Un lunes de pentecostés de 1828 llegaba a la ciudad de Nüremberg, en Alemania, un adolescente desconocido, de aspecto andrajoso, malnutrido y con los pies ensangrentados. Apenas sabía hablar y portaba como único equipaje unas cartas cuyo destinatario era el capitán del 4º escuadrón, regimiento 6º de caballería, Friedrich von Wessenig.
Los desconcertados habitantes decidieron llevar al muchacho ante el capitán. Mientras esperaban por éste, se sorprendieron con sus extrañas reacciones: al ver una vela, intentó tocarla, quemándose la mano; vomitó de asco al oler pan y cerveza, alimentos típicos de la época; y se asustó de un reloj de péndulo, al que confundió con un ser vivo. Asimismo, a todos los animales los denominaba “caballo” y a todas las personas “chico”, y prefería estar a oscuras, solo e inmóvil.
El capitán leyó en las cartas palabras de súplica, palabras que rogaban que el niño fuera convertido en soldado. Igualmente, y de forma automática, el desconocido exclamó: “quiero ser soldado como mi padre...” Fue entregado a la policía local.
Una vez en las dependencias judiciales, le dieron un lápiz y papel para que escribiera su nombre. Sorprendentemente, sí sabía hacerlo, y en letras grandes firmó como Kaspar Hauser. Pronto se convertiría en un objeto de feria, ya que las gentes de Nüremberg acudían a la celda a observar su inusual y salvaje comportamiento.
El médico responsable de examinarlo afirmó que Kaspar había sido separado del mundo, de todo contacto humano, mal alimentado y sometido a la crueldad de una oscura y minúscula celda. No obstante, decidieron educarlo, demostrando una capacidad de aprendizaje sorprendente.
Al tiempo, cuando aprendió a leer y escribir correctamente, narró su curiosa vida: había permanecido desde los tres años de edad encerrado en una celda silenciosa, durmiendo sobre un colchón de paja y alimentándose de pan y agua que un desconocido le traía mientras él dormía. Igualmente, cada cierto tiempo, el agua tenía un gusto diferente y lo sumía en un profuso sueño. Al despertar, estaba aseado y cambiado, con ropas elegantes y nuevas.
Poco meses antes de su liberación, un hombre entraba en la celda y le enseñaba a escribir su nombre y a decir el mensaje destinado al capitán Friedrich von Wessenig. Esta historia causó un gran revuelo en la ciudad y se convirtió en toda una celebridad. No defraudó a sus seguidores, que se maravillaban de su talento para el aprendizaje de latín, filosofía y letras. Los rumores corrían por todos los callejones de Nüremberg, ¿era el hijo ilegítimo de la familia real Baden?
No obstante, cuando parecía que la vida de Kaspar podía normalizarse, fue atacado varias veces, siendo la última agresión, mortal. Un extraño lo acuchilló en el parque y le dejó una nota encriptada, que sólo se podía leer en un espejo. Algunos lo acusaron de haber montando pantomima para recuperar su estatus, pero a los días falleció defendiendo su inocencia: “no fui yo”.
El misterio siguió creciendo en torno a su figura: ¿por qué lo liberaron si pretendían esconderlo del mundo? ¿Quién lo asesinó? ¿Fue porque él y un abogado sostenían que había sido suplantado por otro en su derecho al trono? Son muchas las incógnitas y no tienen respuesta.
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