Viene de “El Santo Grial: la búsqueda mística” François Bérenger Saunière era el párroco de la iglesia de la localidad de Rennes le Chateau, un pequeño pueblo que se levanta sobre unas colinas en Francia. Por todos era conocida su pobreza y austeridad hasta que cierto día los habitantes del pueblo comenzaron a observar que a su casa particular llegaban invitados siempre de la alta sociedad. Sus viajes a París se hicieron cada vez más frecuentes y poco a poco fue perdiendo su modestia y convirtiéndola en ostentosidad.
No tardó mucho en extenderse el rumor de que el párroco había encontrado algo junto al altar de su iglesia. Aparecieron cuatro manuscritos escritos en una caligrafía muy antigua, dos de ellos con pasajes de la Biblia, y otros dos que databan de los años 1244 y 1644 en los que aparentemente se describía la descendencia del rey merovingio Dagoberto II. Lo único que realmente se pudo confirmar es que aquellos dos manuscritos que acompañaban a los de los años 1244 y 1644 habían sido escritos por Antoine Bigou, un párroco anterior, un siglo antes, que casualmente era el confesor de Marie de Hatpoul de Blanchefort, descendiente directa del Gran Maestre de los Templarios Bertrand de Blanchefort.
De nuevo volvía a establecerse un lazo entre aquellos documentos y los templarios.
Además, ¿qué había impulsado a Antoine Bigou, párroco de aquel pequeño pueblo a escribir dos pergaminos y dejarlos enterrados en una columna visigoda de la propia iglesia? ¿Cuál era aquel secreto que había necesitado ocultar a los ojos del mundo? ¿Sería cierto que en aquel pergamino iba escrita la última voluntad de la marquesa que sin descendencia ninguna, y siguiendo la tradición familiar, debía legar su secreto y lo hizo en la persona de su confesor?
Pero la duda que surgió fue si Saunière habría encontrado algo más junto con estos cuatro manuscritos. Y comenzó a correrse el rumor de que lo encontrado había sido el Santo Grial. Lo que también se pudo constatar es que al día siguiente de encontrar aquellos pergaminos, el párroco encontró una lápida frente al altar, vuelta hacia abajo, la conocida como “baldosa de los caballeros“, con la figura de dos jinetes montados en un sólo caballo, símbolo de los templarios. Bajo ella, se encontró una bolsa llena de monedas de oro. Tras despedir a los obreros, continuaron las excavaciones, y bajo aquel pequeño tesoro encontró la entrada a una cripta merovingia que incluso aparece en los registros históricos de la iglesia como el sepulcro de los señores de Rennes. Lo cierto es que desde ese día, Saunière comenzó a vivir en la opulencia. ¿Habría encontrado el Santo Grial, y le pagaban por ocultar el secreto? ¿Sería el famoso y codiciado tesoro de los Cátaros? ¿Sería la misma tumba de Jesucristo a quien habían traído allí los propios templarios, embalsamado?, y así podríamos continuar con muchas preguntas y teorías más.
Las investigaciones que se llevaron a cabo decenas de años después no pudieron averiguar el significado oculto de aquellos manuscritos, si es que los tiene, y por lo tanto, continuaba siendo un misterio cómo aquel párroco había adquirido esa riqueza tan repentina ni el secreto que había encontrado en aquella cripta. En el libro “El enigma Sagrado”, de 1982, del que ya os comentábamos que establecía la hipótesis de que el Santo Grial se refiriera en realidad a la descendencia de Cristo, y no al cáliz de la Última Cena, argumenta que al párroco le pagaron por encontrar unos determinados documentos genealógicos y que al final los encontró. Desgraciadamente, Saunière falleció en el año 1917 sin decir qué fue lo que encontró, aunque aseguran que escrito en unos mensajes cifrados ocultos en la iglesia dejó la clave de todo.
Poco antes de morir comenzó a decorar la iglesias con nuevas y ricas imágenes, algunas de ellas de demonios, e incluso construyó una torre a su lado (que hoy día aún se conserva) a la que puso por nombre Torre Magdala, nombre de la tierra palestina de la que procedía María Magdalena. Sobre la puerta de acceso de la iglesia, en un contrafuerte, inscribió la frase “Terribilis est locus iste“(este lugar es terrible) en referencia a un pasaje del Génesis.
De aquellos cuatro manuscritos, los dos originales de los años 1244 y 1644 se perdieron en un incendio, quedando sólo los dos de Antoine Biogu, que están expuestos actualmente.
Todo esto fue motivo suficiente para convertir Rennes le Chateau en un sitio venerado (a la par que misterioso) y desde entonces cientos de peregrinos acuden anualmente a visitar aquella iglesia. Por supuesto, no solamente peregrinos que acuden a proclamar su fe, sino también investigadores tanto públicos como privados, deseosos de encontrar aquellas claves perdidas.
Recientemente, el alcalde del pueblo al fin permitió realizar excavaciones junto a la iglesia, hecho éste que había estado prohibido durante muchos años. Y así, con el visto bueno del propio ayuntamiento, la Torre Magdala se llenó de aparatos de última generación que ayudarían en su investigación. Por medio de un radar de penetración del suelo se pudieron localizar una serie de objetos enterrados en el subsuelo de la torre e igualmente otros dos más bajo el suelo de la iglesia.
Así comenzaron las excavaciones hasta que tras 20 minutos dieron con unas astillas de madera. Poco después, volvieron a dar con un segundo objeto. Se estudiaron las imágenes del radar, se solicitó un informe, y extrañamente, las obras se mandaron paralizar. Se sacó al exterior una gran roca, pero lo cierto es que a pesar de las mediciones, la obra se detuvo sin razones, quien sabe si para siempre. De aquellos dos sepulcros bajo la iglesia tampoco nada más se supo, pues ni se llegaron a estudiar.
Ahora, la imaginación humana y los misterios que históricamente ha ido dejando la literatura y el Santo Grial en sí, añadido a lo sucedido en Rennes le Chateau, han hecho de este sitio un lugar casi “paranormal”, pues de él se ha dicho que se han encontrado signos geométricos perfectos, que es el camino hacia el mundo espiritual, que se trata de una zona de aterrizaje marcada por los extraterrestres, e incluso, mucha gente ha llegado a decir que junto aquella iglesia existe una fuerza especial y mágica que los arrastra.
Y cómo no, muchas iglesias del mundo presumen de tener aquél mágico cáliz, como el Museo Catedralicio Diocesano de Valencia, como el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, como la Sacra Catina de Génova o como dicen del Cáliz de Antioquía en The Cloisters, entre otros. Pero bueno, como también de las astillas de madera de la cruz de Cristo... si fuera verdad y se reunieran todas habría para más de una cruz sagrada...
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