Con el amor no se juega. Más, cuando en él intervienen corazones impetuosos, dubitativos, cargados de apego. La trágica historia que van a leer, según cuentan acontecida en una ciudad de México, trata de uno de esos peligrosos amores... Quizás la próxima vez se lo piensen mejor a la hora de cortejar y engañar a ciertos individuos. Como Luis a Ana.
Luis era un atractivo poeta que embaucaba a cualquier doncella que se cruzara en su camino. Sus tratos y atenciones dejaban embelesadas a sus amantes, que suspiraban a su paso. Su mirada, profunda y meticulosamente estudiada, las hacía creer que ellas eran su única razón para existir.
Ana, como otras tantas, creyó enamorarse perdidamente de Luis. Sólo él era capaz de complacer su turbada alma y veía por sus ojos. Empero, como era costumbre, Luis se aburrió de ella y la dejó. La joven, destrozada, se suicidó por amor... No sin antes prometer que volvería a por él, para que ambos descansaran juntos eternamente...
Una noche, Luis regresaba de un tugurio de mala muerte, cuando creyó ver a una mujer de voluptuosa belleza. Aunque iba pasado de copas, pudo distinguir un cuerpo de ensueño. A pesar de que ésta iba tapada por un velo, en señal de luto, el joven no pudo evitar sentir un súbito deseo por esa misteriosa mujer. Al acercarse a ella, ésta se alejaba... Para acabar desapareciendo entre sombras. Así, noche tras noche, Luis se encontraba a la mujer del velo. Una mujer que ocupaba en todo momento sus fantasías, y por la que creyó estar muriendo. La deseaba con tanto fervor, que hubiera hecho cualquier cosa por amarla, por poseerla.
Y el destino ejecutó su jugada. Al cumplirse un año del suicidio de Ana, la mujer de velo hizo su aparición pero, esta vez, en el panteón donde la fallecida tenía su morada. Luis que pasaba por allí, la vio y quedó expectante a sus movimientos. Ésta pidió ayuda, a lo que él acudió presto. Al preguntarle qué hacía allí, ella contestó: “vine a visitar mi hermana. Hace un año falleció. Se enamoró de un mal hombre y se suicidó... ¿Qué castigo se merecería tal hombre?”.
Luis, intentando complacer a la dama, sentenció: “pues debería ser enterrado vivo junto a ésta, para que ella lo amara”. Acto seguido, la mujer del velo le grito: “¡pues así sea!”. Y agarrándolo, empezó a hundirlo en la tierra. En un movimiento reflejo, Luis le arrancó el velo, gritando de horror al ver que se trataba de Ana, carcomida por los gusanos... Había cumplido su promesa.
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