M. Curcio es el nombre del héroe que protagonizaba un mito topográfico inventado para explicar el nombre del Lacus Curtius, un misterioso agujero que se hallaba en el centro del Foro Romano. Algunos hacían de Curcio un sabino que, durante la guerra entre Tacio y Rómulo derivada del episodio conocido como “el rapto de las sabinas”, hubo de abandonar su caballo cuando estaba casi hundido en el lago.
Sin embargo, la versión más extendida es aquella que fue transmitida por Tito Livio y Varrón, sobre todo por el primero, y que narra una historia que tuvo lugar durante la época de la República romana y que cuenta el momento en el que la tierra se abrió en el centro del Foro, formando un enorme abismo que nada ni nadie podía volver a cubrir, resultando en vano todos los esfuerzos que los romanos intentaban llevar a cabo.
Ante la desesperación, el pueblo decidió consultar a un oráculo, el cual declaró que, para que el abismo pudiese ser cerrado, los ciudadanos deberían precipitar en él aquello que tuviesen de más valor.
En esta ocasión, un joven, llamado M. Curtius, entendió que lo más valioso que tenía Roma en aquellos momentos era su juventud y sus soldados por lo que, sin dudarlo, decidió inmolarse por el bien común.
De este modo, montando un caballo y ante todo el pueblo congregado, se inmoló congregándose a los dioses ctónicos y, acto seguido, el precipicio volvió a cerrarse sobre él, dejando tan sólo un pequeño lago que, en honor del joven, pasó a llamarse “Lacus Curtius”. En sus márgenes, brotaron una higuera, un olivo y una vid, símbolos de la cultura romana.
A lo largo del Imperio, existía la costumbre de arrojar unas monedas al lago como ofrenda a Curtius, considerado desde entonces como el “genio del lugar”.
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