El hontanar del misterio es inagotable. Sucede aquí lo que en otros campos: una serie de nombres muy conocidos eclipsan cientos de fascinantes historias que requerirían una mayor atención por nuestra parte. Por supuesto, muchas de esas historias son lisa y llanamente un fraude. Respecto a otras, sin embargo, nos cuesta ser tan categóricos.
¿Qué diremos, por ejemplo, en relación a esa supuesta raza alienígena, los Dropa, a los que en mala hora se les estropeó la nave yendo a estrellarse contra las montañas tibetanas hace ahora más de 120 siglos? Esta historia es singular y causa perplejidad. A pesar de que haya algunos motivos para mostrarnos escépticos.
Básicamente porque, tras consultar blogs de España y Sudamérica, así como otros escritos en lengua portuguesa, italiana e incluso alemana, parece que toda la información proviene de una única fuente: ¿tal vez los libros de Erich von Däniken, que, no olvidemos, son obras que tienen mucho de ficción?
En todo caso, he aquí el (supuesto) relato de los hechos. En 1938, un tal Chi Pu Tei, a la sazón profesor universitario de arqueología en Beijing, organizó con sus estudiantes una expedición de investigación por los confines de China.
Profesor y alumnos acabaron descubriendo unas grutas en las montañas de Baian Kara Ula, en la frontera con el Tíbet. Allí se encontraron con tumbas y esqueletos que testimoniaban seres de inusitada constitución: cuerpos pequeños que no llegaban ni de lejos al metro y medio, frágiles, y con una cabeza desproporcionada.
Otro hallazgo que causó perplejidad a los expedicionarios fue el de cientos de discos, de unos 25 centímetros de diámetro, con figuras y trazos muy semejantes a los jeroglíficos. También había algunos dibujos tallados, algunos de los cuales parecían hablar de extraños humanoides muy semejantes a los marcianos de serie B que Hollywood pondría en circulación en los años 50.
En esta historia, a un nombre del que nada más sabemos, Chi Pu Tei, sucede otro que asimismo es un misterio. Tsum Um Nui, especialista chino, habría examinado en la misma Beijing los discos que los arqueólogos de la primera expedición se habían llevado consigo, consiguiendo la hazaña de descifrar los jeroglíficos.
De modo que Tsum Um Nui se topó de frente con mensajes que referían la caída de una nave espacial en aquella distante región en las fronteras montañosas del Tíbet, así como el temor primero de las tribus que vivían en la zona, seguida de la curiosidad y, finalmente, una especie de locura colectiva que llevó a los lugareños a acabar con (casi) todos los extraterrestres quienes, al parecer, eran de suyo buenos, pacíficos y un poco perezosos en el defenderse.
Esta historia, en primera instancia poco creíble, se cierra con dos hechos que vuelven a sembrar la duda en el investigador imparcial. Por una parte, las fotografías de Ernst Wegerer, un austriaco que por casualidad se topó en 1974, en un museo de Xian, con dos discos que creyó reconocer y que, oh misterio, desaparecieron a los pocos días. De hecho esas fotografías, trucadas o no, son la única evidencia que tenemos de tales discos.
Y, por el último, ciertas coincidencias de la tradición oral de la zona montañosa de Baian Kara Ula, que narra peripecias en las que interviene una raza “extranjera” de hombrecillos esmirriados y rasgos exóticos, que finalmente desaparecieron. En fin, esperamos informaciones más fidedignas y detalladas en los próximos años, que refuten de una vez por todas (o confirmen) la fascinante historia de los Dropa.
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