El hombre no se define sólo por lo que ama sino también por lo que repudia. Con la expresión del amor y la formulación del odio ordenan las personas su propio mundo afectivo, además de revelarnos su personalidad. Así las cosas, es un poco inquietante el rechazo visceral que han provocado los masones, si quiera aun sin llegar a los complejos maniáticos de algún personajillo, nefasto y brutal, de nuestra historia reciente, al que se le llenaba la boca libidinosamente con aquello de la conspiración judeo-masónica...
Masonería es una elipsis de francmasonería. Francmasón viene del francés franc-maçon, albañil libre, término que en la Edad Media designaba a los miembros del gremio de albañiles, constructores y arquitectos de asociaciones privilegiadas, esto es, que estaban fuera de la legislación municipal. Estos constructores medievales, autores de buena parte de las catedrales de la época, mantenían en secreto sus conocimientos profesionales.
Sin embargo, entre finales del siglo XVII y principios del XVIII, la masonería se transforma, por mucho que en su, por llamarlo así, refundación, asimile algo de la terminología y sobre todo de la iconografía (el símbolo de la escuadra y del compás, por ejemplo) de los maestros de la Edad Media.
Así, el nacimiento de la francmasonería moderna se fecha el 24 de junio de 1717, cuando cuatro pequeñas logias se unieron para formar la Gran Logia de Londres, eligiendo un Gran Maestre con jurisdicción sobre todos los hermanos. Es a partir de entonces cuando masonería adquiere en plenitud el significado que solemos ver en los diccionarios: organización secreta de personas que, bajo los principios de fraternidad y reconociéndose mediante emblemas especiales, se divide en grupos llamados logias.
Esta masonería moderna también se califica de masonería especulativa, porque se desentiende de las cuestiones profesionales de los constructores medievales y el origen de sus miembros es bastante heterogéneo, aunque habitualmente procedente de la nobleza y la burguesía. La masonería especulativa se regía por los principios, más o menos abstractos, de la filantropía y de la tolerancia, así como en la defensa de un cierto deísmo, en el que cupiesen todos los credos (cristianos).
Pero con la tremenda expansión experimentada en el siglo XVIII, por Europa y América, también se produce una cierta mitificación de la masonería. Algunas logias llegan a remontar su origen hasta el mismo Hiram, el supuesto constructor del templo de Salomón en Jerusalén. Mientras tanto, además, el recelo de las autoridades iba en aumento.
No deja de ser comprensible: el gran secretismo de las logias le resultaba impertinente a unos Estados que empezaban a delirar con el sueño de un control total de las vidas privadas. Por otra parte, empezaron a circular de manera pública rumores sobre el papel de las logias masónicas en las dos revoluciones del XVIII, la americana y la francesa.
¿Fue la masonería quien llevó a cabo la revolución americana? Es cierto que algunos de sus dirigentes fueron masones (el mismo George Washington, primer presidente de EEUU), que la Declaración de independencia no deja de estar impregnada de una atmósfera doctrinal propia de la masonería o que el edificio del Capitolio está preñado de referencias masónicas, pero en cualquier caso no deberíamos exagerar su importancia, viendo en ella más un vínculo poderoso de lealtad que mantuvo unido a varios de los protagonistas.
Tampoco en el caso francés, aunque aquí el debate está todavía abierto. La revolución francesa de alguna manera tomó de la masonería su característico grito de Libertad, igualdad, fraternidad. Cuando se produce el asalto a la Bastilla (1789), había en Francia cientos de logias y miles de “hermanos”. Su organización y, en general, la capacidad de sus miembros, hacía natural el hecho de que muchos de ellos participasen activamente en la revolución.
Pero tal circunstancia está muy lejos de las teorías de la conspiración, que afloraron casi al mismo tiempo que se producía la revolución, de la mano de los contrarrevolucionarios. La idea de conspiración acabaría triunfando con el período de Restauración que entristeció a Europa tras la derrota napoleónica. Entonces la identidad de la masonería quedó fijada para siempre al lado de los principios revolucionarios. De ahí, amigos, la mala baba del caudillo cada vez que oía, aun en sueños, esa palabra: masonería.
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