Su situación fue cada vez más peligrosa en Alejandría. Sobre todo cuando la religión emergente en el siglo V, el cristianismo, se abría paso en todas las esferas sociales, negándose Hipatia a convertirse ya que iba en contra de todos sus principios científicos.

Irremediablemente, fue salvajemente asesinada por un grupo de cristianos pero, según algunos autores posteriores, su muerte fue consecuencia de su amistad con una de las partes implicadas en los virulentos conflictos políticos que sacudían el país. Lo que no cabe duda es que al morir Hipatia el pensamiento racional se apagó con ella durante muchos siglos.

viernes, 10 de junio de 2011

Un OVNI del quattrocento: Hecho del monje Filippo Lippi

Según la ufología, o como se le llame al estudio del fenómeno OVNI, el primer avistamiento de una de estas naves se produjo en junio de 1947 cuando el norteamericano Keneth Arnold divisó una flota que volaba junto a su avioneta en el estado de Washington. La difusión que siguió a este acontecimiento en el mundo entero hizo que la promoción del hecho se estableciera como el inicio de lo que se denomina “La era OVNI”.

Sin embargo no fue el primer avistamiento que se produjo. En los años anteriores a Arnold, se sucedieron en el mundo entero fenómenos similares, que se cuentan en diferentes crónicas de medios, sólo que no tuvieron la promoción suficiente para que se tornasen interesantes a nivel mundial. Incluso hay investigadores del fenómeno que sostienen que la visita de este tipo de naves a nuestro planeta se viene produciendo desde hace miles de años. Para esto toman como referencia ciertos pasajes bíblicos e incluso relatos de otros libros antiguos.

En este sentido es revelador observar con detenimiento un cuadro pintado en el siglo XV por el artista del quattrocento Filippo Lippi, titulado “Retrato de la Virgen con el niño Jesús y San Juan”.

El cuadro es una representación en la que se ve a la Virgen María rezando inclinada hacia los dos pequeños, Jesús y San Juan. Detrás de ella, de fondo, un río serpentea hasta alcanzar las aguas del mar. Y sobre el horizonte, parado sobre la costa, se ve la silueta de un hombre y de su perro que observan con detenimiento los cielos, donde se puede ver con claridad la extraña figura de un objeto resplandeciente, con cierta forma oval, que desprende rayos de luces y que parece tener una hilera de ventanas en su parte superior.

Los investigadores afirman sin dudas que se trata de la pintura de un OVNI. Y no parece ser una conjetura descabellada.

Las imágenes son más eficaces que las palabras. El hombre observa con su perro hacia la figura, por lo que no se trata de una mancha, o una incorporación posterior. Además está pintada con cuidado, con trazos finos, mostrando lo que serían las ventanas, y las luces que se desprenden del mismo, por lo que tampoco se trata de una figura recreada por azar.

Esta ahí, es clara, y cuenta una historia. Tal vez la historia de un OVNI, pero no en la historia moderna, sino un OVNI del quattrocento.

jueves, 9 de junio de 2011

¿Existen los Extraterrestres en los cuadros del Renacimiento?

Entre los siglos XIV y XVII, la Inquisición estaba en su máximo apogeo, condenando a científicos, filósofos y artistas cada vez que realizaban algún descubrimiento en contra de la Iglesia católica. En ese momento, todos los libros y cuadros eran sometidos a la censura de la Iglesia antes de ser mostradas al público, lo que significa que cualquier representación religiosa tenía que seguir unas reglas muy estrictas con el fin de ser aprobadas por los censores.

Sin embargo, en muchos cuadros del Renacimiento aparecen imágenes de objetos voladores, muy parecidos a los OVNIS, dejando muchos misterios sin resolver en relación a tales imágenes. Algunos dicen que son una forma simbólica de representar a los santos y los ángeles, y otros piensan que los artistas del Renacimiento tenían algo más que contar.

Hay muchas partes de la Biblia en la que se hablan de carros voladores y nubes rodeadas de luz, que son más brillantes que el sol. En el bautismo de Jesús se dice que el Espíritu Santo descendió del cielo y se oyó una potente voz. Este pasaje inspiró a algunos artistas, como Aert de Gelder, quien pintó El Bautismo de Cristo en 1710. Allí aparece un objeto, en forma de disco volador, que emite haces de luz.

Los historiadores de arte dicen que es una manera simbólica de representar a Dios, que habla con su Hijo desde el cielo. En esa época era común pintar una nube de ángeles alrededor, para simbolizar las bendiciones enviadas desde el cielo, como por ejemplo en La Anunciación, de Carlo Crivelli, donde la cabeza de la Virgen emite una luz misteriosa.

Otra imagen misteriosa es el objeto que aparece al fondo del cuadro La Virgen y San Juan, obra de Sebastiano Mainardi. En ella aparece un hombre mirando al cielo, donde se ve un objeto brillante. Se cree que es alguna carroza brillante, o la representación simbólica de los santos y ángeles que aparecen en muchas otras pinturas del Renacimiento.

Sin embargo, hay otras versiones y razones detrás de los objetos voladores que aparecen en las pinturas renacentistas. Muchas de ellas han sido objeto de informes, que se guardan en los archivos secretos del Vaticano. En estos archivos se estima que hay miles y miles de estanterías, y aproximadamente 35.000 libros en catálogo.

Hasta el siglo XVII, entre los documentos secretos del Vaticano, a los que sólo podían acceder ciertas personas, estaban muchos de estos cuadros renacentistas, con imágenes de objetos voladores. Estas representaciones de supuestos extraterrestres en los cuadros renacentistas no fueron aprobadas por la Iglesia.

