Pocos libros pueden ser considerados más infames, dañinos y mezquinos que éste del que hoy os hablamos, el Malleus Maleficarum, el conocido como el Martillo de los Brujos. Su lectura produce en primer lugar incredulidad, luego espanto, indignación y pena. Nunca ningún otro libro pudo causar tanta maldad en el mundo ni tener tan trágicas consecuencias como lo tuvo su redacción.
Este libro fue escrito entre los años 1485 y 1486 por dos monjes dominicos, Jacobus Sprenger y Heinrich Kramer, quienes se encargaron de recoger en sus páginas la descripción de lo que entonces podían considerarse actos impuros y realizados bajo la posesión del demonio. Durante tres siglos este Martillo de los Brujos fue el libro de cabecera del Tribunal de la Inquisición, la obra que sirvió a sacerdotes, y a jueces católicos a llevar a la hoguera a quienes ellos consideraban rendían culto a la brujería.
Pero detengámonos un poco en la Historia y en la época que les tocó vivir. En aquel entonces, la herejía era la negación de un auto de fe, que además se reafirmaba en la persistencia a seguir cometiendo tal “error”. Dentro del orden social que perseguía una Iglesia Católica en auge, los herejes eran considerados como vulgares traidores a la convivencia y enemigos sociales. Fueron siglos de una fuerte represión, de un despotismo eclesiástico absoluto, de una gran rigidez en las normas sociales.
Surgieron, como siempre surgen en épocas así, grupos que luchaban contra esa injusticia; sectas que se ocultaban confiadas en sus propias creencias, como los cátaros o los albigenses que no reconocían la autoridad de reyes ni obispos, pero cuyos valores eran, según nuestra visión actual, mucho más justos y rectos que los que promulgaban desde la propia iglesia de los siglos XII y XIII. Y naturalmente, fueron perseguidos. Sin embargo, aquellas persecuciones eran inicialmente populares. Cuando se les atrapaba no había juicios ni condenas, y pronto la Iglesia se vio en la tesitura de tener que institucionalizar aquellas persecuciones para darle validez. Y fue en el Concilio Ecuménico de Letrán, en el año 1215 donde se convirtieron en Leyes las sanciones a aquellos herejes.
Apenas 7 años después, en el 1231, Gregorio IX instituyó la Inquisición, y lo que en un principio se creó para perseguir a aquellos que se oponían al “reinado” de la Iglesia, en apenas dos siglos se convirtió en la persecución de brujas, adivinos y blasfemos.
Cuál fue el motivo principal para perseguir este tipo de sacrilegios? ¿qué temía la Iglesia con estas gentes, generalmente pobres, y muchas de ellas acusadas injustamente? Probablemente fuera esconder las grandes diferencias sociales; esconder la pobreza existente, la desigualdad, y los lamentos de una sociedad que pedía en silencio su libertad. Probablemente, lo que pretendía era hacer creer al pueblo llano que era la brujería la que originaba todos aquellos problemas sociales y los hechizos los que llevaban por el mal camino a sus gentes.
¿Y así surgió la necesidad de tener un auténtico catálogo que legitimara sus acciones. y si bien ya se había publicado anteriormente el Fortalitium Fidei en el año 1461, fue este Malleus Maleficarum el que durante tres siglos rigió los destinos de media Europa, tras ser avalado por bula papal de Inocencio VIII. Fue la bula Sumnis Desiderantes, del 9 de diciembre de 1448, la que instó a investigar y perseguir legalmente los delitos de brujería.
Consta el Martillo de los Brujos de tres partes. En la primera se trata la fe católica, la relación existente entre ésta y los fenómenos demoníacos, los motivos que provocan la brujería y las diferentes clases de brujas y hechizos. La segunda parte, mucho más cruda, recoge los métodos que se deben seguir para perseguir la brujería. y la tercera, que no se refleja en todas las ediciones de este libro, detalla los pasos que hay que seguir en cada juicio.
Hasta 29 ediciones se imprimieron del Malleus Maleficarum, teniendo sus principales focos de atención en Alemania, Francia e Italia.
Muchos son los rasgos que distinguen esta obra, pero todas con una base común. “La hembra es más amarga que la muerte”, decían, y bajo esta frase, sus autores tomaron partida contra la mujer, a la que consideraban libertina y endemoniada. Junto a esta misoginia, destaca su cinismo, y su brutalidad. Abogaban por la tortura como medio para obtener las confesiones. La obra es todo un curso de cómo confundir al reo y empujarlos a declararse culpables.
“Tienen el hábito de comer y devorar a los niños de su misma especie”, “causan el granizo y tempestades y rayos, y esterilidad en los hombres”, “echan al agua a los niños que caminan junto a las orillas”, “encabritan a los caballos”, “se transportan por el aire”, “despertar horror en las mentes”, “practican la lujuria carnal con los demonios”... cada uno de los capítulos es un descarnado proceso descriptivo de lo que son capaces de hacer, y de cómo llegar a torturar de los más diversas formas para finalmente arrancar la verdad, junto a las quemas en las hogueras, tan desgraciadamente conocidas, estuvieron las muertes en maderos, el caballete o las agujas en el cuerpo.
Hoy día, leer este libro causa un horror indescriptible, una indignación tal contra la Iglesia que no se puede llegar a entender cómo fue posible que se permitieran actos así en nombre de la fe. Cinco mil mujeres fueron juzgadas en tres meses en Génova; siete mil en Trier; cuatrocientas brujas fueron acusadas en los famosos juicios de las Brujas de Salem en Nueva Inglaterra: veinte degolladas, ciento cincuenta encarceladas, y doscientas treinta quemadas en hogueras públicas...
