A mí me cuesta un poco de trabajo entender cómo se puede hacer un laberinto lleno de nombres crípticos e historias increíbles para explicar un hecho tan simple como la fe. Leyendo al que considero el más grande filósofo de todos los tiempos, el señor Friedrich Nietzsche, descubro que, mucho antes que cualquier otro profeta conocido, existió un tal Zaratustra que fue el fundador de la primera religión monoteísta de la historia.
Investigando un poco más me encuentro con algunos de los principios básicos de este culto religioso que parece ser de los siglos XV a XI antes de la era cristiana. Esto fue en el noroeste de Irán, antiguamente Persia. El legado de este profeta es el Avesta, una serie de cánticos pasados a texto que fueron desapareciendo en gran parte a partir de la caída del Imperio Persa.
Aquí se habla de una batalla eterna entre el bien y el mal, Ahura Mazda es la luz, el día, la vida, el dios o espíritu creador de todo lo bueno, Angra Mainyu es lo opuesto, las tinieblas, la noche, la muerte, el espíritu del mal. Y así, estos dos espíritus coexisten en cada rincón del mundo, en cada ser viviente. Pero el hombre es el único capaz de decidirse por uno o por otro.
De aquí derivan las bases de tantas religiones como el Judaísmo, el Cristianismo y el Islamismo, entre otras. Vienen con nuevos nombres, nuevas historias, nuevas metáforas, nuevos ritos a explicar otra vez lo mismo. A mí me hacen pensar si realmente es necesaria tanta explicación divina para conseguir la veneración masiva, aunque encubierta, del sol. ¿Es necesario tanto tabú? ¿No sería acaso más fácil, incluso más creíble, hablar directamente del sol? No sería tan difícil encontrar la fe en un astro al que le debemos absolutamente todo, porque hay sol hay agua, ergo plantas, ergo nosotros. El ritual para venerarlo es algo tan simple como abrir los ojos cada mañana.
Nietzsche, que no fue un profeta, o al menos no se lo reconoce como tal, predijo la llegada del nihilismo, esta falta de fe en la que nos dejó sumidos el derrumbe de la fe cristiana y cientificista, recordemos que el cristianismo divinativa la razón, esa razón que asemejó al hombre con dios y que con el progreso de la ciencia derivó en el cientificismo, la fe ciega en el hombre, que a su vez derivó en dos guerras (o tres) mundiales, dos bombas atómicas y el odio religioso.
Yo soy respetuoso, cada cual puede creer lo que quiera, ir a buscar el dios que quiera y llamarlo como quiera. Pero en lo que a mí respecta, soy partidario del contacto directo con la naturaleza y de empezar a valorar lo que nos rodea en vez de estar rogando a un dios que ni siquiera entendemos por tanto renombre. Me parece que por esa ley por la que uno siempre busca lo que no tiene, el que busca la fe es porque no la tiene.
Soy optimista. Las cosas pasan independientemente de lo que hagamos, porque no existe otra manera, somos parte de una misma cosa en sinergia constante y eterna, el nihilismo que nos encuentra abandonados es una nueva oportunidad para encontrar la otra fe, y en eso estamos. Parece que la conciencia finalmente ha hecho algo bueno, o al menos más productivo que la autoflagelación, el arrepentimiento y la culpabilidad por los placeres.
Creer o no creer sigue dependiendo de uno, pero la fe se tiene o no se tiene. Aunque ahí está, “en el suelo que pisas, en la luz que te alumbra”. Tiene olor a pasto y a tierra, sabe a agua, moja, da calor, quema.
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