Sin embargo, desde siempre los grandes artistas han tenido que ocultar sus mensajes misteriosos. Es posible que las pinturas renacentistas nos cuenten algo que hoy no sabemos con exactitud. ¿Son simplemente símbolos religiosos, o la evidencia de vida extraterrestre?

miércoles, 8 de junio de 2011

Melancolía I de Alberto Durero: El ejemplo perfecto del simbolismo

Albrecht Durer (Alberto Durero) está considerado como uno de los artistas más misteriosos que ha dado la Historia. Su obra Melancolía I es, probablemente, su pintura más representativa y al mismo tiempo, el ejemplo perfecto del simbolismo que aplicaba en cada uno de sus cuadros. Una obra que ha sido largamente estudiada, interpretada y debatida, y, curiosamente, ligada a las creencias masónicas a la que tantos grandes artistas estaban adscritos.
Durero fue el representante perfecto del renacentismo: como Leonardo da Vinci y tantos otros, este pintor alemán aglutinaba conocimientos de filosofía y alquimia, así como profundos estudios de los antiguos misterios de las ciencias.

Quizás sea esta variedad de saberes, o quizás, lo misterioso y simbólico de toda su obra. La cuestión es que Durero ha sido largamente debatido y sus obras consideradas como ejemplos de los símbolos que los antiguos genios ocultaban en sus obras, dirigidos a sólo un selecto grupo de hombres instruidos en sus mismos conocimientos.

Su obra está cargada de títulos muy significativos y de pasado bíblico: “Adán y Eva”, “El prendimiento de Cristo”, “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, grabados muchos de ellos crípticos, pintados con una técnica depurada en blanco y negro, pero todos con elementos muy dispares dentro del propio cuadro, motivos que hacen que su interpretación sea muy compleja.

Melancolía I quiere representar, precisamente, los esfuerzos que constantemente debe hacer la raza humana para alcanzar la perfección a través del conocimiento de esos antiguos misterios. En el cuadro, que podéis ver al final de este artículo, hay una figura protagonista, la de una figura sentada en posición pensativa y provista de unas enormes alas. A su alrededor los más extraños objetos: un perro hambriento al que se le ven los huesos, un reloj de arena, una balanza, una escalera, un cuchillo, un ángel, una esfera y a sus pies, los instrumentos de un carpintero. Elementos todos ellos que no parecen tener nada en común, pero que unidos pueden tener un objetivo común.

¿cuál es entonces la interpretación correcta? la más plausible y que más validez tiene hoy día, es la de que Durero intentó representar en esa figura a la de un gran genio, un pensador que intenta divinizarse (de ahí las alas) pero que por su rostro impotente, se ve incapaz de alcanzar esa luz que le dé el poder divino a pesar de que a su alrededor se encuentran todos lo que históricamente se han considerado como los símbolos necesarios para alcanzar el pleno conocimiento: los de los campos de las ciencias, las matemáticas o la filosofía, o símbolos como la escalera que pueden conducir hacia esa iluminación o la balanza hacia la justicia.

Pero lo que realmente ha despertado el interés de quienes gustan de descubrir símbolos secretos y teorías de mensajes ocultos, radica en el misterioso cuadro numérico que se ve por encima de su cabeza.

Curiosamente, ese cuadro es lo que se conocer como cuadrado mágico. Una especie de sudoku para genios que realmente no tiene nada de místico, sino que es un problema matemático magníficamente resuelto, eso sí.

Los cuadrados mágicos (lo que hoy podríamos conocer como un sudoku básico) tienen la característica común de que la suma de todas las filas y columnas dan siempre el mismo resultado. hasta ahí es lo que sería un sudoku, sólo que en éstos se utilizan los números del 1 al 9. En los cuadrados mágicos puede ser cualquier numeración, pero además, las diagonales también dan el mismo resultado.

En el caso del cuadrado representado por Durero la genialidad llega un punto más allá, y es que él fue capaz de encontrar un cuadrado mágico que no sólo sumaba igual en horizontal, en vertical y en diagonal, sino que, si nos fijamos, además, la cuatro esquinas, sumadas, dan ese mismo resultado, Pero también suman lo mismo los cuatro cuadrados del centro e incluso los cuadrados laterales y sus opuestos sumados entre sí también den el mismo resultado. La suma de todos da 34.

Dando una vuelta de tuerca más, si nos fijamos, los dos cuadros de abajo, centrales, tienen los números 15 y 14, con los que Durero quiso representar el año en que hizo el cuadro, lo cual le añade una dificultad aún mayor, pues se debía de partir de esa fecha concreta para realizar el cuadrado mágico.

Esto que parece tan simple está sólo al alcance de mentes muy privilegiadas, más cuando hablamos de un hecho ocurrido hace ya casi 500 años.

Estos cuadrados mágicos habían sido inventados casi 4.000 años antes por los egipcios, pero cabe el honor a Albert Durero y a su Melancolía I de ser el primer cuadro en Europa que incluía un cuadrado de este tipo, y por lo tanto, se ha considerado históricamente, como un cuadro con un valor simbólico sin precedentes.

Muchos autores a lo largo de la Historia se han referido a Durero y a su cuadro: Gunther Grass, Thomas Mann, Jean Paul Sartre... y muchos otros han querido ver en él, al igual que en muchas obras de da Vinci o de Miguel Angel, entre otros, símbolos ocultos.

Lo único cierto y confirmado es que realmente, Melancolía I es la representación propia de un artista que vivía sumido en la melancolía, en el querer pero no poder, de saber pero no alcanzar la plenitud. Una alegoría a lo que la Humanidad podría alcanzar, pero a pesar de tener todos los medios a su alrededor, no puede disponer.

Un último apunte: el cuadro se encuentra expuesto en la Galería Nacional de Arte en Washington, y pertenece a la colección Rosenwald.