Las leyendas acerca de lobishomes, hombres lobo o lobisones en castellano, tienen una amplia raigambre en algunas zonas del norte peninsular, muy particularmente en Galicia. Además, presentan curiosos paralelismos con las recogidas en la tradición oral alemana, lo que tal vez sea debido a la antigua presencia germánica en Galicia a través de los sueños.
Esto tiene sentido si recordamos que uno de los prefijos germánicos más extendidos es -ufe o -ulfe, del que sabemos se trata derivación de la antigua palabra alemana para Wolf, lobo. La toponimia referida a este animal en Galicia se refleja también en multitud de términos latinos: Lobeira, Lobelle, Lobios, Lobengo, Lobezán... dan nombre a villas, pueblos, montes y ríos.
En este punto un inciso: es difícil de creer en nuestra Europa del hiperconsumo y la tecnociencia, urbanizada por doquier, que todavía existan lugares donde los niños se van a la cama haciéndose eco del miedo que sus mayores intentaron domesticaron con el recurso de historias y relatos. Pero el hecho perdura en aldeas remotas de Lugo y Ourense, cuando el largo invierno cubre con su manto sombrío la silenciosa tierra fría.
Pero dejemos a los lobos tranquilos. Mayor peligro tienen los lobishomes. Parece ser que el séptimo o noveno hijo de un linaje con ininterrumpida descendencia de un solo género (siempre varones o siempre hembras) puede venir al mundo poseyendo la maldición de transformarse en lobo u hombre lobo al llegar a una cierta edad.
La maldición es bien natural, bien provocada. La transformación ocurrirá por la noche, en puntos aislados y solitarios. El mal del sujeto se habría mostrado primeramente a través de una gran melancolía. Y un detalle importante: si es un varón, alternará condición humana y condición de lobishome. En cambio, se trata de una mujer, la metamorfosis, mientras dure, será definitiva.
En ocasiones la leyenda del lobishome se confunde con la del sacaúntos (sacamantecas). El hombre lobo, también sacamantecas, más célebre de toda Galicia, que ha servido de excusa incluso para alguna película, ha sido Manuel Blanco Romasanta, el lobishome de Allariz, detenido en 1852 por asesinar (y comerse) a trece personas.
En el juicio se declaró culpable argumentando, ante el estupor del tribunal, que trece años antes, sus padres o quizá su suegra, le habían echado el mal de ojo, lo que explicaría sus transformaciones, acerca de las cuales fue bastante instructivo. Por ejemplo, contó que, por regla, solía pasarse cerca de ocho días convertido en medio lobo.
Condenado a muerte, un científico inglés describió la patología de Romasanta como licantropía, defendiendo el hecho de que el orensano era un enfermo, no un criminal (lo de que era un lobishome nadie, para enfado del propio Romasanta, pareció creerlo). Así se le conmutó la pena por reclusión perpetua, aunque el antiguo sacamantecas, seguramente de pena, murió no mucho después. Y es que a los lobos lo que les gusta es correr libremente por las sierras.
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