martes, 6 de marzo de 2012

La historia del Marqués de Sade: El escritor más escandaloso del siglo XVIII

Donatien Alphonse François: así se llamaba en realidad el marqués de Sade, ese autor maldito, “monstruo obsceno” según la prensa francesa de finales del XVIII, que pasó prácticamente la mitad de su vida entre rejas.

Tres regímenes diferentes lo tuvieron encerrado: la Monarquía, la Revolución y la Era Napoleónica. Durante mucho tiempo su leyenda negra fue aumentando y su obra no circulaba más que en ediciones clandestinas. Hasta que en el siglo XX el nombre de Sade penetró con fuerza en campos como la literatura, la filosofía o el cine.

Lo retratos que poseemos del joven Sade nos muestran, sin embargo, a un apuesto y aristocrático oficial de caballería. Había nacido en 1740, en el seno de una familia de la nobleza provenzal. Participó, muy joven, en la guerra de los Siete Años (1756-1763) como capitán de caballería. Regresado a París, se casó con Renée-Pelagie de Montreuil, en un matrimonio de conveniencia auspiciado por su padre.

En este punto, abramos un paréntesis en nuestra biografía. Aquel joven Sade de los años 60, recién casado, ya se vio envuelto en varios escándalos. Pero nada que por entonces no fuese casi habitual en algunos sectores de la alta nobleza: fiestas, prostíbulos, etc.

El siglo XVIII francés entraría dentro de lo que tanto un moralista revolucionario como un pío (y posiblemente hipócrita) burgués del XIX calificarían de licencioso y libertino. La aristocracia no se mostraba interesada en acrecentar la productividad de la nación (en ellos estaba la posibilidad), sino en buscar nuevas formas de entretenimiento. Mientras la mayoría de la población luchaba por sobrevivir, y en tanto que las arcas del estado se endeudaban cada vez más, el rey no supo o no pudo romper esa dinámica hasta que ya era demasiado tarde.

Un ejemplo de que Sade no empieza siendo un caso extraño: no tenía ni diez años cuando fue a vivir con su tío, el sacerdote Jacques-François de Sade, al oscuro y tétrico castillo de Saumane, en el que pudo observar las escandalosas orgías que su tío organizaba.

Lo peculiar del comportamiento de Sade radicaba en su falta de hipocresía y en su radical ateísmo. En 1763 empiezan las denuncias: una prostituta lo acusó de haberla azotado. También, y sobre todo, de haberla forzado a mantener relaciones con su crucifijo puesto mientras Sade gritaba obscenidades contra Dios.

En 1768 otra mujer, una mendiga, lo denunció por haberla azotado y herido con objetos punzantes y cera caliente.

Las cosas se estaban saliendo de madre: fue encarcelado, aunque su influyente familia consiguió salvarlo. Pero el frenesí sadiano fue en aumento y en 1772 una extraña acusación de envenenamiento obligó a Sade a huir con su cuñada.

Durante unos años, fugitivo, vivió escondiéndose entre Francia e Italia. Al fin, en 1777 fue detenido y recluido sucesivamente en Vincennes y en la Bastilla. En realidad, era ahora cuando comenzaba el mito: imposibilitado de experimentar, se dedicó a escribir.

Y aunque en 1790 fue liberado (la revolución había estallado en 1789), pronto se lo volvió a encerrar, para volver a verse libre hasta que, definitivamente, ya en 1801, Napoleón lo mandó arrestar. Sus últimos años los pasó en el manicomio de Charenton.

Pero el autor maldito renació en el siglo XX. Por una parte, a la sombra de los campos de concentración y la zozobra moral que significó la Segunda Guerra Mundial, en una reflexión general sobre el concepto del mal, muchos filósofos y escritores de fijaron en Sade. Algunas de sus conclusiones fueron llamativas, viendo en Sade un hijo de la Ilustración tan legítimo como el propio Kant.

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