Las momias, los jeroglíficos, la fascinación de los descubrimientos arqueológicos, misterios de las pirámides… la Historia de Egipto desprende un halo de leyendas y misterios que envuelve a su tierra de un misticismo casi sobrenatural. Todos habremos oído alguna historia cautivadora en la que la eternidad de los siglos ha guardado un secreto maldito sólo destapado con el hallazgo de un descubridor.
Aquel año de 1.500 a.C., Amen-Ra, princesa de Egipto, tras morir, fue momificada y enterrada en un sarcófago acorde a su grado de realeza y a su tradición religiosa, en las orillas del Nilo, en Luxor.
Así permaneció durante 34 siglos, ocultos a los ojos humanos, descansando para la eternidad, hasta que en el siglo XIX, durante unas excavaciones se encontró su ataúd. Amen-Ra despertaba de su largo sueño y, con ella, su maldición.
Aquel sarcófago, con su momia, se vendió al mejor postor, un grupo de amigos ingleses. El primero de ellos, nada más recibir su nuevo objeto de colección, se marchó, ante los ojos atónitos de todos, andando en dirección al desierto. Sin más palabras, con la mirada perdida, paso tras paso, se adentró en las arenas ardientes. De él jamás se volvió a saber más por lo que se supone acabó perdiéndose en el desierto. El segundo de los compradores sufrió un accidente y le amputaron un brazo, mientras que el tercero perdió todo su dinero y acabó indigente, vagando por las calles de Londres.
El siguiente rastro que se conoce de aquella momia de Amén-Ra la sitúa en Inglaterra donde una familia adinerada la añadió a su colección. La maldición, o el castigo de la princesa, no tardaría en llegar también a esta familia. Tres de sus miembros perdieron la vida en un trágico accidente, e incluso perdieron la casa en un incendio.
Los accidentes se sucedían uno tras otro, e incluso los transportistas que trasladaron el sarcófago al Museo Británico, murieron.
Las leyendas, las extrañas historias, estaban en boca de todos, más aún cuando el espíritu de Amen-Ra comenzó a expresarse. Sollozos, gritos, golpes y arañazos rompían el amenazador silencio de la noche en el Museo. Los objetos, por la mañana, amanecían cambiados de sitio; uno de los vigilantes nocturnos murió e incluso uno de los visitantes del museo que se había atrevido a tocar el sarcófago, perdió un hijo al día siguiente de la visita.
Escondieron el sarcófago en lo más profundo de los sótanos del museo, pero aún así, los sucesos extraños no se detenían.
Cierto periódico quiso hacer un reportaje, por lo que mandaron un fotógrafo. Cuando éste reveló la foto una aparición fantasmal apareció en ella mirándolo fijamente; aquella mirada, aquellos ojos fijos en él… el fotógrafo se suicidó al día siguiente.
El museo acabó por deshacerse del sarcófago, pero curiosamente su rastro se perdió. Nadie supo nada mas de Amen-Ra salvo que una experta psíquica, madame Blavatsky, cuando lo vio y analizó se aterrorizó al descubrir la maldad que encerraba.
Dicen que, comprada por unos americanos, la quisieron llevar a Estados Unidos, y dicen esas nuevas historia que Amen Ra inició su viaje a Norteamérica en abril del año 1912. Sí, aquel barco en el que dicen iba aquella momia, era el Titanic, aunque de esto último no hay ninguna confirmación.
Hoy, nadie sabe dónde está. Nadie conoce donde reposa Amen-Ra y si finalmente descansa ya... para siempre.
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