Los ensayos del doctor Bataille y la autobiografía de la señorita Diana Vaughan revelaron al mundo los peligros del Nuevo y Reformado Palladium. Las altas jerarquías católicas temblaron de indignación al conocer la existencia de esta organización masónica compuesta por adoradores del diablo en cuya sede central, situada bajo Charleston (Carolina del Sur), Lucifer en persona se aparecía, entre una estatua de Baphomet y el cráneo de Jacques de Molay, último Gran Maestre de los Templarios, para dirigir a sus acólitos hacia la destrucción del cristianismo. Durante doce años miles de personas creyeron en la existencia de esta inverosímil secta, hasta que su auténtico creador, el escritor y libelista francés Leo Taxil, se vio obligado a confesar la verdad: todo era una monumental farsa que había urdido en la soledad de su despacho y sin apenas ayuda.
Leo Taxil poseía un talento natural para la mixtificación, y le gustaba utilizarlo. En 1873, con apenas 19 años, había convencido a las autoridades municipales de Marsella de que una plaga de tiburones amenazaba las costas de la región. Unos años más tarde, sorprendió a los arqueólogos con el descubrimiento de una ciudad romana sumergida bajo las aguas del un lago suizo, la cual alguno de ellos llegó a entrever con sus propios ojos a pesar de que sólo existía en su imaginación.
Convertido en librepensador por convicción, Taxil se consagró a la publicación de tremebundos panfletos anticlericales y a pronunciar unas conferencias sobre los horrores de la Inquisición en el transcurso de las cuales mostraba antiguas máquinas de tortura inventadas por él mismo. Fue en aquella época cuando comenzó a tramar la que sería su obra maestra.
En 1885 hace pública una carta en la que se retracta solemnemente de sus escritos anteriores y anuncia su regreso al catolicismo. Tras una serie de entrevistas personales con miembros de la curia vaticana, logra convencer a las autoridades eclesiásticas de la sinceridad de su conversión, y es recibido como un hijo pródigo.
Durante los años siguientes publica bajo su propia firma una serie de obras en las que critica a la Masonería, revela la supuesta conexión de esta con el satanismo y expone los ritos luciferinos de una imaginaria orden del Palladium cuya fundación atribuye a Albert Pike, personaje real y masón declarado. Estos libros lo convierten en un héroe para muchos católicos, llegando a recibir incluso los elogios personales del papa León XIII.
Pero Taxil buscaba causar un impacto mucho mayor, y para conseguirlo crea al doctor Bataille, médico católico que se infiltra en la orden luciferina con el objetivo de investigar sus secretos. En las librerías aparece entonces El diablo en el siglo XIX, obra firmada por el doctor y presentada como verídica, en la cual este narra las peripecias, siempre abundantes en elementos sobrenaturales, que vivió en varias de las logias que el Palladium tiene diseminadas por América, India, París, Roma Shangai y Montevideo, además de en un extraño centro toxicológico excavado bajo el Peñón de Gibraltar.
En Charleston, el doctor Bataille entra en contacto con Albert Pike y otros personajes centrales del Palladismo, entre ellos Sophia Walder, poderosa satanista capaz de fluir a voluntad a través de las paredes, que le detalla los objetivos de la organización: acelerar el advenimiento del Anticristo (del cual ella será abuela), abolir el papado y destruir la religión cristiana.
El libro del doctor introduce por primera vez a un personaje al cual Leo Taxil reserva un papel central en su mixtificación: una angelical joven llamada Diana Vaughan, (nombre que el escritor toma de su mecanógrafa personal), quien por azar de nacimiento se ha convertido en miembro destacado del Palladium. Escogida por Lucifer para convertirse en suma sacerdotisa, posee el don de la bilocación y el poder de deshacer cualquier hechizo. En París se gana la animadversión de la perversa Sophia Walder debido a su negativa a participar en sacrificios rituales. Sin embargo, sale victoriosa del trance gracias a la protección de Asmodeo.
Los buenos sentimientos de los que Taxil dotó a la señorita Vaughan la hicieron simpática al público, hasta el punto de que varios periódicos católicos pidieron a sus lectores que rezasen por el alma de la sacerdotisa. Finalmente, esta se convierte al catolicismo después de tener una experiencia mística frente a una estatua de Juana de Arco. Ella misma contará el suceso en su libro Memorias de una expaladista, para regocijo de los miembros más ingenuos de la Iglesia católica.
El cruce de cartas públicas entre los distintos alter egos de Leo Taxil, su portentosa inventiva y su gran habilidad a la hora de utilizar el temor de ciertos sectores de la sociedad hacia la Masonería hicieron que la farsa alcanzase un éxito inimaginable. El obispo de Port-Louis (Isla Mauricio), Monseñor Meurin, se apresuró a escribir una monografía en la que atribuía total veracidad a las revelaciones iniciales del escritor francés. La señorita Vaughan y el doctor Bataille recibieron elogios de sacerdotes, cardenales y antimasones. Algunos personajes proclamaban haber conocido personalmente a la sacerdotisa arrepentida, mientras que otros se dirigían a Taxil para preguntarle dónde se podían iniciar en aquella orden.
Así a todo, también surgieron detractores que propagaron dudas acerca de la existencia real del Palladio. Antes de que se descubriese la verdad, Taxil decidió darla a conocer él mismo. El 19 de abril de 1897, en una conferencia celebrada en la Sociedad Geográfica de París, frente a un nutrido público abundante en sacerdotes y masones, ponía punto final a su obra explicando con descaro los detalles de su elaboración.
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