El acantilado del Lorelei, o Loreley, se encuentra en un hermoso valle de la parte alta del Rhin. Esta parte del río es tan profunda y estrecha que se considera uno de los trayectos más peligrosos para los navegantes que lo cruzan. Antaño, muchas tragedias tuvieron lugar entre sus aguas. Aquí es, justamente donde nace la leyenda de que da nombre a las altas rocas desde las que se divisa el valle y el río: la leyenda de Lorelei.
Se cuenta que, en un principio, Lorelei era una hermosa muchacha que fue traicionada por el hombre que amaba. Tanto era su dolor que se arrojó desde el acantilado, no sin antes posar por última vez sus tristes ojos repletos de lágrimas en el castillo de su amado, situado justo al otro lado del río.
Más tarde la leyenda varía y Lorelei pasa a ser una sirena, la hija del Rhin, una doncella de largos y dorados cabellos que, llena de rencor por la traición de su amado, conducía a los navegantes a la muerte.
Sus ropas blancas y su pelo de color del oro hacían brillar su figura en lo más alto del acantilado. Por medio de su canto embriagador atraía a los jóvenes más inocentes. Cuando éstos se acercaban para verla, trepando por las rocas, ella desaparecía y ellos acababan precipitándose al abismo y ahogándose en las oscuras y profundas aguas del Rhin.
Una de las infelices víctimas del odio de Lorelei fue Ronald, un apuesto joven, hijo de un noble de alto rango del lugar. El muchacho supo de esta misteriosa y bella doncella y sintió un deseo irrefrenable de conocerla.
Se excusó ante su padre diciéndole que se marchaba de caza, y cuando llegó a orillas del río convenció a un viejo marinero para que le acercar al acantilado. Este no estuvo muy de acuerdo al principio, pero ante la insistencia del joven finalmente terminó por ceder.
La barca llegó a las rocas justo cuando el sol se ocultaba tras las montañas y la noche empezaba a invadirlo todo. La primera estrella apareció y con ella las demás.
De pronto el viejo barquero divisó la blanca figura de la joven en lo alto del acantilado y avisó muy nervioso a Ronald. El joven se quedó mirando a Lorelei con los ojos muy abiertos, absorto. Aquella imagen era sobrenatural y maravillosa a la vez.
Lorelei caminaba sobre las rocas, lánguidamente, mientras peinaba su brillante cabello. A pesar de la oscuridad de la noche, podía observarse el perfil de su figura e incluso los rasgos de su delicado rostro. Ronald pudo percibir como los labios de la joven se abrían y de ellos comenzó a nacer un canto tan sublime como nunca jamás había oído mortal alguno.
Entonces la mirada de Lorelei se cruzó con la suya…
El joven e ingenuo Ronald, sintiendo la llamada de la joven y olvidando por completo que estaba en medio del río dentro de una barca, salió de ella para ir al encuentro de Lorelei y acabó tragado por las aguas.
Una terrible tormenta se desató en ese momento y el viejo barquero comenzó a rezar. Luego los truenos cesaron y sólo quedaron el suave susurro de las olas y el lejano canto de Lorelei.
Cuando el padre del joven se enteró de la trágica muerte de su hijo, fue invadido por el dolor y la rabia y ordenó a sus hombres que trajeran a la asesina de su hijo viva o muerta.
Al día siguiente un barco tripulado por cuatro valientes soldados cruzaba el Rhin. El plan era subir al acantilado y desde allí arrojar a la infame asesina y seductora desde las rocas para que terminase ahogada en las aguas del río, tal como había muerto el desdichado Ronald.
Como era de esperar, llegaron al anochecer.
Los soldados rodearon el acantilado y el jefe comenzó a escalar por la ladera. Entonces una niebla dorada cubrió la cima de las rocas y en medio de ella apareció Lorelei. En su rostro se vislumbraba una irónica sonrisa.
“¿Qué habéis venido a buscar aquí?, preguntó la joven.“ ¡A ti! ¡Y vas a tener el castigo que mereces!”, respondió el jefe de los soldados.
Entonces Lorelei se arrancó el collar de perlas que llevaba en su cuello y lo arrojó al Rhin. Una tormenta surgió de la nada y las aguas del río se tornaron turbulentas. Dos enormes olas con forma de caballo surgieron de la espuma y se llevaron a la joven a las profundidades del Rhin.
El cuerpo sin vida de Ronald apareció poco después a las orillas del río.
Lorelei no volvió a ser vista jamás, tan sólo su canto que se repite como un eco entre las rocas del acantilado que lleva su nombre.
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