Julia Buccola Petta era una joven de ascendencia italiana que soñaba con ser madre. Vivió con ilusión los nueve meses de embarazo, deseando que pasara rápido el tiempo para tener a su ansiado hijo en brazos. Sin embargo, avatares del destino, en el momento de dar a luz fallecieron tanto ella como su hijo. Esto ocurría en 1921, en Chicago, y la joven, de tan sólo 29 años, fue enterrada vestida de novia con su feto en un cementerio del lugar.
Su madre, Filomena Buccola, desolada, empezó a tener sueños recurrentes, donde veía a su hija suplicándole que la desenterrara, expresándole una terrible angustia. Comenzó a tener la certeza de que su hija estaba viva, una idea que la obsesionó y que la mantenía en vilo. Decidió que quería ver el cadáver de su hija en el ataúd, para comprobar si realmente ésta no seguía con vida.
Finalmente, tras muchos trámites, Filomena consiguió la aprobación del sacerdote local y se le permitió la exhumación del cadáver. En 1927, el ataúd de Julia Buccola fue abierto para sorpresa y estupor de los asistentes. Los restos de la joven permanecían intactos; su imagen era exactamente la misma que el momento del entierro. Sólo sus ropas evidenciaban el paso del tiempo.
Ningún signo de descomposición, decoloración u otro tipo de señal física de que la joven había fallecido seis años antes. Aterrados y desconcertados, sus familiares le tomaron una fotografía antes de volver a cerrar la tapa del ataúd. La fotografía muestra a una atractiva joven sumida en un profundo sueño… Un sueño eterno. Debido a lo sorprendente del caso, en su lugar de eterno descanso se erigió una estatua de Julia con su vestido de novia y el ramo de rosas que llevaban en sus nupcias.
Dicen los que han paseado cerca de su tumba, que se percibe en el aire un dulce olor a rosas, sin explicación alguna, ya que no hay plantados rosales en el lugar. Igualmente, se han registrado varios testimonios de personas que afirman haberla visto paseando por el lugar… Perdida y sin rumbo… Y sin su amado hijo.
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