jueves, 8 de diciembre de 2011

La vasija de Cristo el mago: ¿Cuál es la relación habida entre la figura del Mesías y Egipto?

Hará cosa de un año Franck Goddio, submarinista arqueológico francés, encontró una vasija en la bahía de Alejandría que dataría del siglo I. Lo más espectacular, sin embargo, era la inscripción en griego que poseía, por cierto que bien visible: “Cristo el mago“.

En realidad la copa dice Cresto, no Cristo, pero estas cosillas de letras cambiadas o mal escritas se las dejamos a los filólogos, total para el público son nimiedades apenas inteligibles. Indudable fue desde el primer momento el origen mágico de la vasija: claramente se trataba de un recipiente utilizado por las religiones mistéricas del entorno egipcio en los convulsos años de cambio de milenio.

La polémica se centra, entonces, en la asociación con Cristo. ¿Cuál es la relación habida entre la figura (si real, imaginada o al menos acicalada por los comentaristas poco nos importa, la verdad) del Mesías y Egipto? ¿Acaso hay elementos vitales y doctrinarios de Jesús que se remontan al país de los faraones?

Todo esto fue como echar gasolina a un incendio. Hay historiadores, teólogos, arqueólogos y simples amantes del ruido que vienen sosteniendo de antiguo la procedencia egipcia de Jesús. Aunque lo hacen a través de modalidades diversas. Para algunos, Jesús nació un milenio antes del año 0 y bastante de lo recogido en el Nuevo Testamento aparece ya en textos faraónicos: Cristo sería una especie de excelso faraón.

Otros, sin llegar tan lejos, reconocen que aquellos maravillosos sermones de quien se sentaría a la derecha del Padre estaban preñados de una sabiduría que denotaba, de algún modo, un conocimiento de la cultura en la que se insertaba la casta sacerdotal del antiguo Egipto. Reconozcamos que los seguidores de Jesús, en general gente pobre y sin estudios, se sentían un poco perdidos con las malditas parábolas del Maestro y que lo raro del asunto fue que no lo corrieran a pedradas.

Que el Egipto faraónico mantenía una “íntima” relación, por utilizar el eufemismo, con el antiguo pueblo de Israel, es un hecho. Ya el mismo Freud, fundador del psicoanálisis, coqueteada con la idea de que el faraón revolucionario Akenatón, defensor de un monoteísmo que por su rigor cabría calificar de hebreo, no era sino el conductor de pueblos por autopistas de arena llamado Moisés.

Y no nos olvidemos de los coptos, cuya Iglesia, fundada en Egipto también en el siglo I, sigue empeñada en defender el itinerario egipcio de la sagrada familia, mula y burro incluidos. Así que ¿Jesús de Egipto? Ya que estamos, ¿no sería Cristo uno de lo hijos tenidos por Cleopatra con algún César o emperador romano? Cuánto terreno virgen tiene todavía los inquietos del misterio para entretenerse.

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