Y éstos son algunos de los ejemplos de las muchas barbaridades cometidas en nombre de la Iglesia por la “Santa” Inquisición tomando como base el infame Malleus Maleficarum, el Martillo de los Brujos.
Este libro fue escrito entre los años 1485 y 1486 por dos monjes dominicos, Jacobus Sprenger y Heinrich Kramer, quienes se encargaron de recoger en sus páginas la descripción de lo que entonces podían considerarse actos impuros y realizados bajo la posesión del demonio. Durante tres siglos este Martillo de los Brujos fue el libro de cabecera del Tribunal de la Inquisición, la obra que sirvió a sacerdotes, y a jueces católicos a llevar a la hoguera a quienes ellos consideraban rendían culto a la brujería.
Pero detengámonos un poco en la Historia y en la época que les tocó vivir. En aquel entonces, la herejía era la negación de un auto de fe, que además se reafirmaba en la persistencia a seguir cometiendo tal “error”. Dentro del orden social que perseguía una Iglesia Católica en auge, los herejes eran considerados como vulgares traidores a la convivencia y enemigos sociales. Fueron siglos de una fuerte represión, de un despotismo eclesiástico absoluto, de una gran rigidez en las normas sociales.
Surgieron, como siempre surgen en épocas así, grupos que luchaban contra esa injusticia; sectas que se ocultaban confiadas en sus propias creencias, como los cátaros o los albigenses que no reconocían la autoridad de reyes ni obispos, pero cuyos valores eran, según nuestra visión actual, mucho más justos y rectos que los que promulgaban desde la propia iglesia de los siglos XII y XIII. Y naturalmente, fueron perseguidos. Sin embargo, aquellas persecuciones eran inicialmente populares. Cuando se les atrapaba no había juicios ni condenas, y pronto la Iglesia se vio en la tesitura de tener que institucionalizar aquellas persecuciones para darle validez. Y fue en el Concilio Ecuménico de Letrán, en el año 1215 donde se convirtieron en Leyes las sanciones a aquellos herejes.
Apenas 7 años después, en el 1231, Gregorio IX instituyó la Inquisición, y lo que en un principio se creó para perseguir a aquellos que se oponían al “reinado” de la Iglesia, en apenas dos siglos se convirtió en la persecución de brujas, adivinos y blasfemos.
Cuál fue el motivo principal para perseguir este tipo de sacrilegios? ¿qué temía la Iglesia con estas gentes, generalmente pobres, y muchas de ellas acusadas injustamente? Probablemente fuera esconder las grandes diferencias sociales; esconder la pobreza existente, la desigualdad, y los lamentos de una sociedad que pedía en silencio su libertad. Probablemente, lo que pretendía era hacer creer al pueblo llano que era la brujería la que originaba todos aquellos problemas sociales y los hechizos los que llevaban por el mal camino a sus gentes.
¿Y así surgió la necesidad de tener un auténtico catálogo que legitimara sus acciones. y si bien ya se había publicado anteriormente el Fortalitium Fidei en el año 1461, fue este Malleus Maleficarum el que durante tres siglos rigió los destinos de media Europa, tras ser avalado por bula papal de Inocencio VIII. Fue la bula Sumnis Desiderantes, del 9 de diciembre de 1448, la que instó a investigar y perseguir legalmente los delitos de brujería.
Consta el Martillo de los Brujos de tres partes. En la primera se trata la fe católica, la relación existente entre ésta y los fenómenos demoníacos, los motivos que provocan la brujería y las diferentes clases de brujas y hechizos. La segunda parte, mucho más cruda, recoge los métodos que se deben seguir para perseguir la brujería. y la tercera, que no se refleja en todas las ediciones de este libro, detalla los pasos que hay que seguir en cada juicio.
Hasta 29 ediciones se imprimieron del Malleus Maleficarum, teniendo sus principales focos de atención en Alemania, Francia e Italia.
Muchos son los rasgos que distinguen esta obra, pero todas con una base común. “La hembra es más amarga que la muerte”, decían, y bajo esta frase, sus autores tomaron partida contra la mujer, a la que consideraban libertina y endemoniada. Junto a esta misoginia, destaca su cinismo, y su brutalidad. Abogaban por la tortura como medio para obtener las confesiones. La obra es todo un curso de cómo confundir al reo y empujarlos a declararse culpables.
“Tienen el hábito de comer y devorar a los niños de su misma especie”, “causan el granizo y tempestades y rayos, y esterilidad en los hombres”, “echan al agua a los niños que caminan junto a las orillas”, “encabritan a los caballos”, “se transportan por el aire”, “despertar horror en las mentes”, “practican la lujuria carnal con los demonios”... cada uno de los capítulos es un descarnado proceso descriptivo de lo que son capaces de hacer, y de cómo llegar a torturar de los más diversas formas para finalmente arrancar la verdad, junto a las quemas en las hogueras, tan desgraciadamente conocidas, estuvieron las muertes en maderos, el caballete o las agujas en el cuerpo.
Hoy día, leer este libro causa un horror indescriptible, una indignación tal contra la Iglesia que no se puede llegar a entender cómo fue posible que se permitieran actos así en nombre de la fe. Cinco mil mujeres fueron juzgadas en tres meses en Génova; siete mil en Trier; cuatrocientas brujas fueron acusadas en los famosos juicios de las Brujas de Salem en Nueva Inglaterra: veinte degolladas, ciento cincuenta encarceladas, y doscientas treinta quemadas en hogueras públicas...
Y éstos son algunos de los ejemplos de las muchas barbaridades cometidas en nombre de la Iglesia por la “Santa” Inquisición tomando como base el infame Malleus Maleficarum, el Martillo de los Brujos.
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