Terreno abonado para los misterios, el de la Alemania nazi. Como diría un filósofo de la época, en una apoteosis de la barbarie llevaron la imposición de la técnica planetaria hasta sus últimas consecuencias (campos de exterminio y cámaras de gas) dentro de los límites de una lógica racional tan perversa como estricta.
Al mismo tiempo abrazaron a nivel personal todas las doctrinas y creencias, a cada cual más absurda o disparatada. Así mandaron expediciones a recorrer los cuatro puntos cardinales, ya se tratara de recuperar el Arca de la Alianza, de descubrir sustancias imposibles en las remotas selvas amazónicas, o perseguir (digo yo) las huellas de algún yeti en las más blancas y más altas cumbres de la Tierra.
Otro día si acaso rememoraremos alguna de esas empresas. Hoy ponemos sobre la cuestión del desarrollo de los programas atómicos por parte de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Es un tema apasionante, sobre el que sin duda se han vertido ríos de tinta, y que nos obliga también a recordar el Proyecto Manhattan.
Poco antes del conflicto bélico había quedado demostrado la realidad empírica de la fisión o reacción en cadena, esto es, la posibilidad de romper un átomo liberando en el proceso grandes cantidades de energía. En tales trabajos científicos descolló el alemán Otto Hahn.
Así las cosas, en 1939 miles de refugiados políticos, muchos de origen judío, se encuentran en Estados Unidos tras su huida de los países europeos amenazados por el nazismo, especialmente Alemania. Entre ellos había cientos de grandes científicos de muy distintas especialidades, algunos de los cuales temía un desarrollo nuclear por parte alemana.
En ese contexto se inscribe la carta que Einstein le escribió al presidente Roosevelt, recomendándole que EEUU liderase los proyectos de investigación atómica ante el riego de que la Alemania hitleriana se adelantase. Se trata de los prolegómenos del grandioso (por lo medios económicos, técnicos y humanos a su disposición) proyecto Manhattan.
Tal proyecto se constituye formalmente (más bien entra en una nueva fase) a partir de finales de 1941, con la entrada americana en la guerra. En múltiples centros diseminados por territorio yanki entre los que destacaría el Laboratorio de Los Álamos, y hasta 1945, trabajarían cientos de miles de técnicos e investigadores, con un presupuesto total astronómico, con el único fin de adelantarse a los alemanes en la construcción de la Bomba.
La cuestión es: ¿eran fundados tales temores ante la potencia creativa de Alemania? Es cierto que en los años 20 y todavía en la década siguiente no había nación en el mundo con mayor número de talentos científicos. Sus condiciones entonces a la hora de afrontar ese salto tecnológico que se requería para construir un reactor nuclear eran inmejorables.
Pero las razzias del nazismo ya habían comenzado incluso antes de alcanzar el poder y en 1939, año 0 de la Guerra, las barbaridades hitlerianas, las hechas y especialmente las por hacer, habían provocado la fuga de gran cantidad de cerebros. Aun así, permanecían en Alemania hombres de genialidad indudable, como Heisenberg, Weizsäcker, o el propio Otto Hahn.
Y, sobre todo, contaban los alemanes con esos científicos a veces llamados de segunda fila (imprescindibles en toda gran investigación) pero de un alto nivel técnico, mayor que el acostumbrado en el resto de países.
Los alemanes tenían su propio proyecto Manhattan, el Proyecto Uranio. Por lo tanto: ¿cuánto de avanzado estaba este proyecto en la primavera de 1945, momento en el que cae el régimen nazista y Alemania es derrotada? Los historiadores no se ponen de acuerdo pero parece que, también aquí, historia oficial, historia oficiable e historias oficiosas transitan sendas múltiples, diversas, contradictorias.
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